“Construyo un espacio para el espectador como si fuera una casa; y ese espacio hay que dejarlo abierto”

entrevista de Pablo Staricco 
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Jonás Trueba intentó capturar el presente. Entre la cámara de su computadora y una de sus tantas bibliotecas, el cineasta madrileño recuerda, abrigado, cómo lo hizo unos veranos atrás. Fue en 2018, durante la filmación de La virgen de agosto, su película más reciente.

El rodaje ocurrió durante las fiestas de las Verbenas, una serie de fiestas populares en Madrid, la ciudad natal de Trueba y la familia de cineastas a la que pertenece. La concepción sucedió antes, junto con su pareja, la actriz Itsaso Arano. Como autora y protagonista, La virgen de agosto es también su película. Es de ambos.

Arano interpreta a Eva, una treintañera que decide ser una turista en su propia ciudad, durante una quincena en la que Madrid se transforma. Bajo un calor agobiante, la ciudad se convierte en limbo urbano en el que conviven ciudadanos rezagados, turistas constantes y la ausencia de quienes escaparon hacia destinos más frescos. Eva, mientras tanto, busca. Respuestas y preguntas. En otros y en ella.

Ya su tercera semana en cartel en Cinemateca, La virgen de agosto tiene detrás a un Trueba refinado, convincente y tan refrescante como los nebulizadores de agua que ambientan una de las tantas salidas sociales de Eva, su primera protagonista femenina. De un escapismo casi que accidental debido a los veranos que le siguieron a Madrid y al mundo, la película es como un sueño. Un sueño de una película de verano.

Desde su hogar en Madrid, Trueba conversó con Búsqueda al respecto.

—¿Qué sentís al recordar el rodaje de La virgen de agosto en el verano de 2018? ¿Lo ves distante dada las circunstancias actuales?

—Casi todos los rodajes de mis películas los veo con distancia muy rápido. No por el paso del tiempo, sino porque cuando termino una película me invade una nostalgia, una melancolía salvaje, porque soy consciente de lo privilegiado y loco que es hacer una película. Pienso en el rodaje de La virgen de agosto y por supuesto que lo veo lejano. Lo vería irrepetible incluso si no hubiera sucedido la pandemia porque ahora se multiplica la sensación de no poder volver a vivir un rodaje así. Esa película, aunque quisiera, hoy no me saldría hacerla. Pertenece a un momento de energía, de un impulso vital al que ahora no sabría volver. Quizás podría generar otro, pero no ese.

—¿Considerás que nunca sos el mismo director en cada una de tus películas?

—Si lo pienso, en cada película he tenido la suerte inmensa de trabajar con exactamente las mismas personas. El equipo técnico no ha variado desde mi primera película. Hemos venido haciendo películas que casi son las mismas películas, en realidad. Y cada película la he vivido siempre como si quizás fuera la última. Aunque quizás me obsesione. Siempre digo que hay que hacer una película y, mientras, ya estar pensando en la siguiente porque eso le quita importancia a la que estás haciendo.

—Leí una anécdota sobre Jonathan Demme (director de, entre otras, El silencio de los inocentes) en la que calmaba a un proyeccionista que estaba teniendo problemas en la cabina con la siguiente frase: “Tranquilo, es solo una película”.

—A mí me ayuda mucho pensar ese tipo de cosas. El mundo del cine tiende a ser muy endogámico, muy narcisista. Vivimos en una especie de burbuja. A veces pienso en lo pequeños que somos y que una película no tiene importancia, pero luego también se la doy extremadamente y vivo con esa contradicción. Me estoy acordando, con lo que has dicho, de que tuve una proyección increíble de mi primera película en la Cinemateca de 18 de Julio. ¡El stress que me causaban las proyecciones! Que no fueran perfectas, que no se escucharan como se debía. Recuerdo que arrancó la proyección y algo no andaba bien. Miré a Alejandra Trelles (programadora de Cinemateca) y le pregunté: “¿Por qué se ve así?”. Fuimos corriendo hacia la cabina y estaba el proyeccionista, que era un tipo en calzoncillos que se estaba fumando un puro y leyendo un libro. Qué venía yo a contarle... (risas). Ahora lo pienso con humor y quizás hoy a lo mejor ni iría a la cabina. Diría: “Bueno, es así. Es solo una película. Pues se va a ver como se tenga que ver”.

—La virgen de agosto representa una colaboración integral con tu pareja, la actriz Itsaso Arano. ¿Cuándo considerás que se dio el comienzo de ese proceso creativo como tal?

—Es una película que yo llevaba dentro desde hacía tiempo antes. Intuía una película con la atmósfera que a mí me gustaba de Madrid en verano. Seguramente, la película empieza en el momento en el que empiezo a colaborar con Itsaso en La reconquista. Trabajando con Itsaso me doy cuenta de que ella es para mí una interlocutora, una colaboradora en potencia, y hubiera sido muy imbécil si no la aprovechaba. Inmediatamente eso se ligó a escribir la película juntos.

