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Como ocurre muchas veces con los procesos truncos o interrumpidos, la memoria regresa a ellos para intentar unir lo roto, completar la línea de puntos o rellenar aquello que falta. Quizá por eso en los últimos años han proliferado los documentales que se acercan al período de la dictadura desde lo personal antes que desde lo colectivo. Y es que, más allá de los procesos sociales que se vieron afectados por los años que duró el régimen de facto, fue la vida de personas concretas la que se vio rota y sacudida por esos golpes y cimbronazos. En ese grupo de documentales pensados desde la trayectoria personal y familiar se inscribe La nieve entre los dos, película de Pablo Martínez Pessi, recién estrenada.
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Algo llamativo al tratarse de un documental es la morosidad con que desgrana los datos que servirán para entender la situación planteada. No sabemos el nombre de ese padre ausente hasta pasada la media hora de película. Tampoco sabemos por qué ese padre estuvo preso. Obviamente, sabemos que fue por razones políticas, pero nada más es explicitado en el arranque. Y eso, que podría entenderse como un error narrativo, funciona en cambio como un mecanismo que nos permite entrar de lleno en el asunto, que no es otro que el vínculo epistolar que se construye entre ese padre preso y sus hijas, muy especialmente con Inés, la mayor, exiliadas con su madre en Suecia.
Después de plantear de forma breve los impactos que el exilio tiene en unas niñas que no logran captar del todo lo que pasa a su alrededor, el documental se concentra en exponer la construcción de esa relación, limitada a cartas que van y vienen desde el Penal de Libertad en Uruguay hasta Kiruna, pequeña ciudad sueca ubicada a 145 kilómetros al norte del círculo polar ártico. En cierto momento las tres niñas, la mencionada Inés y sus hermanas, Claudia y Verónica, explican en sueco los pequeños/gigantes problemas que enfrentan en su adaptación: la lengua, el frío, hacer nuevos amigos. El material visual de archivo aparece solo en ese instante mientras el resto es narrado con las voces en off de Inés y su padre, Juan José Noueched, a medida que las cartas se van acumulando entre ellos, acompañadas de imágenes que, de manera elíptica, ilustran las palabras escritas que intercambian.
Esa primera parte del documental se desarrolla justo con el ritmo que tenían los intercambios epistolares en la era pre-Internet. A esa lentitud del intercambio se suman dos tipos de límites: el primero, del lado de las niñas, y el segundo, el que plantea la censura de la cárcel. Del lado infantil, las niñas no siempre tienen ganas o ánimos de escribirle a ese padre cada vez más ausente a pesar de los mejores deseos de todos los implicados. En la infancia la distancia diluye los vínculos de una forma que no siempre resulta perceptible o asimilable para los adultos. Además, más allá de su padre, las niñas lidian con una realidad nueva e impuesta y eso les consume un montón de energía. Por el lado de la censura carcelaria, las reglas estúpidas y arbitrarias están a la orden del día y, entre las amenazas de interrumpir el intercambio, la obligatoriedad de escribir solo 25 líneas por carilla, el máximo de dos carillas y los tres centímetros de margen estricto en cada hoja le van quitando toda posibilidad de espontaneidad al intercambio. Al mismo tiempo, en ese intercambio es donde reside el único vínculo posible entre padre e hijas.
El documental entra en una segunda parte más dinámica cuando el intercambio de misivas narradas da lugar a las escenas en donde la familia conversa, precisamente, sobre la importancia que tuvieron aquellas cartas de los años 70 y 80. Porque, y esto es importante, Juan José, que era empleado bancario y perteneció al MLN, pasa toda la dictadura en prisión y es uno de los últimos liberados en 1985. Es por eso que el vínculo familiar se ve interrumpido así durante buena parte de la infancia de las niñas y toda su adolescencia. El ansiado reencuentro se produce cuando Juan José viaja a Suecia apenas salido de prisión.
Como era previsible, el reencuentro tiene un sabor agridulce. Ese padre que busca a sus hijas pequeñas se encuentra con tres mujeres suecas hechas y derechas. Ninguno de ellos se corresponde con la imagen que habían construido a través de las cartas. Y al mismo tiempo, lo dicen las propias chicas en el filme, esas mujeres tampoco se han sentido del todo suecas y han vivido todo ese tiempo con la sensación de no pertenecer del todo a ese paisaje de nieve y hielo. Las tres saben también que eso es algo con lo que van a tener que convivir siempre. A la vez, y a medida que ese reencuentro se va convirtiendo en una relación real, todos van asumiendo que el lugar de padre que Juan José imagina al salir de la cárcel ya no existe. Y que en su lugar deben desarrollar una relación nueva, adulta, distinta.
Si algo se puede destacar del filme es la delicadeza con que el director Martínez Pessi maneja su material, dejando que los afectos se vayan explicitando de manera natural, sin golpes bajos ni recursos efectistas. Es valioso poder observar en primera fila cómo ese microcolectivo, esa familia, va terminando de (re)modelar sus vínculos usando los materiales que su propia trayectoria les va legando. Es interesante, y a la vez llamativo, la ausencia de mensaje “político” en el sentido más estricto. Sí, las hijas dicen haber crecido “orgullosas” de la militancia de sus padres, pero al mismo tiempo se cuestionan sobre el sentido que tuvo esa militancia a la luz de la distorsión brutal que supuso para la familia. Ahí también luce delicado el tratamiento de un tema que suele ser bastardeado, sobre todo en tiempos de campaña electoral.
Una película sensible, emotiva, que deja a esa familia exponer los vaivenes de su vínculo roto y luego reconstruido. Las imágenes, hermosas y a veces casi abstractas del fotógrafo Andrés Boero Madrid y del propio director, son el marco ideal para ilustrar esa trayectoria de reconstrucción. Una reconstrucción que se hizo en el balance entre intenciones y posibilidades, en donde la familia hiló con lo que tuvo a mano. La música de Cecilia Trajtenberg funciona muy bien en este documental de belleza íntima que habla de una familia separada por la cárcel y el exilio, pero que también habla de lo complejo y rico que resulta cualquier vínculo entre un padre y sus hijas distantes.
El documental se exhibe en forma gratuita en varios centros y salas. La programación puede verse en: Agenda Montevideo. También el sábado 1º se proyectará en el MACA (Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry) de Manantiales con inscripción previa. Hasta 1° de junio se exhibirá en Cinemateca, Life 21 y Sala B del Sodre.