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Nació en Boston, hizo carrera de pianista en Austria y como maestro interno, durante muchos años, de la Ópera Estatal de Viena. Fue asistente del legendario director de orquesta francés Lorin Maazel. La lista de los lugares donde tocó y dirigió es abrumadora: integra la élite de los directores de orquesta a nivel mundial y tocó y dirigió en los principales teatros del planeta. Entre 1993 y 2010 fue el director de la Orquesta del Teatro Colón, y entre 2012 y 2014 estuvo al frente de la Ossodre, de la que no se fue bien. Hasta el inicio de la pandemia dirigía la Staatskapelle Weimar (Orquesta Estatal de Weimar), en Alemania. Pasó el último año confinado, algo que no parece haber padecido sino todo lo contrario: “Se pasa muy bien cuando uno ama su trabajo. Hacía mucho tiempo que no pasaba tanto tiempo en el piano”, dijo el martes 26 a Búsqueda por videollamada en perfecto español desde su casa en Basilea.
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A punto de cumplir 69 años, y tras ser elegido en un concurso internacional que definió con el suizo Nicolás Rauss, Stefan Lano será presentado hoy jueves 28 en una conferencia en el Auditorio Adela Reta como nuevo director de la Orquesta Sinfónica del Sodre, cargo que asumirá en febrero, luego de la cuarentena posterior a su arribo, marcado para el 3 de febrero. En este reportaje anunció su idea de hacer 15 conciertos y dos óperas por año, adelantó lo medular que presentará la Ossodre este año (habrá mucho Mozart, Beethoven y Haydn) y apuntó directo y sin eufemismos a la política de Gerardo Grieco, director del Auditorio del Sodre en su etapa en la Ossodre, y en menor medida a Julio Bocca, como razón principal de aquella renuncia.
“Me alegro de que el actual gobierno de Uruguay, y especialmente la orquesta, insistieron en que querían a alguien con experiencia y repertorio”, aclaró. “Voy a cumplir 69 este año pero me siento mejor que nunca. Una vez, Erich Leinsdorf, gran director austríaco con quien trabajé en Viena, me dijo: ‘La vida de un director comienza a los 60 años’. Tiene razón, porque no hay que empezar antes de los 35 o 40. Primero hay que tocar mucho para después pararse bien frente a una orquesta”.
—¿Por qué decidió presentarse al concurso internacional que hizo el Sodre para elegir a su nuevo director?
—Me enteré del llamado antes de la pandemia, apenas asumieron las nuevas autoridades del Sodre. Se terminaba mi contrato en Weimar y no quería quedarme más, no por la orquesta sino por cómo los alemanes están haciendo ópera hoy en día. No podía tolerar más seguir allí. Han perdido el respeto por la partitura, los cantantes y la música. Es todo régie (puesta en escena). A tal punto que no se diferencia Cosi fan tutte de Aida. Y ante la posibilidad de volver a este país al que le tengo mucho afecto, pensé: ‘Bueno, veamos qué pasa’. Al principio pensé que ya me conocían bien en América Latina, pero después comprendí que el nuevo gobierno prefería hacer todo con transparencia. Ok, tuve que concursar contra otros colegas y se definió entre Nicolás Rauss y yo. Un muy buen director y músico, un caballero y un buen tipo, a quien voy a intentar tener como invitado.
—¿Cómo fue hacer ese concierto de examen, con la orquesta y la audiencia reducidas?
—Tuve una orquesta limitada a no más de 32 músicos. Hice Haydn con 28, suficiente para su Sinfonía Oxford. Y con la Heroica sucede algo curioso: mucha gente no sabe que en su estreno, Beethoven solo tuvo 37 músicos. Así que solo le saqué un instrumento a cada cuerda y la hice con 32. Solo le pedí a los músicos que tocaran con un poquito más de polenta, y lo hicieron muy bien. He escuchado mucho esa grabación, quedé muy contento. Este año nos ha quedado claro que se puede hacer Beethoven, Haydn y Mozart con orquestas chicas, y supongo que esta temporada vamos a quedarnos así. La nueva realidad lo impone.
—En su período al frente de la Ossodre tuvo puntos altos pero también discusiones y enfrentamientos con la cúpula del Sodre. Y se fue muy contrariado por la política de programación del Auditorio...
