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    “En Rusia, Natalia Oreiro es un fenómeno más popular que el presidente”

    Son pocos los artistas que logran que un museo histórico cierre exclusivamente para ellos. La cantante estadounidense Beyoncé y su esposo, el rapero Jay-Z, lo experimentaron con el Louvre, donde filmaron un videoclip bajo la mirada de La Gioconda.

    Natalia Oreiro vivió algo similar. En su caso fue el Museo del Hermitage, en San Petersburgo, que cerró sus puertas para proveer un momento de soledad deseada y poco frecuente durante sus visitas al país transcontinental. Oreiro recorrió la histórica institución, donde residen retratos de la dinastía Romanov y tantas obras maestras, junto a su hijo Merlín Atahualpa Mollo.

    Parte de este paseo puede verse fugazmente en Nasha Natasha, el documental que encapsula la fascinación desde Rusia por la cantante y actriz uruguaya y que tendrá un estreno en Netflix el próximo jueves 6 de agosto. En la dirección está el artista Martín Sastre, quien continúa su colaboración con Oreiro luego de dirigirla como protagonista en la comedia musical Miss Tacuarembó. Nasha Natasha es un picadillo pop sobre la vida y carrera de Oreiro, con su gira musical en Rusia en 2014 como principal motor narrativo. Parte documental musical y parte homenaje biográfico, retrata el alcance popular de Oreiro en Rusia, donde se convirtió en un ícono femenino gracias a la exportación argentina de producciones como la telenovela Muñeca Brava. Sobre el documental, su elaboración y su relación con la artista, Sastre conversó con Búsqueda.

    —Diez años después de su estreno, ¿qué sentís al respecto de Miss Tacuarembó?

    Fue mi primer largometraje. Una película gigante a muchos niveles. Me llevó mucho tiempo hacerla. Venía del campo del arte y siempre trabajé con mucha libertad con los íconos de la cultura pop de mi infancia, que estaban presentes en la novela de Daniel (Umpi). De alguna forma, creo que la película hizo de rompehielo generacional. Siento que sigue viva y creciendo. También fue el comienzo de mi amistad con Natalia. Empezar a trabajar juntos y darnos cuenta de que nos divertimos haciéndolo.

    —¿Cómo se transforma tu relación con Natalia Oreiro luego de la película?

    —Nos conocimos en el cumpleaños que le hicimos como performance en el Centro Cultural Recoleta en Buenos Aires con Movimiento Sexy (colectivo que Sastre integró junto con Dani Umpi, Paula Delgado y otros plásticos). Un arranque muy espectacular. Al pertenecer a una cultura que no hace memorias de esos eventos, quedó como una anécdota, una leyenda urbana. Si fuese un movimiento de artistas jóvenes de Brooklyn que le organizaba el cumpleaños a Britney Spears en el MoMa, quedarían ríos de tinta. Es muy importante para mí porque a partir de ese evento hicimos Miss Tacuarembó. Yo no fui a la universidad para ser artista. Lo que fui haciendo, lo fui mostrando. A Natalia le pasó lo mismo, en otro campo. Con el tiempo, siempre estuvimos en contacto. Es un proceso orgánico donde terminamos algo y ya estamos pensando qué vamos a hacer en la próxima.

    —¿Cuándo surge la idea de documentar su gira de conciertos en Rusia?

    —Todo empieza con una matrioska. En los preparativos de Miss Tacuarembó, yo llegaba a la casa de Natalia en Buenos Aires y me llamó la atención ver a una chica de Rusia con una matrioska con la cara de Natalia. Me dijo: “Por favor, dásela. Hace días que estamos acá y no la vemos”. Ella y otros chicos habían viajado desde Rusia hasta Buenos Aires para verla. Ahí pensé: “Acá hay algo raro”. Natalia no quería hacer la película. Creo que a nadie le gustaría hacer un documental sobre su vida, es una cosa completamente absurda. Pero tuvo que naturalizar ese fenómeno. Ella en Rusia es un ícono cultural más popular que el presidente.

    Natalia Oreiro

    —Sobre el comienzo de Nasha Natasha se ve cierta “beatlemanía” que Natalia genera en sus fanáticos al encontrarse con ellos fuera del escenario. ¿Hay cierto frenesí y miedo en un contacto tan directo entre el público y una figura?

    —En la película una persona dice que allá Natalia no tiene fans: son seguidores. La cultura del fan es muy occidental. Ellos son Rusia. A Rusia no la podés entender con la cabeza, la tenés que aceptar con el corazón. Esa cultura de la celebridad con Natalia sí tiene algo de beatlemanía. Es uruguaya y es como la beatlemanía. La diferencia es que allá el público es muy respetuoso y Natalia sabe conducirlo. Le dedica tiempo y entonces la gente no se desespera por estar con ella o por tocarla. La película te muestra cómo ellos fueron adaptando la cultura de Nati y cómo Nati adaptó la cultura de ellos.

