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    “El libro se mete en tu vida, es algo casi erótico”

    Eduardo Sacheri, Premio Alfaguara de Novela 2016

    En octubre de 2015, el escritor Eduardo Sacheri (Buenos Aires, 1967) estuvo en Montevideo para dar una charla en la edición local del festival literario Filba, sobre las relaciones entre cine y literatura. El autor de Cuentos de fútbol y otros relatos (2004), Papeles en el viento (2011) y La pregunta de sus ojos (2005), llevada al cine por Juan José Campanella como El secreto de sus ojos, conversó en aquella oportunidad con Búsqueda sobre algunas de sus pasiones: libros, cine, fútbol, historia y política. El martes 5, Sacheri volvió a ser noticia cuando le otorgaron el Premio Alfaguara de Novela 2016 por su obra La noche de la usina. Ambientada en un pueblo de la provincia de Buenos Aires, la historia se remonta a la crisis económica argentina que provocó el corralito bancario en 2001. Los personajes, un grupo de hombres perdedores, se ven perjudicados no solo por los problemas financieros, sino también por una estafa. Entonces organizan una venganza colectiva para destruir al ladrón. En su fallo, el jurado señaló que La noche de la usina es “una novela coral, ágil y emotiva, con muchos ingredientes de lo mejor del thriller y el western. Pampa y política, tiempos muertos de vida cotidiana y diálogos muy vivos, con un trasfondo crítico lleno de suspense en el que la rabia fecunda es compatible con el humor más fresco”.

    El siguiente es un resumen de la entrevista que el autor mantuvo con Búsqueda en su última visita a Montevideo.

    —¿Le cambió mucho la vida el Oscar que recibió El secreto de sus ojos en 2010?

    —Sí. La película significó algo muy masivo en la Argentina, y ganar el Oscar multiplicó eso mundialmente. Mis libros empezaron a viajar y a traducirse. Ahora mismo con la remake —Secretos de una obsesión, de Billy Ray, con Chiwetel Ejiofor, Julia Roberts y Nicole Kidman— se renueva el interés en mis libros. Se enteran de que está basada en la novela de un argentino y dicen, bueno, a ver…

    —¿Estuvo involucrado con esa remake?

    —No. Con Campanella pensamos que era mejor soltarla porque ya es muy complicado que lo puedan hacer bien. Es muy difícil que puedan adaptar la historia de la Argentina de los años 70. Cuando fuimos a los Oscar me di cuenta de que habían entendido la película y captado su esencia. Igualmente, una cosa es entenderla y otra reproducir la historia en ese contexto. Sé que hicieron algunos cambios, sé que hay dos actrices protagonistas y un actor. Hay un cambio ahí, y en realidad el personaje de Roberts reúne dos roles: el de Francella, amigo del investigador principal, y el de la madre de la víctima. A fin de cuentas, lo importante es que les haya salido una buena película.

    —¿Hicieron una versión libre?

    —Bueno, más o menos libre. Como en el teatro, el texto se adapta al tiempo y al espacio. Hay ciertas cosas, un estadio de béisbol, y sospecho que el desenlace debe ser el mismo, la situación de crimen, de impunidad y de castigo personalizado.

    —¿Qué siente el autor cuando se licencia una de sus obras? ¿Querría estar ahí en el rodaje?

    —Sí, de hecho, el guion de la película lo escribimos juntos con Campanella. Para el autor original, escribir un guion es un desafío complejo y un sacrificio fuerte. Por regla general todos los cambios los vas a sufrir, no los vas a disfrutar, a lo mejor te parecerán aceptables o interesantes, pero por algo el libro lo hiciste como lo hiciste.

    —El libro está para ser leído. El escenario está en la cabeza del lector. Pero en un guion hay que escribir imágenes. ¿Le costó esa transición?

