—Fenómeno. Muy impactado, también. Si bien hice muchas películas y series, Iosi es muy diferente a todas. Mi trabajo siempre tiene mucho de regocijo narcisista. Uno cuenta algo que quiere y necesita contar porque si no lo contás, te intoxicás de ese cuento. Y lo tenés que socializar. Esta vez me pasó algo que no me pasó nunca: hacer Iosi era un imperativo kantiano. Un deber ser, una historia que me llegó. Cuando vi el libro dije: “Yo tengo que contar esta historia. Esto se tiene que saber”.
—Eso leí, que te encontraste con el libro sin buscarlo.
—El libro me encontró a mí. Siempre me interesó mucho, desde bastante chico te diría, los primeros años de la democracia en Argentina. Vivimos lógicamente obsesionados con la dictadura por lo inaceptable de haber atravesado un horror así por tantos años. Paradójicamente, Argentina, que fue uno de los pocos países del mundo que pudo darle un marco de justicia y verdad a un proceso de una dictadura, pasó muy por arriba, y quizás con mucha ingratitud, los primeros años de fragilidad democrática.
—¿Qué sucedía con los servicios de inteligencia durante esa transición?
—Cuando uno llega a administrar un gobierno que hasta hace una semana estaba ocupado por un gobierno de facto, no podés echar a todos y arrancar de nuevo como un supermercado. Llegás y de pronto en la oficina hay una persona que hasta hace una semana respondía a otro gobierno, que en este caso era una dictadura. Eso mismo en los servicios de inteligencia fue muy “espectacular”. Durante la democracia estuvimos casi 20 años infiltrados en un montón de comunidades con inteligencia interna, que es algo que está expresamente prohibido. Lo que a mí me interesó en este personaje es que el infiltrado en una comunidad que cree odiar empieza a encontrar algo bastante diferente.
—Y algo que empieza a amar, incluso.
—Es un acercamiento también al fenómeno del antisemitismo desde otro lado. Pero hay un dilema moral: ¿humanizo al mal para comprenderlo, desmenuzarlo, poder explicar sus raíces y desmantelarlo? Soy fanático de Hannah Arendt y todo su estudio sobre la banalidad del mal y es inevitable, en un pensamiento quizás más racional y menos emocional, que esos representantes del mal son manifestaciones sociales cancerígenas. Son células que se deforman y se reproducen pero son parte de nosotros. Comprenderlas nos permite construir discursos y estrategias para poder ir mejorando un modelo social.
—Siempre se dijo que en tu cine se encuentra la idea de una búsqueda de la identidad.
—Para mí hay una sola temática, que es la identidad y la filiación. A veces me decían: “¿Por qué en todas tus películas se habla del padre?”. Si hay algún otro tema, no me enteré (risas). La maternidad es un tema que me interesa, pero es un hecho natural, mientras que la paternidad es una construcción ficcional. No somos nada, un pedazo de carne inútil para nuestros hijos. Tenemos que construir esa cadena filiatoria que de alguna manera construye la identidad de un otro desde uno que tampoco sabe quién es. Entonces, el camino de la identidad no llega a ningún lado porque en el medio uno se muere, pero parecería que si no lo atravesamos, durante este ratito que estamos en este mundo, tiene todavía menos sentido.
—La construcción de la propia identidad de Iosi parte desde una obligación pero también desde la mentira y el odio.
—Lo que hace Iosi no es muy diferente al adolescente que le parece que sus padres son unos idiotas. Construye la identidad a partir de la oposición y después termina siendo eso que él cree odiar. Hay que tratar de entenderlo desde este prisma, que también puede ser provocador, porque hay diferentes tipos de motivaciones cuando uno llega a ese odio. Algunas no tienen resolución y a mí no me interesa el abordaje a una postura de prejuicio y de odio racial que no admite consideración y análisis. Nos metimos en un camino complejo con un héroe que hace este camino de antisemitismo, que es parte de su misión en la vida, y en este camino él empieza a redimirse.
—¿Qué encontraste en Gustavo Bassani para darle el rol protagónico?
—Quería un protagonista que sea una cara totalmente nueva. Fui a ver una obra de microteatro y actuó delante mío como si yo no existiera, sabiendo que podría elegirlo para una serie. Me gustó tanto eso que lo volví a llamar para un casting y fue espectacular. El primer día que lo pusimos en un primer plano nos hizo pensar en James Bond a la Argentina. Es un actor extraordinario, una persona tremendamente generosa y absolutamente versátil y yo creo que Iosi va a ser el comienzo de un actor muy impactante.
