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    “Este libro es como salir del ropero”

    Tres tiempos, de Daniel Drexler, condensa tres discos, se edita en tres formatos y se presenta en tres países

    Vacío, Micromundo y Mar abierto aparecieron durante la última década y son la columna vertebral de la obra de Daniel Drexler, un músico más conocido y reconocido en el exterior que en Uruguay. Especialmente en el sur de Brasil, donde toca con frecuencia y ha establecido su base de producción. Esa tripleta se resume en Tres tiempos, que reúne un libro, un DVD y un CD grabado en vivo en los míticos estudios ION de Buenos Aires. Detrás de la notable realización está Ariel Hassan, director de la serie testimonial argentina Encuentro en el estudio. Las 13 tomas dan forma a un disco digital disponible en streaming en Spotify, Deezer y iTunes, los tres grandes emporios de música en la nube virtual. Y el libro-DVD Tres tiempos está en venta en las disquerías

    Drexler se sorprende con las cifras alcanzadas y cuenta cómo Internet pasó para él, de ser sinónimo de piratería, a un medio genuino de financiación de su carrera. “Dinero lleva 50.000 reproducciones y Vacío (la canción) 40.000. El disco reventó en México, Colombia y España. ¿Cómo pasó? No sé. Por más que el usuario de esos sitios legales pague o no, el artista cobra según las reproducciones que alcance. La producción de este DVD la pagué con los ingresos del año pasado de YouTube, Spotify y los otros sitios. Todo el drama aquel de que con Internet se acababa la música, no es tal. Simplemente cambió el formato, cambió el canal por el que pasa el dinero; es una nueva realidad. Ahora la discográfica se relaciona con empresas de distribución. Estoy unido a una tienda virtual brasileña llamada OneRPM que centraliza el flujo de los sitios como Spotify, y me rinden cuentas, a cambio de un porcentaje. Yo me ocupo de la música y ellos del resto. Y ya a esta altura le estamos viendo la salida. Imagino que el siguiente disco lo produciré con los ingresos que irán llegando de los anteriores”, dijo Drexler en entrevista con Búsqueda, pocos días antes de iniciar la gira de presentación de Tres tiempos, ocurrida el sábado 13 en la sala Balzo del Sodre, que seguirá en Curitiba, Madrid, Barcelona y Valencia. 

    Foto: Santiago Epstein

    En el libro, de 104 páginas, el cantautor narra la historia de cada una de las placas y explica en pocas carillas de qué va el “templadismo”, concepto musical que desarrolla desde 2002: “Si los tropicalistas son reflejo del clima tropical, nosotros, que vivimos en clima templado, somos una región que abarca tres países, dos lenguas y una misma forma de entender la música: somos templadistas”.

    Drexler habló de su reconocimiento fuera y dentro de Uruguay, del peso de la figura de su hermano Jorge, y revela cómo es hacer música y ser médico otorrino siendo sordo de un oído desde los diez años. También cuenta su proyecto para curar el zumbido de oídos, del vínculo entre arte y ciencia y de cómo un gol mundialista casi le cuesta una guitarra.

    —En un concierto de 2013 en El Tartamudo se lo vio desbordante de alegría. ¿Lo recuerda?

    —Tengo un recuerdo muy lindo de ese toque. Hasta entonces sentía que fuera del país pasaban cosas muy lindas que no lograba trasladar a Montevideo, y ese día sentí que estaba empezando a suceder. Es una sensación esquizofrénica: me pasan cosas buenas en Argentina, Brasil, México, España, Colombia, que acá no suceden de la misma manera, por eso es para mí un sueño poder tocar en el Auditorio del Sodre con diez músicos.

    —¿A qué lo atribuye? ¿Nadie es profeta en su tierra?

    —Me hago cargo, soy responsable de eso porque en la última década me disocié mucho. Desde 2006 toco mucho afuera y en Montevideo permanecía muy ligado a la medicina, al consultorio. En la medida en que revertí eso, estoy recuperando el víncu­lo con la ciudad. Hasta hace dos o tres años mis amigos músicos eran todos de afuera. Así es la era digital. Lo más llamativo es Brasil. Somos muchos los uruguayos en Argentina, incluso en España, pero en Brasil no. A tal punto es así que mi productora, MS2, es de Porto Alegre. Para actuar en el Sodre todo se negoció desde Brasil.

    —¿Su apellido ha sido un peso, una carga o una llave para abrir puertas?

