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“Bienvenido al show”, parece decirle la vida últimamente al músico uruguayo Guzmán Mendaro, de 36 años, integrante desde hace más de 15 del grupo de rock Hereford, donde toca la guitarra eléctrica y hace coros. En agosto, Mendaro subirá a escenarios montevideanos y porteños para interpretar los más diversos estilos con algunas figuras de primer nivel de la música popular uruguaya.
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Con el pelo lacio y muy largo, y los ojos claros enrojecidos por el cansancio pero dispuestos a expresar sensiblemente lo que le está pasando en estos días, Mendaro habla despacio y explica cómo está su cargada agenda. El 9 y el 15 a las 21 horas, tocará junto a Hereford en la Sala Teatro MovieCenter, para celebrar el Disco de Oro por la Compilación “Hereford 15 años”. Aunque las entradas para el primer recital están agotadas, entre ambos habrá unos diez temas de diferencia en el setlist, para dejar a todos conformes. Siguiendo el itinerario, el 10 Mendaro rendirá homenaje a la mítica banda de rock brasileño Legião Urbana, junto a Juan Casanova y Hernán Romay, en el boliche Paullier y Guaná.
El guitarrista, además, está ensayando para presentarse el 17 y 18 de agosto en el espectáculo “3 millones”, con Jaime Roos, en el Auditorio Nacional del Sodre. Y el 23 y 24 tocará junto a la cantante de tangos Francis Andreu, en Buenos Aires, en el boliche 36 Billares. Por si fuera poco, el broche de oro llegará el 27, 28 y 29 de agosto, cuando se presente en la Zavala Muniz del Teatro Solís, junto a Rubén Rada, para interpretar al lado de su guitarra criolla tangos, milongas y candombes.
Para Mendaro, los recuerdos musicales son abundantes. Cuando había cumplido los seis años, su madre les regaló para el Día del Niño, a él y a su hermano, el disco “Rubber Soul”, de los Beatles. Su tío, Leandro Mendaro, tocó con Cacho de la Cruz, fue músico de Telecataplum, y era, aparte, un gran aficionado al jazz. Hace años, fue justamente su tío quien le enseñó armonía y le llevó constantemente discos de jazz tradicional.
De toda esta movida de toques y ensayos, lo único que a Mendaro le da pena es tener que estar menos en su casa. “Me dan muchas ganas de ver a mi hijo, que tiene un año y dos meses, y soy bastante casero, pero todo esto que me está pasando es impresionante. Y estoy muy agradecido”, asegura.
De los años con Hereford, recuerda algunos puntos altos de contacto con el público. Pero también lo pone muy feliz cuando el grupo compone una buena canción. “Me acuerdo cuando hicimos `Bienvenida al show’: fue en enero del año 2000 y estábamos en el fondo de la casa de Frankie Lampariello, grabamos toda una secuencia musical en media hora y les dije que ahí teníamos que realizar un caminito de guitarras. El ‘Chirola’ Diego Martino salió y la hizo en 15 minutos. Y sentimos que habíamos logrado algo sonoramente original”, agrega.
Lo que sigue es un extracto de la entrevista que Mendaro mantuvo con Búsqueda.
—¿Cómo nació y se fue desarrollando su relación con la música en general y con la guitarra en particular?
—Vengo de una familia donde la música se respira en todos lados, entonces en los asados y las reuniones, se tocaba y se cantaba. Mi madre y mi padre tocaron siempre la guitarra, y mis tíos, también. Yo recuerdo que en esos asados me dormía en las hamacas o en la falda de mi vieja mientras escuchaba zambas de los Chalchaleros y canciones de Zitarrosa y de Yupanqui. Y además siempre me encantó cantar, entonces de chico y hasta que tuve 12 o 13 años, participé de tres o cuatro coros. Estaba el de la escuela pública, que seleccionaba la voz A y la B, y aparte iba a otros coros y me gustaba hacer varias voces. En casa, le empecé a pedir a mi vieja que me enseñara los primeros acordes de guitarra. Con el tiempo, empecé a aprender más cosas, pero no era de motricidad muy fina, así que me costó mucho hacer la cejilla y los primeros pasos. Tenía más facilidad para la herramienta sensible del oído, para darme cuenta de cómo sacar un tema y ver qué acordes se encadenaban cuando escuchaba algo. Me acuerdo que la primera vez que mi vieja me pasó tres acordes, fui a mi cuarto y volví para tocarle una canción con esos tonos de Bob Marley.