—¿Cómo describirías el trabajo que ella hace como Eva, la protagonista?

—Tendría muchísimo que decirte. Podría escribir un libro sobre ella en eso y no me cansaría. Me resulta difícil resumir sin decir tópicos sobre cómo es de maravillosa. Ella usaba un verbo muy pertinente al describir su intención en el papel: “Transparentar”. Ella quería transparentarse en la película. Y eso es lo que impresiona: está haciendo un trabajo de no abusar de sus capacidades. Un trabajo de concreción, de esencialización, de su ser. Puso muchísimo de sí misma en la película. Eso es muy bonito pero también complejo.

—Hay una sensación al acompañar a Eva, en esos días de verano, relajante pero también angustiante cuando ella es confrontada por la falta de respuestas que tiene sobre su futuro. ¿Qué pensás de esa dicotomía?

—Sí que es verdad que a los 30 años o hasta los 35 uno termina de hacerse. Sientes que dejas de ser joven, pero todavía sientes una energía fuerte en ti, poderosa, y has acumulado ya suficiente experiencia. Eres una persona muy adulta y eso genera una crisis que tiene que ver con una sabiduría y con no dar por descontadas las cosas. Nos interesaba la idea de un personaje que se permite dudar. Que no da por hecho nada, ni siquiera su profesión. Esto es algo que me interesa y me concierne. Sé que mi oficio es el cine, me dedico a hacer películas, pero soy el primero que necesito cuestionarlo.

—Por su montaje y por la estructura de la película al dividirse en los días que van pasando en el diario de Eva, es interesante cómo capturaste esa sensación de ese tiempo más maleable que sucede solo durante el verano.

—Queríamos hacer una película en un estricto presente. Eso lo tenía claro, y tiene que ver con esta cosa de que no sepamos mucho sobre el personaje. Las películas se construyen mucho a partir del backstory del personaje, del que se crea un pasado que de alguna manera lo arrastra o condiciona. Intentamos evitarlo al máximo. Es un personaje que nace como un personaje “emersoniano”. (Ralph Waldo) Emerson es un filósofo americano que tiene esa cosa tan yankee de pensar en la tierra prometida, en que uno puede empezar de cero y hacerse a sí mismo. Me hizo gracia pensar en darle esa voluntad a una chica de 33 años europea en Madrid. Europa es lo contrario a América: es vieja. Siempre parece que arrastramos mucha carga. Me daba gracia liberar al personaje de esa carga. Emerson viene a decir cómo todos deberíamos ser capaces de expresarnos por nosotros mismos y atrevernos y ser audaces en eso. Eva es un personaje que intenta ser audaz en este sentido emersoniano.

—¿Entonces dirías que la trama está sujeta a ella o viceversa?

—Mira, me estaba acordando de una cosa que me dijo un amigo director, Elías León Siminiani, con quien tengo muy buena relación. Él vio La virgen de agosto. Es muy estructuralista en todo y me dijo: “Es curioso porque normalmente las películas se construyen o se cuentan en este orden de intereses estructurales: lo narrativo, el personaje, el espacio y luego el tiempo. Y, sin embargo, La virgen de agosto me ha parecido que está: el tiempo, el espacio, el personaje y la narración. El orden está invertido”. Y es bastante cierto. Lo primero es el espacio porque de hecho es lo primero que nace en mí. Un sentimiento espacial, atmosférico: ciudad, verano. Luego el tiempo, que es el paso de los días. Yo tenía claro que la película iba a estar estructurada en un diario de unos pocos días muy concentrados. Después el personaje que es lo que llega con Itsaso y finalmente lo narrativo, que es poco.

—¿Qué encontraste de cinematográfico en el agosto madrileño?

—Es una película que sería inverosímil en cualquier otro mes del año, por lo menos en el contexto de Madrid. Es muy específica, no solo por las Verbenas, sino por cómo siento el agosto. Es cuando el tiempo se detiene más, por lo menos en la dinámica española o madrileña. Todo se “agostiza”. Incluso usamos ese adjetivo: algo “agostado”. Madrid se transforma mucho. La ciudad se detiene y la mayoría de la gente huye. Se vive de otra manera. Se hace un poco pueblo. Cada vez más vuelvo a los hermanos Lumiére y me gusta mucho sentir ese lado “lumiéresco” del cine que de verdad me interesa. No lo digo por apelar a los orígenes, sino que creo mucho en el retrato del momento, de esa cosa que es tan evidente cuando ves una vista de Lumiére.

