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    “No hay excusas” y es “una vergüenza” no tener éxito en Uruguay; el problema es “mentalidad del no puedo”, dijo Lobo de Wall Street

    Jordan Belfort escuchó historias de inversores uruguayos, les sugirió buscar negocios que “trasciendan fronteras” y contó sobre su tratamiento con células madre

    Un grupo de amigos de negocios, la mayoría vinculados a la marihuana, están reunidos en la mesa de un bar y hablan de ventas, de ganar dinero fácil, de ser ricos. De la actitud que hay que tener para vender cualquier cosa. “Vendeme esta lapicera”, le dice el corredor de bolsa Jordan Belfort a uno de ellos, que encuentra una excusa para negarse. “Brad, muéstrame cómo lo hago”, le pide a otro de los comensales.

    —Escribe tu nombre en esa servilleta —le responde Brad.

    —Sí, ¿con qué?

    —Exacto, oferta y demanda, amigo.

    “¿Ven?, creó una necesidad”, elogia Belford y ejemplifica con ese diálogo una estrategia de venta: convencer a alguien de que necesita algo.

    La escena —una de las más icónicas de la película El Lobo de Wall Street, en la que Belfort es caracterizado por Leonardo DiCaprio— se proyecta en una pantalla gigante y sirve como presentación de alguien que tras salir de la cárcel se convertiría en un gurú de emprendedores.

    Hay un murmullo de espera nervioso en el Centro de Convenciones de Punta del Este, que está ambientado con luces psicodélicas y música que fue parte de la banda sonora de la película de 2013. El presentador se queda sin elogios para Belfort, que, después de un par de amagues, aparece en el escenario. Enérgico, trota unos pocos pasos, se aplaude y saluda. “¿Quieren tener más dinero en la vida?”, pregunta con su voz cascada y motiva a que le respondan que sí. “Say yes”, pide con tono de pastor religioso a las 800 personas del público, entre los que está Búsqueda.

    Está exponiendo, por primera vez en la región, un empresario con una vida llena de blancos y negros que ameritó la película de Martin Scorsese. Los de Belfort son 59 años en una montaña rusa que incluye desde la creación de pequeños emprendimientos antes de cumplir 20 hasta su llegada a Wall Street con la firma Stratton Oakmont, con la que facturó millones y millones, y su procesamiento de 22 meses por fraudes y lavado de activos, entre otros delitos. Fue una vida dionisíaca, con excesos de drogas, prostitución y fiestas.

    Pero ahora Belfort parece estar en armonía. Desde hace unos años se dedica a viajar por el mundo con sus charlas motivacionales, en las que da consejos de ventas y cuenta sobre su vida. El excorredor de bolsa le habla al público de que hay que ser “honestos” para ser exitosos, proponerse metas ambiciosas, respetar “las reglas” del mercado, ser “sostenibles” y darle a la gente “valor” para “ganar dinero”. En Punta del Este, Belfort combina sus motivaciones poco profundas con anécdotas propias y algunas explicaciones más técnicas.

    Está por segunda vez en 30 días en Punta del Este y no se guarda los elogios hacia una ciudad en la que tiene “muchos amigos” y donde considera comprarse una casa. Dice que recorrió todo el mundo, pero este es “el mejor” lugar que encontró, incluso superior a Estados Unidos: hay “mujeres bonitas” y “playas hermosas”, y lo que más se destaca de la ciudad es “la gente”.

    En sus consejos de negocios Belfort también se refiere a Uruguay. Más allá de las “cosas buenas” que tiene el país, es comparativamente chico en relación con otros y, entonces, cree que lo mejor es mirar hacia afuera al momento de invertir. “Buscaría negocios que trasciendan las fronteras”, dice y compara al país con Australia, en donde también “son pocos” en la “fuerza laboral” más allá de su enorme superficie.

    A los minutos vuelve a hablar de Uruguay: “Es sorprendente. Irreal. No hay excusas para estar viviendo la vida que quieren. Si estuvieran en India, no les diría lo mismo. Si no tienen éxito en Uruguay, es una vergüenza”, motiva a los presentes.

    Estos elogios los replica para Argentina, pese a que su economía es “espantosa”. Dice que todos se quejan en ese país, pero lo hacen porque se cuentan una “historia” negativa, que les traba el crecimiento. Esa historia es más o menos así: soy de Argentina, que tiene una economía “espantosa” y entonces no puedo crecer.

    El millonario basa su argumento en que tiene amigos en Argentina que “son ricos” y no lograron su riqueza porque la hayan “heredado”. Ellos fundaron startups con las que fueron creciendo.