    —Algo que me sorprendió del documental es que las intervenciones directas de Natalia son pocas y centradas en la soledad y la problemática que le significa, como madre, emprender este tipo de giras. ¿Cómo trabajaste el ingreso hacia esa intimidad sin que se sienta impostado?

    —La respuesta tiene que ver con mi personalidad. Yo normalizo la parte de ella más actoral. No tengo el prejuicio de la celebridad, si bien me gusta jugar con todo eso. Cuando empezamos la gira, nos dividimos tareas y yo siempre estaba con ella. Tenía más pudor que ella porque Natalia está acostumbrada a la cámara. Hasta que le dije que iba a dejarla prendida todo el tiempo. De a poco, esos momentos íntimos empezaron a aparecer y cuando estuvimos editando elegimos los momentos en los que la cámara ya no existía.

    —Al ser amigo de la persona que estás retratando, ¿no es complejo poner los límites de esa relación?

    —Yo vivo en los proyectos. No es una profesión, es una forma de vida. Me involucro desde un lugar totalmente emocional. Alguien me preguntó cómo me había dado cuenta de que esto era una película. Yo dije: “Mirá, yo no soy director de cine”. En este caso soy un artista que trabaja haciendo películas, entre otras obras audiovisuales.

    —En los créditos del documental agradecés a tus abuelos por haberte enseñado a “amar Rusia y su cultura”. ¿Cuál es ese vínculo?

    —Mi abuelo era ruso. Medía dos metros, tenía una barba blanca larga, ojos celestes medio blancos. Me iba a buscar a la escuela vestido de tapado de nutria y con gorro de cosaco. Mis amigos lo veían y salían corriendo. Para mí era mi abuelito Víctor. Mi abuela siempre fue muy rusófila. Le gustaba la historia y el arte. Murió en el año que nos íbamos a la gira, en 2014, justo un poco antes.

    —¿Qué significa para vos estrenar esta película en 2020? Pasaron varios años desde la filmación y hasta hubo un estreno previo en el Festival de Cine Internacional en Moscú en 2016.

    —El visionado de todo el material que capturamos allá llevó cerca de siete meses. Lo que se estrenó fue un work in progress. Hubo muchas opciones de estrenos en el camino que se fueron cayendo por distintos motivos. Ni Natalia ni yo sentíamos que era el momento adecuado. La experiencia de Miss Tacuarembó, que fue estrenada como una película infantil en vacaciones de julio, me dejó reticente a un estreno rápido y que el aspecto comercial te quisiera devorar. En este momento a mucha gente le va a servir. Estamos todos encerrados y propone un viaje. Es una película que ayudará a lo que estamos viviendo.

    —Decidiste quedarte en Uruguay durante la pandemia. ¿Cómo vivís el reclamo actual de una reapertura inmediata de los espacios culturales?

    —Que un teatro esté cerrado me parece cruel. Directamente, no me parece bien. El teatro va a existir siempre. Es una de las primeras expresiones artísticas del ser humano. Pero es algo que se tiene que resolver. Por otro lado, es un nuevo desafío para buscar otras formas de acceso al arte mediante la tecnología.

    —Este año, con la pandemia, se detectó cierto resentimiento de las celebridades para acceder a una intimidad doméstica muy favorable económicamente, sobre todo en Estados Unidos. ¿Creés que peligra la cultura de las celebridades?

    —Yo me crie con esa cultura. Acá en Uruguay, en los 80, que fue una época horrible y muy negra, la cultura pop era una especie de salvoconducto. La “era Reagan” nos marcó a todos. Cuando murió Reagan, Margaret Thatcher dijo: “Ganó la Guerra Fría sin tirar una sola bala”. Y es verdad. La ganó con los VHS, video clubes y MTV. Nosotros consumimos eso. La cultura estadounidense era la cultura buena. Andy Warhol, el principal artista que trabajó el concepto de celebridad, dijo que todos seríamos famosos durante 15 minutos. Ahora todos vamos a ser anónimos durante 15 minutos, porque el mundo sabe todo de nosotros. Se sabe qué compramos en Internet, quiénes son nuestros amigos y cuáles son nuestras preferencias sexuales. La ciencia ficción hablaba del hombre mitad hombre y máquina, y ya lo somos. Todos tenemos una cámara, nos relacionamos a través de Zoom y el audiovisual. Hay una parte de todo ese fenómeno que es muy berreta y el consumo y la sobreexplotación de la imagen se van a caer, sin lugar a dudas.