—¿Cómo se armó la lista de canciones?
—Por gusto. Las conocía, me gustan y me representan desde siempre.
—En el show contó la anécdota de su canción Agua y Épica, del Darno…
—Al Darno le gustaba mucho Agua. Me decía que tenía la melodía en la mente todo el día y que para sacársela un poco de encima le escribió otra letra, como un capricho sin sentido. Al tiempo le compuso otra melodía con la misma métrica para que encajaran los versos y así nació Épica, una canción hermosa.
—¿Cómo se logra ese mismo grado de intimidad en un sótano para 50 personas, en El Galpón para 800 o en el Sodre para 2.000?
—No tengo idea (ríe). Seguramente, con un poco de coraje, porque hay canciones que a priori no parecen aptas para un lugar grande o al aire libre. Entonces se necesita tener confianza y convicción en lo que estás haciendo. Pero durante el recital te vas dando cuenta de cómo está el público, si está para escucharte o está distraído. El secreto está en que sin importar si son dos o veinte mil, estén concentrados en uno. Si son cien mil y quieren escucharte en serio, lo van a hacer.
—¿Requiere vencer miedos esa búsqueda de la intimidad, ese cantar casi en secreto que llega a practicar?
—Puede ser, yo nunca tuve miedos, toda mi vida fui muy arriesgado, nunca tuve pánico escénico ni nada. Ese formato en solitario me permite usar la dinámica a pleno, desde lo más fuerte al pianísimo. Con una buena amplificación eso no es problema. También me gusta bajar el volumen con la guitarra hasta el límite de audición.
—Quien sintoniza con esa forma de interpretación disfruta mucho, o bien de un silencio o de una nota que en vez de ser cantada es pulsada en la guitarra. Pero también ocurre que ese tipo de sutilezas dejan fuera a otra porción de público que no se conecta.
—Puede ser, no somos todos iguales. Hay gente que necesita más lo explícito, o la energía en la interpretación. Pero yo tengo la idea de que la energía no necesariamente está vinculada a la potencia. Cualquier cosa puede tener energía. No hace falta gritar.
—Una platea concentrada en un cantante, donde no vuela una mosca, puede ser muy poderosa…
—(asiente) Vos podés generar energía o tensión no necesariamente con un martillazo en la cabeza del oyente. Podés convertir un momento en algo sumamente tenso con dos sílabas suavecitas. Depende de la palabra que elijas o de qué le muevas al otro. Incluso podés llegar a la violencia con un susurro. Obviamente que si te dan un piñazo en la oscuridad te van a sacudir. ¿No es la manera más fácil de sorprender?
—¿Tiene que ver con la poesía esa mirada?
—Tiene, y con evitar el golpe bajo. Lógico que con el golpe bajo lográs una reacción. Con el humor sucede lo mismo. Está el humor grosero pero hay otras clases de humor. ¿Cuál es el más efectivo? Yo qué sé, depende también de la audiencia… El humorista de turno elegirá.
—Mateo es bastante conocido en Buenos Aires pero Darnauchans no tanto. El disco y su presentación son una buena oportunidad para mostrar sus canciones al público argentino…
—Al Darno nadie lo conoce allá. Me he dado cuenta que salvo alguna excepción, ni los periodistas especializados en música lo tienen. Entonces aprovecho las notas para recomendarlo, hablar de su vida y su obra, les explico sus valores, lo importante que fue en Uruguay. El Darno es clásico, no tiene problema de época porque es calidad pura. Melodías bellísimas, letras magníficas, un timbre de voz hermoso, un cantante excepcional, un compositor refinadísimo, que componía cantando y que a menudo creaba en la guitarra secuencias armónicas muy interesantes. ¿Qué más se puede pedir para que un artista guste? Estoy seguro que en Argentina puede haber muchísima gente que lo escuche, millones pueden sensibilizarse con Darnauchans.
—Como con el Príncipe (Gustavo Pena, cantautor uruguayo fallecido en 2003)…
—Con él fue distinto. Es asombroso cómo se hizo conocido en Argentina. Los más curiosos y los más interesados lo conocen. Tuvo un empuje de difusión después de muerto, gracias al boca a boca, a su hija que canta sus canciones y a colegas que lo admiran como Martín Buscaglia, Mandrake Wolf y Herman Klang. Mateo no lo precisó, pero el Darno aún no tuvo esa suerte aún. Espero contribuir a eso.
—Has dicho varias veces que tenés un montón de canciones compuestas para alimentar próximos discos. ¿Qué hay en esos temas que son como plata en el banco?
—Espero editar un nuevo disco cuando pueda, porque se me ha ido atrasando. Como en todos mis discos, hay de todo. Hay un tema para Lazaroff. Muchas aún están sin terminar. Me ha faltado tiempo para pulir esas canciones. En estos últimos años he tenido actividad como nunca en mi vida. Ni en mi juventud trabajé tanto.
—Es un buen motivo para postergar un disco…
—Sí, por suerte… No me quejo, estoy muy feliz, pero me doy cuenta de que tengo menos concentración, menos tiempo mental que antes. Y la creación requiere de guardarse, de tener un espacio de soledad, de estar tranquilo.
—¿Dónde encuentra esa introspección?
—En mi casa o en alguna escapada a algún lugar del interior, cuando puedo disponer de 15 o 20 días solo, algo muy complicado cuando tenés pareja y otros vínculos. Para poder componer y darle una terminación a mi trabajo con tranquilidad necesito la soledad como un insumo.
