—Cuando un artista tiene prestigio y una carrera larga y exitosa, compone canciones con seguridad. En ese sentido, ¿cómo fue para usted escribir “Intro”, teniendo en cuenta que nunca había publicado un libro de poesía? ¿Sintió inseguridad o le faltó confianza?
—Bueno, no crea usted que no siento eso también a la hora de hacer canciones.
—¿En serio?
—Sí, siempre. Inseguridad y temor a que la cosa quede de bajo nivel o a defraudar. No sé si les pasará a las demás personas que trabajan en lo creativo, pero yo nunca tengo la certeza de que lo que he hecho haya quedado bien. No se puede decir: “Ah, ya está, esto sí quedó bien”. Uno duda hasta el momento en que publica las canciones. De todos modos, no creo que los artistas sean todos iguales. Pero yo soy una persona de baja autoestima y no tengo certezas. En mi mundo psicológico no hay certezas.
—¿Ni siquiera en este momento?
—No. Lo que tengo es más confianza, porque en los últimos años he recibido mucha aprobación, y eso me fortalece en algún sentido porque me ha dado confianza. Ahora, ¿certeza de que una canción o un poema realmente esté bien? No.
—Entonces, ¿aún hoy le impresiona que salga gente llorando de sus espectáculos?
—Siempre, siempre, cada vez más. Me impresiona mucho, es bravo sostenerlo y me contagia. No quiero sacarme cartel, pero soy muy sensible en este sentido: las emociones ajenas, estén relacionadas con la tristeza o con la alegría, me conmocionan profundamente. Entonces, ver que una persona logra un estado tal que, por un mero hecho artístico, la lleva a las lágrimas, me emociona. Si a ello le agrego que quien provocó eso fui yo, imagínese. Es un sacudón que me sucede permanentemente en cada recital desde hace años. Si no lo veo, me lo cuentan mis colaboradores. Y no solo pasa con mujeres sino también con hombres mayores. Por ejemplo, este verano sucedió con el bajista Javier Malosetti en Medio y Medio.
—Sí: él le dijo a Búsqueda que hubiera preferido que no se notara pero que no pudo resistir el llanto.
—Eso es muy fuerte. Uno persigue varias metas en la tarea artística, pero, para mí, la principal es entretener. Entonces, entretener pero además conmover ya es un partido groso. Yo he logrado eso y se me ha dado, pero en mi vida todo ha sido muy inconsciente y las cosas se han ido encadenando naturalmente.
—A pesar de esa inconsciencia, ¿podría decir sin qué escritores Cabrera no sería Cabrera?
—Si fuera estricto, tendría que nombrar a una cantidad increíble. Pero seamos menos estrictos e intentemos que el lector entienda que voy a hacer una selección simbólica. Hay un primer contacto con la poesía, una manifestación artística que era estigmatizada por mi familia y por mi entorno, y que tuve cerca de los 13 años, cuando un gran amigo me dijo: “¿Sabés que encontré un libro en casa que estaba arriba de la estufa, me dio por echarle un vistazo y pensé que te podía interesar?”. En esa época de vandalismo varonil medio salvaje, yo pensé: “¿Un libro? ¿Qué le pasó a este? ¿A quién se le ocurre?” Pero cuando me trajo el “Martín Fierro”, lo leí, seguí su consejo y me impactó. Fue la primera vez que posé mi vista sobre un verso. Eso me despertó un gran disfrute por el género de la poesía gauchesca y me llevó, vaya a saber usted por qué impulso, a salir a leer algo que tuviera que ver con ese estilo. Y así fue que compré, con los pocos ahorros que tenía, mi primer libro: “Tacuruses”, de Serafín J. García. Durante unos años seguí leyendo mucha poesía gauchesca, como “El Viejo Pancho”, hasta que, estando en preparatorios, cambié de liceo, me encontré con compañeros que tenían otra formación —todos tenían bibliotecas en sus casas, iban al teatro y sabían de cine—, salí de ahí y me prestaron el “Inventario 67”, una antología de Mario Benedetti. Ese fue otro mundo, otro shock, pero con otras temáticas y otras formas. Ahora, después de esos impactos emocionales, no puedo olvidar que yo venía cantando canciones de buenos autores rioplatenses desde que empecé a tomar clases de guitarra a los seis años de edad. ¿Qué canciones? Las clásicas de los años 50 escritas por Yupanqui, Los Chalchaleros y Los Fronterizos y, luego, las de los incipientes autores uruguayos como Aníbal Sampayo, Alfredo Zitarrosa y Osiris Rodríguez Castillo. Entonces, desde niño, estuve en contacto con canciones muy poéticas, pues “Milonga para una niña”, “Zamba del grillo” o “Gurí pescador” son brutos poemas. Y siguieron pasando cosas porque escuché, a mis 15 años, “María de Buenos Aires”, de Horacio Ferrer, cuya forma de escribir para mí tiene puntos de contacto con las letras de algunos temas de Mateo, como “Esa tristeza” y “Mejor me voy”. Hasta que finalmente conocí el primer disco de “Almendra”, que tenía canciones como “Laura va” y “Fermín”. Yo creo que esa letrística menos coloquial, con buenos o malos resultados, intentó jugársela más y me influyó mucho. Lo que está claro es que se trató de romper un poco con las reglas del lenguaje. Es más, tengo una teoría que quizá haga que los estudiosos de la literatura me den con un caño.
—¿Cuál es?
—Que hay un puente juguetón, con una recurrencia a ciertos modos infantiles, entre Eduardo Mateo y Humberto Megget.
—¿Qué siguió leyendo después?
