Para el poeta modernista Rubén Darío, el azul era el color del ensueño, del arte, del firmamento. Entonces tituló Azul a uno de sus libro y tiñó con ese color a su poesía. En el otro extremo anímico, el dramaturgo Tennessee Williams creó un personaje en su obra La noche de la iguana que sufre de depresión y la llama blue devil (diablo azul). Esa obra de Williams, que sufrió del mismo mal que su personaje, le dio título al escritor uruguayo Jorge Burel para su ensayo El demonio azul. Acerca de la melancolía, la depresión y sus expresiones artísticas (Linardi y Risso, 2022), fruto de su batalla contra la enfermedad. Burel tuvo una larga trayectoria como periodista de radio, televisión y prensa. Escribió libros de viajes, de cine, biografías y ficción. Es un gran lector de todos los géneros y eso se ve reflejado en este ensayo que aborda el tema de una enfermedad dolorosa a través de la obra y de la vida de algunos escritores y artistas plásticos que la sufrieron. “Quien cree que está en el infierno, está en el infierno”, escribió Arthur Rimbaud, y esa cita la eligió Burel como uno de los acápites de su libro. Agregó otro de Robert Burton que dice: “escribo sobre la melancolía para estar ocupado en la manera de evitar la melancolía”. Sobre su libro y su proceso de escritura, Burel mantuvo la siguiente entrevista con Búsqueda.
—Publicaste libros de varios géneros, ¿con cuál te has sentido más cómodo?
—Sin lugar a dudas que el que más me gusta es el ensayo, es el tipo de texto con el que más disfruto. Afortunadamente hay grandes escritores que lo cultivan. De los últimos hallazgos, me gusta mucho Rebecca Solnit, tiene una autobiografía hermosa y otra sobre la historia del caminar. También me gusta mucho Julian Barnes cuando transita por el ensayo, como su último libro, El hombre de la bata roja. No me considero un profesional de la escritura en el sentido de que no podría escribir algo a pedido o pensando en que va a interesar a determinado público. Escribo aquellos libros que necesito por alguna razón. Por ejemplo, el libro sobre Iván Kmaid (Iván Kmaid: el gran turco) fue una suerte tardía de elaboración del duelo porque lo publiqué más de 10 años después de su muerte. Cuando lo veo a la distancia, me doy cuenta de que lo escribí porque tenía necesidad de entender por qué había sido tan importante Iván en mi vida. De la misma manera que El demonio azul lo escribí como una especie de elaboración de una experiencia muy especial que viví. Cuando escribí La noche fatal de Alberto Spark, fue un ejercicio en relación con lo que había sido mi vínculo con la radio. Es la historia de un conductor de radio, un hombre que acumula años y que va perdiendo contacto con sus oyentes. El penúltimo libro, que se titula El país que no estaba en los mapas, lo escribí para tratar de entender por qué yo había tenido una relación tan intensa, durante tantos años, con el cine, y en cierta medida también para tratar de explicarme por qué esa pasión se había ido de alguna forma diluyendo.
—¿Te fue difícil escribir El demonio azul en un país con un alto número de suicidios y casos de depresión?
—Para empezar, escribo el libro porque atravesé una depresión. En el comienzo hay una frase de Charles Péguy que recomienda no escribir sobre nada de lo que no se haya tenido experiencia. Por más que el libro no está escrito en primera persona, estoy diciendo que escribo de algo que conozco. Atravesé esa depresión y me interesé mucho en el tema una vez que la superé. Una de las cosas más terribles que me ocurrieron es que no podía leer, y yo había sido un lector toda mi vida. Eso tiene que ver con una de las características de la depresión: la incapacidad de experimentar placer. Una vez que superé ese estado, comencé a leer sobre el tema. Hay algunos libros que menciono en la bibliografía que son estupendos. Otro aspecto que me parece interesante con respecto a la escritura es que cuando atravesás una depresión, la razón no te ayuda. Las herramientas del intelecto te resultan absolutamente inútiles. De alguna manera el libro es una revancha contra eso. También quise crear las condiciones para poder hablar públicamente sobre el tema porque se menciona mucho la palabra depresión, pero salvo aquellos que la experimentan, la inmensa mayoría de la gente no tiene idea del sufrimiento que supone. Entonces lo que hice fue crear las condiciones para que los medios me dieran la oportunidad de hablar del libro, pero también de decir ciertas cosas a propósito de la enfermedad. La depresión estigmatiza y es muy difícil hablar. Más bien es un tema que se oculta y reconocerlo públicamente es casi como salir del clóset. Quería hablarles a las personas que teniendo un familiar o un conocido afectado no entienden qué es lo que está sintiendo. También a aquellos que la sufren para que escucharan la voz de alguien que les dice: “Atravesé una depresión y aquí estoy”.
