Julieta Rada cumplirá mañana, viernes 25 de mayo, 22 años de edad, y entre la joven y la mujer que es, su cuerpo se eleva delgado y grácil como si se tratara de algún tipo de insecto; tal vez, como una mariposa. En esa línea delgada sobresalen sus caderas y una cabellera “afro” alborotada y oscura que le da marco a un rostro de ojos grandes, maquillados intensamente y con esmero. Julieta es hija de Rubén, el “Negro” Rada, y de la psicóloga argentina Patricia Jodara, responsable del Centro Terapéutico Montevideo, representante en Uruguay del método de adelgazamiento del doctor Máximo Ravenna. Para seguir bien rodeada, Julieta eligió como pareja desde hace dos años al guitarrista Nicolás Ibarburu, uno de los productores de su primer disco.
El lugar para la entrevista es el apartamento alto y con buena vista de sus padres. En la puerta, una chapa en bronce anuncia: “Rada-Jodara”. Allí se respira una armonía que se refleja en un conjunto de elementos que están a medio camino entre el orden y cierto desorden agradable y vital. Hay cuadros, piezas de cerámica, instrumentos musicales y plantas. Y, encima de la mesa rectangular, sobre la pared, se yergue la cara enorme de un negro veterano. Entonces, Julieta explica entre sonrisas que ese cuadro lo compró su padre en alguna feria, que es Ansina y que su mamá lo quiso matar cuando lo vio: “¡Y dónde lo vamos a poner!”, exclamó. Pero allí está, como un brujo que vela por el bienestar del hogar. “Qué sé yo dónde lo compró. Le gustó y lo trajo… Pero nunca nos imaginamos que era de este tamaño”, aclara la cantante.
Por ahora, su álbum se venderá en Argentina y en Uruguay. El título de Afrozen viene de las bromas que suelen hacer con Ibarburu, quien dice que Julieta es “una persona zen”. “Pero también él es medio chino, es muy tranquilo, y a su vez le copa la música negra”, asegura ella. Así que ese invento semántico simboliza la mezcla de varias culturas y estilos musicales como el candombe, el funk y el soul.
—Los de las canciones que me inventaba papá, quien nos hacía bailar y cantar… También nos contaba unos cuentos muy increíbles que él inventaba (sonríe). Y ponía música en el living y todos teníamos que seguirlo a él, que bailaba haciendo coreografías.
—Entonces, como padre, ¿era divertido?
—Siempre fue y será y será…
—Y su madre, aunque no se dedique a la música, ¿de qué manera cree que influyó en su desarrollo artístico desde el tesón y la exigencia?
—Mi madre es la mejor madre del mundo, estuvo muy presente. Lo que le agradeceré siempre es que nos hacía encarar los problemas: si pasaba algo, lo charlábamos en familia y lo resolvíamos. Capaz que con papá y mis hermanos nos guardábamos más las cosas, y mamá nos hacía hablar de todo, lo cual está bueno. Hay mucha comunicación en esta familia, y eso pasa gracias a mamá. Mamá fue exigente pero normal. Está buena su dosis normal de exigencia: nos dijo, por ejemplo, que teníamos que terminar el liceo sin discusiones. Hubo un momento en el que dudé, cuando terminé sexto, y dije: “Me voy a meter en arquitectura”. Pero no me gustaba: me gustaba la música. Entonces, mamá me dijo: “Si te gusta la música, estudiá eso y no te metas en arquitectura”. Y eso es algo que le agradezco.
—Usted ha dicho que quedó muy conforme con el resultado final del disco. ¿Cómo fue el proceso de grabación?
—Fue lindo y tardamos como dos años, pero no porque fuéramos quisquillosos, sino por demoras naturales nomás. Empezamos grabando en Argentina y eso dilataba todo: coordinar el estudio, los pasajes, todo demoraba las cosas. Además, lo fuimos grabando a medida que componíamos las canciones: a veces no teníamos temas y no hacíamos nada. Mamá era la que nos decía: “Llamen, vayan a grabar, hagan esto, lo otro…” (se ríe). Porque Nicolás (Ibarburu) y yo somos re-hippies y no encarábamos nada. Pero mamá y papá estaban siempre muy pendientes. En medio del proceso, papá se terminó de hacer su estudio acá y, como lo teníamos a nuestra disposición, adelantamos pila. Y las horas de grabación fueron muy divertidas, porque Nico Cota y Nico Ibarburu son muy graciosos: yo cantaba algo y ellos no paraban de hacer chistes.
—¿De qué forma enriqueció las canciones que usted compuso haber trabajado con Nico Cota, quien fue percusionista de Luis Alberto Spinetta?
