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    “No puedo ir en contra de mí misma”

    Malena Muyala estrenó en Chile la obra Rabiosa melancolía y compone para teatro

    Cumplirá 46 años el 23 de marzo, pero parece detenida en el tiempo, en esa edad imprecisa que da el seguir los impulsos creativos y rodearse de personas que colaboran para realizarlos. Recién llegada de Santiago de Chile, donde fue a presentar Rabiosa melancolía, Malena Muyala recibe a Búsqueda en su pequeña salita-estudio, en la que hay un piano, una calavera negra estilo mexicano, libros, una foto de niña en sepia y un cubo rubik. Antes de comenzar la entrevista, la cantautora pide que le mezclen las caras del cubo y mientras habla se dedica a combinar los colores, casi sin mirarlo. En pocos minutos lo arma y se le enciende la cara con una sonrisa.

    En el sillón descansan sus perras Luz y Malú, una rubia y la otra morena. “Cuando vaya a vivir al campo voy a tener un perro amarillito y otro negro, para llamarlos Oro y Carbón, por Peñarol”, dice. Rabiosa melancolía, de Marianella Morena, se presentó en el festival Santiago a Mil y el 31 de marzo se estrenará en la sala Atahualpa de El Galpón. Además, el 17 de marzo Muyala cantará en La Trastienda temas de Temporal, su último álbum, Premio Graffiti al Mejor Disco de Tango 2016.

    Rabiosa melancolía nació por casualidad, dice Muyala. “Fui a ver la obra No daré hijos, daré versos y desde el instante que entré, cuando están todos en la cama, hasta que me fui, quedé embebida en lo que estaba viendo y sintiendo. Sentí que no me podía ir con todo eso a mi casa”. Esperó a que salieran los actores y la directora y les habló. A los pocos días se reunió con Morena en La Esmeralda y empezaron a conversar.

    Para esta obra musical que se montó además en España, Muyala compuso 20 canciones y también interpreta a una profesora de música que vive en un limbo. “No se sabe si está viva o muerta; Morena juega con los tiempos, con dos realidades. No tiene un relato lineal, pero sí un mensaje contundente y profundo. Es una obra para entenderla con el sentimiento y no con la cabeza”, explica. Esta no es la primera vez que Muyala actúa, ya lo había hecho con la BCG en obras como Papitas y boniatos al horno.

    Muyala tuvo que elegir: dejó de estudiar Medicina, aunque reconoce que sigue leyendo sobre el tema. Para escribir canciones puede despertarse de madrugada y anotar una idea que le da un sueño. Vive con su hijo Juan, de 22 años, que, según dice, cocina muy bien.

    —¿Qué te pasa a nivel personal y creativo con la melancolía?

    —Más allá de que vivimos en un país que es muy melancólico y nostalgioso, en la medida de la personalidad de cada uno, la temática impacta de manera diferente. Nacer en el interior y criarme con ese tiempo me permitió una especie de digestión más lenta, que facilita un mayor arraigo con los lugares, tiempo para vínculos más profundos, incluso con esa gran familia que es tu cuadra, tu barrio, el vecino. Después me desarraigué cuando vine a Montevideo. Uno siempre tiene esa añoranza, de hecho, en Temporal abro con una canción que dice “Siempre que puedo vuelvo a recorrer el patio de mi infancia”. Hoy aprendí a convivir con la nostalgia, no como algo que me pesa, sino como algo integrado a mi vida.

    —Además de la música para Rabiosa melancolía, ¿estás componiendo algo?

    —Sí. Cuando terminé de grabar Temporal, creé una carpetita en el escritorio de mi computadora que se llama Creo 2017 y empecé a poner canciones. En 2016 hice también la música de Barranca abajo, que dirigió Marianella, algo totalmente nuevo para mí: agarrar música folclórica y musicalizar a Florencio Sánchez. Ahora ella empezó a trabajar en España con un autor medieval que se llama José Zorrilla y también me asignó la música. Ahora estoy metida con la música medieval, hasta nuestros días, pasando por la habanera, la influencia musical que vino de España al Río de la Plata y cómo acá se recreó y fusionó con otras músicas, como el aporte afro. Junto a Checo Anselmi estoy haciendo una especie de línea de desarrollo musical, que me encanta como desafío. Además, estoy creando mi nuevo disco, para el 2018. Empecé a estudiar música y composición con Esteban Klisich. Focalicé todo ahí y renuncié a estudiar Medicina.