    —El cambio más fuerte es que el guion es un trabajo en conjunto. Uno termina un libro y listo. Es tuyo, sos vos solo. El libro se mete en tu vida, es algo casi erótico. Pasás muchas horas, días, semanas con él. Querés volver a casa a reencontrarte con él. El guion puede ser tuyo pero también puede ser en parte del director o del productor. Yo no me opuse, no me encapriché, pero dije: “Discutamos, discutamos, discutamos; negociemos, negociemos, negociemos”. Campanella es un tipo con el que se puede dialogar, te escucha. Algunas las ganás, otras las perdés, y en ese juego salen cosas interesantes. O te quedás con la sensación de que de tanto discutir, quedó algo que valió la pena. No con cualquier director te pasa eso. Hay algunos más refractarios, más rígidos. Hay alguna escena que en el libro puse más en segundo plano y en la película pasa al primero.

    —¿Puede pasar que lo que escribió no se vea tal cual en la película?

    —Sí, puede pasar, están en su derecho. Pero hay que ser leal y decirlo, porque muchas veces hay un aprovechamiento, se dice “basado en tal novela”. Pero si no te vas a basar, sino solo a inspirar, ¡decilo!, ¡aclaralo! Decí que se te disparó para otro lado y listo, para que quien la vea sepa que a lo mejor hay una tremenda distancia entre lo que leyó y lo que va a ver. Y es totalmente legítimo. Lo que no es legítimo es dejar a pie al lector, que supone que va a haber un respeto fiel de ciertas cosas básicas de ese libro. Tanto en El secreto de sus ojos como en Papeles en el viento, pude trabajar en el guion con el director. En ambas siento que esas cosas esenciales se respetaron. Te puede gustar más o menos, pero hay un respeto por esa esencia.

    —En una entrevista dijo que le gusta crear personajes ordinarios con vidas extraordinarias…

    —¿Eso dije? No sé si lo dije… cualquiera de nosotros somos personajes ordinarios, pero nos pueden suceder cosas extraordinarias, y eso no nos convierte en extraordinarios. Creo que hay momentos extraordinarios.

    —¿Qué atractivo le ve a la derrota para contar una historia?

    —Creo que somos básicamente puro deseo, y eso es casi decir que somos pura derrota, porque la derrota es puro deseo, es la constatación del fracaso y el deseo imperioso de estar en un sitio distinto al que estamos en este momento.

    —¿La victoria es el fin del deseo?

    —Sí, y es un lugar incómodo y poco profundo. Vos contás hasta que las cosas están bien y ahí se termina la historia. Así funciona la vida, así funciona nuestra cabeza.

    —En el deporte las derrotas son públicas y salen en los diarios. ¿En la literatura?

    —No tanto, pero duelen mucho. Es parte de la gran soledad del laburo del escritor. Yo soy muy cuidadoso y muy débil. Para ir metiéndome en un libro, para plasmar una idea, pasan meses o años. Nunca me mando detrás de un impulso inicial. Prefiero naufragar antes de tirar una línea.

    —¿Qué le pide a una idea para que crezca?

    —Soy muy clásico. En mi cabeza tiene que haber una historia que pueda ser contada. Me gustan los libros donde suceden cosas. Me gusta que haya una trama, me gusta un cuento que te pueda contar, y eso lleva tiempo. Podría escribir un libro con pensamientos, emociones, sensaciones. Los respeto… pero no los disfruto, no me involucro. Estoy siempre como un testigo de esa plataforma discursiva, de esa experiencia que le pasó a otro. Pero no entro, me quedo afuera. Cuando me gusta una historia que le pasó a otro, me la apropio.

    —¿Cómo y cuándo toma la decisión de si una idea rumbea hacia un cuento o hacia una novela?

    —En la etapa inicial evalúo la cantidad de personajes, el tiempo que transcurre, la cantidad de conflictos y soluciones. Si las cifras son escasas, lo más probable es que se resuelva mejor en un cuento que en una novela. Y viceversa.

    —¿Qué autor de cuentos de fútbol le voló la cabeza?

    —Me pasó algo raro con eso. Yo no era gran lector de cuentos de fútbol; era muy lector de cuentos. Cortázar, Borges, Quiroga, Benedetti­. Era un lector muy hispanoamericano. Por supuesto que los dos más grandes de la literatura futbolera de ficción son (Roberto) Fontanarrosa y (Osvaldo) Soriano. Pero fijate que yo no conocía los libros de ellos. Me cautivó el formato, el género, pero descubrí tarde el cuento de fútbol.

