• Cotizaciones
    sábado 07 de septiembre de 2024

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
    $ Al año*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
    $ por 3 meses*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * A partir del cuarto mes por al mes. Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
    stopper description + stopper description

    Tu aporte contribuye a la Búsqueda de la verdad

    Suscribite ahora y obtené acceso ilimitado a los contenidos de Búsqueda y Galería.

    Suscribite a Búsqueda
    DESDE

    UYU

    299

    /mes*

    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá

    “Me gustaría mucho ser mujer”

    Daniel Mella y “Lava”, su último libro de cuentos

    Una pareja que busca un embarazo a la vera de un volcán ominoso, en el relato “Lava”. La voz de una madre sencilla, de barrio, que da a luz a un bebe con problemas y le encarga al marido que entierre la placenta en el jardín, en “Bocanada”. La Hermana Lugo y la niña Nicole que embrujan a un muchacho que les alcanza agua en bidones desde una estación de servicio, en “La esperanza de ver”. Una mujer veterana que visita a su suegra en la casa de salud y al volver no quiere entrar a dormir a su hogar, en “Ahora que sabemos”. En los últimos cuentos del uruguayo Daniel Mella (Montevideo, 1976) algo extraño sucede aunque no se sepa bien qué es ni por qué resulta tan inquietante e intenso.

    Mella publicó por primera vez en 1995 la novela “Pogo”, bajo el seudónimo de Daniel Gorjuh, y más tarde apareció “Derretimiento”. Fueron dos libros violentos que lo ayudaron a exorcizar la rabia, recuerda hoy. Con más años de vida y un poco menos de rabia, ahora vive en Parque del Plata, trabaja dando clases particulares de inglés a adultos y niños y tiene dos hijas pequeñas.

    Entre los autores que hasta ahora prefiere están Ernest Hemingway (“allá arriba”), Thomas Bernhard, Anne Carson y Enrique Vila-Matas. Entre los uruguayos a los que trata de seguir están Ercole Lissardi, Mercedes Estramil, Gustavo Espinosa, Felipe Polleri, Fernanda Trías, Dani Umpi y Horacio Cavallo, entre varios más.

    El que sigue es un extracto de la charla que el escritor mantuvo con Búsqueda.

    —¿Cómo fue la experiencia de volver a escribir?

    —Estuve ocho años sin escribir y cuando volví a hacerlo sentí mucha alegría, estuvo buenísimo y era rarísimo ver cómo fluía la novela. Pero cuando la terminé me di cuenta de que salvo por esa parte que terminó siendo el cuento “La esperanza de ver”, todas las escenas e imágenes estaban ahí pero meramente describiendo, sin expresar nada. Porque había perdido el hábito de expresar y empecé a volver por un lugar poco sugerente, casi como si se tratara de la base teórica de la novela: no había sustancia, faltaba la carne, la vida. Al principio no podía creer que la novela no funcionara después de todo lo que había disfrutado escribiéndola. Precisaba escribir más para lograr algo bueno.

    —En los dos primeros cuentos hay una presencia fuerte de la mujer y de lo propiamente femenino: el deseo de ser madre, el parto. ¿Cómo llegaron estos temas a su literatura?

    —Las mujeres tienen en mi vida una importancia muy grande. Me han ayudado a despertar a distintas etapas de mi caminar, de alguna manera. Siempre estuve rodeado de mujeres: en mi casa de la infancia estaban mi madre y mi hermana, y desde que crecí tuve mucha compañía femenina. He sido bastante enamoradizo y tengo dos nenas. Además, en la mujer es donde se unen a un nivel mucho más intenso que en el varón la vida y la muerte, que en nuestra mente están separadas. Cuando Caro estuvo embarazada de las nenas, a medida que se acercaba el momento del nacimiento, la muerte estaba cada vez más presente.

    —¿En qué sentido lo dice?

