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En el origen hay un libro que se llama Julio Cortázar (Omega, 2000), que Cristina Peri Rossi (Montevideo, 1941) escribió a pedido de su amiga Nuria Amat para comenzar una colección de biografías. “Nuria tenía temor de que todas aquellas anécdotas y vivencias de los dos se perdieran por mi pudor y por mi miedo a evocar el dolor de su pérdida. Pero se escribe sobre lo que se pierde”, explicó a Búsqueda Peri Rossi, poeta, narradora y ensayista que desde hace más de tres décadas está radicada en Barcelona. Su obra ha recibido varios premios: el primero se lo otorgó el semanario “Marcha” en 1969 por El libro de mis primos, que despertó el interés de Cortázar; el último es del 2010 por su volumen de cuentos, Habitaciones privadas, Premio NH Vargas Llosa. Ahora acaba de publicar Julio Cortázar y Cris (Estuario Editora), una nueva edición de aquel libro del 2000 que agrega textos posteriores a la muerte del escritor y fragmentos de la correspondencia que ambos mantuvieron. Él le dedicó varios poemas y se los grabó con su voz llena de erres, que ella cada tanto escucha para evocarlo. Son poemas que nacieron “de la melancolía del deseo sexual insatisfecho”, escribe Peri Rossi, y aclara para esta entrevista: “Lo dice con referencia a mí, en concreto. Pero el deseo es deseo insatisfecho o no es”. Sobre el contenido de su libro, Peri Rossi contestó algunas preguntas por correo electrónico a Búsqueda.
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—Porque es montevideana e independiente. Y porque no recibí durante todos estos años en que he estado fuera de Uruguay ninguna propuesta de alguna editorial no independiente. Además, son jóvenes y trabajan bien. En España, actualmente publico en Menoscuarto y Cálamo, también editoriales jóvenes e independientes, que no piensan solo en los beneficios, como los grandes grupos y, en general, aman la literatura y suelen tener una relación cordial con el escritor.
—Reivindica al Cortázar poeta, el menos considerado por la crítica, ¿por qué?
—La poesía de Cortázar me parece que tiene cada vez más valor literario. Hay varios motivos para que se ignore su poesía; uno de ellos es que en general, a la crítica —estoy hablando de la española y la europea— le molesta mucho que un autor escriba en distintos géneros. Es como si pensaran que si escribe prosa es porque no es buen poeta, y si escribe poesía, no es buen narrador. Prefieren encasillar, domesticar, encerrar. Y la obra de Cortázar es obra abierta, en el sentido que le dio Eco a esta palabra. Su poesía tiene valor literario, tanto como sus relatos o sus novelas. Especialmente los Quince poemas de amor a Cris, no porque me los haya dedicado —cosa que he mantenido oculta durante más de treinta años— sino porque son buenísimos.
—La crítica coincide en que lo mejor de Cortázar son sus cuentos, pero no hay coincidencias con Rayuela, que para algunos ha perdido vigencia. ¿Está de acuerdo?
—Durante muchísimos años he impartido clases de literatura comparada y dado conferencias, pero le confieso que el término “vigencia” en cuanto a una obra literaria me resulta completamente ajeno y yo diría que hasta ofensivo. Por ejemplo: ¿Leemos Don Quijote porque es una obra vigente? ¿Leemos La Ilíada porque es vigente? Creo que hay muchísimos motivos para leer un libro, quizás la vigencia sea uno de ellos, pero para mí no forma parte del canon literario. Releí Rayuela por última vez hace dos años. Me pareció completamente vigente, para usar ese término, como testimonio de la generación latinoamericana de los años cuarenta que soñaba con vivir en París, pasar hambre en París, amar en París, escribir en París, pintar en París, considerada la ciudad más literaria del mundo, por los rioplatenses. Me he encontrado con muchos lectores que amaban Rayuela en los años setenta, pero ahora se sienten incómodos. Y no saben por qué. Yo creo saberlo: han comprado pisos de lujo, cambian el auto muy a menudo, tienen casa en la ciudad y en la playa, es decir: se han aburguesado. Rayuela es un libro bohemio, la mejor novela bohemia de la generación de los sesenta y de los setenta. Como yo no tengo piso propio, ni auto, ni casa en la playa, y sigo siendo tan pobre como entonces, continúo identificándome con esos personajes, aunque pueda ver con ternura su lirismo trasnochado, su idealismo fracasado, sus mitos derrumbados.
