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La película española Alcarrás llegó hace tan solo un par de semanas a un puñado de cines uruguayos. Por estos lares, su vida en salas recién comenzó. Para su directora y guionista, Carla Simón (36), se encuentra alcanzando el final de un ciclo triunfal. Fue hace exactamente un año que el drama, el segundo largometraje de la directora catalana, se coronó con el Oso de Oro, el premio más importante del Festival Internacional de Cine de Berlín. La prensa española e internacional definieron al reconocimiento bajo una única narrativa, la de un hecho histórico. Simón se convirtió en la primera directora española en la historia en lograr ese premio. En 2017, con su debut, Verano 1993, ya había sido considerada una de las nuevas voces más sobresalientes del cine europeo contemporáneo. Continúa siéndolo.
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¿Qué vio, entonces, un jurado presidido por el director M. Night Shyamalan y con Ryusuke Hamaguchi entre sus filas en Alcarrás? En primer lugar, su “capacidad de mostrar la ternura y la comedia de una familia y el retrato de la dependencia de la tierra”. En segundo lugar, “extraordinarias interpretaciones, de actores infantiles hasta actores de 80 años”. El fallo, aunque breve, es certero.
Alcarrás narra la última cosecha de los Solé, una familia que durante décadas se ha dedicado a la siembra, recolección y venta de duraznos dentro de la provincia de Lérida, en Cataluña. Inspirada en la vida familiar de su directora, la película propone un retrato multigeneracional que recorre la inocencia de la infancia, las dudas de la adolescencia, las certezas de la adultez y los arrepentimientos de la vejez sin caer en golpes bajos. Narrada desde múltiples puntos de vista, el abanico de emociones que dispara el conflicto por la conquista urbana de las tradiciones del campo consolida a Simón como una narradora sensible, creativa y hábil al retratar lo complejo de una vida dedicada al trabajo familiar.
El 2022 le valió a Alcarrás reconocimientos y críticas suficientes para llenar su afiche de estrellas y elogios entrecomillados. Concuerdo con cada uno de ellos. La última parada de su gira cinematográfica fue, de todas formas, anticlimática. En los Premios Goya, celebrados el pasado sábado, no se llevó ninguna estatuilla. La película Las bestias, de Rodrigo Sorogoyen, resultó la gran ganadora. Su director pareció incrédulo ante el hecho. “Creía que Carla Simón iba a ganar, me parece injusto que Alcarrás no se lleve ningún Goya, prueba de que los premios son injustos”, dijo en una conferencia de prensa. “No demos tanta importancia a los premios, Alcarrás es un peliculón y no le demos más vueltas”, agregó. Con Sorogoyen, también concuerdo.
Unos días después de la ceremonia, y previo a tomarse un vuelo para volver al Festival de Berlín, esta vez como jurado bajo la presidencia de la actriz Kirsten Stewart, Simón diálogo con Búsqueda sobre su última película y la exigencia detrás del año más consolidador de su carrera.
—Quisiera preguntarte cómo estás.
—Bien, estoy bien, con una sensación muy grande de fin de ciclo. Justo hace un año que estrenamos en Berlín y este fin de semana hubo la ceremonia de los Goya, que fue la última gala a la que íbamos. Mañana me voy de jurado a Berlín, entonces tengo una sensación de cierre final, que la verdad es que me apetece. Tengo ganas ya de cambiar, de pasar página.
—Si bien varios estamos viviendo el comienzo de año, de alguna forma estás cerrando el año de Alcarrás. ¿Cómo entendés el proceso de ‘despedirte’ de tu propia película? ¿Cómo definís a ese cierre?
—Creo que depende de la película y cómo ha ido la promoción. Tanto en el caso de Verano 1993, como el de Alcarrás, hay una palabra que me viene a la cabeza: “exhausta”. Ha sido un viaje maravilloso, pero llego cansada al final por el hecho de que ha durado mucho y ha sido intenso. Pero, a la vez, con mucha alegría porque significa que ha ido bien, que la película ha viajado muchísimo y que la hemos podido acompañar. Fue una película muy exigente, más que Verano 1993, a nivel de dirección, guion y montaje. Hay una sensación de satisfacción muy grande, de haber hecho una cosa que a mí me parecía muy difícil y que ha supuesto muchos retos. Sí que tengo, también, ganas de despejar mi mente para poder centrarme en lo siguiente. Siempre hay algo cuando estás intentando escribir en medio de una promoción, que no puedes concentrarte con todos los sentidos porque sigues pensando en lo anterior. La película hace mucho tiempo que es del mundo y ahora ya puede volar sola. No me necesita (risas).
