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    Para fomentar la innovación, el Estado debe “animarse” a financiar ideas novedosas, aun cuando impliquen un “riesgo muy alto”

    Veinte años atrás en Israel, la mayoría de las madres querían que su hijo fuera doctor o abogado, pero hoy esperan que trabaje en tecnología: “Ese cambio cultural nos llevó al éxito”, dijo Aharon Aharon, director de la Agencia de Innovación de ese país

    Su trayectoria en el mundo de la tecnología lo llevó a trabajar en las principales empresas del sector, hasta ocupar el cargo de CEO de Apple en Israel. Pero un año atrás, Aharon Aharon dejó el sector privado para encabezar la Agencia de Innovación de Israel (IIA por su sigla en inglés), un organismo dependiente del Ministerio de Economía, cuyo fin es promover en todos los sectores una corriente innovadora que apunte al desarrollo de nuevas tecnologías.

    Con poco más de 8 millones de habitantes, Israel es un país pequeño en el concierto mundial. Sin embargo, lidera varios de los indicadores de tecnología, innovación y desarrollo: la inversión en el sector es la más alta del mundo en proporción al PBI (4,3%) y también el número de startups que se crean por año (unas 600). El área emplea al 8,3% de la población activa y representa el 50% de las exportaciones industriales del país.

    Para Aharon esto es solo el comienzo. En 10 años espera que el 15% de la población esté vinculada al sector y que dentro de 20 años toda la economía se base en la innovación. Aharon, que visitó Uruguay invitado como orador principal del Punta Tech Meet Up, realizado el domingo 14 en la Fundación Pablo Atchugarry, entiende que la innovación es lo que hará que la industria de los países pequeños “no desaparezca”.

    Para el experto, la innovación es un proceso que se crea dentro de una sociedad con dos elementos “clave”: “No tener miedo a fallar” y adquirir “hambre por inventar cosas nuevas”.

    “Es una concepción de que es un aprendizaje y que fracasar no significa terminar para siempre. Ese cambio cultural nos llevó al éxito actual”, sostuvo.

    Según el jerarca, es “necesario que una sociedad acepte el fracaso” para que la innovación “prospere”. Y el gobierno tiene la misión de “llenar las fallas” del mercado, incluso cuando eso implique “arriesgarse”. “Si hay una compañía que recién está arrancado y su idea requiere de mucho capital inicial, es muy difícil que sean los privados quienes coloquen esa plata. El riesgo es muy alto. Ahí es donde entra el gobierno”, afirmó.

    A continuación sigue un resumen de la entrevista que Aharon mantuvo con Búsqueda:

    —Lleva un año en el cargo más importante de Israel en términos de innovación. ¿Cuáles han sido los principales desafíos a los que se enfrentó?

    —Este organismo se llamaba Oficina Científica. Existe desde los años 70, tenemos 45 años de experiencia. La razón de cambiarle el nombre y crear una nueva agencia fue el entendimiento de que no es suficiente con invertir en innovación y desarrollo a ciegas. Tiene que ser más focalizado. La otra razón es que esta oficina está destinada a atender varias partes del sistema innovador, por ejemplo, cómo generar los recursos humanos que precisa el sector de tecnología y cómo analizar el panorama general del sector, donde hay sectores sociales que no están participando del área de innovación y tecnología, como las mujeres, los ultraortodoxos y los árabes. El sector de la tecnología está interconectado a todo el entramado social. Tenemos que incrementar la participación de estos sectores, también intervenir en el sector industrial más tradicional para ayudarlos a mejorar su productividad y su capacidad a través de la cultura de la innovación y la tecnología. Eso es lo que estamos haciendo hoy en la agencia y son los desafíos que tenemos por delante.

    —En tecnología e innovación, los actores privados y públicos deben trabajar juntos. ¿Cómo se logra esa comunión cuando puede haber intereses diferentes?

    —El sector público tiene que ponerse a tiro con el sector privado y su velocidad de cambio y toma de decisiones. No tiene sentido que la población tenga servicios muy sofisticados y de alta calidad en el sector privado y cuando llega al gobierno este le ofrezca servicios totalmente anticuados. Eso es algo que tiene que cambiar. Luego existe una diferencia sustancial de objetivos entre público y privado. El sector público tiene que identificar las fallas del mercado donde la plata de los privados no cubre una necesidad y tiene que resolver esas fallas. Un ejemplo de estos “fallos” en el ecosistema de innovación tiene que ver con las startups. Si hay una compañía que recién está arrancado y su idea requiere de mucho capital inicial, es muy difícil que sean los privados quienes coloquen esa plata. El riesgo es muy alto. Ahí es donde entra el gobierno, que tiene que animarse a tomar esos riesgos por el bien mayor de la sociedad. Supongamos que una compañía quiere desarrollar una nueva cura para un cáncer muy complicado. Es el gobierno quien deberá financiarla en sus primeras etapas, allí donde el mercado falla porque los privados no entran. El gobierno no introduce la innovación. El gobierno tiene que facilitar las vías para que esa innovación surja. En Israel entendimos esto y aplicamos una política muy clara hacia esta idea.

    —¿Cómo lo hacen en la práctica?