    —En ocasiones te has referido a la autenticidad como un valor inherente a tu trabajo. ¿A qué te referís concretamente?

    —La gente me ha relacionado con el tango y no es que yo me identificara tanto. Sí reconozco una raíz muy fuerte ahí, un estilo que me ha nutrido mucho para abrirme a la milonga, el milongón, el candombe, el vals, y para componer también. Cuando estás dentro del mundo del tango, el afuera te exige mucha cosa, porque hay estructuras muy firmes: tenés que ser tanguero con una postura, cantar de determinada forma, tener determinado repertorio. ¿Cómo no vas a tener bandoneón? ¿Cómo no vas a cantar Sur o Uno? ¿Yo quiero cantar Sur? No desde la soberbia de no me va el tema, sino desde el ¿yo tengo algo para aportarle a ese tema, que lo han cantado 150.000 personas ya? A eso yo le llamo autenticidad: cuando el tema realmente me conmueve y siento que tengo algo para decir, lo hago, no porque me van a aplaudir ese tema.

    —¿De niña y adolescente ya te manejabas en relación con criterios personales fuertes?

    —Siempre fui igual. Me crié con mi mamá. A mi papá, secretario del Partido Comunista en San José, lo detuvieron cuando yo tenía cuatro años y mi mamá 22. Días previos a casarse, les prendieron fuego a la casa y perdieron todo lo que tenían. Provisoriamente quedaron viviendo con mi abuela. Después lo detuvieron y ya nos quedamos con ella. Me crié con ellas dos y mi hermano menor. Mi abuelo venía todos los días a visitarnos. De niña tenía inquietudes musicales, entonces todo el tiempo estaban prestándome pila de atención: “Cantá esto, lo otro”. Siempre componía canciones y traía chiquilines a casa, bailábamos y cantábamos. Yo era muy decidida. Mi abuela era una mujer así: tenía el mando y yo me reflejaba mucho en ella. Nos llamaba todos los días al fondo: “¡Vengan! Vamos a dar vuelta la tierra, aprendan a carpir, vamos a pintar el muro, vamos a poner asfalkote en el techo”. Todo el tiempo nos estaba enseñando: “Ustedes no tienen que depender de nadie”. Mi abuelo, en cambio, tenía un temperamento tranquilo, se sentaba horas a leer. Me decía: “Venga, usté para mañana se me va a aprender esto”, y me recitaba todo un poema larguísimo. “Lo aprendió?: Mañana me lo repite”. Al otro día nos sentábamos y yo recitaba, todas cosas de tango. Una vez le pregunté: “Abuelo, ¿vos creés que los hombres son mejores que las mujeres?”. Él rechistó y dijo: “Hágame el favor... la mujer es mucho más inteligente que el hombre. Usté no se preocupe. Usté siga así que va bien. Siga, amiguito, siga” (risas).

    —¿Cómo viviste la ausencia de tu padre?

    —Fueron 10 años. En la escuela me preguntaban y yo decía: “Mi papá es preso político”. Y eso daba un estatus, un prestigio, o yo lo vivía así. No era un reo común. Por suerte mi vieja nunca nos transmitió esa cosa de dar lástima porque pasaba eso. Era esto es así y es porque tu viejo está peleando por sus ideas. Y papá lo mismo. Nos decía: “Uno tiene que pelear por lo que quiere y tener las convicciones, y si hay que pagar un precio, se paga”. Todo eso también me formó en qué es lo que quiero. ¿Tengo que pagar el precio de que en el ambiente tanguero no me quieran? Lo pagaré, pero no puedo ir en contra de mí misma.

    —¿Qué opinás de las políticas culturales de los gobiernos de izquierda y de la crítica de que favorecen a determinadas artes?

