El miércoles 24 cumple 90 años y mantiene dos constantes en su vida: su matrimonio de 64 años con Matilde Bocage y su escritura. Por sus numerosos libros, que recogen recuerdos, ficciones o las historias menos conocidas de la vida política uruguaya, César di Candia acaba de recibir el Premio Bartolomé Hidalgo a la Trayectoria en la Feria Internacional del Libro. El reconocimiento se lo dedicó a su esposa, que subió al escenario a recibirlo. “Al público le gustó mucho y fue como una revolución intestina”, dice Di Candia al recordar ese momento. Ahora, en uno de los estantes de su biblioteca, el reciente Bartolomé “se mira” con el otro Bartolomé, el que ganó en 2012 por su libro Oficio de periodista (Fin de Siglo), que reúne perfiles y crónicas de su larga carrera en medios de prensa. Tenía 20 años cuando ingresó al diario El País, a donde lo había llevado Daniel Scheck para escribir una columna sobre el Mundial de Fútbol de 1954 en Suiza y luego La página de los lunes, dedicada al humor. Con Zelmar Michelini, que fue su amigo personal y cuya fotografía tiene pegada en la laptop, fundó Hechos, que primero fue semanario y después diario. Durante la dictadura tuvo un barco pesquero en La Paloma, el escenario de varias de sus historias y su lugar preferido en el mundo. Hizo humor en las ya legendarias revistas El Dedo y Guambia, y se destacó en Búsqueda por sus entrevistas, que ocuparon durante 12 años dos páginas centrales. Finalmente regresó a El País, hasta retirarse. Su último libro, El general va a la guerra en mecedora, lo publicó en 2018. Es un conjunto de 36 cuentos breves concentrados en 172 páginas. Ahora, con el sello Seix Barral de la editorial Planeta, publicará una novela de la que no puede decir mucho, salvo que la protagoniza el muñeco de un ventrílocuo. Y ya terminó una novela histórica, y ya está escribiendo otra en la que experimenta nuevas formas de narrar. “Tengo problemas de movilidad y reuma en las manos, pero estoy perfecto de la cabeza”, aclara, como si fuera necesario. Además de libros, la biblioteca de su escritorio tiene muchas fotos familiares y de varias figuras de la política uruguaya, entre ellas las de Hugo Batalla, Wilson Ferreira Aldunate y Liber Seregni.
—Sin dudas son relatos muy concentrados, de pronto me vino esa viaraza de escribir más concreto. Te lo digo con total descaro, no es un mal libro, pero no tuvo ninguna repercusión. Hay algunos cuentos de humor negro, como El piojo, que es una historia absolutamente auténtica que me contó la empleada de casa. Es algo que había pasado en su familia en un velorio y yo lo narré tal cual ella me lo contó. Trabajé en tres revistas de humor, entonces tengo esa catanga que incorporo a mis historias. La novela que voy a publicar con Planeta también tiene humor. Ya no sé si puedo escribir en serio.
—Hay uno al que le tengo mucho cariño, Pequeño mundo, que hice con Páez Vilaró. Él entendió muy bien la historia y le hizo unas viñetas preciosas, sobre todo dibujó un gato que era el mío y que ya no está (muestra la foto que está al lado de su escritorio). Es un libro muy tierno, y me enteré por varios lados que en algunas escuelas lo leen como texto, aunque no son cuentos para niños.
'Fui muy amigo de Michelini y cuando lo asesinaron en la lista 99 quedamos huérfanos. Con Batalla éramos como hermanos y fui su mano derecha, su consejero. En 1984 me ofreció un cargo político importante en el Senado, el tercer puesto, y le dije que no, que quería seguir siendo periodista'.
—¿Y te acordás de alguna entrevista que haya sido especialmente significativa?
