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    “Mi frase favorita es ‘me cago en Dios’: me costó 14 años decirla sin morirme de miedo”

    Evaristo Páramos, cantante y compositor fundador de La Polla Records, que el domingo 9 se presenta en el Antel Arena

    “Tengo un problema: soy un bocazas y hablo”, dice casi al final de la entrevista Evaristo Páramos Pérez, el cantante del grupo de punk rock español La Polla Records, que en los años 80 encabezó la movida denominada “rock radical vasco”, junto con bandas como Kortatu y Negu Gorriak, y se presentará por segunda vez en Montevideo, el domingo 9 en el Antel Arena.

    Evaristo —así se lo ha conocido siempre— nació en un pequeño pueblo de Galicia pero de niño su familia se trasladó a Alavés y nunca más se fue del País Vasco, por lo que es uno más en Euskalherría. Junto a sus “colegas” —así se refieren por allí no solo a los compañeros de trabajo sino también a los amigos— Sume, Txarly (guitarras), Maleguín (bajo) y Fernandito (batería), en diciembre de 1979 fundó la que durante el siguiente cuarto de siglo fue la principal banda de “rock de protesta” en castellano.

    Muy influenciados por la explosión del punk rock británico de 1977, con un nombre escandaloso para la España que recién salía del franquismo y una inevitablemente tosca propuesta instrumental y sonora (el punk rock no es campo fértil para virtuosos), La Polla Records produjo 13 discos de estudio y tres en vivo en sus 24 años de existencia. Con la trilogía inicial —Salve (1984), Revolución (1987) y No somos nada (1988)— quedó estampado su estilo rústico y su actitud radical. A través de sus letras directas y políticas en todo el sentido del término, reflejaron cabalmente sus posturas ideológicas, con fuertes diatribas contra los totalitarismos fascistas, el belicismo, el capitalismo e instituciones centrales como la monarquía, el Estado, el Parlamento, la Justicia y la Iglesia católica. A lo largo del camino siempre mantuvieron ese perfil anarco, contestatario y, por qué no, agresivo, en discos como Ellos dicen mierda, nosotros amén (1990), Negro (1992), Bajo presión (1994) y Toda la puta vida igual (1999).

    No era nada raro que sus conciertos fueran el ámbito ideal para enfrentamientos entre legiones de punks con sus andrajosos uniformes, crestas engominadas y alfileres de gancho a modo de piercing, con la policía o los agentes de seguridad pública que se les pusieran enfrente. De hecho, la última gran batahola que se recuerda en el Teatro de Verano es —precisamente— la del concierto que Evaristo y sus muchachos dieron allí el 25 de abril de 2000, con varios detenidos y heridos por las cachiporras de los entonces coraceros.

    Después de la muerte de Fernandito, “el batería” fundador, ocurrida en 2002, el grupo se paralizó un tiempo, luego volvió por unos pocos meses pero la disolución era inexorable. Evaristo sacó a la calle dos efímeras formaciones, The Kagas y The Meas, y en 2005 fundó Gatillazo, banda de la misma índole que La Polla que tocó en Montevideo en 2010. Luego de 16 años, el año pasado Evaristo y sus viejos compañeros se reunieron para resolver asuntos largamente postergados, vinculados a los derechos de autor de La Polla, y decidieron “volver a dar un paseíto y después enterrar bien al abuelo”.

    Se metieron en el estudio y en pocos días regrabaron 19 temas de su trilogía inicial, más un tema nuevo, Ni descanso ni paz, que le da nombre al disco. A pura distorsión guitarrera, como buenos veteranos que son apuntan sus dardos a la hiperconectividad tecnológica de estos tiempos: “Desde que el móvil se ha convertido en una cámara lo complica todo. Posibles conversaciones normales con gente interesante se acaban convirtiendo en una sesión de fotos”, se quejó el cantante en una entrevista reciente, consultado por los versos de la canción: La tecnología nos ha derrotado / El capitalismo te va a devorar / Nunca más tendremos ni descanso ni paz.

    Con Evaristo y sus colegas Sumé, Txiki, Tripi y Abel, La Polla Records se reencontrará con su fiel y numerosa legión uruguaya luego de llenar el Estadio Único de La Plata, el sábado 1°. Desde las 19, será una maratón de punk rock, con los argentinos Dos Minutos y los uruguayos La Sangre de Verónika como anfitriones. Aún quedan entradas en Tickantel a $ 1.400 (anillo 1) y $ 1.600 (campo).

