“Hay demasiadas canciones de gente que no mira más allá de su nariz”

escribe Javier Alfonso 
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A los 58 años, Walter Bordoni lleva su melena cana más larga que nunca. Es una de sus maneras de ir a contrapelo. Aunque su música es esencialmente acústica y melodiosa, se siente un rockero. En su decena de discos publicados convergen la literatura, el cine, la plástica de una ciudad narrada en imágenes, los apuntes afilados de una realidad desbordante de subjetividad y un sentimiento bastante más apocalíptico que integrado. Aguafuertes montevideanas, el disco que marcó el sino de su carrera, creado a dúo con Gastón Rodríguez y publicado por Ayuí en 1997, evoca con su nombre a Roberto Arlt, y hace propia su mirada tierna y corrosiva. Esa impronta lo acompaña desde entonces y envuelve Bajo la misma ciudad, el disco que, con producción artística del gran guitarrista y arreglador Santiago Peralta, acaba de publicar el sello Bizarro. “Mis canciones están hechas de imágenes poéticas, pero más que poeta, antes que nada y sobre todo me siento un contador de historias, un narrador de canciones”, dijo Bordoni a Búsqueda, sentado en su balcón frente al Río de la Plata. Junto a Peralta y Seba Codoni en guitarras, este exbancario, padre de una hija veinteañera, dedicado a la música y a su programa radial cultural Barrio virtual, presenta su nueva obra el viernes 27 en Sala Camacuá (entradas en Tickantel). Lo que sigue es una síntesis de la charla.

—¿Sos un documentalista de la canción?

—Depende, hay algunas muy ficcionales, pero es cierto que me gusta escribir metáforas de situaciones cotidianas. En este disco el mejor ejemplo son La leyenda del muro invisible y La ciudad de las caras largas, que compendian varias historias reales. Es un disco de dos mitades, como un vinilo. La primera es muy crítica y oscura, y la hipotética cara B tiene temas más luminosos, como Y Júpiter también, que hice con Jorge Galemire, y tiene gran carga erótica.

—Pese a que musicalmente has cultivado un sonido acústico, diversos géneros y melodías abiertas, reivindicás la actitud iconoclasta del punk...

—Por supuesto, al estilo Patti Smith. Me siento movido a contar esas historias; creo que hay demasiadas canciones que cuentan lo lindo que es el Sol y el mar. Sobre todo, hay demasiadas canciones de gente que no mira más allá de su nariz. Por un lado, vengo de la canción urbana y por otro, del rock de los 60 y 70. Desde Dylan, allá, y desde Dino, acá, todos cantaron cosas jodidas. Totem, Psiglo y Días de Blues lo hacían. Chico Buarque y Caetano siempre miraron más allá de su ombligo. Si hay una expresión que me molesta es “vamos a hacer algo para arriba, con buena onda”. Hay belleza en lo roto, también. Cuando te ponen la chapa, marchaste. “El Darno es un bajón”, dijeron. ¿Cuántas canciones del Darno escuchaste? ¿Escuchaste Flash? Ahora no tanto, pero antes me metían en esa bolsa. ¡Y eso que en Aguafuertes... hay una canción sobre los Tres Chiflados! Mi nuevo disco es bastante más reposado que el anterior, pero yo creo en el rock. El tema es que hubo un momento en que se empezó a hablar de rock como sinónimo de rock and roll y de distorsión. El rock en el que yo me crie incluía a Joni Mitchell, a Crosby, Stills & Nash, a Neil Young, a Woodstock con cosas muy pesadas y muy armoniosas y melódicas. Pero si el rock solo es heavy metal y el punk más rabioso, no me interesa.

—En la escena uruguaya, eso fue sinónimo de blandito y quedaste fuera del “rock”.

—Lógico. Cuando me inscribí en los primeros Premios Graffiti, en 2003, cuando eran solo premios al rock, le reprochaban a Miguel Olivencia (director de los premios) haber aceptado mi disco. El crítico argentino Claudio Kleiman me dijo que eso le parecía increíble, veía rock en mi música. Los porteños lo tienen claro: nadie duda del rock de León Gieco. Pero acá rock es una etiqueta.

—¿Sentís que algunos rockeros te han “descubierto” en los últimos años?