—La que significó más, incluso porque la BBC hizo un comentario, fue la que le hice al general Hugo Medina, el último comandante en jefe de la dictadura y del primer gobierno de Julio Sanguinetti. Era un hombre desagradable, brusco, pedante con la prensa. Lo esperé un día a la salida de Búsqueda, donde estaba reunido con Danilo Arbilla, me presenté y le dije que quería entrevistarlo. Aceptó y me recibió en su casa de la calle Estanislao López. Hablamos de todo durante cuatro horas. Mi mujer me había dicho que le preguntara si era machista. Y confirmó que era un machista perdido. También me reveló cosas que no se habían dicho nunca, por ejemplo, que si las elecciones de 1971 las hubiera ganado el Frente Amplio los militares no hubieran aceptado y hubieran intervenido. Cuando le pregunté si había dado orden de torturar, una pregunta que tenía guardada desde hacía cuatro horas, me dijo: “Di”. Fue la primera vez que un militar aceptó haber dado esa orden. No sé si fue el mejor reportaje, pero sí el que tuvo mejor repercusión.
—¿Quiénes fueron tus mejores maestros en periodismo?
—Soy un intuitivo absoluto y jamás hice ningún curso académico que tuviera que ver con la escritura o el periodismo. No es un mérito, por lo general es necesario que se hagan. Aprendí periodismo devorándome a los maestros: Quijano, Flores Mora, Maggi, Alsina Thevenet, Rodríguez Monegal, Taco Larreta, Martínez Moreno y varios más. Pero tuve desde adolescente una vocación clarísima. Inventé periodiquitos en el liceo y en el barrio. Todos a mimeógrafo.
—Integraste la lista 99 con Michelini y después con Batalla. ¿Por qué no continuaste en política?
—Fui muy amigo de Michelini y cuando lo asesinaron en la lista 99 quedamos huérfanos. Con Batalla éramos como hermanos y fui su mano derecha, su consejero. En 1984 me ofreció un cargo político importante en el Senado, el tercer puesto, y le dije que no, que quería seguir siendo periodista. Me puso sexto en la lista y salieron cuatro senadores. En aquel momento era la fuerza más numerosa del Frente Amplio. Cuando el MLN pidió la entrada al Frente Amplio, fui a hablar con Hugo y le dije que no quería estar más porque era un grupo que con las armas había querido derrotar a un presidente. Pero Hugo defendía esa incorporación. En menos de un año la 99 se fue del Frente porque a Hugo no lo dejaron ser candidato a intendente en 1989. Después, en 1994 se unió a Sanguinetti como vice y no lo seguí. Continuamos tan amigos como siempre, pero me borré de la política hasta el día de hoy.
—¿Qué es lo que más te decepciona?
—Además de que no se avanzó en la investigación por los asesinatos de Michelini y Gutiérrez Ruiz, me he cansado de escuchar siempre las mismas propuestas. Desde mi primer voto hasta hoy se habla de educación, de las cárceles, de la cantidad de empleados públicos, de la deuda externa, del déficit fiscal, de la inseguridad, de la salud pública, de la falta de desarrollo. Siempre la misma canción con otros ritmos de música. Ahora voy a votar a Talvi para aportar algo que sirva para regresar al viejo batllismo, al de don Pepe. Ese sí que puso el país patas arriba. En la definición de noviembre votaré a Martínez pese a la carga que debe llevar en el bolso.
—¿Cómo ves la campaña actual y a sus candidatos?
—Ayer escuché en la televisión que alguien decía que era una campaña sucia y complicada. No tienen la menor idea de lo que eran otras campañas políticas, las cosas que se decían unos a otros. Esta es una elección peleada, pero en cuanto a violencia y agresiones es una elección de señoritas. Por suerte se han lanzado a la campaña líderes que andan entre 45 y 55 años y todos son diferentes. Voy a votar a Talvi porque al Partido Colorado hay que lavarle la cara, durante muchos años la tuvo muy sucia de barro. Luis Lacalle Pou es un hombre muy capaz y tuvo una gran habilidad al elegir el mismo día en el que ganó las Internas a la vicepresidenta, me pareció digna de un líder. Y Daniel Martínez hizo una Intendencia fantástica.
—Qué sorpresa tanto entusiasmo…
—Es que los tres son de una capacidad extraordinaria, como hace años no se veía. Están muy preparados.