    —Lo que suma y lo que resta es lo mismo. A veces las puertas se abren de un modo engañoso. Tenés que entrar y decir: yo valgo, no soy el hermano de Jorge. Antes era algo bastante pesado, pero eso nunca influyó en mi vínculo con él; es mi hermano mayor y es uno de mis mejores amigos. Pasan los discos, creo que tengo un público propio y llega un punto en que la gente, para decirlo llanamente, te deja de tocar los huevos con eso. Cuando me dieron el Gardel (premios musicales de Argentina) me llegaron a preguntar si lo había ganado por ser hermano de Jorge y les respondí que sería un poquito rebuscado, porque a Jorge nunca se lo dieron. A veces, el periodismo le busca demasiado la quinta pata al gato. A medida que se va entendiendo que detrás hay un laburo muy grande y me he roto el lomo durante 15 años por todo el continente, eso va quedando de lado.

    —¿Por qué decidió contar su obra en un libro?

    —Pensé que sería un texto corto, de veinte páginas, pero cuando empecé a hablar de Vacío, me pregunté: ¿puedo saltearme el tema de mi sordera? Perdí uno de mis oídos a los diez años y me he manejado como músico oyendo de un solo lado. Es algo que he salteado ex profeso durante buena parte de mi vida, porque ir a hablar con un productor o con un sello para firmar un contrato y decirles que te falta un oído, es como ser un corredor olímpico que habla con Nike y les cuenta que le falta una pierna. Entonces, este libro es para mí como salir del ropero.

    —¿Ese es el origen de su vocación de médico otorrino?

    —Exacto. Y ahora me propuse explicar por qué tengo esta fascinación por el mundo de los sonidos y por la medicina, y cómo terminé estudiando el origen de la enfermedad que provoca zumbido de oídos permanente (Tinnitus), e investigando sobre la rehabilitación de personas con sordera (ver nota en Búsqueda Nº 1.809, del 26 de marzo), por qué me metí en la música y trabajé en la neurociencia aplicada al oído interno. Todo está conectado con mi historia.

    —¿Cómo ve el vínculo creativo entre arte y ciencia en Uruguay?

    Uruguay es un país de escala pequeña, y así como está lleno de escritores, músicos, actores y artistas plásticos, puede albergar muchos científicos investigadores. Si no nos agarramos del conocimiento y la creación vamos a segur bailando al son de los commodities. Apuesto por el modelo de Irlanda, Finlandia, Israel, países pequeños que generan valor agregado a través de la creatividad, y Uruguay tiene buenas condiciones para eso, porque a pesar de todo mantiene un buen promedio educativo y no tiene grandes problemas políticos, geográficos, étnicos, raciales ni religiosos. Tiene todo el potencial creativo.

    —Tenemos tiempo para dedicar a la creación…

    —Es un tema lindo para un libro entero. Cuando voy a tocar a México me preguntan cómo una ciudad de un millón y medio de habitantes tiene a Fernando Cabrera, Martín Buscaglia, Jorge Drexler, Eduardo Mateo, Rubén Rada, Jaime Roos y Leo Maslíah. “Acá en Guadalajara tenemos siete millones y te nombro con suerte dos de esa calidad”, me dicen. Quizá tenga que ver con que tenemos una vocación muy profunda por el ocio, que viene de la época colonial, de la abundancia de carne, el sustento resuelto con muy poco. Así se desarrollaron también el fútbol y el básquetbol.

    —¿Inciden las políticas públicas en esa área?

    —Dinamarca, un país de cinco millones de habitantes, que está entre los de mayor PBI per cápita del mundo, tiene como principal fuente de divisas los productos de audio. Su especialidad son los equipos de sonido de alta calidad para público de alto poder adquisitivo, como Bang & Olufsen y otros. En esos países los tipos perciben al sector creativo como una unidad. Ponen en el mismo lugar al músico, al cineasta y al científico. La creatividad genera masa crítica como vaso comunicante entre esos territorios. En Uruguay tenemos una impresionante hipertrofia creativa en el arte, pero en la ciencia estamos bastante más atrás, y hay escasos nexos entre los dos. Por eso quiero poner mi grano de arena. Este proyecto, “Otoharmonics”, en el que estamos trabajando, conjugó ingeniería de sonido, música, medicina, ingeniería e informática. Por eso avanzó. Son cosas difíciles de aprender en la universidad. Una idea que nació en 1998 y llega a cristalizar en 2015 gracias a un ecosistema creativo entre ciencia y arte.

    ¿Cómo surgió este rescate de la esencia de cada uno de los tres discos?

    —Elegí las canciones con el concepto del iceberg: lo que se ve en la canción es el diez por ciento y el otro 90 queda bajo el agua. El libro es sobre las ideas que dan forma a ese viaje submarino. Un DVD grabado en el estudio permite mostrar cómo se gesta un disco y revela cosas no planificadas que pasaron, como el gol de Uruguay que quedó en la grabación de Sábado.