    “¿Has escuchado a la bestia que acaba de hablar? Espera que la dejo bien atada y charlamos”, bromea Evaristo desde su casa en Oñate, pequeña ciudad en la provincia vasca de Guipúzcoa, donde vive con su pareja y su hija de año y medio, la tercera, la de la vejez, pero “no de penalti sino de jugada elaborada”, según contó hace poco. La pequeña se hace oír cuando su padre, un punkie de 59 años y las orejas más grandes del mundo del rock, comienza una entrevista con Búsqueda en la que habla de música, política y religión, y demuestra, ante todo, una muy saludable capacidad de reírse de sí mismo.

    —¿Por qué decidieron volver?

    —Nos vinieron ganas dar un paseíto y después enterrar bien al abuelo (ríe). Decidimos cerrar una historia que en su momento no quedó bien cerrada. Creíamos que era absolutamente imposible que ocurriera esto pero ha ocurrido. Resulta que me llamó desde Barcelona un colega a ver qué pasaba con nuestros derechos digitales, cosa que yo desconocía absolutamente. Ahora lo entendí un poco más pero es algo que me costará aunque viva mil vidas.Nunca tuvimos mucha idea. Cuando sacamos los dos primeros discos vino alguien, no me acuerdo bien quién, y nos dijo: “Esto existe, ¿y ustedes qué?”. ¡Nosotros somos punkies, qué mierda! Éramos unos gilipollas, porque el dinero de los grupos como nosotros, que vendíamos discos y no reclamábamos, se lo daban a los cinco más supervendedores, que en aquel tiempo era gente tan simpática como Julio Iglesias. ¡Una mierda! Recién ahí, ya con un buen tiempo en la vuelta, nos hicimos socios de la Sociedad General de Autores de España… ¡con los dos cojones!

    ¿Y se siguieron sintiendo igual de punkies?

    —Un colega difunto, como tantos otros colegas míos que ya se fueron, me decía: “Evaristo, ¡somos punkies, no gilipollas!” Está bien, es así, no es lo más divertido vivir en este mundo, pero es donde vivimos.

    ¿No hay contradicción en mantener la llama de la rebeldía…?

    —(interrumpe) Si te pones quisquilloso, hay contradicción en todo. Si quieres que te lo explique, nosotros lo vimos. Hemos visto cómo el dinero que ha entrado por discos por conciertos y esas cosas se lo han llevado unos tíos que no eran empresarios, eran directamente unos ladrones. Les ha pasado a muchos artistas sin experiencia en esto.

    ¿Qué te parece la liberalización de los derechos de autor?

    —Si hablamos de los derechos para alguien, quien sea, que desee tocar o grabar algo de La Polla Records, pues que lo haga. Vale, el mejor tributo se lo hace uno mismo. De hecho, hay unos 40 grupos tributo a La Polla. Cuando sacamos un disco y cuando hacemos cualquier rollo de estos, se maneja una cantidad de pasta que si nosotros no la guardamos se la llevan unos tíos. No la considero mía pero… sí, la considero mía. Tampoco me vuelvo loco por el tema. Pero a este tema le debemos este regreso, porque nos vimos las caras demasiado tiempo como para que no volviera el amor.

    De hecho, en su nombre ustedes hablan de esto, ¿no?

    —No, en serio que no teníamos ni idea. Nos pusimos La Polla porque discutíamos todos los días sobre qué nombre ponernos y no teníamos aún ni instrumentos, ni una canción ni nada. Eran noches enteras fumados de hachís y cosas así… bebiendo moscatel y oyendo música de la época. (Pone voz de ebrio) “Nos vamos a llamar… tal”. “¡No!”. Y así pasábamos hasta las tantas de la mañana. Cinco individuos, cinco nombres diferentes. Hasta que de tanto decir “me cago en la polla”, yo que era el que más hablaba, pues dije: “La Polla”. Y cuando le pusimos Records, estábamos divagando algo sobre récords del mundo. Jamás relacionamos “Records” con “grabación”. Y cuando lo supimos ya era demasiado tarde. Nos hubiéramos puesto en castellano elemental, Discos La Polla, estate seguro.

    Con respecto a esos tiempos, casi 40 años después…

    —(interrumpe) El 9 de diciembre se cumplirán 40 años de nuestro primer concierto (la entrevista fue realizada el 10 de diciembre).

    Ayer…

    –¿Ayer fue 9 de diciembre? Pues, mira, ¡cumplimos 40 años y ni me enteré! Me pasé todo el día haciendo entrevistas (risas). ¡Alucinante! ¡Me lo tienen que decir por teléfono desde Uruguay! Así es cómo te pones viejo (ríe).