    —Aumentaba el riesgo, el momento del parto es muy heavy y pueden desencadenarse situaciones muy saladas. Al mismo tiempo la criatura que nace lo hace con su muerte a cuestas. La mujer que va a parir no sabe qué mierda va a pasar: cuando vi a Caro parir, comprobé que no estaba del todo acá. Ya en los días anteriores se empezó a ir, había un cuarto de ella y luego estaba el resto de la casa. Esa es una de las magias que tiene la mujer y en mi psiquis la mujer ha venido a integrar vida y muerte. Me interesa mucho la experiencia de la mujer, por momentos me gustaría mucho ser mujer: experimentar lo que es un embarazo. Fantaseo con que en mi vida pasada fui una mina que tocaba el piano y por eso en esta vida no puedo tocar ni un puto instrumento (risas).

    —¿Cree en las vidas pasadas?

    —No, porque prefiero no creer en nada y estar más atento a qué es lo que sé cien por ciento. Estoy abierto a cualquier posibilidad y lo mejor es elegir el pensamiento más conveniente, por más que uno no sepa si es así o no. La reencarnación me parece muy conveniente desde el punto de vista de que si existe tal cosa, ya no le podés echar la culpa a nadie de tu situación ni de la del mundo porque la estuvimos construyendo todos por miles de años. Ese pensamiento me parece bueno, útil, positivo, luminoso. Pero tampoco me he puesto a investigar mis vidas pasadas, si bien he leído sobre budismo, esoterismo, gnosis.

    —El tema religioso ha tenido mucho peso en su vida al provenir de una familia mormona. ¿Cómo determinó esto su niñez y adolescencia?

    —Éramos todos mormones y a los 15 años me abrí de esa iglesia porque no me hacía bien. No podía poner en palabras lo que me pasaba, pero no me sentía nada bien en ese lugar. Estuve muchos años no queriendo saber nada con Dios y detestando cualquier noción que tuviera que ver con algo divino. Uno de los daños que experimenté es una especie de robo que se da. Vos tenés una experiencia espiritual dentro de una ceremonia y esa organización religiosa te convence de que la tuviste gracias a ella. Sin embargo, vos tenés derecho a esa experiencia por ser humano, no por ser católico, judío ni nada. Ellos se apropian de tu derecho a tener experiencias espirituales independientes, tranquilizándote con un marco dentro del cual no sos un loco. Prefiero ser un loco con derecho a mis experiencias religiosas humanas sin tener que pertenecer a nada. Tuve que hacer un largo periplo de regreso a Dios, a lo divino o a casa.

    —De cierto modo está describiendo una forma de autoritarismo. ¿En su casa se sentía también así?

    —Con respecto a algunas cosas. En lo sexual, sí. Pero al mismo tiempo era una familia muy abierta: había cultura. Mi viejo me regaló “Cien años de soledad” cuando yo era adolescente, había libros, playa, deportes. Existía una cuestión vital y de amor que contrarrestaba eso. Creo que muchas veces el veneno viene con el antídoto.

    —¿Usted fue el único que se abrió de la religión en su familia?

    —No, al final fueron todos, porque es un poco insostenible. Llega un momento en el que no podés creer más: es sé o no sé. Ahora me está pasando con mis hijas de tener miedo a decirles “no sé”. Cuando te dicen: “Ay, ¿y qué pasa cuando te morís?” y tenés que responderles “no sé”. Se precisa un poco más de humildad, la cual es religiosa en el sentido de que permite la relación genuina y directa con algo. Cuando vos sabés tantas cosas esto termina siendo un filtro, una separación entre vos y los demás.

    —Ahora que tomó de nuevo la senda de la escritura, ¿piensa que será constante en la producción?

    —La verdad es que no sé, porque la pasé muy bien sin escribir. Antes de dejar de hacerlo no me podía concebir sin escribir. Siempre estaba viendo algún proyecto para el futuro: no había terminado de escribir una cosa, que ya tenía otra en el tintero porque si no me entraba como una angustia. Pero no quiero vivir toda mi vida así, proyectando. Tenía mi vida gobernada por lo que estaba escribiendo. Hay un momento, que experimenté con cada uno de los cuentos de este libro, en el que ocurre eso. Lo entiendo y es un sacrificio o entrega necesaria. Pero no quiero pasarme toda la vida consumido por un relato, porque es como no vivir.