—Has retratado a Madrid en todas tus películas. Aquí se ven de fondo las fiestas de San Cayetano, San Lorenzo y la Virgen de la Paloma e incluso se pueden captar algunas miradas a cámara de los transeúntes. ¿Dónde ponés los límites entre el documental y una ficción realista?

—Filmamos confrontando la esencia de la ficción de la película, donde están los actores principales, con una capa que está como alrededor detrás, que es absolutamente la realidad misma, entremezclada. Y conviven, siempre priorizando la sofisticación de la ficción. Me decanté de una manera natural a colocar la cámara y entregarme al personaje. Eso iba a hacer que la película fluyese y ganase en una coherencia frente a la tentación, si quieres más posmoderna, que hubiera podido tener de concentrarme en otras cosas dentro del relato. Me plantaba entonces en esos espacios de realidad, en las propias Verbenas, con muchísima convicción y decisión de que lo que me interesaba era ese pequeño recuadro y con ese personaje. Lo demás no deja de ser un fondo y no me voy a dejar seducir para que la realidad documental se apodere de la película. Es una decisión que le da una personalidad muy concreta.

—Este año también estás trabajando como editor invitado en el sello literario Caballo de Troya. Has dicho que de los libros esperás que te enseñen y abran la percepción. ¿Qué esperás de tus películas?

—En general intento plantearme las películas pensando en ellas como un espacio de encuentro. No solo para el personaje, sino que es un espacio para el espectador. Soy consciente de que estoy construyendo un espacio para el espectador como si fuera una casa; y ese espacio hay que dejarlo abierto. Un espacio donde el espectador se pueda instalar cómodamente y dejarse estar, en el que pueda tener lugar para relajarse, hacerse preguntas, vaya y venga e incluso se aburra. Un espacio rico, vivo, frente a este tipo de películas que casi no lo dejan, que están tan llenas de todo tan dirigido. La virgen de agosto tiene un doble juego en ese sentido: como es tan abierta y porosa gracias a un personaje que de alguna manera se muestra así, eso genera que la película sea, de las que hice, la que da más lugar al que mira y escucha.

—¿Dirías que con tu productora, Los Ilusos Films, lográs hacer las películas que querés?

—Hasta ahora sí que hemos conseguido ir haciendo las películas que queríamos hacer, pero creo que eso tampoco nos garantiza nada. Es decir, no, no está claro cómo haremos la siguiente, y con cada película siento que volvemos a empezar. Tampoco me gustaría pensar que ya hemos encontrado la fórmula mágica. Sí creo que hemos encontrado como una filosofía, un espíritu, una política de cómo nos relacionamos. Pero tampoco en eso me quiero confiar. Creo que con cada película hay que ir reinventándose. Hoy, por ejemplo, tenemos un proyecto de una película muy chiquita; ya filmamos tres días y nos quedan cinco. Son tres días de invierno y cinco días en primavera. A la vez estamos con un proyecto de una película mucho más grande que, si todo va bien, parece que lograremos hacer y me apetece eso. Vamos a necesitar mucho más dinero, mucha más participación de gente y va a ser un reto. Son proyectos de naturalezas muy distintas y que probablemente obedecen a mis inseguridades y a mis búsquedas.

—Hace poco, en un artículo que escribió sobre Federico Fellini, Martin Scorsese criticó la popularización del término contenido para referirse a obras audiovisuales. Lo señaló como la victoria de lo empresarial en el arte audiovisual. ¿Qué opinás al respecto?

—Lo leí. Tengo un vínculo con la palabra y es que trabajo mucho con chicos jóvenes y soy consciente de cómo la usan. Tengo un alumno que no es tan joven, que tendrá veintipico de años. Es youtuber y me hablaba de estar pendiente casi todos los días de “generar contenidos”, hasta el punto esto de que se ha convertido en una pesadilla para él. Yo traté de convencerlo de que se entregue a otras cosas y no a esa ansiedad por generar contenidos todo el rato y estar actualizados constantemente. En este mundo audiovisual apabullante de contenidos constantes, en vez de tener redes sociales yo prefiero tener una película donde de vez en cuando te voy a compartir lo mejor que pueda las cosas que me gustan. Hablo en voz alta, pero creo que también la palabra cine hay que ponerla en cuestión. Sería un error pretender pensar que el cine tiene que seguir siendo lo mismo que con Fellini o Bergman. Yo soy un cineasta clásico, antiguo, por eso entiendo a Scorsese desde mi pequeñez. Sigo en un diálogo, en un hilo, con cierta tradición del cine. Estoy preocupado por una película que se vea en un espacio o sala cinematográfica, todavía intentando recordar lo que valía la pena antes de volvernos locos. Las películas que yo hago son más guardianas al mirar hacia atrás un poco, aunque caminan hacia delante.

Vida Cultural
2021-03-03T19:18:00