    Te iba a preguntar en qué ha cambiado la banda, y ustedes, en este tiempo, pero ya me lo has respondido…

    —(Vuelve a reír) Sí, así es la cosa. ¿Pues qué ha cambiado? Ya no discutimos por aquellas tonterías, ahora discutimos por otras tonterías. Pero ahora tenemos mucho menos tiempo para perder. Estar 16 años separados nos ha servido para volver con más fuerza. Vosotros no os habéis enterado pero esto estaba todo planeado. Dijimos: vamos a esperar 16 años, volvemos y pegamos una hostia que se caga la perra (ríe). ¡Nos salió un plan cojonudo!

    ¿Cuál es la propuesta sobre el escenario? ¿El mismo sonido, las mismas canciones, la misma postura?

    —Exactamente la misma que acabó en 2003, los últimos ocho meses de la banda. Txarly ya había dejado y Fernandito había muerto. Así estamos, los cinco en su sitio: Sume y Txiki en las guitarras, Tripi en la batería, Abel al bajo y yo a las maracas. Tener una canción nueva siempre ha sido una paranoia mía: un grupo que está vivo tiene que hacer canciones nuevas. No queríamos hacer un disco entero nuevo porque eso ya sería para seguir. Esto es una vuelta para dar un paseo y luego morir. Para sacarnos las ganas, porque todo se puede ir a la mierda en cualquier momento. Alguien puede apretar un botón y mandar un montón de bombas nucleares por ahí.

    La canción nueva se llama Ni descanso ni paz. Siempre aparece la huella de la España ultracatólica de Franco y de su educación religiosa, ¿no?

    —Ehhhhh… bueno… Dios está en todas partes, y está siempre enfadado. Cualquier Dios de cualquier religión lo que tiene siempre es una mala hostia increíble. Son tipos con complejos, algo les falla (ríe). Siempre están cabreados y castigando, aunque no se cansan de decirnos que “Dios es amor”. De niño me mandaron con las monjas, no recuerdo si del Sagrado Corazón o del Sagrado Hígado, y luego a los Padres Trinitarios, que eran una cuadrilla… pero por suerte no consiguieron educarme. Mi difunto padre me decía: tú ve con los curas y aprende, que esos saben latín. Él era bastante antirreligioso, pero la Guerra Civil se acabó cuando él tenía 13 años y le tocó una vida en la que no se podía decirlo claramente: hacía como que rezaba y se cagaba en todos ellos.

    Al menos ese fastidio con la religión te ha dado varias canciones, como Salve.

    —En aquellos tiempos la religión intentó maniatar a la sociedad española y siguen en ello. Siguen con esa manía de controlar a todos. Si tu Dios es el verdadero y es maravilloso, pues ya se me manifestará, déjame tranquilo. Soy un adulto, ya me daré cuenta. Si Dios es lo que te salga de las pelotas, déjale, no vengas tú de intermediario y encima con malos modales, dándome órdenes, castrándome y diciéndome cómo es todo. Porque al final me parece que lo único que quieres es dominar mi vida y jodérmela.

    El problema es la iglesia y no la eventual existencia de Dios...

    —Sí, sí, claro. El concepto de Dios, pues, es una forma de ver las cosas que me parece tan respetable como cualquier otra. No tengo ningún problema con eso, vamos. Mi frase favorita es “me cago en Dios”: me costó 14 años decirla sin morirme de miedo.

    La frase Salve Regina es un ícono litúrgico...

    —Salió de los Trinitarios de Algorta Vizcaya, donde estuve cuatro años. Cuando éramos niños nos vestían de fraile en miniatura. Era una zona de gente rica, que dejaba mucho dinero en la iglesia. Ese Salve Regina era lo que nos hacían cantar a los niños. Por eso, cuando leo sobre algún nuevo descubrimiento de un cura abusador de niños siento rabia y asco, y por otra parte, en mi mente pequeña de persona pequeña, siento que tuve la suerte inmensa de ser feo. La gente reprimida sexualmente acaba haciendo daño, y van donde están los más indefensos. Teóricamente, lo más bonito es que no haya cárceles, que haya reeducacón, que no haya pena de muerte porque matas a una persona, pero... alguien que hace estas cosas con niños... ufffff, se me va la cabeza, creo que hay que matarlos.

    ¿Cómo llevas con tus hijos con el concepto libertad?