    —Usted publicó la novela “Noviembre” con Alfaguara. ¿Le interesa editar libros con editoriales grandes?

    —Me encantaría vender millones de libros y que entre mucho dinero por ese concepto y no tener que andar nunca más con solo 50 pesos en el bolsillo. Pero no me interesa hacer nada para que eso suceda, ni presentarme a un premio o mandar mis libros a ver si interesan. A partir de que el libro está terminado, me resulta muy difícil ocuparme de lo que le pasa después. Además, hoy me interesa tejer una relación afectiva con una editorial que esté realmente interesada en lo que yo hago.

    —En algunos relatos suyos los personajes fuman, toman mucho alcohol o cocaína. Refiriéndonos al escritor: ¿consumir estas cosas lo ayuda para imaginar y escribir?

    —Alcohol no tomo mucho, ni siquiera cuando estoy con otras personas. La marihuana o el tabaco pueden llegar a ayudar en algún momento del proceso, como en la corrección, para ver el texto desde otro ángulo, pero depende de cada persona. Lo que me pasa con las sustancias es que no me gusta generarme el estado de embriaguez porque termino dudando de si seré capaz de escribir sin hacerlo. Perdés confianza y ya no sos capaz de escribir si no te tomás una o no te fumás un porro, cuando en realidad no es así. Nunca escribí borracho, porque hay que estar tan atento que no da. Además, a partir del punto en el que descubrí la ayahuasca, el peyote y el san pedro, se redimensionó mi concepto del tabaco, la marihuana y las drogas en general. Cada vez que se consume alguna de estas cosas, que ya no veo como sustancias, estás abriendo una puerta y tenés que estar dispuesto a atender a todo lo que va a entrar por ella. No podés hacer una pregunta y ponerte a pavear, tenés que escuchar la respuesta.

    —¿Se refiere, entonces, a que entiende las sustancias de una manera más mística?

    —Sí, lo he vivido como que eso que estoy fumando fue una semilla que creció de la tierra y que incluso si la plantaste y regaste tiene otro significado. No estás fumando un producto. No olvidemos que la cocaína es una planta con una historia milenaria, que contiene información, que puede tener un mal o un buen uso, y el problema pasa a centrarse solamente en que la gente se meta un polvo en la nariz. Entonces, a la hora de escribir, prefiero que sea un lugar donde no confluyan muchas cosas: estoy yo, mi lápiz y el papel y eso que está ahí susurrándote, que si vos te presentás también se presenta, que los griegos llamaron el daimon.

    —¿Y qué le parece que los gobiernos legalicen algunas drogas?

    —Es un gran show que incluso no está bien narrado. Me gustaría que se dejaran de meter entre las personas y las cosas: entre las personas y Dios, entre las personas y las plantas. ¿Por qué preciso que venga un político a meterse entre mi planta y yo? ¿Por qué preciso que venga un cura y se meta entre Dios y yo? ¿Por qué preciso que venga una jueza de instrucción y se meta entre mi pareja y yo? Es especialmente interesante ver el lenguaje que se usa para hablar del tema. Leí el otro día que un político dijo que el problema era qué les íbamos a decir a nuestros niños, si llegaba a legalizarse, cuando nos preguntaran si la marihuana era buena o mala. Lo angustiante, para este tipo de mentalidad, es que el mundo se vuelva más complejo. ¿Se trata de pereza? ¿Qué se gana con pintarle a un niño un mundo así de simple? ¿Qué se gana con asustarlo? Caen en la misma trampa los defensores de la marihuana o del tabaco o de la Fanta si dicen que son buenas. ¿Por qué cuesta tanto decir que el tema es nuestra relación con ellas? Se sabe, por lo menos desde Paracelso, que la diferencia para que una sustancia sea una medicina o un veneno es la dosis. Si lo que dice Paracelso es cierto, y cualquier persona lo puede confirmar a diario en la dosis de comida que ingiera, en la dosis de televisión que consuma, en la dosis de sexo que tenga, etc. Entonces, la responsabilidad la tiene la gente. La posibilidad de relacionarse libre y abiertamente con lo que a uno lo llame es lo que permite a las personas levantar su propio poder.