—Has dicho anteriormente que fue una película que les pidió a ti y a tu equipo que “aprendieran a hacerla”. ¿Cuál dirías que fue ese aprendizaje?
—Digamos que los dos grandes retos fueron la coralidad y el trabajar con actores naturales de la zona. Es una película con muchos personajes. Venía de hacer otra con un punto de vista muy claro, el de una niña. De repente, construir una historia desde tantas perspectivas era algo muy complejo a nivel de guion y montaje. También hubo que dirigir a tanta gente y yo tenía muy claro que no quería que fueran actores profesionales. Esto era algo en lo que me sentía un poco más cómoda por haber hecho Verano 1993 con niños, pero una cosa es trabajar con niños y adolescentes que no son actores y otra ya es sumarle a todos esos adultos que tampoco lo son. Y luego está el lío que eso supone también en un rodaje, ¿no?, al momento, por ejemplo, de ver de dónde poner la cámara, que era algo que teníamos que pensar muy bien.
—¿Cómo recordás hoy esos días, las emociones sentidas durante el rodaje?
—Cuando yo me visualizo en Alcarrás, veo a una persona que va corriendo de un sitio a otro, dando direcciones, pero corriendo. Había tanta gente, tantos actores con los que hablar. Perdí muchos kilos, de hecho, y no solo por el calor. Era algo que requería de una concentración muy bestial porque todo estaba creado a partir de detalles muy pequeños y cotidianos que, de alguna manera, si los perdíamos, se perdían también en la película. Cuando hay tanto para tener en cuenta, y tantos condicionantes que no puedes controlar, hay muchas cosas que pueden fallar, entre los niños, los mayores, el tipo de localización y el calor. Encima había Covid y nos tocó en el rodaje. Por suerte, pudimos hacer una preparación que permitió que todo estuviera en su sitio cuando íbamos a rodar. Mi sensación al terminar fue: “Ostia, me apetece hacer una película un poco más sencilla para también poderla disfrutar”. Pero también pienso en Alcarrás como un momento muy feliz. Construimos una familia muy grande con los actores y con el equipo y la verdad es que ha sido bonito.
Carla Simón en 2021, durante el rodaje de Alcarrás. Foto: Lluís Tudela
—Hasta ahora, tu cine suele estar anclado a una mirada que parte de las posibilidades exploratorias de la juventud. ¿Cómo lidiás con la idea lo juvenil a medida que vas creciendo?
—Creo que puede que cambie esto ahora que acabo de ser madre, pero siempre relaciono mi sensibilidad hacia la infancia por una cuestión de que mis padres murieron cuando era muy pequeña. Hay algo de la psicología infantil que me fascina y que me parece interesante contarla. La mirada de los niños, que no tienen el dibujo de todo, aunque los adultos tampoco, tiene algo de misterio. Esto creo que es muy interesante a la hora de retratar cinematográficamente porque al final el cine se trata de eso, de ir descubriendo. Y los niños están descubriendo cosas todo el rato. A la vista está que en las carreras de varios directores siempre hay algún coming of age o alguna película en relación con esta época de la vida que evidentemente nos define. Sí que es verdad que formo parte de una familia muy grande y hasta ahora había sido parte de una nueva generación. Ahora puede ser que mi perspectiva cambie por el hecho de ser de la generación del medio. No sé si voy a dejar de contar la infancia y la juventud, pero seguro que tengo nuevas perspectivas sobre las que aún no soy capaz de reflexionar porque mi maternidad es reciente. Creo que voy a ir entendiendo poco a poco.
—En la carta que le dedicaste al director Carlos Saura tras su muerte hablaste de querer “invocarlo” para que te aliente en la búsqueda de tu libertad creativa. ¿Qué es para ti la invocación de un cineasta por parte de otro?