—¿Está en pareja?
—Sí.
—A pocas semanas de volver a cantar en Cuba, ¿cómo recuerda su primera visita a la isla, en 2011?
—Fui a Cuba con una idea fija, que la pude cumplir gracias al embajador uruguayo: conocer la casa de (Ernest) Hemingway, la Finca Vigía, en la que vivió, en las afueras de La Habana. Es una casa-museo maravillosa, con sus libros, sus papeles, sus botellas de whisky, su ropa y sus botas, su escritorio con sus lapiceras, cuadros, revistas. Leí toda su obra, de adolescente y joven. Me gusta todo, sus cuentos y sus novelas, su prosa, su ritmo, la música de su escritura. Aun lo que puede considerarse como “flojo” de su obra. Siempre vas a encontrar un párrafo, un aire, una atmósfera.
—¿Cómo fue tocar ante ese público que no lo conocía?
—No había manera de que a mí me conocieran en Cuba en ese momento. Éramos varios uruguayos, pasamos muy bien. No hay manera de pasar mal en Cuba. Ahora cuando vaya quizá haya alguno que me conozca.
—¿Y cómo ve esta apertura en ciernes?
—No sé qué podrá pasar. Lo que sí comprendo es que no se pueden esperar resultados rápidos. Será un proceso largo reconstruir una relación cortada durante tantas décadas.
—¿Percibió de algún modo la falta de libertades en Cuba?
—Lo que todo el mundo sabe, lo que todos conocen. El turista tiene una vivencia que no es la realidad. Depende de qué tan curioso seas. Cuando vas en una delegación oficial a un hotel precioso, con paseos, no es tan sencillo. Pero podés conversar con la gente. Conozco perfectamente bien las limitaciones y los inconvenientes que ha tenido la vida en Cuba. La falta de libertades, la falta de elecciones, con las que no estoy de acuerdo para nada. También puedo comprenderlas, no apoyarlas. Pero sí entender su origen desde una óptica política. También hay cosas positivas muy difíciles de encontrar en cualquier otro lugar del mundo, como cruzarme con un grupo de niños de siete u ocho años al salir de la escuela, escucharlos hablar entre ellos y apreciar la manera maravillosa en la que dominaban el lenguaje y los modales. Era un deleite, y habla de una educación muy buena, así como la salud. Hubo un laboratorio que duró 50 años y ahora con este cruce de mareas comienza otro laboratorio.
—¿Cómo es su tarea de director musical en Zitarrosa 80?
—Me convocaron cuando el equipo de producción llevaba más de un año y ya había contactado a muchos artistas. Mi tarea es combinar los músicos en escena, hacer algunos arreglos instrumentales, definir instrumentistas y cantantes para cada segmento y trazar un hilo conductor.
—No es una función habitual en los festivales en Uruguay…
—Es que esto no es un festival: es un verdadero concierto homenaje, con mucho entusiasmo, ilusión y colaboración de todos los que participan.
—¿Qué se puede adelantar?
—Habrá una sección de guitarras de acompañamiento a cargo de Eduardo “Toto” Méndez, otra sección de guitarras eléctricas que tocarán al estilo criollo, compuesta por Nicolás Ibarburu, Guzmán Mendaro y yo, junto a Checo Anselmi en bajo, quien también estará junto a las guitarras de Toto. Fernando Condon dirigirá un segmento de cuerdas y Fernando “Lobo” Núñez comandará una cuerda de tambores. En la percusión estará Edú Lombardo; Juan Campodónico y Luciano Supervielle actuarán a dúo y con otros músicos, al igual que Hugo Fattoruso y Albana Barrocas. También estará Julio Cobelli con varios artistas, como Soledad Pastorutti. Cantarán Joan Manuel Serrat, Daniel Viglietti, Lisandro Aristimuño, Martín Buscaglia, Liliana Herrero, Pepe Guerra y muchos otros.
—Es curioso que haya guitarras eléctricas cuando es sabido que no le gustaban nada a Zitarrosa…
—Totalmente, pero Zitarrosa nunca escuchó tocar la guitarra eléctrica a Nicolás Ibarburu y Guzmán Mendaro. Si los escuchara, cambiaría de opinión. No hubo nadie hasta ellos dos que viniera del rock y haya hecho una investigación tan profunda como ellos, estudiando con Cobelli, para dominar a la perfección nuestra música criolla. La novedad es que ahora les pedí que tocaran eso mismo en guitarras eléctricas, cosa que nunca habían hecho.
—Será una orquesta de música popular…
—Sí, que no estará toda junta, por supuesto. Será todo muy cambiante de principio a fin. El elenco es tan variado que permite todo tipo de climas. Habrá grupos, solistas, duetos y varias sorpresas. En los dúos intentaremos combinar universos bien distintos. En algunos casos aparecerá la cita textual a la canción original, pero también las versiones se adaptarán al lenguaje del intérprete. Queremos que esto sea algo contundente, un verdadero acontecimiento que vuelva a poner a Zitarrosa en la consideración del público: miren qué calidad que tiene este repertorio, que no está para nada perimido. El concierto tendrá un guion, un hilo conductor. Lo estoy trabajando como si fuera un recital mío.
Vida Cultural
2016-01-07T00:00:00
2016-01-07T00:00:00