Café Tacuba, Maldita Vecindad, Los Prisioneros, Divididos, Caifanes, Molotov, Bersuit, El Peyote Asesino, La Vela Puerca, Julieta Venegas, Árbol, Kronos Quartett y Café de los Maestros, son algunos de los nombres catapultados a la masividad luego de que este hombre dirigiera sus grabaciones. Desde hace diez años es uno de los pilares de Bajofondo, el proyecto musical más auténticamente rioplatense de la historia. Además de los dos Oscar que ganó por las bandas sonoras de “Diarios de motocicleta” y “Babel”, sus estantes apilan 14 Grammy. Viene de hacer la música de un videojuego llamado “The Last Of Us”, que además de ser el de venta más rápida en la historia de Sony Playstation, “está cambiando la historia de los videojuegos”. Viene de grabar en Abbey Road la banda sonora de “Agosto, Condado Osage”, película basada en el megaéxito de Broadway —montado por El Galpón en 2010— con un elenco de aquellos: Meryl Streep, Julia Roberts, Sam Shepard, Juliette Lewis, Ewan McGregor y Chris Cooper. Ahora trabaja en la música de un filme animado de Benicio del Toro. Este porteño de Palomar, que el lunes 19 cumplió 62 años y que se ganó con creces ser llamado “el gurú del rock latinoamericano”, subirá con Bajofondo al escenario del Auditorio del Sodre el 10 y 11 de setiembre, en el estreno montevideano de “Presente”, tercer disco del colectivo binacional. Desde un hotel patagónico, en plena gira, Gustavo Santaolalla dedicó media hora para contar a Búsqueda sobre su viaje musical, que comenzó hace 46 años con Arco Iris.
—¿Cómo recuerda su infancia musical?
—Mis padres eran ávidos compradores de discos y crecí rodeado de música. Las primeras canciones que aprendí eran folclóricas. En mi casa se oía tango y folclore, y también música norteamericana y europea. A los cinco años mi abuela me regaló una guitarra pero estudié solo hasta los diez años. Desarrollé la habilidad pero nunca aprendí teoría ni solfeo. No sé ni leer ni escribir música. Luego apareció el pop. Mis viejos me regalaron una guitarra eléctrica para los 12, y compré mis primeros álbums: “G.I. Blues” de Elvis y uno de los Teen Tops. A los 13, los Beatles me volaron, escribí mis primeras canciones y supe que eso era lo que quería hacer.
—¿Cómo eran esas canciones?
—La primera fue una chacarera para el cura párroco de la iglesia. Luego empecé a escribir en inglés, en una onda muy beatlera. Pero desde chico me interesó la identidad y comencé a escribir en castellano. Me di cuenta de que también debía tocar en español, agregarle a la música algo que identifique quienes somos y de dónde venimos. Eso fue Arco Iris. Firmamos nuestro contrato discográfico con RCA cuando tenía 16 años, y ahí comenzó mi carrera como músico y productor.
—¿Cómo se originó el proyecto “De Ushuaia a La Quiaca”, que produjeron usted y León Gieco?
—Tenía 20 años cuando conocí a León. No existía una industria. Arco Iris tenía una legión de seguidores de culto. No había negocio, era todo alternativo. Con Arco Iris vivíamos en comunidad, pero no una comunidad hippie; era una vida muy disciplinada por el hinduismo. No comíamos carne, no tomábamos alcohol, practicábamos yoga y meditación, hacíamos un estudio comparativo de las religiones. Era una vida casi monástica, y para sustentarnos dábamos clases. Yo solo sabía tocar, conocía los acordes y me inventé un método. Venían fans de Arco Iris y León llegó como alumno. Le pedí que tocara lo que sabía, me mostró un par de temas y le dije: “Qué te voy a enseñar, tenemos que hacer un disco”. Ahí hicimos su primer álbum, muy folk, que nos plantó firme en nuestras raíces musicales. Como hizo Clapton en busca del blues con John Lee Hooker, y tantos otros. Y conocimos mucha gente pura del palo folclórico, con gran curiosidad y respeto. No trajimos folcloristas a Buenos Aires sino que fuimos a las fuentes, músicos absolutamente desconocidos, sin discos, tipos para quienes esa música era algo vital. Salimos en 1984 con una gran inocencia y fue una experiencia alucinante que nos marcó para siempre. Se terminó porque los que nos financiaban se convencieron de que estábamos locos y que aquello era inviable. No existía el concepto world music.
