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    “El miedo es el peor enemigo de la música”

    Con el violinista Amiram Ganz

    Es un hombre afable pero de pocas palabras. Esta expresión, que habitualmente se usa para designar a personas poco simpáticas, no tiene ese significado en el caso de Amiram Ganz. Habla lo justo, y siempre con una sonrisa dibujada en su rostro. Nació en 1952 en Montevideo. Sus padres no eran músicos, pero eran amantes de la música clásica. Abonados consuetudinarios al ciclo de conciertos de la Ossodre, a él lo llevaron al Estudio Auditorio (hoy Auditorio Nacional Adela Reta) por primera vez cuando tenía tres años. Su padre hacía corretajes y su madre llegó a ser gerenta de una compañía que se llamaba Manufactura Nacional de Yesos. Durante 11 años fue único hijo, luego nació su hermano y por último su hermana. Sus dos hermanos y su padre, que aún vive, están todos en el país. Hizo primaria en la Escuela Felipe Sanguinetti y secundaria en el Liceo Nº 14. Luego estudio en el Conservatorio Nacional de Música. A los seis años empezó con el violín. Sus padres lo apoyaron de entrada. En Uruguay su primer maestro fue Israel Chorberg, luego Ylia Fidlon y más tarde Jorge Risi. Luego se fue a Italia donde trabajó con Alberto Lisy y finalmente en 1973 fue becado a Moscú donde estudió con Viktor Pikaizen que era el continuador de David Oistrakh. Durante 22 años fue concertino en la Orquesta Sinfónica de Estrasburgo. Actualmente reside en Viena, donde en 1994 formó el Trío Altenberg y además dicta clases en la Universidad de Música. Vive entre Viena y Venecia porque está casado en segundas nupcias con una veneciana. Su primera mujer fue rusa. Con ella tuvo tres hijos, de los cuales el primero falleció y los otros dos son músicos: el varón es violonchelista y la mujer es mezzosoprano. Tiene un violín Goffredo Cappa construido en Saluzzo en 1686. Es el día más caluroso del mes de febrero y ambos hemos acordado que el lugar más fresco dentro del Auditorio Adela Reta es el escenario mismo. Acaba de terminar un ensayo así que nos ubicamos entre los atriles vacíos, de perfil a un público que no existe. Lo que sigue es un resumen de la entrevista que Ganz mantuvo con Búsqueda.

    —Su violín tiene más de 300 años, ¿cuánto vale?

    —Digamos que menos que un Stradivarius (risas). No quiero decir su precio porque además no es mío, yo lo alquilo.

    —¿Esto es una práctica habitual?

    —Sí, por supuesto. Los mecenas, que son los dueños de los instrumentos, permanecen en el anonimato. A veces son personas, a veces empresas o fundaciones. Yo pago un alquiler anual.

    —O sea que nos quedamos sin saber el precio.

    —(risas) Mire, un Stradivarius en remate se paga entre 10 y 17 millones de euros. O sea que como puede imaginarse, de no existir estos mecenas, son muy pocos los que podrían acceder a estas joyas.

    —¿Como artista practica una rutina diaria?

    —Tengo un ritual diario que le llamo el cepillado de dientes violinístico (risas) y que consiste en 20 minutos de escalas, 20 de Paganini u otro virtuoso y 20 de Bach.

    —¿Y después?

    —Después empiezo a vivir (risas).

    —¿Cuántos idiomas habla?

    —Seis: italiano, inglés, francés, ruso, alemán y castellano.

    —El dominio del ruso seguro es por los años de beca en Moscú.

    —Sí, estuve seis años en Rusia. No solo estudiando música, sino que estudié en ruso las materias que ellos llamaban “sociales”, a las que le daban más importancia que a la música. En primer año, “Historia del Partido Comunista en la Unión Soviética”; en segundo “Materialismo histórico y Materialismo dialéctico”; en tercero “Estética del marxismo-leninismo”; en cuarto “Economía política del capitalismo y Economía política del socialismo”, y en quinto año el “Comunismo científico”. Para Marx estaba demostrado que el futuro de la humanidad era el comunismo, por lo que era necesario estudiarlo como una ciencia. Así que con este traqueteo hubo una época que el ruso lo hablaba mejor que el castellano. (risas)

    —¿La disciplina del violín a una edad tan temprana le empañó su infancia?

    —Creo que no, por lo menos no tengo ese recuerdo. Es posible que haya jugado al fútbol menos que otros niños, pero eso es también porque no era muy bueno y entonces no me reclamaban para el equipo. (risas)

    —¿Qué compositor le levanta más el espíritu?

    —Todos los grandes, que por eso lo son.

    —¿Prefiere hacer música en vivo o en estudios de grabación?

    —Toda la vida prefiero el contacto directo con el público.

    —¿Y qué opina del avance tecnológico que permite escuchar música sin necesidad de comprar un disco?

    —Sin duda liquidó la industria discográfica. Pero aparte de eso, como todo avance tecnológico no es bueno ni malo en sí, se lo puede usar para el progreso de la ciencia o de las artes o para hacer propaganda yihadista.(risas)

    —¿Grandes violinistas del pasado?