    Una de las premisas de Belfort es que las personas siempre buscan razones “por las que no pueden tener éxito”. Es “la mentalidad del no puedo”, lo que “impide que uno consiga lo que quiere”. Explica que todos tienen una “narrativa de su propia vida”, que puede justificar por qué algo salió mal. “La mayoría de las veces es una historia de mierda”, critica.

    El éxito y la Madre Teresa

    El empresario Allan Rubini conoció a Belfort en 2019, en una conferencia similar que dio en Guadalajara, y siguió sus consejos. Es el líder de la firma uruguaya Efecto Emprende, que organiza eventos, y se propuso traer al Lobo de Wall Street a Uruguay. Dos años y una pandemia después lo logró.

    Es sábado de mañana y Rubini va a presentar a Belford por primera vez. En la sala está el público “vip”, que pagó US$ 589 por ser parte de las no más de 150 personas que escucharán al orador de cerca. En la tarde llegará el resto de la audiencia: quienes pagaron algo menos de US$ 200 por estar solo en la charla principal.

    Rubini sube al escenario exaltado. Anima a los espectadores, les dice que se paren, los felicita por estar “educándose”. “La tranquilidad no da dinero”, agita. Pide que se muevan y aplaudan. Belfort —camisa blanca, jean oscuro, botas claras— los elogia porque ellos son un grupo de otro “nivel”, “los que realmente se la jugaron”. Los que llegarán a la tarde vienen a “divertirse”.

    Belfort les aconseja a sus interlocutores que no se aferren a “una idea” mala, les dice que hay tanta gente que no se anima a hacer las cosas por miedo, que ellos tienen que hacer algo que los haga crecer. Jugársela. “Disparen alto”, les pide para que no les pase como a otros tantos, que cumplen sus metas porque son “bajas” pero que eso “no les cambia la vida”. Entonces propone “pensar como grupo” y pide que levante la mano alguien que tenga un “negocio interesante” y quiera crecer.

    Andy sube las escalaras y lo saluda con un chillido de emoción. Es arquitecta, lidera una empresa de seis años que cuenta con una plantilla de 30 trabajadores. Su firma exporta servicios a Estados Unidos y cada año duplica su facturación. En 2021 fueron US$ 2 millones anuales.

    “¿Y adónde quieres ir?”, le pregunta Belfort. Para el financista es un asunto calve: ser exitoso no es solo tener “dinero” sino tener un “porqué”. Indaga sobre sus hijos y le dice que la visión es “personal”. “La Madre Teresa de Calcuta murió pobre, pero con una mente rica”, ejemplifica.

    La arquitecta quiere ampliar sus servicios hasta lograr que su empresa esté valuada en US$ 1.000 millones, lo que estima que tardaría de 10 a 15 años. ¿Y cómo lograrlo? Belfort empieza con las sugerencias y apunta a los trabajadores.

    Plantea que puede tercerizar algunas tareas, que el “problema” es encontrar personas “valiosas” y pregunta si la empresa se debe concentrar “en el lucro” o en el “tamaño”. “Lo ideal es pensar no solo en contratar a mucha gente. Lo que quiero es mucho retorno, pero con poca gente”, se responde.

    No solo actitud

    Matías cree que tiene una historia interesante para contar y se lanza al escenario. De su relato se desprende que siguió cada consejo del Lobo de Wall Street. Hace cinco años fundó una inmobiliaria con amigos, con la “visión de algo grande” desde que eligieron el nombre de la firma. Trabajaron cinco años, “sin descanso”.

    —¿Cuál fue la facturación en 2021? —pregunta Belfort sin pudor.

    —US$ 380.000 —contesta Matías y destaca que han duplicado y hasta triplicado los ingresos.

    La respuesta sorprendió al americano.

    —Eso muy poco —reaccionó.

    Esperaba que le dijera que facturaban US$ 10 millones.

    Belfort le dice que su “actitud” es buena, pero “está haciendo algo mal” porque “el nivel de ingresos es muy bajo”. Le cuenta que él tiene inversiones en el rubro inmobiliario —uno de los “mejores” para hacer negocios— en México, en donde factura US$ 48 millones por año, pero reconoce que es un “estúpido” porque no sabe “mucho” sobre el sector.

    Para Belfort, el joven inversor uruguayo tiene que centrarse en ganar más dinero y para eso necesitará revisar su “estrategia de monetización”. El orador pide que alguien del público ayude a Matías y quienes levantan la mano son emprendedores del mismo sector. Un argentino de Paraná le aconseja dejar de cobrar las comisiones del negocio inmobiliario —“no podés crecer mucho”— y le dice que se enfoque en el desarrollo de propiedades.