—¿Y cómo fue que llegó a dar clases de guitarra?
—Empecé a enseñar a los 18 y, dando clases a otros adolescentes y adultos, me di cuenta de que a mí me había costado más que a ellos: me llevó más tiempo. Tampoco fui a un profesor, porque me enseñó mi vieja. Como dije, tenía más facilidad para la parte sensible del oído que para la ejecución, lo que me llevó a ser muy voluntarioso y tenaz con esa parte física: le di y le di y le di muchas horas. Con las escalas y la técnica de púa, también. Hoy sigo tratando de afilar el sonido de lo que hago, pero a medida que pasaba el tiempo me iba sintiendo a gusto con lo que tocaba. No estoy conforme ahora (sonríe), pero nunca estuve conforme: me van a enterrar disconforme con mi manera de tocar, porque yo tengo una carrera conmigo mismo. Pero consigo, también, momentos de tremendo placer.
—La posibilidad de que usted tocara tango llegó bastante tarde en su vida. ¿Cómo se dio la apertura a ese estilo, desde el rock?
—Cuando tenía 13 años y empezaba a aprender a tocar la guitarra, tuve un despertar pasional. Cuando mi hermano empezó a escuchar a los Rolling Stones, sentí algo muy fuerte adentro. Me sentí muy conmovido. Algo me decía que tenía que tocar la guitarra en ese plan. Me gustó mucho ese lenguaje de dos guitarras con libertad funcionando en un todo. Me puso muy eufórico y fue por eso que me puse a tocar la guitarra eléctrica. Volví a escuchar a los Beatles, a Eric Clapton, y empecé a descubrir la paleta de colores que tiene el rock, y sobre todo el que a mí me gustaba masticar: Zeppelin, AC/DC, Deep Purple, Jimi Hendrix. Y ahí empecé a escuchar a Stevie Ray Vaughan y me metí en el blues, porque todo ese movimiento del rock anglosajón estaba inspirado en el blues norteamericano. Me pasé la adolescencia ahí, comí de muchos lados y fui elaborando un lenguaje personal, pero las influencias fueron esas. Sin embargo, a los 27 años escuché a Edmundo Rivero, noté cómo sonaban las guitarras y sentí una sensación tibia adentro mío, no una euforia como en el rock. Pensé: “Esto lo tengo que tocar”. Fue como un deber de placer. Así que me contacté con Julio Cobelli, que fue mi maestro de tango y me enseñó los rudimentos, el sonido y el acompañamiento, y después me llamó para trabajar con él hasta el día de hoy. Es un maestro. Tres años después, me llamó Francis Andreu.
—En los últimos días ha tenido ensayos simultáneos con dos figuras emblemáticas de la música: Jaime Roos y Ruben Rada. ¿Qué diferencias encontró entre uno y otro a la hora de trabajar?
—Me sentí muy a gusto con los dos. Me gusta mucho trabajar llevando ideas mías y, en la medida en que pueda, siempre voy a hacerlo porque me da placer formar parte de lo que pasa, más allá de que el proyecto sea solista. Ellos, con mucho respeto, escogen para sus repertorios los sonidos que les gustaría usar, entonces voy, pruebo y les doy material para que ellos puedan elegir de mí. Pero lo cierto es que con los dos tuve una relación espectacular y aprendí mucho de sus diferentes criterios.
—¿Cómo describiría esos criterios diferentes?
—Con Rada la cosa es un poco más de taller: nos sentamos todos, empezamos a tirar ideas, él va eligiendo y se va armando la cosa. Rada maneja bien la energía y es él mismo un tipo con una energía muy fuerte. Con Jaime Roos hay roles bien marcados en los cuales se ubican los instrumentistas, sobre todo para las canciones, en base a lo que él siente de cómo tiene que estar producido cada tema. Lo que es indudable es que aprendí mucho a nivel artístico: en cómo Jaime se enfoca hacia la música, cómo se dirige a las canciones y cómo crea el orden en el repertorio. Él es el mejor productor artístico que hay, aunque admiro mucho también su obra. Yo trato de aprender de todos: cuando toco con Francis, cada recital es increíble porque tiene un manejo del público impresionante y la parte afectiva en esa pequeña orquesta es muy linda.