—Todo lo que caía en mis manos, pero, sobre todo, poesía brasileña, argentina, anglosajona y uruguaya, además de todos los españoles del Siglo de Oro. Pero lo leí por placer, por el gusto de leer poesía, y no creo que se refleje directamente en mi forma de escribir.
—¿Usted cree, como Pablo Atchugarry, que después de haber conocido a los maestros, hay que olvidarlos de alguna manera para que cada artista pueda estampar su huella personal?
—En mí funciona así, y quizá sea una forma del olvido: incorporar, deglutir, meter para adentro y, después, desfigurar y entreverar todo. Es como una licuadora, ¿no? Pienso que los artistas somos la mezcla azarosa de nuestras influencias. ¿Quién inventa algo de la nada? Nadie, porque todo el mundo fue niño, oyó, vio, escuchó, se informó. Habría que buscar muy atrás en la historia. Pero a mí también me influye una escultura o un programa de televisión. Y quiero decir algo: me considero un cantautor que está editando un libro de poesía, nada más. Esto de la poesía es un atrevimiento y realmente no me creo poeta, porque los poetas le dedican toda su vida a su oficio, a pesar de que esta obra me la he tomado muy en serio.
—Pues hablemos de música. El jueves 23 de agosto, Búsqueda publicó una entrevista en la que Rubén Rada dijo que el cantante de tango contemporáneo que más le interesa es usted: “Él podrá decir que no, pero Cabrera es tango, es un gran cantor, dice de una manera maravillosa y me emociona tanto como Pablo Milanés y Milton Nascimento”. ¿Cabrera no tiene ninguna relación con el tango?
—(Hace una pausa y se emociona). Usted me va a hacer llorar. Primero quiero que la gente imagine el honor que significó para mí que el músico más prolífico del Uruguay, cuya vida, en un país profundamente racista, debería ser un ejemplo de superación personal para todos, grabara “Te abracé en la noche” y “Punto muerto”, dos temas míos: es una de las alegrías más grandes que he tenido en la vida. Luego, debo aclarar que tengo muy incorporado el tango desde niño. Y no solo el tango cantado sino también el instrumental, que hoy en día es muy poco estudiado y valorado. Ahora, por ejemplo, estoy muy entusiasmado con los pioneros. Y también con Canaro, con Fresedo y con Juan Maglio. Antes de Troilo y de Di Sarli estaban ellos, y todos me han influido musical y arreglísticamente. Además, voy a contar una cosa que creo que les va a gustar a los lectores de Búsqueda. En el año 1977 yo tomé clases de arreglos con Federico García Vigil, antes de que fuera un director consagrado. Él daba clases de lo que fuera: piano, composición, etcétera, y yo lo admiraba desde la época de la Camerata de Manolo Guardia. Entonces, Federico, un tipo amplio y con una riquísima formación musical, además de enseñarme orquestaciones de Ravel y de ponerme ejemplos de Stravinski y de Bartók, me hizo conocer a Milton Nascimento, me hizo escuchar “Garota de Ipanema” y, un día, como ejercicio de determinada cuestión orquestal, sacó un disco y me puso un ejemplo para que aprendiera. ¿Cuál era el ejemplo? La orquesta de Roberto Firpo de 1917.
—¿Pero el tango lo emociona?
—No es lo que más me emociona, aunque siento una gran admiración por el hecho de que fue inventado de la nada por rioplatenses. Ahora, como oyente he desarrollado, quizá por mi profesión, el intento de encontrar disfrute y riqueza en todo: en una gaviota, en la sirena de una fábrica y, ni que hablar, en la música organizada por un ser humano, aun cuando se trate de una canción que no me gusta. Incluso en la música berreta. Aunque para mí la música berreta no existe.
—¿Cómo?
—Eso: creo que no existe. Aparte, para mí es un colega tanto Federico García Vigil como el que toca el triángulo en la banda policial de un pueblo del interior: todos estamos haciendo sonidos.
—¿No le parece una visión corporativista?
—No, señor. Es un sentimiento de hermandad. No es corporativismo en el sentido de “arreglo mi sector y que los demás se jodan”, no. Es el hecho de que esa persona está haciendo lo mismo que yo: un sonido con tal de comunicarse. Somos colegas. Pero yo soy anticorporativo. Y hoy el Uruguay está muy corporativo. No puede ser que a la gente solamente le interese reivindicar lo suyo y salirse con la suya.
—¿Está pensando en Adeom?
—Sí, pero el sindicalismo es el resultado de la mentalidad individual de cada uno de nosotros, porque el pueblo uruguayo tiene una bajísima cultura colectiva.
—¿Y a usted le molesta que mucha gente, incluso entre sus seguidores, crea que usted es una persona no solo seria sino también amarga?
—Sí, me molesta porque no es así. La seriedad y la amargura no son lo mismo. Entonces, si me ponen en la misma bolsa, me parece injusto. Lo que sí pienso es que en las últimas décadas la humanidad ha dado un vuelco muy grande y ha empezado a desvalorizar la seriedad y a valorizar la ligereza, la chabacanería, el desparpajo y la falta de responsabilidad y de aplicación. Entonces, lo importante es mamarme hoy y tomar cerveza y marihuana. En los últimos años el “¿qué me importa?” ha ganado un espacio muy grande, y creo que esa confusión de valores tiene que ver con no tener proyectos serios y también con evitar el sacrificio, pues todo debe ser más fácil y el rigor ya no es importante. Así que el serio está mal visto. ¿Y por qué? Porque interpela.
Vida Cultural
2012-08-30T00:00:00
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