Estoy en una tienda de computación. He venido a reparar un aparatito que conecta mi ceibalita de profesor con un cañón proyector.
Estoy en una tienda de computación. He venido a reparar un aparatito que conecta mi ceibalita de profesor con un cañón proyector.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn vísperas de Navidad, los clientes caen como lluvia: buscan i-Phones, tablets. El chico que atiende —un nerd— solo puede ofrecer algunos modelos: han volado, dice, como si fueran golondrinas.
Los celulares serán regalo principal en los arbolitos. En 2014, miles de uruguayos los usarán con incalculable felicidad.
Cada vez más son el otro yo de las personas. No hay retorno.
Así pues, veremos más personas conduciendo coches mientras hablan por su móvil, con rostros ensombrecidos o furiosos. He protestado cuando casi me atropellan y no he recibido disculpas, desde luego, sino un “Gorda, andá a hacer dieta en lugar de venir con el celular”. (Un buen consejo: debo hacer dieta).
En los ómnibus, he asistido a conversaciones por celular a grito pelado: uno nunca sabe qué contesta el otro, pero llena los vacíos. Así, he escuchado rupturas amorosas, trámites notariales acerca de autos viejos, la organización de una boda en una chacra, una empleada doméstica despellejando a una tercera mucama que no cumplía con sus tareas y se descansaba en las otras dos.
Hay que sumar los hipnotizados, los que se olvidan del mundo. No dan paso en un bus repleto, no atienden el público que espera en fila, no miran el semáforo en rojo.
Y, por supuesto, están los chicos en los liceos con sus celulares mágicos, con los que actualmente copian en los escritos, graban a los compañeros víctimas de bullying o a los profesores que desean denunciar. A veces hasta miran disimuladamente cómo juega la celeste.
Los teléfonos en clase son una fuente de rispideces entre profesores y alumnos. Hay algún docente que intentando sacarle el celular a un estudiante recibió a cambio un retorcimiento de brazo. Creo que para los padres sacar el celular al niño y dejarlo en Dirección es para ellos una rapiña.
Hay teléfonos que suenan en el ballet, en el cine, en la ópera, en los recitales de poesía. Mil personas embelesadas mirando en el Sodre una compañía de baile de San Pablo de coreografía exquisita, fustigadas por el timbrecillo agudo de un celular.
En un documental vi una encuesta a jóvenes europeos acerca de sus i-Phones y las respuestas eran unánimes. El teléfono inteligente era parte esencial de sus vidas. Si les robaban el móvil en una fiesta, por ejemplo, la tragedia era total. “¿Para qué te sirve?”, les preguntaba el periodista. “Porque así tienes muchos amigos”, contestaban.
¡Oh, un antídoto contra la soledad humana!
No voy a hermanarme con el presidente Mujica en su cruzada contra el consumo y por la austeridad.
Soy austera porque tengo un sueldo docente pero miro con ojos de perro abatido las vidrieras de librerías, zapaterías, mueblerías... Constato que no puedo ahorrar ni un pesito.
Lo curioso es que a tanto uruguayo lo haga feliz un sofisticado celular, en lugar de un lavarropas o una cuenta en el banco para dar una casa digna a sus hijos.