    —En La vida que pensamos hay mucho de sus propios recuerdos del fútbol…

    —Hay algunos, sí. Empecé a escribir ficción como un modo de saldar cosas, y una de esas cosas que necesité saldar fue la muerte de mi viejo, una gran herida de mi niñez. Y la literatura me ayudó.

    —Parece un tipo muy racional, equilibrado, y sin embargo trabaja con la esencia del hincha, uno de los sentimientos más irracionales. ¿Cómo percibe todo lo que está pasando en esta parte del mundo con el hincha de fútbol?

    —Aquí, en esta esquina del planeta, el fútbol es como una religión. Es una devoción casi religiosa la que se siente. Y también es un lugar donde se puede dejar aflorar lo primitivo.

    —Usted no se iría a las manos por un partido, ¿pero qué siente cuando eso sucede?

    —Siento que somos un bicho pasional y racional, pero quiero primero lo racional. Me deprime esa esencia humana primitiva que aparece en algunos espacios del fútbol.

    —¿Cómo ve a la selección argentina que cada vez tiene mejor equipo y no logra ganar las finales?

    —Y… el fútbol es así. Si Higuaín embocaba aquella que tuvo en el Maracaná, o si Palacio metía la que tenía que meter, éramos campeones del mundo. Pero la metió Gotze.

    —¿Cómo ve a Messi?

    —Me parece muy injusto lo que le pasa. Lo aprecio mucho al pibe, me dan ganas de decirle: “Mirá, Flaco, no tenés la culpa de venir después de Maradona. Los argentinos no somos capaces de cerrar el duelo con Maradona y lo garpa Messi. Nos llevó a una final del mundo. Lo quiero seguir disfrutando, no sé si vamos a tener otro como él antes de que yo me muera.

    —¿Qué opina de lo que sucedió con Suárez en el Mundial de Brasil?

    —Le cayeron porque es Uruguay. Si es Neymar, no pasa nada. Si es un inglés o un alemán, no pasa nada.

    —Otra de las actividades que lo apasionan es la historia, y específicamente la docencia de Historia. ¿Cuál es su visión del proceso reciente de Argentina?

    —Creo que en la década de los 90 en Argentina hubo como un adormecimiento de las ideologías, una cosa muy cínica, muy individualista, muy sálvense quien pueda, que nos hizo daño. No estuvo nada bueno. Y me parece que la larga década kirchnerista, si bien implicó una recuperación de la ideología y ciertos proyectos colectivos valiosos, también involucró un embanderamiento sobreactuado. No soy kirchnerista pero tampoco soy antikirchnerista. O sea, no los voté ni los voy a votar. Si bien rescato algunas cosas, hay muchas otras que no me gustan nada.

    —¿Y en la perspectiva histórica?

    —Los argentinos tenemos cierta tendencia facciosa muy marcada, extremadamente marcada a dividir. Y una actitud muy soberbia. Somos vistos como soberbios y agrandados. En los últimos años esa soberbia necesitaba una traducción política: si vos sos intransigente y estás convencido de que tenés la verdad, ahí esta la soberbia. Es muy difícil, digamos si sos un poquito escéptico con respecto a tus ideas, sos un poco más tolerante. Mirá, yo creo esto, pero no estoy seguro… yo qué sé.

    —¿En qué proyecto literario está trabajando?

    —En una novela nueva, en ese proceso de estar escribiendo ideas, por lo cual tarde o temprano va a salir. Y estamos pensando con Campanella en una película nueva, pero no sobre una novela mía, sino en crear algo original, ver por dónde vamos, qué contamos. Así vamos, de a poquito.

    —¿Puede adelantar algo?

    —Por el lado policial; ni futbolera, ni victimista. Pero la historia está recontrabierta, estamos muy haraganes con Campanella. Nos juntamos, tomamos un café y hablamos boludeces (ríe).

    —Y de algunas de esas charlas saldrá algo…

    —Y… va a tener que salir.

    Vida Cultural
    2016-04-07T00:00:00