    Mediante financiación. Una financiación que tiene que ser abundante y arriesgada en muchos casos, pero que el gobierno tiene que visualizarla como una promoción de inversiones propias. En el caso nuestro, damos hasta un 85% del capital que requiera una startup para lanzar su idea. Si les va bien, entonces nos cobramos el dinero con sus ganancias en un plazo preestablecido. Si les va mal, que pasa en muchísimos casos, nos olvidamos de esa plata, no se la cobramos. Un elemento especial es que nunca financiamos el 100%, siempre dejamos un porcentaje para que el emprendedor salga al mercado privado a buscar ese capital. Es parte de un entrenamiento necesario para el emprendedor, que tiene que entender que la plata del gobierno no es plata real, y que la plata real es la que se consigue del sector privado.

    La inversión en investigación y desarrollo es 4,3% del PBI. Es la más alta del mundo. Sin embargo, la porción que proporciona el gobierno es 0,3%, el resto es inversión privada. En 2017 el nivel de inversión privada en el sector fue de US$ 5.000 millones, es el principal del mundo, comparado con el PBI del país. Eso significa que el mercado privado funciona y está haciendo lo suyo, pero en esos huecos que fallan tiene que aparecer el gobierno. Es fundamental esta idea: allí donde los privados se alejan o no entran, ahí precisamente es donde tiene que entrar el gobierno. También tuvimos que acelerar algunos procesos, como la formación de recursos humanos capacitados para este sector. Hemos hecho muchos campamentos para programadores donde se forman miles de personas con los conocimientos en programación necesarios para trabajar en este sector. No son ingenieros, no tienen la formación universitaria, pero se formaron en tiempo récord y nos permite alcanzar esa demanda.

    Hoy hay un 8,3% de la población vinculada al sector de la tecnología; el objetivo es alcanzar el 15% en 10 años y que dentro de 20 años la economía entera del país esté basada en la innovación.

    —¿Cómo se sobreponen las contradicciones entre lo que busca el sector público y el privado?

    —La agencia es parte del Ministerio de Economía. Nuestra misión es financiar la innovación desarrollando nichos de investigación y desarrollo que creen valor económico. Es una situación donde todos ganan. En Israel somos un gobierno de coalición. Es extremadamente difícil alcanzar unanimidad en las leyes. Cuando se pasó la ley para crear la Agencia de Innovación con sus cometidos, tuvo los votos de todos. Todos los partidos políticos entienden que la inversión en innovación es muy buena para el país. Apuntamos a que se integren todos los sectores y disciplinas, se entrelacen y compartan experiencias. Entre 2016 y 2017, 1.400 startups fueron creadas en el país, 800 cerraron y quedó un neto de 600 compañías que lo lograron. Sigue siendo un número altísimo comparado a nuestra población. Hay una consciencia colectiva de que desde cualquier sector se puede contribuir a la innovación.

    —¿Cómo se logra un cambio cultural que permita un ambiente próspero para la innovación?

    —Lo esencial es cambiar la mentalidad, hacer del fracaso algo normal. No tenerle miedo a fallar, esa es la clave de la innovación. Cuando una sociedad entiende esto y no tiene miedo ni castiga al que falla, es que la innovación prospera. Cuando hoy se le pregunta a una madre en Israel qué le gustaría que sea su hijo cuando crezca, el 65% contesta que quiere que trabaje en tecnología, aun sabiendo que esa industria es muy dinámica e inestable. Creo que eso es lo que se debe exportar a otros países. A nosotros nos dio muy buen resultado lograr esta conciencia colectiva.

    —En Uruguay miles aspiran a ser funcionarios del Estado por la seguridad que otorga…

    —En Israel a los jóvenes no se les pasa por la cabeza ingresar al Estado. Pero no siempre fue así: hace 20 años se hizo esta encuesta y las madres decían que querían un hijo doctor o abogado. Hace dos meses estaba junto al ministro de Educación en un salón repleto de emprendedores, y nuestra charla se basó absolutamente en todos nuestros grandes fracasos, en todas las veces que perdimos. Es una concepción de que es un aprendizaje y que fracasar no significa terminar para siempre. Ese cambio cultural nos llevó al éxito actual. Es necesaria una sociedad que acepte el fracaso para que la innovación prospere. Además de eso, tiene que existir el apetito de hacer algo nuevo. No necesariamente tiene que ser las ganas de hacer plata con eso, pero sí tiene que existir ese hambre de hacer cosas nuevas, de inventar. Para no tenerle miedo al fracaso hay que naturalizar también el éxito. Cuando a alguien le va bien el mensaje que se da es que vos también podés lograrlo. Que no triunfan solo los elegidos, que no todos son Steve Jobs. No son casos únicos, todos pueden lograrlo. Ese mensaje también hay que transmitirlo a las generaciones jóvenes para que no se desalienten.

    —¿Por qué innovar es tan importante para un país?

    —Hay dos razones básicas: la primera es puramente económica. Una industria innovadora y pujante logra que por cada dólar invertido se recuperen entre 5 a 8 dólares. Este concepto en sí mismo ya es una buena respuesta. Además, los países que no apliquen innovación en su industria no se van a quedar atrás… van a desaparecer. Su industria va a desaparecer. La innovación es lo que le permitirá sobrevivir a la industria de países chicos, como los nuestros.

    Edición 1953
    2018-01-18T00:00:00