—Afirma en su libro que Cortázar murió de sida, igual que su segunda esposa, Carol Dunlop. ¿Por qué cree que la versión oficial fue que murió de cáncer?
—En primer lugar, por ignorancia. Hay gente que no sabe dónde tiene el páncreas o el esternón. En segundo, porque cuando murió no habían identificado ni aislado el retrovirus que provoca el sida. Se decía que la persona había fallecido por pérdida de defensas inmunológicas. Fue necesario identificar el retrovirus —hasta entonces solo se conocían tres— para poder llamarlo sida. Pero el nombre no tiene importancia. En cuanto a la versión oficial, si no había una palabra para designar la enfermedad, ¿cómo iban a nombrarla? Dijeron cáncer porque era lo más parecido. Y por último, los prejuicios. Yo recibí cartas de lectores y de críticos alarmados ante la revelación de que Julio y Carol habían muerto de sida. Me preguntaban si eran homosexuales. La desgraciada asociación entre sida y homosexualidad fue el origen de esa sospecha. A mí me indignó que Cortázar, que tenía una muy buena salud, y Carol, que era muy joven, murieran a consecuencia de un retrovirus por una transfusión de sangre contaminada en Francia. Me pareció una gran estafa. El ministro de Salud Pública francés tuvo que renunciar.
—Cortázar no quería difundir que en Cuba se perseguía a los homosexuales y que podía suceder lo mismo en la Nicaragua revolucionaria. ¿Cometió un error al no pronunciarse al respecto?
—La homofobia fue una característica de la izquierda latinoamericana de los años sesenta y setenta, y mucho después también. Ningún grupo guerrillero —incluidos los tupamaros, por ejemplo— aceptaban homosexuales en sus filas, y en los partidos comunistas tampoco. La homofobia no desapareció hasta hace muy poco tiempo con la gran lucha de los homosexuales norteamericanos y europeos. Si es que lo ha hecho, yo creo que permanece oculta. Cortázar conocía bien el tema y consiguió que algún homosexual cubano fuera liberado del campo de concentración y trasladado a París, como Calvert Casey, un excelente cuentista de origen norteamericano que no soportó el exilio y se suicidó. Pero no podemos juzgar a las personas como si fueran de una sola pieza e inamovibles. Creo que hasta Mario Benedetti a regañadientes dejó de ser homófobo. La posición de Julio fue variando como la de otros, por suerte, y en los últimos años de su vida era claramente un defensor acérrimo de los derechos de los homosexuales y lo declaraba públicamente. También del feminismo. Rechazó algunos fragmentos de sus libros por machistas. No solo de Rayuela, también algunos del Libro de Manuel.
—Al final del libro menciona al presidente José Mujica y piensa que a Cortázar le hubiera gustado hablar con él. ¿Usted es admiradora de Mujica?
—Mujica me parece un gran filósofo y prefiero que gobiernen los filósofos humanistas a los políticos de partido. Coincido con todos sus planteamientos sobre el objetivo de la existencia, la crítica al consumismo y también en que gobernar es casi imposible, hay que conciliar intereses opuestos y a veces irreconciliables. Y me gusta la admiración que despierta entre la gente más humilde. Hace poco más de un mes, estuve ingresada en el Hospital de Barcelona. Las limpiadoras y las enfermeras, cuando me identificaban como uruguaya, comentaban entre sí: “Ah, es del país de ese presidente que vive en una choza y se viste como una persona común”. Y decían que lo votarían, si en España hubiera uno igual.
—¿Vendrá a Montevideo a presentar el libro?
—No creo que pueda, lamentablemente. Mi salud está bastante resentida por una inflamación pulmonar crónica y sería un riesgo demasiado severo. Si hubiera una mejora milagrosa, claro que iría. Recuerdo casi todo de Montevideo, o lo que para mí es casi todo. La nostalgia es así. Pero aunque amo a mi país y luché muchísimo contra la dictadura, ninguno de los gobiernos democráticos ha querido reconocer mi derecho jubilatorio como profesora de Secundaria con once años de antigüedad en 1972. Es un derecho, no una dádiva ni una petición. He realizado todas las gestiones posibles desde hace muchos años y ha sido en vano, algo que me resulta profundamente doloroso. Me recuerda el último viaje de Cortázar a Buenos Aires cuando cayó la dictadura. Pidió para ser recibido por el presidente Alfonsín y no lo consiguió. Posiblemente, algún funcionarito envidioso y rencoroso lo impidió. Me temo que me ocurrirá lo mismo: moriré sin que un gobierno uruguayo haya reconocido mis derechos.