¿El nuevo orden mundial?

¿El nuevo orden mundial?

La columna de Mercedes Rosende

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Nº 2154 - 23 al 29 de Diciembre de 2021

Hoy me acordé de un capítulo de la serie Black Mirror, San Junípero, una historia de atracción, de amor y sexo entre dos mujeres jóvenes ambientada en un paraíso californiano de los 80 que, a medida que se desarrolla la trama, se devela como un entorno de realidad virtual habitado por ancianos y enfermos terminales. El episodio me resultó de los más impresionantes de la serie, aunque no sabía que pronto íbamos a tener anuncios sobre la materialización de un mundo parecido.

El metaverso (por meta y universo) es el nuevo mundo de realidad virtual y aumentada, un nuevo cosmos inmersivo que reemplazará a la Internet que conocemos y en el que ya están invirtiendo millones muchas empresas. Mark Zuckerberg viene pisando fuerte en esa competencia, y viene para quedarse con todo nuestro tiempo: quiere que allí trabajemos, que nos divirtamos y, sobre todo, quiere que allí consumamos. En su plataforma podremos diseñar nuestro avatar digital y, a través de sus ojos y del tacto, experimentar una realidad digital tan activa y atractiva como la física. No es difícil suponer que en poco tiempo podremos tomar clases, consultar con el médico, ir al cine o a bailar, hacer la compra del supermercado, viajar o enamorarnos, todo sin salir de Meta, como se llama ahora Facebook. “El metaverso es una visión que abarca muchas empresas, que abarca toda la industria”, aseguró el propietario.

Hay que destacar que la masa de usuarios de Facebook (unos 2.900 millones) es tan grande y los datos que le proporcionamos son tan diversos y segmentados que los anunciantes fluyen en masa a comprar publicidad. Es así que la empresa ganó 9.200 millones solo en el tercer semestre de este año. Y absorbió compañías como Instagram y WhatsApp, empresas clave para apuntalar el nuevo proyecto.

Aseguran que Meta tendrá una tecnología capaz de dar al entorno virtual la verosimilitud suficiente para que nos sintamos a gusto en el mundo paralelo. Zuckerberg anunció progresos en sus lentes de realidad virtual, dice que ya son capaces de leer las expresiones faciales del que los lleva y de hacer que se plasmen en nuestro avatar. En el momento en que el usuario se calce los lentes por primera vez, entrará en el espacio de partida: su casa u Horizon Home. Podrá entonces empezar a interactuar con sus contactos. La conversación de un grupo de WhatsApp, por ejemplo, se podrá hacer en el sofá de ese hogar virtual y con los avatares de los miembros del grupo sentados o desplazándose por la sala. El siguiente nivel, Horizon World, constará de espacios que serán desarrollados por empresas que participen (léase: inviertan) en el proyecto: una sala de conciertos o un museo, un parque o un centro educativo. También habrá sitios donde comprar mobiliario, ropa, accesorios para ese mundo virtual (Horizon Marketplace) y una plataforma para llevar a la práctica el trabajo (Horizon Workrooms). Microsoft ya anunció sus intenciones de liderar el metaverso empresarial; también están interesadas Sony, Google y Apple, cómo no, y hasta la china Alibaba.

Pero nada detiene a Zuckerberg, que tiene la intención de integrar el mundo real con el virtual hasta sus últimas consecuencias, de combinar elementos como el holograma de la persona con la que estamos hablando con el entorno material que estamos viendo. Las posibilidades, dice su creador, son casi infinitas. “Puede que la transformación que estamos poniendo en marcha tenga más repercusión en nuestras vidas y en la economía de la que ha tenido el teléfono inteligente en los últimos 10 años”, según Laurent Solly, vicepresidente de Meta para Europa del Sur.

El cambio avanza, aunque depende de variables cuya evolución sería imposible predecir y mucho menos plasmar en fechas: anchos de banda capaces de soportar una enorme cantidad de videos en streaming, avance de tecnologías clave, desde guantes a lentes, seguridad para las transacciones económicas, interoperatividad entre las múltiples plataformas, que permita a los avatares circular de unas a otras.

Y habrá que estar muy atentos a los peligros que podrían surgir si se llega a combinar lo real o cotidiano con la virtualidad, porque serán universos a los que tendríamos que entregar (¿más?) nuestra identidad, trabajo, relaciones, dinero, y estaríamos generando un poder difícil de prever o hasta de imaginar. Por lo pronto sabemos que Meta podrá vigilar, espiar, desinformar, en fin, nada que Mark no haya hecho antes. E incluso podemos sospechar que el metaverso podría contener nuevas particularidades que nos harían (¿más?) vulnerables.

Puestos a imaginar, podríamos pensar que la no territorialidad de este nuevo poder u orden mundial volviera irrelevantes las fronteras del mundo real, o podrían surgir comunidades y economías virtuales que trascendieran esas fronteras. El gobierno de Barbados, por ejemplo, ya ha suscrito un acuerdo para comprar tierra digital y construir la primera embajada virtual legal de la historia. Un optimista podría soñar con un mundo en que las naciones menos poderosas jugarían de igual a igual con las potencias, con una mayor participación en el tablero de las relaciones internacionales. No parece muy probable que eso ocurra. Lo que sí habría que prever es el incremento de la inseguridad jurídica, de la indefensión y de la desigualdad que ya existe entre los usuarios y las empresas propietarias.

Teniendo en cuenta que un tercio de nuestra vida transcurre ahora en “territorio” digital, ciudadanos y gobernantes deberíamos empezar a pensar en los futuros problemas de la soberanía, o quizá sea más exacto decir de la cibersoberanía. Sería prudente rebajar la euforia y reflexionar sobre las posibles condiciones de uso que estas plataformas podrían imponernos, sobre las nuevas relaciones que se establecerían entre las empresas y los ciudadanos, entre las empresas y los Estados, y hasta de los Estados entre sí. Y, finalmente, no deberíamos perder de vista que el éxito de esta nueva forma de interacción dependerá de la tecnología y de todos sus avances, nadie lo niega, pero ante todo va a depender de las complejas y siempre sorprendentes reacciones de la inteligencia humana.