—En los años 80 viene Estados Unidos y el oficio de productor...
—A fines de los 70, cuando viajé a Los Ángeles, dejé un poco de lado mi perfil musical más Woodstock y conocí esa movida fortísima que era el punk y el new wave. Me tuve que ir de Argentina en el 78 porque me metían preso por hacer música, por tener pelo largo. Venía de una música con un fuerte carácter contracultural y eso no lo encontré allá, y me desilusioné. Encontré un rock corporizado en bandas como Boston, Kansas, Styx. Pero ese año fue la última gira de los Sex Pistols, y estaban los Ramones. Argentina me mostró la parte más lírica y romántica de la música, pero en Los Ángeles conocí la crudeza del rock, y me anoté en esa. Me corté el pelo, me compré mi corbatita y junto con (el productor musical) Aníbal Kerpel, mi socio de siempre, armamos Wet Picnic (1982) en Los Ángeles, un proyecto totalmente de avanzada. Luego de 1985 empecé a capitalizar “De Ushuaia a La Quiaca” con otros músicos, como productor. Fui a México y conocí una movida muy grosa, similar a la de Manal, Arco Iris, Almendra y Vox Dei, y me zambullí con bandas como Caifanes, Maldita Vecindad y Café Tacuba, con un éxito tremendo.
—¿Cuál es para usted la clave de ese éxito?
—Siempre me he relacionado con artistas con una visión importante, que traen a la mesa algo original y sólido. No dicen “Sí, Gustavo” sino que tienen opiniones fuertes y atractivas que sirven para buscar la excelencia en el sonido individual y trabajar mucho el repertorio. Y hay un gran componente de intuición.
—¿Es de los productores que sugieren o de los que escuchan y guían?
—Creo mucho en aquello de Picasso: que la inspiración me encuentre trabajando. Hay que escribir muchas canciones porque no todo lo que se hace vale la pena y es mejor tener para elegir. No correr al artista y decirle lo que debe tocar sino ayudarlo a mejorar lo que está haciendo.
—¿Qué siente hoy cuando La Vela Puerca, banda a la que produjo hace 14 años, está en la cresta rockera en Argentina?
—Siempre me pareció una banda alucinante, con una fuerza extrema para convertirse en un enorme fenómeno popular. Y siempre han sido tan buena gente que eso lo hace más lindo aún. Me encantan como artistas y los quiero mucho, así que muy feliz por ser parte de su historia.
—Bajofondo une las dos bandas rivales del hip hop uruguayo en los años 90, Plátano Macho y El Peyote Asesino...
—Eso es fruto de su madurez. Podemos decir que hemos logrado un lenguaje propio en la música, que va más allá de la etiqueta de tango electrónico, e involucra veinte géneros. Y lo mejor es que todos vemos un futuro seguro juntos. Bajofondo es una muestra cabal de la unión y lo parecido que somos argentinos y uruguayos más allá de las rivalidades. Es el balance perfecto.
—¿Es posible que esa alquimia venga de compartir el tango desde su origen?
—Estoy convencido de eso. Por algo “La Cumparsita”, el éxito más grande de la historia discográfica argentina, la escribió un uruguayo. Más allá de las fantasías sobre el origen de Gardel, somos los dos países de Latinoamérica más parecidos. Y retomando lo de Arco Iris, tenemos una visión latinoamericanista. No es casualidad mi trabajo en el rock latinoamericano ni que los músicos de Peyote y Plátano hayan crecido en México.
—En “Presente” no hay estrellas invitadas y además retoma el canto...
—Me encanta cantar. Con Bajofondo volví a los escenarios, viajamos por el mundo haciendo una música única. No preciso recurrir a la nostalgia de mis viejos temas como “Mañana campestre”, “Ando rodando” o “Sudamérica” para vivir. Al contrario, hago música nueva, compartida con amigos. No es Gustavo Santaolalla y sus Bajofondos. De mis mil proyectos, Bajofondo es lo que me da más satisfacción.
—¿Más satisfacción que los dos Oscar que ganó?
—Son cosas distintas, pero por supuesto que sí. Los premios no son a la persona sino a su trabajo. La gente no sabe cómo soy. Siempre mido el éxito así. Cualquier artista honesto sabe que parte de su creación es un misterio. Por eso no es bueno apropiarse tanto de eso. Cuando me nominaron al primer Grammy perdí y pensé que había marchado, y hoy tengo 14. Quiere decir que mi trabajo enganchó a mucha gente, pero nada más.