—Exacto.
—No es fácil largarse a cantar tangos. ¿Cómo fue ese proceso de aprendizaje entre el estudio y el escenario?
—Primero, ensayar en estudios me permitió ver como intérprete si la cosa rendía, si valía la pena, si realmente me convencía y me entusiasmaba. La oportunidad era hermosa, porque los hermanos Carlos y Jorge Cordone, con quienes está grabado el disco, son dos guitarristas que tocaron nada más ni nada menos que con don Edmundo Rivero. Son dos guitarristas que están en actividad, que tocan muchísimo. Entonces, el partido estaba medio asegurado por lo menos en lo instrumental. La otra dependía de mí, y era llegar a algo que estuviera bueno. Y después de muchas pruebas y de escucharme mucho con mi viejo, sobre todo, con la oreja de mi viejo y la opinión que me daban los Cordone, llegué a la conclusión de que estaba bueno, y quedé conforme. Al mismo tiempo, como con Tango & Rock and Roll tocábamos por ahí bastante seguido, pude tomarme confianza y saber que estaba preparado para salir a la calle con el material.
—Me hablás de los hermanos Cordone y su historia, pero de Rivero venís hablando desde hace por lo menos 15 o 20 años en los reportajes...
—Sí, venía amenazando (ríe). Como cantante, sin duda que Edmundo Rivero es mi gran referente.
—¿Qué le encontrás a esa voz grave y profunda?
—Siempre me cautivó. Es algo muy particular. A Rivero la gente lo escuchaba. Quería ser cantante, todos le decían que tocara la guitarra, pero él era porfiado (ríe). Y pasaba que en los bailes, cuando cantaba con las orquestas, la gente dejaba de bailar y se ponía a escucharlo con atención. Y esa historia me alucinó. Además, era un músico muy bien formado como concertista de guitarra de música clásica. ¡Y que quisiera tocar tangos y milongas! (ríe) Y además le ponía arreglos de música culta a poemas en lunfardo, era una rareza. Si habrá aportado algo al tango, ¿no?
—¿Y eso es lo que te llegó a nivel intelectual?
—¡El tono de voz de Rivero es inalcanzable! Es muy difícil. El tema es la interpretación. Lo que más me cautivó de él es que fue un gran intérprete, enorme. No lo vi nunca, más que por algún video. Me entró por los discos.
—¿Y querés tener algo de él cuando cantás?
—Noooo, me tengo que separar. No es un homenaje a Rivero, ni un homenaje al tango, ni puedo hacer una caricatura de Rivero. Al contrario, esos eran los carteles de peligro del precipicio. Estaban ahí en el estudio. Está bárbaro Rivero, y puede haber algo, pero me tenía que desprender bastante, porque si no, iba a quedar muy mal.
—A diferencia del rock, el tango tiene una forma de cantar más larguera, con las notas más sostenidas. ¿Cómo sentiste el cambio para tu instrumento vocal?
—Bueno, el tango no está tan marcado por los compases, no tenés tanto límite rítmico, tenés mucha más libertad para decidir dónde cae la nota. Podés jugar con el tiempo, adelantarte, atrasarte. Podés hacer muchas cosas, pero para eso tenés que entrenarte mucho, porque es muy distinto al rock, a lo que yo estaba acostumbrado a cantar. Me costó muchísimo. Pensé que podía cantar tango de taquito y de movida me di cuenta de que no. Ese fue mi primer choque. Y mi decisión de cantar y de salir fue en el momento en que lo empecé a disfrutar. Si todo hubiera sido tan arduo lo hubiera dejado. Cuando lo disfruté, supe que estaba bien.
—Desde Tango que me hiciste mal en adelante, el tango siempre estuvo presente en tu carrera, a nivel lírico y conceptual.
—El tango está siempre cerca, forma parte de lo cotidiano. Por lo menos en mi generación. Quizá ahora eso se esté perdiendo, tanto en Uruguay como en Argentina. Sin embargo, en mi infancia y adolescencia yo escuchaba tango todo el día y en todo lados. Mirá, en estos días me invadió el recuerdo de que cuando íbamos a ensayar a Pando con el Gordo (Gustavo Parodi, guitarrista de Estómagos y Buitres) desde Costa Azul, donde pasábamos el verano, si era hora par, íbamos escuchando Gardel en Radio Clarín. ¡Para nosotros era natural, no era una postura!
—¿Lo ponían ustedes en la radio o el chofer del bondi?
—¡No! Nadie nos decía que escucháramos tango. En la adolescencia odiábamos el tango como todos los adolescentes. Era la forma de pelearte con tus viejos. ¡Pero eso duró muy poco! Después, a escondidas, cuando mis viejos se iban, yo ponía los discos de tango (ríe). ¡No quería que me vieran! Pero a mí me gustaba cantar y con el tango imitaba mucho a la Tana Rinaldi, a Floreal Ruiz, a Rivero. No me enganché con otros cantantes, pero con ellos, y especialmente con Gardel y Rivero, sí.
—¿Por qué elegiste el sonido despojado y rústico de las guitarras para el disco?
