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“Tampoco es estrictamente una película carcelaria”, dice Álvaro Brechner. “Las películas de cárcel tienen o un escape o una socialización, muestran cómo se recrea el mundo exterior dentro del universo carcelario”, continúa. “Estos individuos no tenían capacidad de socialización. Y estaban solos con ellos mismos, sin escape. ‘Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él’, dice Sartre, y creo que ahí está la esencia de la película”.
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La película en cuestión es La noche de 12 años, que se estrenó el jueves 20 en Montevideo luego de haber pasado por el Festival de Venecia. Y los individuos a los que hace referencia son José Mujica, Eleuterio Fernández Huidobro y Mauricio Rosencof, protagonistas del filme escrito y dirigido por Brechner a partir del libro Memorias del calabozo, de Rosencof y Huidobro.
El proyecto demandó más de cuatro años de investigación y documentación, aunque llevaba dando vueltas en su cabeza algunos años más. Brechner es licenciado en Comunicación Social por la Universidad Católica del Uruguay, trabajó en televisión en Estados Unidos y realizó un máster en cine documental en la Universidad Autónoma de Barcelona. Tras algunosdocumentales para televisión filmó su primera obra de ficción, Mal día para pescar (2009), inspirada en Jacob y el otro, de Juan Carlos Onetti. Luego dirigió Mr. Kaplan (2014), una comedia sobre un jubilado al borde de la demencia senil y un expolicía sin empleo que salen a la caza de un supuesto nazi afincado en Uruguay. El director reside hace casi 20 años en Madrid, aunque por lo general filma en Uruguay (parte de La noche de 12 años, por ejemplo, se rodó en el Penal de Libertad).
En diálogo con Búsqueda, Brechner habló de los desafíos que le impuso el proyecto, de las dificultades para trasladar a imágenes experiencias para las que el lenguaje se queda corto y explicó por qué la película no debe verse como una glorificación de las acciones del Movimiento de Liberación Nacional.
Supo que había una película a partir de una imagen que le vino a la mente: “La de un hombre al que lo apagan y lo desconectan de su esencia”, comentó. “La imagen de un hombre que de golpe es arrojado a los confines de todo aquello que llamamos condición humana. Es decir, confinado a un lugar oscuro, donde no tiene acceso a la luz del día, a algo que le brinde alguna especie de parámetro temporal y no sabe en qué momento del tiempo está viviendo. En ese estado, todos los sentidos son reducidos al mínimo. Tu visión se vuelve más limitada, no tenés horizonte, perdés la referencia del espacio. Apestás y tu olfato se va a acostumbrando a ese olor. El único sentido que te queda es el auditivo. Pero, ante la falta de estímulos, el oído empieza a volverse hipersensible, y crea o magnifica sonidos desesperadamente. Eso fue, a nivel plástico, lo primero que me vino a la cabeza. Me interesaba retratar toda esa mezcla y toda esa confusión mental y, como cineasta y como ser humano, ver cómo hacen las personas para revelarse y superarse. Porque, evidentemente, no todo el mundo puede enfrentarse a eso. El desafío de sucumbir ante la soledad más existencial posible y la locura era algo que me atraía, pero sobre todo me interesaba ver la capacidad brutal del ser humano para reinventarse ante ese desafío interno”.
—Este tipo de desafío también puede encontrarse en otras historias. Sin embargo, eligió esta, la que se relata en Memorias del calabozo. ¿Por qué?
—El aislamiento como tal existe hoy en día en cárceles normales, institucionalizadas, y de hecho se está tratando de legislar para que sea considerado un tipo de tortura. En cárceles americanas hay un 8%, un 9% de presos en estado de aislamiento. Y hay instituciones y organismos que están trabajando para que se considere tortura. En muchas sociedades antiguas, la peor condena no era la pena de muerte sino la exclusión de la sociedad. Pero esta historia es nuestra. Es una historia que, como uruguayo, me toca. Y, evidentemente, a mí, como uruguayo, esta fue la historia que me inspiró.
—¿Cómo siguió el proceso de adaptación, qué desafíos enfrentó?
