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Es un policial al mejor estilo de la novela negra norteamericana, pero también un retrato, y hasta un análisis sociológico, de la China actual. Así parece indicarlo el escritor con el título, que alude a la doble condición de intriga detectivesca y de situación oscura en el ámbito político. El enigma de China es la sexta entrega de una saga creada por Qiu Xiaolong, poeta y narrador nacido en Shanghai en 1953, aunque desde 1988 vive en Estados Unidos. Disidente político del gobierno comunista de su país, actualmente enseña literatura en la Universidad de Missouri, St. Louis, y es también traductor de poesía china.
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El protagonista de su serie (que integran, entre otras novelas, “Muerte de una heroína roja”, “Seda roja” y “El caso Mao”) es Chen Cao, inspector jefe del Departamento de Policía de Shanghai. El autor creó este personaje a su semejanza, como si hubiera necesitado un embajador que lo representara en su tierra y hablara por él. Hijo de un padre que murió durante la Revolución Cultural, el inspector Cao se doctoró en literatura en la Universidad de Beijing y es un hombre sensible que a menudo cita a autores clásicos cuando está investigando un caso. La diferencia con su creador es que, hasta el momento, se mantiene a las órdenes del Partido Comunista, aunque cada vez con más reparos.
En El enigma de China, Cao ha ascendido políticamente y es vicesecretario del Partido en el Departamento de Policía. Pero algo le hace olfatear que ese cargo se lo dieron como una compensación para que no llegara al máximo escalón. Él ha tenido una carrera policial prestigiosa y ha resuelto varios casos difíciles, sin embargo, no cuenta con la suficiente confianza política. “Algunos ‘destacados camaradas’ del gobierno municipal, que no lo consideraban ‘uno de los suyos’, se oponían a que Chen se convirtiera en jefe del Partido en el Departamento”, dice el narrador.
Lo cierto es que Cao empezó a tener ciertos privilegios, por ejemplo, le dieron un despacho nuevo con una pantalla LCD de 25 pulgadas: “Es igual de grande que la que hay en el escritorio del Partido, jefe”, le dice, asombrado, uno de sus ayudantes. Pero, junto con estos beneficios, también le llegó un pedido inesperado: la investigación de la muerte de Zhou Keng, director del Comité para el Desarrollo Urbanístico de Shanghai.
Keng había aparecido colgado de una viga en la pieza de un hotel, y las autoridades querían que la investigación concluyera en lo más obvio: que había sido un suicidio. Pero a Cao hay algo que no le cierra, porque esta importante figura política estaba siendo investigada por las autoridades debido a las denuncias de corrupción que habían aparecido en Internet.
Ese tipo de investigación, llamada shuanggui, se describe en la novela como algo tenebroso y al margen de toda ley y garantía, como “una especie de detención extrajudicial llevada a cabo por los cuerpos disciplinarios del Partido”. Iniciadas como respuesta a la corrupción del sistema de partido único, las detenciones shuanggui no tienen límite de tiempo, son secretas para la Policía y mucho más para los medios de comunicación. “Y, lo que era más importante, el shuanggui evitaba la revelación de cualquier detalle turbio que pudiera empañar la imagen del Partido”, piensa Cao, quien no entiende por qué lo convocaron. “Si el Gobierno quiere concluir a toda costa que la muerte de Zhou fue un suicidio, entonces, ¿por qué me eligieron a mí para que asesorara en la investigación?
La novela gira en torno a esta investigación que va destapando asuntos muy sucios del Partido Comunista chino, y que ponen al protagonista en la disyuntiva de seguir indagando hasta que se sepa la verdad o esconder todo y conservar su cargo. Como es de esperar, Cao llega hasta el final, o casi, y la novela termina con la incertidumbre de cuál será el destino de este personaje.
Xiaolong construye una trama que va más allá de lo policial, porque él quiere hablar en su novela del “socialismo con características chinas”, que no es otra cosa que “el enigma de China”. Por un lado, muestra la Shanghai próspera con su capitalismo puro y duro, la de los grandes rascacielos, la de los últimos modelos de BMW que en general manejan los hijos de los jefes del Partido o los nuevos empresarios. Esa China, en la que importa “ganar cuatrocientos millones antes de cumplir los cuarenta”, contrasta con la otra, la de la mayoría, en la que un empleado promedio tendría que trabajar muchos años para poder comprarse solo un metro cuadrado para vivir.
La crítica al régimen aparece en varios personajes, entre ellos, en un profesor de Derecho que en una conferencia analiza, justamente, el “enigma” chino: “Pese a que la maquinaria propagandística del Partido funciona a pleno rendimiento, la sociedad china se encuentra en bancarrota moral, ideológica y ética, pero sigue adelante, como el conejo de un famoso anuncio televisivo estadounidense”.
Otros disidentes son los “ciudadanos de la Red” que realizan investigaciones colectivas sobre casos de corrupción y enriquecimiento ilícito, a las que llaman “búsqueda de carne humana”. Ellos se las ingenian para evadir la censura que el Partido Comunista impone en Internet y han llevado a cabo verdaderos “piquetes” virtuales que terminaron en un shuanggui para el implicado. No en vano, el escritor dedica su novela “A los ciudadanos chinos de la Red que luchan por su ciudadanía en el ciberespacio —si no es posible hacerlo en otros lugares— a pesar de todos los controles autoritarios”.
Lo destacable de Xiaolong es que introduce los temas ideológicos de forma natural, a través de la acción de sus personajes, con una prosa que intercala cada tanto poemas breves y momentos de fina ironía, como cuando Cao llega a la habitación donde se “suicidó” el camarada del Partido y piensa: “Parecía paradójico que en una ciudad donde resultaba extremadamente difícil encontrar una viga a la vista de la que colgarse, Zhou hubiera estado retenido en una de las escasas habitaciones con vigas originales ‘conservadas’ al estilo antiguo”. Entonces el inspector recuerda unos versos, aunque no a su autor: “No eres tú quien eligió la viga, sino la viga la que te eligió a ti”’.
El enigma de China huele a buena comida, porque además de un eficiente detective, Cao es un gran sibarita que se mete en los restaurantes y en las cocinas de las casas, para degustar nuevos y viejos sabores, como el tofu mezclado con cebolla picada y aceite de sésamo, una salsa “de ocho tesoros”, una sopa de col verde o unas anguilas de arrozal crujiente. Es que en sus historias, las delicias que esconde una pequeña vasija de tapas rojas son tan misteriosas como la muerte de un poderoso representante del Partido Comunista. Y el encargado de levantar la tapa es el culto y sofisticado Cao, ese inspector que todo chino quisiera tener de su lado, sobre todo si su cuerpo aparece colgado de una viga.
“El enigma de China”, de Qiu Xiaolong. Tusquets 2014, 299 páginas, $ 420.