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Es disperso, quizás por eso demoró en responder esta entrevista, que solo aceptó vía e-mail. Es expansivo, irónico, creativo, lúcido. Un sensible. Un coche fórmula uno de la comunicación “en vivo”: cuando su interlocutor va, él fue y vino varias veces. Un hombre multifacético que este año cumplirá 61 años y parece haber tenido varias vidas en una, vinculadas al rock del bueno, a la televisión, la radio y el café concert. Es Roberto Pettinato, que presentará su espectáculo de café concert este sábado 9 a las 21 h en La Trastienda (Fernández Crespo 1763).
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Pettinato integró Sumo desde 1982 a 1987, una banda señera en esos años de transición democrática en el Río de la Plata, liderada por el italiano de adopción argentina Luca Prodan. Más adelante integró otros proyectos musicales con las bandas Los Maxilares de Perón, Pachuco Cadáver y la Loser Blues Band.
Hombre de escenarios y cámaras, Pettinato heredó su nombre del padre, un destacado penitenciarista, con reconocimiento tanto en Argentina como a nivel internacional, que imprimió cambios en el sistema carcelario, como impulsar la resocialización del preso, erradicar los trajes a rayas, cerrar la cárcel de Ushuaia y conseguir que Argentina participe con fuerza en la Convención de Ginebra sobre Reglas Mínimas de Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente, en 1947. Pettinato padre fue, entre otras cosas, director nacional de Institutos Penales en el gobierno de Juan Domingo Perón y creador de la Escuela Penitenciaria de la Nación.
Pettinato hijo, en las antípodas de ese mundo paterno, después de un tiempo de vivir en varios países (él mismo nació en la Embajada de Ecuador, donde sus padres comenzaron el exilio en la dictadura de 1955), hizo de la música y las presentaciones televisivas su sustento de vida. En televisión condujo y participó en varios programas: 360 todo para ver, Duro de acostar, Indomables, Que parezca un accidente (Resumen de noticias). Ácido, veloz, atrevido, Pettinato fue la voz de El Gato de Verdaguer, con su retahíla de chistes zafados. Ganó varios Martín Fierro y estuvo nominado otras tantas veces por su actividad televisiva. Ejecutor de una dispersión mental que evidentemente le rinde en productividad, ha publicado además varios libros, entre ellos: La jungla del poder (sobre su experiencia en Sumo), Sumo por Pettinato, Entre la nada y la eternidad, Hombres que aman demasiado y La isla flotante (que narra la historia de amor de sus padres).
La siguiente es la entrevista que respondió a Búsqueda.
—¿De qué va el espectáculo en La Trastienda del sábado próximo?
—Al ser más café concert, la idea es interactuar con la gente, estar todos más juntos y resolviendo los problemas de la humanidad: eso es importante... (risas). Por supuesto no diré los temas de los que hablaré. Cuando me va a ver, la gente supone que se trata de un ser libre lanzado al espacio como un pedazo de atmósfera.
—En el stand up o café concert, ¿cuáles son las claves del éxito? ¿Alguna vez enfrentó a un público frío?
—En mi caso el público nunca se muestra frío, porque son gente como yo y van a escuchar delirios y morir de risa. Hasta ahora, nunca en cinco años me pasó que alguien pague la entrada para ponerse serio y amargarse. En todo caso, ya en la pizzería dirán “no me gustó mucho”.
—¿Quién guionó toda esta novela delirante de los millones de dólares, el convento, la abogada farandulesca y demás elementos que se siguen sumando a la realidad argentina actual?
—Creo que en cada argentino hay un guionista que no pudo entrar en Estados Unidos por falta de papeles (risas). ¡Y narcotráfico! Los jueces ríen, los abogados cantan, otros jueces les dan leche y champagne a sus perros en los labios… Es así. Somos el gran circo de Latinoamérica. La democracia en mi país es así: ¡como un circo regenteado desde la jaula de los monos! (risas).