    Belfort, por su parte, vuelve a dar un consejo sobre los trabajadores que los empresarios contratan. Los jóvenes —dice— piensan que “emplear” los hace importantes, pero “no necesariamente es mejor”. “Por supuesto que hay que contratar personal y pagarles hasta de más para que tengan ganas de trabajar”, dice el millonario americano, pero “el número de empleados no es un paso hacia el éxito”.

    “Te merecés ganar entre US$ 3 millones y US$ 5 millones. Podés llegar mucho más rápido de lo que te imaginás”, lo motiva Belfort a Matías y le dice que trace un plan para poder facturar 13 veces más de sus resultados de 2021.

    La llegada a Wall Street

    Austin no tiene ninguna pregunta para hacer, pero cuando Belfort pide que suba alguien más, se para con decisión. Tiene 25 y a los 16 comenzó a ser “el hombre de la casa”, cuando su padre recibió el diagnóstico de Parkinson. Se dedicó al desarrollo inmobiliario hasta que comenzó a aprender sobre Bitcoin, una criptomoneda en la que invirtió US$ 600.000 cuando todavía no había alcanzado los valores de hoy, cuenta. “Sabía que se iba a disparar”. En 2019 pasó a negocios con cannabis, con la intención de “hacer algo” por la enfermedad de su padre. Ahora tiene una “gran compañía” que produce flores de THC y quiere “cambiar” la medicina tradicional.

    “Felicitaciones”, le dice Belfort al escucharlo. El joven “combinó coraje, estupidez y suerte”, comenta.

    El caso de Austin no provoca mucha discusión, pero Belfort lo usa como pie para contar una anécdota. Recuerda que a los 21 años incursionó en el mercado de las carnes, pero gastaba más del capital que tenía. A los 22 se fundió. Casi 40 años después, el empresario reconoce que cometió “muchos errores” en ese negocio por no respetar “las reglas”, algo que considera imprescindible para alcanzar el éxito.

    Belfort intentó estudiar en la facultad para ser odontólogo y cumplir el deseo de su madre. Pero solo fue un día. En la bienvenida, el decano de la universidad dijo: “Si están acá para hacer dinero, están en el lugar equivocado”. Belfort se paró y se fue. Él solo pensaba en hacer dinero.

    La historia de un vecino del barrio le hizo pensar en volver a la vida de los negocios. Era el “idiota con el que nadie quería jugar”. Ese hombre —el “patito feo”— un día llegó en un Ferrari, vistiendo un traje de US$ 10.000 y acompañado de “una modelo que era una bomba”, recuerda. “Ahora soy corredor”, le dijo al novato que había fracasado en el mercado de la carne. Había ganado US$ 1 millón en Wall Street. “One fucking million dollars”. “Si este tarado hizo un millón, yo puedo hacer 10 millones”, cuenta Belfort que pensó en ese momento.

    Y se fue para Wall Street.

    Tratamiento

    Belfort entra por cuarta vez a sala. El ritual es el mismo que las presentaciones anteriores: Rubini grita su nombre, el multimillonario corre unos pasos, salta y aplaude. Esta vez se disculpa por estar sin voz. Cae la tarde en Punta del Este y la jornada para el orador fue muy larga. Para los “vip” —que llegaron en la mañana— la charla puede resultar tediosa. Belfort repite cuentos y consejos. Algunas sillas, las más cercanas al escenario, quedan vacías.

    Belfort sigue. Le preguntan cómo hace para tener “una energía especial”, si contrata a alguien, si alguien le enseña. Pero él confiesa que no está bien. Del uno al 10, su energía está en un dos. Está enfermo y comenzó un tratamiento de trasplante de células madre en Costa Rica. “Necesito la energía de ustedes”.

    Pese a que admite que se siente mal, a Belfort no le “importa nada” porque tiene trabajo, dice. “No es por decir que soy un macho, sino porque me entrené para ser así”, se explaya. Es parte de su filosofía: “Dar lo máximo”, sin importar las condiciones. Aun estando enfermo. “Mi mayor valor es estar aquí y que ustedes logren lo que quieren lograr”.

    Belfort sigue. Recorre el escenario, escribe sus ideas en el pizarrón, cambia los tonos de voz. Baja las escaleras, se mezcla entre el público y hace chistes. “¿Dónde está mi Red Bull?”, pregunta y se toma varias latas de la bebida. Se sienta al borde del escenario y vuelve a contar de su tratamiento. Dice que se le acalambraron los gemelos. Son las secuelas de haberse inyectado células madre.

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