—¿Qué reacciones has tenido?
—Me han llegado reacciones de personas que me escucharon en entrevistas y que sintieron una especie de alivio al ver que alguien, que no es médico o psicólogo, era capaz de hablar públicamente de la depresión. Un depresivo habla desde su interioridad. Desde el punto de vista literario y del vínculo con el lenguaje el sentimiento depresivo está dentro del terreno de lo inefable, de aquello que no puede traducirse en palabras. Alguien puede hacer una descripción de los síntomas de la depresión desde afuera, pero definir el sentimiento depresivo es prácticamente imposible. A mí me interesó mucho investigar o ver hasta dónde habían llegado algunos escritores y artistas en la descripción del fenómeno.
—Es impactante la larga lista que aparece en el libro…
—Sí, empezando por el poeta portugués Fernando Pessoa. Esta relación del sentimiento depresivo y su expresión a través de las palabras me hizo reparar en un pasaje de un libro de George Steiner que habla de un virus de insatisfacción en las palabras: es la distancia que existe entre lo que se quiere describir y las palabras. Esa insatisfacción es casi algo permanente en la historia. Por eso me interesó mucho la carta que escribió Pessoa a un joven poeta, porque creo que esa carta es una de las páginas más descriptivas sobre la depresión. Por supuesto que como todos los escritores recurrió a la metáfora. William Styron decía que vivía en “una niebla compacta y venenosa”. Pessoa en otro momento dice que la depresión es “una nada que duele”. Y sobre la nada no se puede decir nada.
—También en el libro hay ejemplos de artistas plásticos que sufrieron depresión.
—Nombro algunos porque obviamente este libro no pretende ser un recorrido por la historia de la expresión plástica de la depresión o de la melancolía, pero selecciono ahí algunos cuadros donde quedó registrado el gesto de la melancolía. El famoso grabado de Durero Melancolía 1, tal vez el más representativo de ese sentimiento, con el ángel sedente que apoya su cara en una mano, el gesto canónico de la melancolía. Tanto es así que uno recorre la historia y se encuentra con Edward Munch, que tiene un cuadro también llamado Melancolía con exactamente el mismo gesto, probablemente ese cuadro sea una cita de Durero. Pero también están los Goya, obviamente. Hay uno muy tremendo, Saturno devorando a su hijo. Saturno en la astrología helenística se asociaba a la melancolía. También es terrible el que Goya hizo de Gaspar Melchor de Jovellanos, que era su amigo. No se entiende por qué lo retrató así, con ese abatimiento. Era un individuo que había tenido poder en la Corte. También están los cuadros de Giorgio de Chirico y los grabados de Piranesi de las cárceles.
—Las cartas que algunos artistas dejaron parecen ser un valioso testimonio para entender su estado anímico.
—Hay muchos más testimonios. Cito al escritor y pensador rumano Cioran, quien vivió su vida en la más profunda de las depresiones. Por eso es capaz de describirla de forma tan brillante. Dice que la melancolía es la arqueología de nuestras vergüenzas, porque es una pérdida de estima hacia el yo que lo lleva a detenerse a reparar en cada uno de los fracasos de su vida. Además de acudir a mis palabras, sobre todo en el primer capítulo donde creo hacer una descripción bastante precisa y metafórica del sentimiento depresivo, el libro se ayuda de todos esos testimonios y al final me parece que queda una imagen bastante aproximada de lo que es el sentimiento depresivo.
—Una de las preguntas que dejás planteada es si estos artistas hubieran sido los mismos creadores sin depresión. ¿Llegaste a alguna respuesta?