    —Eso ha sido desde siempre, más allá del gobierno que sea. Recuerdo que en el de Lacalle comenzó el programa Cultura en Obra y para mí fue el mejor: te hacían profesionalizarte, presentabas un proyecto bien armado y después hacían una preselección. Me acuerdo que fuimos a audicionar el Darno, Fernando Cabrera, Berta y Las Comadres, yo. Comparto de base conceptos e ideas de la izquierda, pero reconozco cosas de otros gobiernos, blancos y colorados, que han estado excelentes. La campaña Uruguay a Toda Costa, cuando Bordaberry estaba en el Ministerio de Turismo, estuvo perfecto: escenarios, sonido. Después se desdibujó, lamentablemente. No puedo ser una necia. La gestión de Barreto en San José y la de Luisa Rodríguez en Treinta y Tres es excelente, y son blancos. Pienso que en Uruguay, más allá de que existan partidos tradicionales y la izquierda, no hay abismos. No es un Hillary-Trump, porque de base tenemos valores muy parecios todos, seamos del color que seamos, o votemos lo que votemos. Hay ideas artiguistas muy arraigadas: la defensa del desvalido, que nadie es más que nadie, que hay que estudiar. Eso está matrizado en la gente, las diferencias que se dan son en las políticas económicas.

    —¿Entonces valorás sobre todo el profesionalismo en políticas culturales?

    —Totalmente, no puedo negar una gestión porque el apellido es Bordaberry. Y eso que si miro para atrás: mi viejo en cana, Bordaberry, tendría que ser terrible. Y sin embargo no, porque uno no puede vivir condenando gente, son falacias: porque el padre, el hijo, la tía, y yo qué sé. Tenés que ver la gestión de la persona. No puedo cerrarle la puerta a alguien por un preconcepto.

    —¿Cómo se dio esto de que ya tu nombre determinaba que te dedicarías al tango?

    —Mi padre era fanático de Homero Manzi. Me fue a anotar y mamá le dijo: “¡Virginia!”. Sí, sí, le contestó él. Se fue al registro y me puso Male­na Virginia. Mi vieja se enteró de que tenía una hija que se llamaba Malena cuando volvió con el papel. Hace poco me encontré con una señora que me dijo: “Me acuerdo cuando eras bebé, tu mamá pasaba orgullosa con vos en el cochecito, una niña preciosa, rubiecita y de ojos verdes... Y apenas se iba, mi madre decía ‘qué preciosa niña, lástima que la mataron con ese nombre de quilombera” (risas).

    —¿Qué recordás de tu educación religiosa?

    —Fui a escuela de monjas toda la primaria, seis años, más dos de jardinera y tres de liceo. Tenía superincorporada esa cosa del camino, de Cristo, que viene y te lleva y está la Virgen, y a la derecha el padre. Te decían que todos tenemos un angelito en un hombro y un demonio en el otro. Me pasaba algo parecido con las monjas y con Grandes valores del tango. Uno aprende porque se refleja en eso o por oposición. Yo miraba ese programa y el 80% me hacía reír: me parecía que no se podía cantar así, sin saber lo que estaban diciendo, como una cantante que bajó la voz cuando entonó “tu abrazo tenaz”. Una cosa tenaz ¡es tenaz! No podés aflojar. Con las monjas me pasaba lo mismo: “No tienen idea de lo que están diciendo”. Escuchaba lo del ángel y el demonio y me daba terror imaginarme que me iba a morir e iba a venir gente desconocida a llevarme con un señor que me iba a juzgar. “Yo no puedo creer en esto”. Pasó algo lapidario cuando tenía unos 10 años. A mi padre lo soltaron unos meses, después se lo llevaron de la calle y estuvo un año desaparecido. Mamá dio vuelta todo buscándolo. Al año llegó un telegrama a casa: detenido 2.360, visita tal día a tal hora. Una noche que se quedó a dormir en ese período, estábamos en la cama grande: mi papá al medio, yo de un lado y mi hermano del otro. Y yo empecé a contarle: “Papá, sabés que cuando te morís, vas al cielo, los familiares reciben tu alma y te llevan unos ángeles frente a Dios”. Se hizo un silencio y mi viejo me dijo: “Malena, cuando uno se muere es como que apagaras un televisor, no hay nada”. Fue como si me cayera una lápida encima (risas). Mi mamá apagaba el televisor viejo, de 24 pulgadas, con el punto al centro de la pantalla, y yo me quedaba rato mirándolo y pensaba: “Así debe ser morirse”.

    Vida Cultural
    2017-02-02T00:00:00