—¿Qué te atrajo de trabajar un género como el del espionaje?
—Me encantan las películas de espionaje. Las miro todas. Y me gustaba mucho hacer una de espionaje a la latinoamericana.
—¿Qué querés decir?
—Por ejemplo, cuando van los agentes del MI6, abren la puerta y hay un tipo en una mesa que debe costar 30.000 dólares solo la madera, le ponen todos esos chiches costosos para elegir. Acá los servicios de inteligencia no pueden espiar a todos los que quisieran porque no tienen plata y tienen que elegir dónde ponen los recursos. Tienen que salir a robar un Fiat 600 para hacer la misión. Tienen tres tipos para escuchar, pero no tienen quién les transcriba. A mí eso me encanta, me parece muy interesante. El mundo del espionaje sigue siendo muy atractivo porque tiene esa cosa de voyeur, de ver qué está haciendo el otro, sentirse atraído y convertirse un poco en el otro. No quiero ser pretencioso pero de alguna manera reinventamos un género, el thriller de espías internacionales, pero en Argentina.
—También es un género que te da la posibilidad de trabajar la tensión en espacios pequeños. Un conflicto se traduce en una conversación entre dos personajes en una habitación.
—Sí, sí; en esos dos personajes de alguna manera pueden habitar tensiones geopolíticas mundiales. Los personajes llevan un montón de cosas a las habitaciones y eso lo hace mucho más interesante dramáticamente.
—Como director, ¿qué lecciones te dejó filmar durante la pandemia?
—La mitad de mi tiempo y responsabilidad cuando lidero un proyecto es ayudar a que la gente domine el miedo. Y con la pandemia eso se incrementó. Hay algo que sucede naturalmente la semana anterior a un rodaje: todos creen que no va a suceder. Yo me dedico a convencer a la gente de que va a suceder. También me permite no entrar en pánico porque no tengo esa posibilidad. Es una dialéctica muy compleja porque estás en un proyecto que es muy grande, hay cientos de personas; y si vos analizás de una manera muy técnica todas las variables que se dan en un día de rodaje, hay tanta cosa que puede salir mal que es como el lanzamiento de un transbordador.
—Sumale que hay que repetirlo durante varios días, varias semanas.
—Sí, pero a su vez quiero que cada persona sienta que no se va la vida. Si había pedido una gorra gris y vino bordó, vamos a hacer la toma igual. A su vez, es muy importante que esté la gorra gris. Parece esquizofrénico, pero es valorar mucho el aporte de cada uno. Trato, en los lugares que trabajo, de que la gente también entienda que mientras filmamos también vamos viviendo y nos vamos muriendo. Los primeros años uno piensa que es eterno. Vivís en una realidad paralela y creés que la vida se suspende mientras hacés cine, pero no. Tus padres van a seguir creciendo, se van muriendo y tus hijos van perdiendo su infancia. Por la responsabilidad que tengo cuando lidero un equipo, intento humanizar todo ese tiempo porque es mucho y muy intenso. Todo este grupo de gente, durante muchos meses, casi no ve a su familia. La labor artística, lo que está dentro del rectángulo, también se alimenta de eso. No solamente dónde ponés la cámara y cuál es el decorado. Mi frase de cabecera es “Abrazar la realidad”. La realidad siempre se impone. Muchas veces los que hacemos ficción creemos que nuestra fuerza es mayor que nuestra realidad, pero un segundo de vida de una persona es mucho más real que la mejor serie del mundo.
—¿Qué diferencias encontrás entre filmar en Uruguay y hacerlo en Argentina?
—Hay diferencias culturales importantes. Siendo honesto, creo que no tiene que ver con Argentina, sino en qué nos convertimos los argentinos. Los argentinos podemos ser lo que admiramos de los uruguayos. Hay una irritación en nuestra sociedad, un miedo, que derrama en todas las actividades y que a todos los argentinos nos entristece. Sí creo que hay algo que tiene que ver con la identidad uruguaya que es muy importante. Hay una idea del otro como igual muy instalada, que no es un discurso. Acá, a la hora de la comida, el que llega primero se pone en la fila, el que llega segundo se pone segundo y si el noveno es el actor y el primero en llegar es el vestuarista, la fila sigue siendo la fila. Eso en Argentina no existe y dice mucho. Me fijo en esos detalles. Lo que uno mira en alguien con el que va a trabajar es, justamente, su relación con el otro. Antes, cuando iba a trabajar con un actor o una actriz, lo invitaba al bar a tomar un café y veía cómo trataba al mozo. Eso era todo. Eso te habla de una persona y no tiene vuelta. Después está el talento, que es cada vez más irrelevante. El talento está sobrevalorado.