—Trabajó con el ícono de la TV argentina Gerardo Sofovich. Ud. y Sofovich son claramente tipos que están en las antípodas. Entonces, ¿qué aprendió en esa época?
—Tanto de Gerardo como de (Gustavo) Yankelevich se aprende todo, porque se tomaban la televisión en serio. No era una joda de “hagamos cualquier cosa”. Si los perritos perdidos causaban emoción, entonces vos tenías que emocionarte. Y punto. Nada de burlas donde no van. Y así era todo, entonces muchos los criticaban porque consideraban que eran exagerados, pero es mentira. La vida en la tele es así. Y es un negocio. No es cualquier porquería.
—Hábleme de las ventajas y desventajas de ser un antihéroe o un looser.
—Entre las ventajas está ser una persona que no parece looser pero se comporta así. Esto te trae ventajas a la hora de que una mujer te grite, ya que le darás lástima y dejará de hacerlo. Podés disfrazarte de tímido, de loco, de lo que quieras. El looser conserva sus trabajos eternamente y también es entendido por la gente, ya que la mayoría de la humanidad se siente perdedora ¡y máxime ahora que se demostró que el dinero no hace a la felicidad en absoluto! La gente empezó a darse cuenta de que tenerlo o no tenerlo es igual. Lo importante es sobrevivir y seguir siendo un ganador oculto.
—¿Cómo fue para Ud. ser hijo de un padre que defendió los derechos de los presos, al punto de formular reformas al sistema penitenciario? Y más adelante, ¿qué rol jugó el humor y el rock para mitigar ese “universo” carcelario?
—Mi papá no hacía chistes. Tampoco era superserio, pero sí tenía la seriedad de los Borges. Gente taciturna de aquellos años, en donde parecía que nunca pega el sol en una ventana o en un jardín. Las mujeres eran divertidas pero los hombres vivían trabajando. Mi madre cantaba zarzuelas todo el día y ponía música y radio. Mirá dónde terminé. ¡Me falta ponerme una enagua debajo del vestido de señora! Pero mi padre me convirtió, no sé cómo, en una persona absolutamente responsable. Yo para este show ya estoy preparando los temas de los que voy a hablar y demás, cuando no tendría necesidad de hacerlo porque si quiero, puedo improvisar. Porque me interesa dar algo nuevo y me tomo todo tipo de licencias para trabajar, a veces al dope, pero es lindo hacerlo así.
—¿Qué fue lo mejor de la época de Sumo y qué queda hoy en su recuerdo de la relación con Luca?
—Luca era bueno y era tierno y nos queríamos realmente. Usábamos la misma ironía y el cinismo nos unió. No tomaba cocaína como muchos creyeron: ¡¡¡jamás!!! ¡Eso no importó a la hora de que la ginebra Bols apareciera en su vida! Pero siempre era un caballero, e histriónico, hasta para hacer los fideos. Nunca jamás te dabas cuenta en qué estado estaba. Era siempre Luca, tranquilo hablando ¡y todo bien mezclado, entre inglés e italiano! (risas).
—Su energía en general es dispersa. ¿Cómo se refleja esta característica en el trabajo y la vida cotidiana?
—Soy tremendamente expansivo. Esto es genial y es un error que debo resolver. No puede ser que “culo veo y culo quiero”, por así decirlo. Tal vez el año que viene me concentre en dos cosas: la música y la tele, o algo así. No lo sé. Pero es cierto que hay cosas que debo dejar. Ahora no tenía nada que hacer y empecé una novela en Wattpad, en donde podés escribir con seudónimo y listo. ¿Ves? No paro, pero porque no quiero. Porque me aburro. Nada más. Por lo general, el noventa por ciento de lo que hago no es lo que me da dinero para vivir. Y así entiendo que debe ser la vida. Basta de dinero. Y basta de crecimiento en la sociedad. Todo eso nos llevó adonde estamos hoy. Una bosta (risas).