—Es la gran pregunta. Por ejemplo, Van Gogh, ¿qué habría pasado si no hubiera sido depresivo?, ¿habría pintado lo que pintó? Una vez leí a un psiquiatra francés que decía que a su juicio si Van Gogh no hubiera tenido esa enfermedad mental, habría sido igualmente genial. Si habría pintado otras cosas, no podemos saberlo, lo que sí sabemos es lo que nos legó. Lo que me pregunto, y tampoco tiene respuesta, es si valió la pena el sufrimiento atravesado por Van Gogh para que nos legara un cuadro de una belleza incandescente como La noche estrellada. Es una pregunta que me he formulado a propósito de Proust, de Kafka, de Miguel Ángel. Lo dice Julia Kristeva cuando habla de un tesoro que está compuesto por todos los matices del sufrimiento experimentados por la humanidad y que está a nuestra disposición cada vez que leemos una novela, un poema o asistimos a una obra de teatro. La obra de teatro que yo menciono, La noche de la iguana, fue escrita por un depresivo, que le legó al teatro universal obras extraordinarias. Qué habría pasado si Tennessee Williams no hubiera sufrido lo que sufrió y, en cualquier caso, ¿el sufrimiento no es necesario para que existan las obras de arte?, ¿los hombres felices serían capaces de crear o la creación supone cierta insatisfacción y cierta infelicidad? Queda claro que quienes escriben, pintan o hacen una película tienen la sensación de que al mundo le falta algo, y que eso que le falta es lo que ellos producen. Por lo tanto, si esa insatisfacción no existiera, la creación para ellos no tendría sentido.
—En el libro mencionás la relación entre la nostalgia y la fotografía. Algo muy distinto a lo que pasa hoy con las selfies y ese mundo feliz de las redes sociales.
—La fotografía es un medio esencialmente elegíaco, eso lo dicen Susan Sontag y Roland Barthes en sus libros sobre fotografía. Congela un momento en el tiempo que ya pasó y se ha perdido. Por eso ellos dicen que la fotografía es profundamente melancólica. Con respecto a las selfies, hay un ensayista, Pascal Bruckner, que en su libro La euforia perpetua plantea el deber de ser feliz que la sociedad nos demanda. Yo menciono las selfies como una manifestación de eso, es como si existiera la obligación de verse feliz para los demás, como si la tristeza, algo tan natural, fuera una emoción indeseada. Es la idea de felicidad que nos transmite la sociedad de consumo. En el libro digo que más que buscar la felicidad, lo que debemos hacer todos es aprender a gobernar nuestras tristezas.
—Hacés muchas asociaciones con los colores, con el momento del día, con lo brumoso. ¿Por qué?
—Cuando me detengo en los cuadros de De Chirico veo que son extremadamente luminosos, pero lo que se respira es melancólico, entre otras cosas por unas sombras muy marcadas que son siempre como una especie de oscuro presagio, como si tuvieran más peso que la realidad misma. Por allí menciono que en la Edad Media los monjes cristianos sufrían algo que se llamaba acedia, que era un ataque muy fuerte de melancolía. Sobre todo los monjes que vivían en los monasterios en el desierto de La Tebaida, en el norte de Egipto. Para ellos, el momento más penoso se producía al mediodía, razón por la cual lo llamaban “el demonio del mediodía”, que remite a un salmo que dice que el hombre justo estaba preservado por Dios del sol devastador del mediodía. Es muy curioso que un sentimiento que uno podría asociarlo más a la oscuridad, a la noche, al crepúsculo, puede hacerse notar de manera tan intensa a la hora de mayor sol, cuando parece que el día no va a tener fin y tampoco el dolor del deprimido.
—La foto de portada para el libro es de tu autoría. ¿Por qué la elegiste?
—La tomé en el Puerto del Buceo una mañana de invierno. Había un gran banco de niebla. Me parece que transmite de manera muy intensa el sentimiento depresivo. Hay una inmensa quietud, que es la que siente alguien con depresión. Tiene la sensación de que no va a salir de su estado, de que el futuro va a ser una réplica exacta del dolor que está sintiendo en el presente. Los barcos en esa foto están desprovistos de sus velas y dan la sensación de estar allí y de que van a estar allí por siempre. Pero además no hay horizonte. Yo cito en algún momento a Julia Kristeva cuando dice que la depresión oculta el horizonte temporal para el depresivo y por eso no tiene proyectos. Cuando pensé en la ilustración de la portada, me di cuenta de que esa foto transmitía esa cosa fantasmal, ese sentimiento.