—¿Sobrevalorado? ¿Por qué?
—El verdadero talento es que las cosas sucedan. Los sueños son irrelevantes. El sueño es egoísmo en polvo.
—¿En comparación con el acto de hacer?
—Claro, esto es un talento (señala a su alrededor). Que toda esta gente sincronizada haga que en un rectángulo pase todo al mismo tiempo. Talentoso es quien permite que las cosas sucedan. Y eso no tiene que ver con ser un artista, un poeta. La construcción de los procesos complejos de creación artística tienen que ver con las bases de confianza y cómo uno se vincula con el otro. Eso es un cambio de paradigma. Cuando empecé a trabajar había directores y actores que eran insoportables y te decían: “Tal es imposible, pero…”. Ahora, ese “pero” no va más. Cuando viene el “pero” digo: “No me cuenten más, no me interesa conocerlo”. Lo que viene después del “pero” no quiero que sea parte de mi vida.
—¿Sentís que eso lo aprendiste a medida que tu trabajo fue creciendo en escala? Pienso en Supermax (serie coproducida entre cinco países, incluido Uruguay), por ejemplo.
—Mi mayor aprendizaje es no convertirme en un ser de mierda. La naturaleza de nuestra actividad te lleva a creer poder equivocarte y poder pensar por un minuto que vos tenés que estar primero en la fila. Ese es el verdadero talento: no convertirte en esa persona que uno despreciaba cuando empezó a hacer esto. Después, el resto sucede. A mí lo que más me emociona es cuando me cruzo con alguien con el que trabajé hace 20 años, me toca la bocina y me quiere saludar en vez de querer seguir para adelante. No porque sea un humanista, porque vivimos un rato y las series van y vuelven, las películas finalmente se ven en la casa mientras las personas tienen relaciones o comen una pizza. La vida que tenemos es única y volviendo al tema de la identidad, somos finalmente como tratamos a los otros. Eso somos.
—¿Qué significó que tu productora, Oficina Burman, sea adquirida por el grupo audiovisual Mediapro?
—Me permitió muchísima libertad creativa, tranquilidad y, sobre todo, soñar en grande.
—¿Antes no lo hacías?
—Sí, siempre fui un soñador conservador. Siempre tuve sueños que eran posibles con mucho esfuerzo. El estudio a fin de cuentas son los ejecutivos y las personas. Ellos tuvieron la confianza en decirme: “andá adelante”. Amazon también, al decir: “quiero una serie de Burman”. Fue un acervo de confianza. Confiaron mucho en mí y yo confío mucho en el estudio. Son grandes impulsores de mi carrera y estoy muy agradecido.
—Fuiste dejando de lado la figura del “director-autor” para dar lugar a un cineasta involucrado en otros aspectos de la realización y la industria.
—La idea del artista en el centro de todo expiró. El modelo de artista renacentista está completamente vetusto. Disfruto mucho de la periferia. Es un lugar de mucho mayor aprendizaje. Los lugares supuestamente centrales suelen asfixiarlo a uno desde el ego y el narcisismo. La periferia es un gran lugar donde estar, sobre todo después de los 40, que uno siempre siente que ya no va a aprender nada. Cuando llegás a los 50, en mi caso, es espectacular porque te permite poner otra gente en el medio y te da ilusión de que no solo todavía queda mucho por aprender, sino mucho en la vida. Es una manera de creer que, todavía, falta.
—¿Cómo te sentís con la recepción que ha tenido Iosi desde su estreno?
—No tengo los números porque los números son confidenciales de la plataforma. Pero sí ha tenido un impacto muy grande en la audiencia y en otros países. Ha removido en la sociedad argentina un montón de preguntas dormidas. Se está hablando del antisemitismo, la función de la policía, y despertando el interés por quiénes somos como argentinos, así que estoy muy feliz. Y trabajando profundamente dentro del mundo de Iosi.
—Si no me equivoco, tenías una película en camino…
—Sí, pero no la filmé. Tengo muchas ganas de volver a hacer una. Es más, necesito hacer un largometraje. Antes de los 50 necesito hacer una película. Urgentemente.
- Recuadro de la entrevista
La producción local y su futuro