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Quienes lo han leído conocen su espíritu burlón, su condición de eterno viajero, su literatura en apariencia autobiográfica, sus continuas referencias a otros escritores y sus mentiras sobre ellos. Con estos elementos, Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1949) ha creado un personaje de sí mismo y una obra literaria y ensayística potente y original, que parece haberla escrito con la semisonrisa que mantiene cuando contesta preguntas. Fue el “personaje Vila-Matas” quien, con un hablar pausado y un humor sin estridencias, hizo reír al público que colmó el anfiteatro del Centro Cultural de España (CCE) el viernes 27 de setiembre, cuando participó del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (Filba), instalado por primera vez en Montevideo.
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Al otro día, en un desayuno con siete periodistas, se presentó como un Vila-Matas menos histriónico, y allí confesó que usa el humor como una coraza para superar su timidez. “Con el tiempo fui creando un personaje irónico. La forma de saber si el público conecta es a través de la risa. Si no conecta, se crea una situación difícil, porque tengo la impresión de estar con personas burras. A veces no me funciona, como me pasó en Alemania, donde en una conferencia leí un texto muy crítico hacia los alemanes que me había funcionado muy bien la noche anterior, cuando el grueso del público era de emigrados españoles. Pero los alemanes no se rieron, y cuando terminé me insultaron”.
El personaje Vila-Matas aparece en sus novelas bajo la forma de un narrador-escritor que cuenta en primera persona sus travesías por la literatura propia o de otros y por diferentes ciudades. Para el escritor este engaño autobiográfico tiene un nombre y lo llama “figuraciones del yo”. “Contrariamente a lo que se cree, no cuento nada de mí, cuento historias que parecen autobiográficas. Me aburriría mucho si hablara de la realidad, por eso cuento todo de otra forma para no reproducirla. A su vez, la obra me ha atrapado tanto que ya no sé nada de mí”.
Con ese ejercicio narrativo, Vila-Matas ha escrito Dublinesca, Bartleby y compañía, Doctor Pasavento, Aire de Dylan, entre otras novelas. Todas son diferentes pero parecen el mismo libro, y Kassel no invita a la lógica (Seix Barral, 2014), su última novela, no es la excepción. Lo original es la trama, y lo que se reitera es su formato de historia dentro de otras historias. El propio protagonista de la novela recuerda un supuesto relato familiar que bien podría aplicarse a su literatura: “… toda historia remitía a otra historia que a su vez remitía a otra historia y así hasta el infinito”.
El narrador es un escritor veterano que recuerda con angustia su no tan lejana enfermedad y vive atemorizado por la noche, por eso se encierra en su casa cuando baja el sol. Su rutina cambia cuando lo invitan a participar en Documenta 13, la gran exposición de arte contemporáneo que se celebra cada cinco años en Kassel, Alemania. Lo curioso no es la invitación, sino el rol que le tienen reservado: el escritor deberá ir todas las mañanas a un restaurante chino, en las afueras de Kassel, para escribir en una de sus mesas, así la gente lo verá trabajar, como si fuera una instalación.
Vila-Matas habló sobre esta experiencia, que en realidad vivió, en su charla en el CCE: “No me gustaba la idea de que me miraran mientras escribía. Recordé a Kafka cuando su novia le dijo: ‘Cuando estemos casados, mientras escribes, estaré siempre atrás tuyo mirando’. Y esto, como saben, interrumpió el casamiento”.
A pesar de lo extraño de la invitación, el personaje de Kassel no invita a la lógica la termina aceptando. En el restaurante chino se presenta no con su nombre, sino con diferentes heterónimos, y de esta forma la impostura de escribir deriva en otras tantas imposturas. No en vano, cuando Vila-Matas firma los libros de sus seguidores, acompaña la dedicatoria con un dibujo que recuerda a Fernando Pessoa, el gran creador de heterónimos, el gran mentiroso literario.
Para el escritor lo importante de su estadía en Documenta 13 no fue su experiencia en el restaurante chino, sino las sensaciones que le despertaron algunas obras de arte contemporáneo. De ellas surgió su última novela, que muestra el creciente entusiasmo del protagonista por las propuestas de la enorme muestra de arte. Lo primero que le impacta es la obra de Ryan Gander, que es tan etérea como el aire, porque se trata justamente de eso, de una brisa que atraviesa el salón de exposiciones. El impulso invisible, le puso el artista a su creación “que parecía empujar levemente a los visitantes y darles una suave fuerza inesperada, un ímpetu suplementario”, piensa el narrador.
Al hablar sobre este tipo de obras, Vila-Matas explicó: “Uno tiene dos posibilidades: decir que el arte contemporáneo es un horror o decir que no está nada mal. El impulso invisible era lo que necesitaba para pasar cinco días en un lugar como aquel y que me interesara lo que había allí. Mi novela es un canto a la curiosidad”.
Kassel no invita a la lógica se construye con la suma de sensaciones de su protagonista. Además de su perplejidad con la brisa convertida en arte, también experimenta primero desconcierto y luego entusiasmo por Esta variación, una obra “invisible”: en una habitación oscura los visitantes caminan a tientas mientras sienten risas, roces, bailes y movimientos lejanos. “Cuando el arte pasa por la vida”, piensa el personaje al salir de aquella obra, y comienza a reflexionar sobre una de las obras de Duchamp, un toldo para protegerse del sol, que solo quedó en la mente de quienes lo vieron.
Estas digresiones en la novela de Vila-Matas son su atractivo a la vez que su limitante. Por momentos la trama se estanca en las continuas referencias y en el afán del escritor —o de su personaje— de dejar claro que no quiere burlarse del arte contemporáneo: “Me había prohibido a mí mismo reírme sistemáticamente, como lo hacen tantos, de cierto arte de vanguardia que aspira a la originalidad. (...) Sabía que siempre resultó para los idiotas bien fácil denostar ese arte y yo no quería estar entre ese tipo de gente”.
Y después están sus infaltables menciones a otros escritores, un recurso que luego de tantas novelas se ha debilitado, aunque suena muy divertido cuando él mismo lo explica al público: “Muchas veces tomo un libro y lo abro en una página al azar, copio una frase, pero la modifico para que algo tenga que ver con lo que estoy contando. Entonces no cuento la historia que he imaginado sino la que he provocado con esta mezcla. Casi nunca es una cita literal y a veces pongo en boca de autores frases que nunca dijeron”.
La visita de Vila-Matas a Montevideo fue fugaz, pero le dio tiempo para visitar el hotel Cervantes, sobre el que ya había escrito. También fue a visitar La Torre de los Panoramas y la casa del escritor Julio Herrera y Reissig, donde funciona la Academia Nacional de Letras. Quedó entusiasmado con el cartel que había colgado el poeta: “Prohibida la entrada a los montevideanos”. Ahora Vila-Matas quiere copiar la idea para poner uno igual en Barcelona que diga “Prohibida la entrada a los catalanes”. Quién sabe si no será el comienzo para otra de sus novelas.