    Son muchos, bien diferentes y cada uno tiene lo suyo. Por nombrar algunos: Jascha Heifetz, David Oistrakh, Isaac Stern, Zino Francescatti.

    —¿Hay alguna obra que usted considera imprescindible?

    —Antes podría afirmar que sí porque los repertorios eran más acotados, pero los violinistas de hoy tienen repertorios mucho más vastos que los del pasado. Todos dominan muchas obras. Entonces para edificar una carrera de solista hoy el violinista tiene que dominar una mezcla de obras clásicas con obras contemporáneas o también con obras olvidadas o poco frecuentadas.

    —¿A qué atribuye usted la aparición de tantos jóvenes violinistas?

    —Sin duda a los avances que ha hecho la ciencia de la docencia en la enseñanza de este diabólico instrumento.

    —¿Es realmente diabólico?

    —Sin duda. Primero, porque la postura del brazo y de la mano izquierda es totalmente antinatural. Segundo, porque a quince centímetros del oído se puede producir un sonido de cien decibeles. Un agudo fuerte puede romper un tímpano. Por último, porque en apenas quince centímetros los dedos de la mano izquierda deben “fabricar” cientos de notas diferentes, a veces con diferencias de cuartos de tono.

    —¿Y la mano derecha con el arco?

    —Bueno, el artista es en realidad el arco. Simplificando, la mano izquierda es el artesano y la derecha el artista. Dejando a salvo el vibrato, que lo produce la mano izquierda. Aunque en el barroco existe el vibrato de arco también.

    —¿Qué directores de orquesta lo han impresionado?

    —Gennadi Rozhdéstvensky, Semion Bychkov, Ferdinand Leitner, Witold Rowicki, Zubin Mehta, Carlo Muti, Daniel Barenboim, Maris Janssons, Claudio Abbado, Bernard Haitink, Kurt Sanderling. De este último recuerdo una frase en el ensayo de la Cuarta Sinfonía de Bruckner en Estrasburgo durante un pasaje endiablado para los segundos violines: interrumpió el ensayo y les dijo: “Señoras y señores, no tengan miedo; el miedo es el peor enemigo de la música”. Gran verdad, el miedo bloquea.

    —Después de los ensayos, en la noche del estreno, ¿queda algún lugar para la improvisación?

    —Sí, si no, sería la muerte (risas). La vida requiere la variación, la espontaneidad.

    —¿Para el director y para los músicos de la orquesta también?

    —Sí, por supuesto. Hoy las grandes orquestas están integradas por excelentes músicos, todos ellos capaces de hacer una carrera solista. Hay una enorme competencia para ser el último atril de una gran orquesta. Por tanto, todos están capacitados para establecer con el director y con el solista esa corriente de feedback permanente con una espontaneidad diferente cada vez.

    —¿Viaja mucho?

    —Todas las semanas entre Viena y Venecia. Lo hago en auto porque el tren es muy lento y el avión no me gusta. Ese momento de soledad en el auto me gusta para estar conmigo mismo mientras escucho las radios de música clásica que tanto en Austria como en Italia son de gran calidad. O a veces también aprovecho un rato de silencio.

    —¿En otras ciudades visita más los museos o los restoranes?

    —Si estoy de paseo voy a los dos, pero si estoy por dar un concierto me salteo los museos porque estar parado me cansa mucho y tengo que llegar bien al concierto.

    —¿Le gusta la pintura?

    —Sí, claro. Conozco muy poco el arte oriental, pero los grandes maestros de la tradición europea occidental me gustan todos.

    —¿Qué está leyendo?

    —Un libro de Joel Lester, musicólogo y violinista norteamericano, sobre las Sonatas y Partitas de Bach para violín, que vienen a ser como nuestra Biblia.

    —¿Alguna preferencia en cine o televisión?

    —De cine lamentablemente no puedo hablar porque he visto muy poco. Televisión no miro, salvo para algún DVD de música o para ver algunas joyas musicales de YouTube.

    —¿Por ejemplo?

    Las sinfonías de Mahler que Abbado hizo con la Orquesta de Lucerna, o a Carlos Kleiber haciendo El caballero de la Rosa o la Tercera Sinfonía de Schubert. Pensar que Carlos Kleiber hizo la escuela primaria aquí en Montevideo…

    —Una lástima que con ese talento tuviera un repertorio tan acotado.

    —Porque era un obsesivo de la perfección. Una vez le propusieron dirigir no recuerdo qué ópera de Wagner y dijo: “¿Para qué? Si ya tienen la versión de Fürtwangler”, que él consideraba perfecta e insuperable.

    —¿Extraña el Uruguay?

    —No, porque vengo todos los años. El último año ya estuve tres veces.

    —¿Qué le gustaría tocar aquí en una próxima visita?

    —Me gustaría hacer el concierto de Benjamin Britten, o alguno de los de Karol Szymanowski o el de William Walton.