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En la última visita a Montevideo de Laura Santullo, escritora y guionista uruguaya radicada en México, las dualidades prosperan por doquier. En su comunicación, por ejemplo, florece un español cultivado bajo una identidad que define como “urumex”, y si bien su tono suele navegar lo neutro, hay modismos de ambos países que aparecen, sin previo aviso, en la conversación. Santullo, cuya carrera se ha dividido en dos, entre la literatura y el cine, se encontró una vez más en su ciudad natal con la excusa de una presentación doble: celebrar el lanzamiento de su novela El otro Tom, publicada por Estuario, y anticipar el estreno de la película homónima que la autora prefiere no catalogar como una adaptación. “La novela y la película surgen como procesos paralelos. Son dos obras parecidas pero no idénticas”, aclara en su entrevista con Búsqueda, previo a adentrarse en el proceso creativo en el que nació el relato sobre una madre soltera que se debate sobre el uso de la medicación psiquiátrica en su hijo, diagnosticado con trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH). La historia, en la que una maternidad demandante y el cuestionamiento sobre el uso de fármacos en la crianza se entrelazan en un drama de una cotidianeidad áspera y sincera, fue llevado al cine por Santullo, en su debut como directora, y quien es un “2” fundamental en su vida y profesión: Rodrigó Plá, su esposo y también cineasta. Juntos han realizado, con Plá en la dirección y Santullo en el trabajo de guion, las películas La zona (2007), Desierto adentro (2008), La demora (2012) y Un monstruo de mil cabezas (2015), también basada en una novela de la escritora. El otro Tom, la película, tuvo su estreno mundial en el Festival de Cine de Venecia de 2021, año en el que también resultó ganadora de la Competencia Iberoamericana de Largometrajes del Festival Cinematográfico Internacional del Uruguay, organizado por Cinemateca. Su estreno en cines nacionales está previsto para el jueves 28.
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—Vengo con frecuencia a Uruguay, lo que me hace muy feliz. Siento tener una identidad que la sostengo y atesoro como una nacionalidad doble. Antes se decía, en época del exilio, que éramos urumex, uruguayos-mexicanos. Con Rodrigo (Plá), cultivamos la idea de pertenencia en ambos países. Es importante para mí publicar las novelas acá y traer nuestras películas. Aunque no tengamos películas que las vayan a ver millones de personas, nos interesa que se esté conociendo lo que hacemos y hacia dónde avanzan nuestras carreras. Es relevante tener un espacio afectivo en Uruguay, pero también un espacio “de obra”, por decirlo de algún modo.
—Me interesaría entender los límites y las libertades del proceso creativo que comparten ambos con un proyecto como el de la escritura del guion de El otro Tom. ¿Cómo trabajan en conjunto?
—Cada quien tiene su espacio pero nos tenemos permitido transitarlos. Además de toda la labor que hacemos juntos, que sin duda es la parte más amorosa de nuestro trabajo, también nos separamos. La zona que nos pertenece a los dos son las obras que más queremos, donde ponemos más nuestro pensamiento, nuestros cuestionamientos de vida o lo que nos preocupa y por eso lo queremos pensar artísticamente hablando. Hay una especie de intersubjetividad, donde mi subjetividad y la de él terminan en pensamiento compartido. Puede haber discrepancias concretas cuando estás desarrollando un guion, o cuando se está filmando, pero hemos aprendido con los años a cultivar que si yo soy “A” y él es “B”, pues será “C”. Tenemos que buscar la manera de encontrar un camino que funcione para ambos que no sea de ningún modo como una imposición.
—¿Dirías que es frecuente que se encuentren en caminos narrativamente divergentes?
—Siendo realistas, no ocurre mucho eso. Sí ocurre que yo soy mucho más escritora y Rodrigo es más director. Él también escribe, y yo también ahora en esta película me estreno compartiendo la dirección, pero siento que cada uno tiene un área en la que se desenvuelve mejor, donde tiene mayor claridad y sin duda más para proponer.
—¿Sos capaz de retrotraerte al momento en el que se originaron las primeras ideas de El otro Tom?
—No es tan exacto. Me refiero a los primeros chispazos. Sí tiene que ver con nuestros propios hijos y una preocupación como padres. Nosotros veníamos llegando de México a Uruguay, cuando vinimos a hacer La demora. A mi hijo más grande le costó la adaptación y estaba muy inquieto. Recuerdo haber hecho algunas consultas al respecto y algunos abordajes que llegaron a nosotros fueron diversos, incluido una recomendación, muy rápida, de medicarlo. Eso fue una primera puerta a ese mundo de la medicación psiquiátrica en niños y empezamos a investigar. Nos empezó a parecer curioso primero, y escalofriante después, la cantidad de casos en donde había un abordaje en el que el problema de un gurí se veía reducido a una cuestión biológica-química y no a su interacción con el mundo social. No me malentiendas, no estoy diciendo que siempre pase esto ni mucho menos, pero nos pareció llamativo.
—¿Cómo es que ese interés se transforma en la historia de Lena en el libro, o Elena en el caso de la película, y Tomás?