—El libro es una transcripción de entrevistas en las que se brinda testimonio de lo que pasó. Fue, para mí, un disparador de esas imágenes y esos cuestionamientos. Lo que siguió fue un proceso de investigación que duró años y que incluyó entrevistas en profundidad con los tres y con muchísimas otras personas, estudiando cómo hacer para llegar a la esencia de los hechos. Es que a veces la descripción literal no cuenta la esencia. El asunto, el desafío era ese: capturar, desde un punto de vista subjetivo, cinematográfico, la experiencia. Cuando un hombre que estuvo aislado empieza a contarte lo que le pasó, el relato se parece más a una pesadilla y a un sueño que a un relato lineal. Mujica me describió muchísimas veces su estado de locura, la voz que escuchaba, los años que estuvo luchando contra la convicción de que lo estaban grabando. Para contar el qué, era esencial contar bien el cómo. Era importante que esa mezcla entre fondo y contenido estuviese unida. Para mí es una película de viaje. Es una exploración hacia los confines a los que un ser humano es arrojado. Para eso y por eso recurrimos a muchísimos testimonios, a investigaciones, a psicólogos, para trabajar desde el ámbito de la ficción cinematográfica un hecho que está inspirado en la realidad y darle forma de un viaje, que es lo más cercano a lo que pude imaginar, porque la experiencia real es imposible de transmitir. Hay una frase que describe perfecto Viktor Frankl en El hombre en busca de sentido, que dice más o menos así: “A los que estuvimos en un campo de concentración nos cuesta mucho hablar; no tenemos nada que decir. Y los que no estuvieron, nunca lo van a entender”. La experiencia siempre es intransferible. Pero específicamente en horrores así están los límites del lenguaje. Hay cosas que son imposibles de describir.
—Puede notarse en el filme una cierta simpatía por los tupamaros. ¿No teme que esta película genere más blancos y negros sobre un fenómeno de la historia que tiene muchos grises?
—No estoy de acuerdo en que tiene simpatía hacia los tupamaros. Yo, como director de cine, me considero un aventurero que trata de explorar cosas que hablan sobre la condición humana. Cuando vos contás cualquier cosa, cualquier lectura es posible, dado que la lectura se genera a través de los individuos que la ven y son libres de interpretar y cualquiera puede sentirse reflejado de la forma que sea. Sé que hay gente que quiere construir un debate artificial en torno a lo político, pero la película tiene una cantidad de debates de otro tipo, debates artísticos, cinematográficos, estéticos, éticos, psicológicos, filosóficos. No creo que haya ninguna especificidad política.
—Se basa en un libro escrito por dos miembros del MLN, ambos participantes directos en los hechos narrados en la película…
—Por supuesto. Se dice al principio de la película que eran tupamaros. Hay una famosa frase del existencialismo que dice que “la existencia precede a la esencia”. Es decir, la existencia va primero, después viene la etiqueta de lo que somos. Esta película cuenta cómo tres individuos, por encima de todas esas esencias, son devueltos a la existencia. Todo lo que tenían se corta de repente, los tipos son desconectados y de golpe tienen que volver a la existencia, a sobrevivir, a conseguir ese cachito de pan, a intentar dormir porque el cerebro está desorientado y desesperado. Todo lo que cargaban antes y todo lo que viene después está fuera de cuadro. Entiendo que cada uno es libre de interpretar lo que quiera, pero a mí, como individuo, ya no como uruguayo ni cineasta, me gustaría que se tuviera la grandeza de poder analizar ese tipo de aspectos, porque son demasiado importantes y queridos o caros para el ser humano: cómo unos tipos, arrojados a la nada, intentan encontrar sentido a su existencia, encontrar un sentido que les permita sobrevivir. Es como lo ilustra esa frase de Nietzsche: “Aquel que tenga un porqué encontrará un cómo”. Tener un sentido, un propósito, hace que las personas logren cosas que parecen imposibles. Todo lo demás es secundario. Ninguno de estos tres hombres sobrevivió por ser tupamaro. La película no dice eso. No hay nada en la película que sostenga eso. Lo que se cuenta es que hay una serie de personas sacadas de la cárcel y llevadas a cumplir una segunda condena, que implicaba el aislamiento. No por nada la película arranca con una frase de En la colonia penitenciaria, de Kafka, donde los prisioneros tenían su condena escrita en la espalda, no la podían ver, no sabían cuánto tiempo iban a estar allí metidos. Hasta tal punto quise abstraerme del contexto. Porque, en definitiva, no es una película de la dictadura. La dictadura es el marco dentro del que se orquesta una operación en la que los condenados, como los personajes del cuento de Kafka, no saben cuánto tiempo van a estar allí. Hoy sabemos que fueron 12 años y se puede contar que uno fue ministro, otro presidente, y que por suerte fueron elegidos en un marco absolutamente democrático. Pero en su momento ellos no lo sabían. Hoy lo hablamos como las curiosidades y las paradojas que parecen propias de un libro de Ray Bradbury o de Jack London y que en realidad las escribe el destino. Este viaje que ellos vivieron les sirvió para moldear su forma de pensar y su capacidad de resiliencia, les permitió descubrir que un golpecito en la pared significaba la esperanza no solo de saber que un compañero está al lado sino que también devolvía la posibilidad de recrear un poema. La película busca explorar la relación entre determinismo y libertad; todo puede estar determinado, está bien, pero tu elección personal de cómo enfrentás esas circunstancias es absolutamente libre y a la vez estás condenado a eso, tenés que hacerte responsable de eso. Para mí, estos son los elementos que la película busca explorar. Soy un explorador, no soy profeta, no soy político, no soy periodista, no tengo respuestas para las cosas; sí tengo vocación de querer explorar y tengo la suerte y el privilegio de hacerlo a través del cine.