    —Intento estar cerca por si necesitan algo. Pero si están por ahí, que ocurra lo que tenga que ocurrir, no quiero estar orientándolos ni dirigiéndolos; estaría haciendo lo mismo que critico. Aún y todo, mogollón de veces se te va la teoría al demonio y tienes que hacer montón de cosas con las que ideológicamente estás en contra. Cosas horribles como gritarles: ¡Cállate! (ríe).

    —¿Qué sentiste cuando se incendió Notre Dame?

    —Nada, en absoluto, si hubiera estado cerca hubiera sentido calor. Estuve hace años. Todo el arte, la gente que pintaba, que esculpía, que hacía arquitectura, tenía que estar al servicio del poder, igual que ahora los científicos cuánticos. Todo aquel que maneja tecnologías de punta o que sabe algo nuevo siempre tiene que estar al servicio del poder. Y eso es lo que había en Notre Dame. Hubiera estado guay ir cuando no había cámaras de seguridad y darle a aquellas hostias de oro con una buena barra de cristal y salir corriendo, con sangre en la mano.

    ¿Cómo ves la situación política en España?

    —Se está descomponiendo todo. Pero no me refiero a la independencia, a la que todo el mundo tiene derecho. Me refiero a España como bloque único, me parece una fantasía. Tiene ejército, tiene banca, tiene un sistema judicial que manda más que el político. Todos están entrampados, las mismas familias en el poder desde la época de los visigodos, algunas subsisten desde el fin del imperio romano. Otros han tomado el relevo, y todo camuflado de democracia.

    ¿Te sentís un anarquista?

    —Anarquía vista como ausencia de poder, sí. Hasta ahí llego. El problema con la anarquía es que cada anarquista tiene un concepto diferente de la anarquía. Ausencia de poder no significa caos y descontrol. Para mí, el caos más absoluto es el capitalismo, la ley del más fuerte, la pura selva. Para mantener la ganadería, para mantener a los borregos que somos nosotros, quietos y sin pánico, y sacarnos bien la lana, le dan un aspecto de libertad. Pero cuando la cosa cambia y hay que hacer reajustes sacan a los monstruos, a los nazis y a los neoneonazis, que son siempre la misma mierda. Gente que pega palizas en la calle, gente que mete miedo. Está pasando en toda Europa. El anarquismo es una teoría muy bonita. En el éter, en un sitio donde no hay rozamiento, es perfecta. Se parece bastante a un sistema humano en el que podríamos vivir bien. Pero yo no conozco nada, no tengo formación política alguna ni podría orientar a nadie. ¿Vas a poner todas estas hostias que estoy diciendo?

    ¿Votaste en estas últimas elecciones?

    —Sí, siempre voto a la izquierda independentista vasca, con quienes de jóvenes no estábamos de acuerdo en muchas cosas. Con la gente de mi generación hemos tenido muchas peleas, muchos me han tomado bronca pero a mí siempre me ha parecido que, aunque el voto no sirva para nada, quedo ahí. Me gustaba ir a votar vestido con mis mejores galas y con un imperdible atravesado en la cara que me podía haber dejado paralítico de un lado (ríe). Me encantaba ir a votar al pueblo porque todos sabían lo que votaba y eso les hacía daño. ¡Que se jodan!

    ¿Ahora que la independencia está arriba de la mesa en Cataluña, la independencia vasca puede volver al tapete?

    —No lo sé. Creo sí, que cada zona debería ser independiente, que los vascos tenemos un idioma como el euskera totalmente distinto del castellano, los apellidos son bien distintos, la forma de llevarlos, la organización social que tenían desde los tiempos prehistóricos, con su religión animista, tomaban decisiones aparte del rey cuando tenían monarquía, ¡fíjate! ¡A esa monarquía la apoyo! Hay mogollón de sistemas que podrían ser válidos si es que garantizan que todas las personas puedan vivir decentemente.

    ¿Tú vives decentemente?

    —Voy a hacer 60 años en el 2020. Espero y deseo que Dios me dé salud, y si no, que me la dé yo mismo. Si le ves, háblale de mi parte. Este regreso tiene sus cosas pero me lo paso bien con la parte buena.

    En el Río de la Plata La Polla generó un público superfiel. Quizá vaya a verlos algún viejo punk de los 80…

    —Espero que estén todos los que quieran ir de aquella época y que no hayan muerto, pues tendrán más o menos nuestra apariencia y nuestra edad. Y si van sus hijos con la cresta engominada está muy bien, así podrán formarse su propia opinión sobre estos viejos de mierda (ríe). Será divertido pasarla bien, decir lo que se piensa con altavoces grandes y darle caña, ¡si Dios quiere, claro!