—Más que abrir una crítica frontal a la medicación en niños, en todo caso nuestra intención pretende abrir un espacio para decir que estas situaciones son complejas y simplificar la experiencia humana no nos va a llevar a ningún buen sitio. De hecho, podrían llevarte a un pésimo lugar. Desde la idea primigenia nos interesó que ese niño, Tom, tuviera condiciones o características que bien pudieran ser de un niño típico de este diagnóstico (TDAH) o típico de alguien a quien le están pasando cosas como que sus padres no están presentes o está muy enojado con su madre y por eso estaría llamando la atención. Me interesa que mis personajes no transiten los extremos, sino la media cancha. En el caso de Tom, queríamos que fuera un niño complejo. Que quedara en un grado de ambigüedad, como queda en un grado de ambigüedad si fue la medicación o no lo que desembocó en el accidente que ocurre en un punto clave de la historia.
—En la película se percibe un trabajo muy naturalista en el vínculo entre la madre (Julia Chávez) y el hijo (Israel Rodríguez Bertorelli). ¿Cómo llevaron a esos actores a esa “media cancha” que mencionás?
—El trabajo de dirección de actores le pertenece principalmente a Rodrigo. Trabaja mucho a través de improvisaciones de escenas que no existen en el guion para generar una memoria emocional en esos personajes. Así también fue en La demora y en Un monstruo de mil cabezas. Cuando es necesario generar un vínculo dentro de una familia ficticia, tiene una manera de aproximarse a los actores que le da muy buenos resultados. Nunca habla de “reaccioná así o asá”, sino que va en la búsqueda de los estímulos que va a permitir que la persona reaccione de ese modo. En el caso particular de El otro Tom, en el que la decisión fue trabajar con actores no profesionales como Julia e Israel, hubo que hacer una búsqueda de gente que tuviera vivencias cercanas a las de los personajes.
—¿A eso se debe que la historia de la película se ambienta en Estados Unidos y no en México?
—Hacía mucho tiempo habíamos tomado la decisión de que fuera en la frontera. Hubo una búsqueda y decidimos ambientarla en El Paso, Texas, con la readaptación que eso significaba. Nos interesaba preguntarnos por esta relación conflictiva entre lo público y lo privado y la incidencia del Estado en algo tan privado como puede ser lo que hacés con tus hijos. Para eso necesitábamos algún lugar con un Estado fuerte como institución. No era el caso de México, donde la historia no ocurriría de la misma manera. Además, el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM, por sus siglas en inglés), que es Biblia en buena parte del mundo de la psiquiatría, es de origen norteamericano. No puedo decir que es el único lugar con un abordaje muy extendido hacia la medicación pero la cuna está ahí. En el mundo que íbamos investigando, descubrimos que el TDAH tenía mayor prevalencia entre los hijos de migrantes y nos llevó a pensar que entonces también era interesante llevar esta historia a la comunidad fronteriza en Estados Unidos.
—En el retrato de Julia, Elena tiene una presencia muy tajante y hasta algo agresiva con Tom. ¿Cómo terminaste de darle forma a esa personalidad en ella?
—Puede ser muy hostil y a la vez es una madre muy amorosa. Era una intención, desde el mundo del guion, tener a esta madre más imperfecta y atípica con la que romper con la idealización de la maternidad, del vínculo en el que siempre te hace ser feliz ser madre. Queríamos dinamitar un poco esa perspectiva que flaco favor les hace a las mujeres. Nos gustaba que la película, y la novela también, transitara en la ingratitud posible del vínculo materno-filial. Hay otras formas de ser padre o madre, y hay que permitirlas con todo y con los errores. Al final lo que ves en ella es una persona intentándolo, una y otra vez, pero intentándolo. Nunca cede su deseo de conseguir el bienestar de Tom de algún modo.
—Noté un tema recurrente en la presencia repetida de espejos y escenarios que fragmentan a los personajes, dividiéndolos en el propio cuadro. ¿Qué me podés decir al respecto?
—Nos interesa jugar mucho con el fuera de campo. Jugamos con eso para ampliar el mundo de lo que te permite ver el cuadro a través de reflejos o ventanas. Cuando se abre un espejo a veces ves a un personaje pero solo un segundo y se generan capas dentro de una misma escena que resulta en una coreografía entre los actores, con la cámara moviéndose poco pero aprovechando el espacio con esos personajes. Sobre los espejos, sí, se vincula mucho con la idea del otro y del desdoblamiento. También hay un juego con la idea de otros Tom, como el uso de Tom Sawyer, ya que la obra aparece dentro de la historia.
—¿Qué relación dirías que mantenés hoy, como autora y directora, con El otro Tom?
—Es una historia que me sigue importando mucho. Sigo pensando en ella, y en términos de la salud mental. Si hay algo que me agrada es que siento que logramos, tanto en la película como en la novela, que en ambas obras existe la sensación de que esto no es un asunto cerrado. Me alegra pensar que conseguimos algo que está en proceso en términos discursivos. No es un punto final, sino que tiene más de puntos suspensivos. No tengo una opinión tajante, o definitiva, entonces me parece interesante. Es un espacio para pensar. Detesto las películas aleccionadoras. Creo muy claramente que El otro Tom no es eso.