—¿Cómo ves el fenómeno de Manini Ríos?
—No me sorprende para nada su crecimiento. Cuando tenía el 4% le dije a mi mujer: “Va a seguir subiendo”. Tiene los votos del Ejército, de las Fuerzas Armadas y de todos los viejos conservadores. Cuando uno llega a viejo se pone más conservador. Eso me decía siempre mi padre, que tenía la foto del Pepe Batlle en la mesa de luz y era fanático de Baltasar Brum y de Julio César Grauert. Pero cuando envejeció me dijo eso, que los viejos se vuelven conservadores, que está en el ser humano. Yo quería que votara a Zelmar y nunca quiso. Ahora las personas conservadoras encontraron un candidato que antes no tenían, y además es militar y autoritario. Eso es lo que mucha gente quiere porque está enojada por la falta de seguridad. Manini es un peligro, pero va a seguir creciendo.
'Me quedo mil veces con el silencio casi total, lejos de Montevideo, el ruido de las olas, el zumbar de los mangangás amarillos, el olor salobre del mar y el volar de la golondrinas. He sido capturado por la simpleza. En buena hora'.
—¿Extrañás el periodismo?
—Carlos Martínez Moreno decía que el periodismo es la mejor de las profesiones, siempre que sepas salir. Hay que irse antes de que te absorba el cerebro y te lo exprima. Además se gana poco y se está todo el día en la máquina. Seguí mi consejo: hay que escaparse a tiempo. Hoy hay muy buenos periodistas, pero también hay mucha desprolijidad. A mí siempre me criticaban porque corregía las notas de quienes tenía a mi cargo con lápiz rojo. Aprendí con Homero Alsina Thevenet. Cuando entré al diario me dijo con el dedo en alto: “Tiene que emplear menos adjetivos”. Yo me quedé con una bronca bárbara, pero tenía razón.
—¿Te quedó algo que hubieras querido hacer y no pudiste?
—Siempre quise ser granjero. Estuve a punto de dejar todo por una granja, claro que mi mujer, que era mi pie a tierra, no me dejó. Mi abuela tenía mucho campo y me ofreció trabajar en Rocha. Me gustaba mucho el campo, pero era una atracción como cuando ves las imágenes en una película y decís “qué lindo, cómo me gustaría vivir ahí”, pero nunca fuiste y no tenés idea de cómo es vivir ahí. De pronto mis ancestros me estaban tirando de los pies. La larga espera del tío Ramón (saca el libro de la biblioteca) cuenta la historia de un señor que existió, era el bisabuelo de mi abuela que vivía en el campo y tenía muchísimas hectáreas acá y en Brasil. No tenía esposa ni mujer fija, era el macho de todas las chinas y estaba lleno de hijos. Lo bueno es que los reconocía a todos, les daba el apellido Techera. Si ahora vas de Lascano al norte, vas a encontrar miles de Techera. Dicen que todos eran descendientes de este pariente. Según me decía mi abuela, vivía solo y tenía una barba larguísima que se la ataba con el cinturón. Además usaba lentes que tenían un armazón de alambre entrecruzado. Entonces miraba todo cuadriculado. Con las generaciones, de su campo no quedó casi nada.
—¿Seguís pasando largas temporadas en La Paloma?
—Por supuesto. Me urge el silencio, los pájaros. Incluso tengo el lugar donde quiero que tiren mis cenizas. Ya se lo dije a mis hijos y lo marqué con un palo. Es en el terreno de mi casa, al fondo, donde hay unas hortensias. A veces pienso que no puedo transformar mi casa en un cementerio, que mejor hacerlo en la playa. Pero se lo digo a mis hijos para que no vendan nunca la casa. Cómo van a vender las cenizas de papá. Me quedo mil veces con el silencio casi total, lejos de Montevideo, el ruido de las olas, el zumbar de los mangangás amarillos, el olor salobre del mar y el volar de la golondrinas. He sido capturado por la simpleza. En buena hora.
Vida Cultural
2019-10-10T00:00:00
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