—Yo qué sé... es curioso. Cuando nos reunimos en Los Kafkarudos (Bordoni, Dino, Tabaré Rivero, Alejandro Ferradás y Eduardo Darnauchans), estaba clarísimo que hacíamos rock. Nadie lo cuestionó. Pero ni a mí ni a Ferradás, quien produjo mis tres siguientes discos, nos identifican en el rock. Y a Dino ni hablar. Es el padre y el abuelo del rock uruguayo, pero muchos siguen creyendo que salió del canto popular. Lo de las etiquetas dejó de preocuparme. Si hago o no hago rock, ¿qué importa?

—Vayamos al disco. “No creo en Jesús pero sí en su mensaje”, decís al inicio de Anticredo. Vaya frase...

—Siempre me definí ateo y mandaba a Dios a la puta que lo parió. Me estaré poniendo viejo, pero empecé a leer, a escuchar, a no ser tan prejuicioso y cerrado. También me pasó con la política. Siempre fui de izquierda y traté de no ser muy dogmático, pero hubo un tiempo en que pensaba: “Estos son los buenos”. Y después aprendí que hay de todo. Trabajé por años en otra cosa, tuve actividad sindical y conocí gente de todos los pelos. Y un día me di cuenta de que había compañeros de fierro que eran colorados y otros con todas las chapas de militante de izquierda… ¡que eran una bosta! Ojo, también siempre me molestó que la religión se arrogara el monopolio de la espiritualidad, que siempre la tuve. La música y el arte son puro espíritu. El disco entero parte de esa frase, y luego desarrolla otras contradicciones que todos tenemos.

—Con Bebeto Alves creaste varios temas para este disco y el anterior (El hogar de los distintos). ¿Cómo se dio este encuentro?

—Mi historia con Porto Alegre viene gracias a Macunaíma (Atilio Pérez Da Cunha, recientemente fallecido), alguien muy importante en mi carrera. Gracias a él muchos descubrimos a Dylan y a los Beatles en pleno canto popular. Un tipo que no solo hizo, sino que hizo que muchos otros hicieran. Un provocador de la creación. A Bebeto lo escuché por el Macu, luego versioné un tema suyo (Milonga oriental), compartí escenario en Porto Alegre y lo invité a hacer coautorías: en este disco están Quimera y Bajo la misma ciudad. Yo hice las letras y él las músicas. Es un guitarrista, un rockero, vivió en Estados Unidos y en Río, también es un gran milonguero. Hace allá lo que hizo Dino acá: es un gran fusionador, con alguna pizca de música oriental, porque anduvo por el mundo árabe.

Quimera parte de una historia muy curiosa, sobre las personas con trasplantes de órganos...

—Sí, más allá de su acepción como utopía, la quimera es, como Borges la describe en El libro de los seres imaginarios, un animal mitológico que aparece en La Eneida con “vientre de cabra, cola de serpiente y cabeza de león”. Bebeto me mandó la música, un rocanrol muy Stone. Me contó que es trasplantado de hígado y que su médico le habló del origen de la quimera y le dijo: “La verdadera quimera son ustedes los trasplantados, los que siguen viviendo porque llevan un pedazo de otro ser”. Encima, paseando en una plaza de Porto Alegre se me aparecieron unas estatuas de quimeras.

Bajo la misma ciudad y La ciudad de las caras largas parecen hechas durante la pandemia. Hay expresiones desoladoras como “desierto de humanidad” o “no quedan amigos fuera de la red”…

—Están hechas un par de años antes del 2020, pero responden a la emoción de un momento. Lo sentí así, sin esperanza. Pero en el mismo disco también hay canciones de amor. Es cierto que no soy muy optimista sobre el rumbo que está tomando el ser humano, cada vez más solo, en medio de esta enorme hiperconectividad. Las redes trajeron cosas buenas pero los amigos de las redes son mentira. Las cosas más interesantes, los contactos más carnales, están claramente en otro lado. Los guachos, si los rascás un poco, se sienten muy solos, hundidos en las pantallas. Este es un momento terrible para ser adolescente. Puede que mejoremos, puede que no.

—Sos un lector voraz y publicaste un libro de cuentos. ¿Por dónde van tus tiros en las letras?

—Soy muy borgiano. Borges es mi escritor definitivo, al menos en castellano. A través de él entendí Las mil y una noches, la mitología griega, la novela policial, el mundo cuchillero de los gauchos y los arrabales tangueros. Es capaz de contarte una historia universal de gran trascendencia filosófica fuera de todo tiempo y lugar, en el mundo de los chinos o de los árabes, en un bajofondo porteño o en unas vacaciones aburridas en Fray Bentos. Me gusta mucho Felisberto y en Aguafuertes Onetti está por todos lados.

Vida Cultural
2020-11-26T00:37:00