—Era la forma de empezar. No quería demasiada información, solo las guitarras. Quería dar un mensaje muy claro. Incluso hay tangos que son de orquesta que ellos los pasaron a guitarras. Están acostumbrados a hacerlo. Y me resultó muy natural.
—Es el sonido ancestral del tango, el de los inicios de Gardel, cien años atrás...
—Exactamente. Era la forma de lograr el clima íntimo que yo quería para el disco. Cuando escuché a los hermanos Cordone, dije: “Es acá”. En paralelo, compartir con Julio Cobelli, que tiene una forma de tocar muy distinta, es otro aprendizaje. Porque ante todo es personal. Muy personal.
—Cobelli estudió con alumnos de los guitarristas de Gardel, así que es fiel representante de esa guitarra gardeliana...
Es otro plan, y riquísimo. Fijate en el contacto que Cobelli tuvo con (Roberto) Grela, que es otro de los maestros de la guitarra tanguera. De hecho, los hermanos Cordone y Cobelli se conocen (ríe). En estos días me encontré con Rubén Rada y le conté que estaba ensayando con los Cordone, y me dijo: “Las guitarras de Rivero y Zitarrosa son las más grandes que hay en la historia del Río de la Plata”. Hay mucho en común, no solo por lo técnico, sino por la forma de ser de esos dos músicos, su forma de estar parados en la tierra como artistas. Pero por más que tocara con ellos, no quería ir al pasado con mi voz. No quería hacer una obra de teatro, eso ni siquiera podía ser una parodia. Quería lograr una interpretación honesta y buena, pero íntima, y vigente.
—¿Cómo elegiste las canciones?
—Este repertorio no respeta la historia. Es el producto caprichoso de mi historia personal con el tango, lo que más escuché y me gustaba de chico. Troilo, la Tana, Pugliese, Floreal, Rivero. Por algo puse primero Trenzas (de Armando Pontier y Homero Expósito). Esa versión es la que me dio la pauta de que estaba bien rumbeado y la que me decidió a hacer público esto. Tabaco (de Pontier y José maría Contursi) porque soy yo, sin ninguna referencia. Escuché la versión de (Francisco) Fiorentino pero es imposible para mí usarlo como apoyo, por la tonalidad. No me resultaba familiar, ni siquiera la orquesta de Troilo tocándola. Me encantó el tango y la versión de los Cordone, pero tuve que inventarme yo el asunto.
—Te metiste con tres clásicos muy famosos: Sur, Ninguna y La última curda...
—Y las tres muy difíciles para aportarles algo nuevo. Pero me parece que en La última curda, que es el arreglo tradicional de los Cordone, que ya hacían desde años atrás, logré algo muy personal. Quedé conforme con esas y con todo lo que está en el disco. Si no, no sacaba el disco (ríe).
—Tenés 52 años. ¿La edad influye para este salto?
—Venía amenazando públicamente que después de los 50 iba a grabar un disco de tango. Me lo tenía jurado, y bueno, lo hice. En realidad, a partir de esta edad vos te planteás cumplir tus viejos sueños. Quiero cantar esto, grabar esto otro, quiero tocar acá o allá. Te sentís en un lugar donde podés disfrutar un poco más de todo.
—¿Las giras con las bandas también se vuelven demasiado exigentes desde lo físico?
—Sí. Con Buitres el problema no solo eran las giras, los quilómetros, la camioneta. Eso te duele en los huesos, pero a medida que pasan los años, duele más. Pero también el show de Buitres siempre es muy físico para mí. Siempre me exigió mucho, y en los últimos cinco años le bajé el gasto, en movimiento más que nada. Y aprendí a apelar mucho a los gestos, al uso de las manos, las miradas. Te cambia el cuerpo y el pelo, pero al mismo tiempo, siento que se va generando algo más sutil en escena, que me resulta más atractivo. Y todo ese cambio cuadra perfectamente con este nuevo proyecto.
—La posibilidad que te da el tango de cantar en boliches, en lugares chicos, también debe ser interesante para un tipo acostumbrado a grandes audiencias.
—Hay mil posibilidades. por ahora quiero tocar en todos lados, estudiar las invitaciones y tratar de hacer lo mismo que hicimos con Estómagos y Buitres, que es tocar en todo el país. Me encantaría cantar en los teatros del interior, que han sido renovados en su mayoría y están hermosos gracias al esfuerzo de los programas estatales y de las intendencias. Estamos en un buen momento en infraestructura teatral.
—¿Esta inmersión en el tango te cambió en algo el modo de cantar rock?
—No sé todavía (ríe). Puede darse ese rebote, no lo pensé demasiado aún. Esto fue como volver a las clases de la escuela. Ahora estoy notando que me resulta mucho más fácil cantar. No solo respirar sino entonar. Siento que estoy cantando mejor, y en 2017 canté mucho, tanto con el tango como con Buitres. Me presenté en público más de 30 veces a lo largo del año y me parece que es un montón. Como en los viejos tiempos de Calavera tour.
Vida Cultural
2018-01-04T00:00:00
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