    —¿Cómo es eso?

    —Justo nos tocó grabar en el día en que la selección jugó contra Italia por el Mundial de Brasil. Teníamos solo seis horas y no podíamos parar. En el momento final del tema, Godín metió el gol de cabeza. El estruendo fuera del estudio fue tan fuerte que quedó grabado. Se me metió el ruido de la calle por los auriculares. Fue tremendo. Tiramos la guitarra y todo y salimos corriendo a ver el replay. Lo gritamos todos por igual, uruguayos y argentinos. Lo dejamos en el DVD porque eso cuenta mucho mejor cómo se grabó este disco que todo lo que podamos decir. Casi se me rompe la guitarra del golpe que le di.

    —¿Cómo fue de grabar en ION?

    —Te sentís rodeado de fantasmas. Están Salgán, Cuchi Leguizamón, Spinetta, y por supuesto resuena Mateo solo bien se lame (el primer disco de Eduardo Mateo). Es un lugar con un ángel especial, debe ser la cantidad de música pegada en esas paredes. Tiene un reverb único, el piano suena muy especial, los micrófonos valvulares del año del ñaupa, que cuestan miles de dólares por su antigüedad, la consola, que es la misma análoga de hace 30 años. Hablé mucho con el portugués Da Silva (técnico histórico de la sala), que me decía: “Acá no se toca nada, está todo funcionando”.

    —¿Qué es esto del “templadismo”?

    —Viajo muy seguido a tocar en Río Grande del Sur. Allí se toca mucho la milonga y se habla de cosas parecidas. Lo he conversado bastante con mi hermano, con colegas como Vítor Ramil en Porto Alegre, y Kevin Johanssen y Pablo Grinjot en Buenos Aires. Compartimos un lenguaje musical siendo de tres países distintos y hablando dos lenguas diferentes. Si los tropicalistas son reflejo del clima tropical, nosotros que estamos en la puerta del Plata y vivimos en clima templado, en una región que abarca tres países, dos lenguas y una misma forma de entender la música, somos templadistas. Primero fue como un chiste, pero después empezamos a sentir mucha presión de la prensa de Río Grande del Sur, como si hubiéramos metido el dedo en la llaga.

    —Como dice Ramil, los gaúchos son los únicos brasileños que tienen frío y usan ropa de lana…

    —Se sienten los menos brasileros, tienen ese dilema de sentirse el culo de Brasil, que lo del país tropical les es ajeno y tienen muy poco en común con el nordeste. El templadismo no es un movimiento, es un fenómeno cultural maravilloso que se da en la Cuenca del Plata, por el cual tres países diferentes tienen una comunión de identidad muy llamativa. Después de diez años dejé de sentirme un exiliado europeo viviendo en la periferia de Buenos Aires para sentir que vivo en el centro de una región nueva. Primero surgió la idea y luego se volvió para mí una realidad vital, y se me fueron todas las dudas de si valía la pena vivir acá o no.

    —¿Nos estamos transformando en una zona central?

    —Río Grande del Sur tiene doce millones de habitantes, el estado de Santa Catarina unos seis y Paraná diez millones más. Entre Buenos Aires y Córdoba viven más de 20 millones. Es una zona muy dinámica con 50 millones de habitantes, y Montevideo está en el medio. Además, estamos en una encrucijada climática, de los vientos del Sur y del Norte, y de las corrientes marinas frías y cálidas, que chocan acá enfrente. Hay una encrucijada étnica y lingüística también: históricamente, es un territorio de transición entre el universo guaraní y el pámpico. En la época de la colonia la frontera luso-hispana de Tordesillas nos pasó por el medio. Todo eso genera un montón de derivaciones que me llevan a la canción. Un cancionista en Uruguay se proyecta a una zona llena de gente, y canta en la tercera lengua en el mundo, muy semejante al portugués. Nos entendemos muy fácil. Entonces, esforzarnos por diferenciarnos de nuestros vecinos me parece una actitud muy poco inteligente. Los uruguayos le tenemos miedo al mundo, nos metimos adentro de este cascarón y nos cuesta salir. Creo que este tema me acompañará bastante y seguramente termine escribiendo un libro sobre el templadismo.

    —Como Ramil, que escribió su ensayo La estética del frío, en el que asocia su música al clima.

    —Vítor y Fernando Cabrera son mis dos grandes referentes, y los dos vuelcan ideas sobre el papel, están interesados en la historia, la economía, la sociedad. Cabrera es superlúcido en todos los campos. Me cuesta encontrar personas en la política con esa lucidez.