—Nico Cota es un tipo muy musical que escuchó muchísimas cosas. Tiene toda una pared llena de discos originales, algunos de pasta: es un obsesivo. Realmente tiene de todo desde música clásica hasta funk y soul, que a mí también me gusta. Y su cabeza de productor nos enriqueció mucho y nos ordenó. Él sabía muy bien para dónde ir con cada cosa. Sobre todo en esto de que suene todo re-limpio y re-prolijo, porque el disco se suena todo. Y en la mezcla estuvo muy presente: los sonidos, los paneos y todas esas cosas que se ven en la mezcla, él tenía claro cómo quería que sonaran. Los dos Nicos trabajaron así.
—¿Cómo hace para trazar un límite entre la admiración hacia su padre, de cuya obra canta temas como “Flecha verde”, el hecho de ser una gran cantante gracias a su herencia y, sin embargo, haber podido diferenciarse estilísticamente de ese hombre tan influyente para la música popular uruguaya?
—Mi papá es mi máxima influencia musical, pero también es mi papá y me apoya siempre en todo lo que hago. La música que hago es para divertirme. Como dice un personaje de Capusotto: “Hago pop para divertirme” (se ríe). Me costó agarrar una canción de papá para el disco, porque me gustan todas: no sabía cuál elegir y sentía que se las iba a arruinar, que iba a ser una falta de respeto. Pero después dije: “¿En qué estoy pensando?”. Entonces, no pienso demasiado las cosas, porque si no, no hago nada. En un show de papá tocaron “Flecha verde” y salió increíble, entonces la elegí. Me pareció que iba con el disco porque es bien para bailar.
—¿Cómo contribuyó con el álbum Hugo Fattoruso?
—Participó como artista invitado en “Your Star”, que es su canción. Y participó en mi vida como una influencia importante. A Hugo lo admiro muchísimo, cuando lo veo tocar se me caen las lágrimas y soy fan de todos sus grupos. Es un tipo que me emociona porque está muy despegado musicalmente. Lo de “Your Star” se dio solo. Yo con Nico tocaba una canción de Hugo que se llama “Can’t Reach”, de su disco “Homework”. Y Nico le contó a Hugo que estábamos tocando esa y él dijo: “No, tienen que tocar ‘Your Star’”. Después hizo un show en la Zavala Muniz donde nos invitó a cantar con Nico, se copó y dijo: “Hay que grabar esto”.
—¿Y para usted fue un placer que sucediera eso?
—Sí, yo lo amo… Igual es como un tío, qué sé yo. Es loco, pero lo quiero (se ríe). Y sé que es loco porque, sin esa locura, no podría hacer lo que hace.Pero es un loco lindo. No sé qué piensa Hugo en la vida. Es como si estuviera en otro mundo. Pero bueno: por eso es un genio. Te juro que me intriga saber qué piensa. Me mata cómo canta, es tremendo cantante. Y tiene una magia... Él anduvo por todos lados, su música lleva su sello, pero también te das cuenta de que escuchó a los Beatles, música country, blues, candombe, que escuchó todo y hace una mezcla propia. Hugo es muy increíble. Y te llega. “Your Star” parece una balada de jazz, pero es de Hugo.
—En los 90, Hugo y Rubén se juntaron en dúo para cantar en El Ciudadano temas propios y de otros artistas como Ray Charles. Y comparten, además, una vieja tradición de compañerismo artístico, cuyo mejor ejemplo está en los discos de Opa. ¿Es verdad que hoy en día están distanciados y que solo mantienen una relación civilizada que no les permite seguir juntándose?
—No, nada que ver. Hugo y papá se aman. También son los dos locos. Por momentos se distancian, pero no es que estén peleados. Ahora papá terminó de grabar un disco en el que tocó Hugo. Y de una misma canción, “Pajaritos”, hay toda una versión que hizo Hugo. Ellos se aman. No sé cómo explicarlo: están en su mundo, están en otro mundo los dos. Pero se aman: amor total. No hay pelea ahí.
—Volviendo a su obra, los temas de sus canciones son muy introspectivos y hablan de sus emociones. ¿Qué condiciones necesita para componer?
—“La calma eterna” me lleva a escribir (se ríe). Con Nico, cuando estamos bien colocados es porque no tenemos nada que hacer ni que nos ate y no estamos pensando en nada. Si pensás “vamos a hacer algo así, de este estilo”, a veces sale y a veces no. Pero cuando no estás atada a nada, te salen las cosas más lindas. Sobre todo, yo busco tranquilidad y no tener ningún compromiso.
—¿Es una buena combinación estar en pareja con alguien a quien también le apasiona la música?
—Sí, yo estoy re-feliz. Al menos Nicolás y yo nos llevamos re-bien, somos los dos muy tranquilos, nunca nos peleamos y somos re-pegotes. La música es lo que nos gusta y fue un poco a través de ella que nos conocimos. Y la música nos va a mantener unidos para siempre.