—Hay muchos tipos de manera de invocar. A veces es consciente y a veces no. No soy una persona con una cinefilia popular y tengo una educación cinematográfica poco lógica, nada académica. Va muy en relación con lo que me ha ido interesando. Hay películas muy cruciales que no he visto. Hay películas que nadie conoce que me han fascinado. Y hay una parte del proceso creativo que disfruto mucho que es pensar en otras películas y buscar referencias. Para mí ese momento, que sobre todo va muy relacionado con la escritura en solitario, es cuando más películas veo, a pesar también de estar viviendo y fijarme cosas de la vida para poder escribir. Voy recogiendo referencias, tanto escenas como fotogramas y fotografías. Es un momento de recoger y todo eso lo ordeno en carpetas. Para cada película hay una carpeta donde recorto escenas y las pongo en relación con qué escena me podrían inspirar. Luego en el momento de planificar y hacer la película no vuelvo a ver esas referencias, pero han estado por ahí y de manera inconsciente te das cuenta cómo se han plasmado. Me da miedo ir a filmar algo con la referencia demasiado presente, porque te encuentras a ti misma haciendo un homenaje o replicando algo que te puede cegar un poco y no se relaciona tanto con lo que tú estás contando sino con lo del otro. Para mí se invoca antes de rodar y cuando estás rodando tienes que concentrarte en lo que estás haciendo. Evidentemente hay homenajes. La escena en la que las niñas juegan en Verano 1993 tiene mucho de Cría cuervos… pero a la vez es algo que hacía de pequeña, que hacen todos los niños. Hay muchas películas con esa escena. Pero la de Cría cuervos… es muy importante y mucha gente la ha relacionado y soy consciente de que es una referencia. En el caso de Saura también he analizado sus películas. Lo que hago, sobre todo en el proceso de guion, es analizar un poco la estructura, e incluso transcribir alguna escena. De Lucrecia Martel he transcrito escenas para entender cómo funcionaban sus diálogos.
—¿Cómo has encontrado espacios de libertad creativa en este último de año de estrenos, promoción, viajes y tu maternidad?
—Hubo una propuesta muy afortunada que fue hacer este corto para (la marca de ropa) Miu Miu (Carta a mi madre para mi hijo, disponible en Mubi). Considero que tuve mucha suerte. Me llamaron la semana que estaba en Málaga presentando Alcarrás en su estreno español. Estaba embarazada de seis meses ya. Había visto varios cortos hechos por directoras que admiro y me dijeron si quería ser la siguiente. La premisa era genial: “Haz lo que quieras, solo tiene que llevar ropa de Miu Miu”. Dije sí y enseguida pensé: “Vaya, ¿cómo lo voy a hacer?”. Estaba tan embarazada y en medio de la promoción de Alcarrás que no sabía muy bien cómo iba a tener tiempo. Pues pensé en hablar de lo que realmente tenía ganas entonces, que era mi embarazo. Fue un refugio muy grande. Lo terminé de filmar después del parto. Al tener una fecha límite con su estreno, sí o sí había que hacerlo. Ya durante el posparto hice bastantes entrevistas y luego empezamos a viajar por Alcarrás. El primer viaje que hizo mi hijo fue a Venecia y a partir de entonces ha cogido veinte aviones. Hemos ido tres veces a Estados Unidos y es más difícil porque uno está más disperso con tanto viaje. Sí es verdad que encontré momentos de pensar no solo en el siguiente proyecto, que está ahí, sino también de leer y poner ideas sobre papel. Eso ha sido bueno.
Carla Simón ganó el Oso de Oro en la Berlinale por Alcarrás
—Te toca volver al Festival de Cine de Berlín, pero esta vez como parte del jurado. ¿Qué esperás de esa experiencia?
—Lo siento casi que como un regalo. Después de este año tan intenso poder ir a ver películas todo el rato, durante todo el día y con este jurado, también me apetece mucho. Soy una enorme fan del cine de Valeska Grisebach, por ejemplo, del que he aprendido mogollón y me alegra mucho coincidir. Hay gente muy interesante y espero debatir las películas con ellos. Creo que siempre da algo de vértigo cuando eres jurado de secciones así tan fuertes, tan importantes. Lo hablaba con (M. Night) Shyamalan el año pasado, cuando nos dio el premio. Él me decía: “Este premio lleva mi nombre”, en el sentido de que él y su jurado eligieron a Alcarrás. Por suerte yo no soy presidenta entonces no siento esa presión, pero sí la responsabilidad de darle ese espacio a una película que realmente se lo merezca y que la va a hacer volar. Al final lo que pasó con Alcarrás es que gracias a ese premio se ha visto mucho más de lo que podíamos aspirar en un principio.
—Dado que vas a pasar mucho tiempo dentro de ellas, ¿tenés alguna preferencia a la hora de elegir un lugar en una sala de cine?
—No me gusta nada estar muy atrás ni muy adelante. Me pongo muy nerviosa. Soy del medio del medio, si puedo. Si no puedo, porque a veces hay pasillos y tal, o hay gente o lo que sea, pues me pongo a un lado casi en la pared. Pero depende de la película. Hay películas que me ponen muy nerviosa si tengo que verlas de lado (risas).