—Bueno, lo dices de un modo muy elegante (ríe). Eran conflictos debido a la competencia de una de las partes y la incompetencia de otras personas. Tomé mi cargo con mucha responsabilidad no solo artística sino también frente a los músicos. Al entrar en el teatro alguien que no era idóneo para ocupar un cargo administrando la sala de una gran institución como el Sodre, estoy hablando de Gerardo Grieco, con el apoyo del consejo directivo de aquella época, quedé con mis manos atadas. No pude hacer nada. Quería programar Tristán e Isolda en 2013 con (la soprano japonesa radicada en Uruguay) Eiko Senda. No me lo permitieron porque Grieco opinó que esa ópera de Wagner era demasiado para el pueblo uruguayo. Yo tomo palabras así como un insulto contra el pueblo uruguayo, que para mí es un público bastante inteligente y exigente. Subestimar al público como director de un teatro es un error fatal. Finalmente hicimos el segundo acto con Eiko y fue uno de los mayores éxitos de la temporada. Y luego en 2019 mi colega Alejo Pérez hizo Tristán con una linda puesta en escena del argentino Marcelo Lombardero, también con gran éxito. Entonces, chau, señor Grieco. Puedo trabajar con un equipo de diversas edades y niveles dentro de la profesión, y creo que tengo una cierta capacidad didáctica para compartir mis más de 40 años de experiencia en la profesión. Pero si estoy enfrente de una persona de tal arrogancia que no sabe nada de la profesión, no puedo trabajar. Y si no me dejan trabajar no puedo quedarme. Por eso me fui, no por una bronca personal. La presidenta del Sodre de esa época, la señora (Eneida) De León no era el problema, era una persona muy simpática y lamento que no hayamos podido trabajar juntos en forma armónica.
—Así como cuando usted llegó tuvo un sólido respaldo institucional, Grieco contaba con un fuerte respaldo político y reformó sustancialmente el modelo de gestión del Sodre, que ha prevalecido, basado en usar el teatro para múltiples manifestaciones culturales, eruditas y populares. Usted defendía a la orquesta y la música de repertorio como el corazón del teatro. Fue un choque de trenes...
—Grieco fue mucho más allá. No tuvo ningún respeto para la Ossodre ni para mi cargo como director. Él venía del mundo de la música popular. A mí me encanta el candombe, la murga y la música folclórica. Y esa música tiene su lugar en el Sodre, que no es solo para música clásica, ópera y ballet. Estoy de acuerdo, pero hay que sentarse a una mesa como ya estamos haciendo con el consejo directivo actual, planear y equilibrar una temporada inteligentemente y con respeto para cada sección del teatro. No simplemente darle todo al Ballet Nacional, que es muy importante, por supuesto, y subestimar la importancia y el peso de la Ossodre, que es una de las orquestas de mayor tradición de Latinoamérica, que este año cumple 90 años, y que ha estado a cargo de grandes directores. Puedo trabajar con ignorancia si la gente quiere aprender, pero si no quieren aprender y se meten en mi trabajo de una forma que me impide programar, no puedo continuar más. Si programo La consagración de la primavera y ponen un foso chico, en el que no entra la orquesta, es una muestra de ignorancia, es ineptitud. Cualquier director de ballet tiene que saber que si haces un gran ballet de Chaikovski o Stravinski, necesitas un foso grande. Poner uno chico para habilitar más asientos y recaudar más, bueno, cada uno puede buscar la palabra adecuada para una decisión así. En fin, no me dejaron hacer mi trabajo.
—¿Y ahora usted interpreta que sí podrá hacer su trabajo o se adaptará a la situación que se le presente?
—El tema es sencillo: teatro es colaboración. Esto nunca lo entendió Julio Bocca, pese a todo su talento como bailarín. Nunca aceptó que en un teatro hay que tener diálogo abierto e inteligente con los colegas y planear una temporada al servicio del público y de la institución. Esto faltó en aquella época.
—¿No tenía diálogo con Bocca o tenía menos diálogo del que hubiera querido?
—No podría decir que aquello fue un diálogo. No lo era. Lo lamento, pero fue así. En octubre pude conocer a la gente nueva que está en el teatro y quedé con una impresión muy agradable. Una entrevista va en dos direcciones. Uno está ahí para conseguir un trabajo, es verdad. Pero también uno evalúa si puede trabajar con el nuevo equipo, y después de casi tres semanas volví a Suiza con una imagen muy positiva del nuevo equipo y del nuevo gobierno.
—O sea que usted también estaba evaluando a sus evaluadores...
—Es necesario. Para un músico siempre es afortunado tener un trabajo. Pero a mi edad no solo necesito satisfacción sino también alegría. Estoy volviendo porque siempre sentí dicha de trabajar con la Ossodre, tengo muchos amigos allí y me gusta el país. Políticamente no soy ni frenteamplista ni del Partido Nacional. No soy uruguayo ni voto en Uruguay. It’s none of my business.
—¿Pero se identifica ideológicamente de algún modo?
—Tampoco. En mi país de nacimiento, John Kennedy y Roosevelt fueron grandes demócratas. Eisenhower fue un gran republicano. Y desde Bill Clinton no hay grandes diferencias entre unos y otros. Hay que decir en defensa de Donald Trump que no empezó ninguna nueva guerra y ahora ya están preparándose para volver a Siria. Es decir, más jovencitos norteamericanos volverán a casa en bolsas plásticas. Entonces, no soy pro Biden, tampoco pro Trump. Entre nosotros, ¡soy suizo y no me interesan un carajo! En Suiza tenemos un sistema multipartidario y por más que se discute, siempre es con respeto. Y cuando este año vi en Uruguay al señor Mujica abrazando al señor Sanguinetti y al presidente saliente Tabaré Vázquez felicitando al presidente Lacalle Pou, pensé: “Esto es un buen ejemplo para Estados Unidos”. Allí falta esa elegancia. Claramente, Uruguay es la Suiza de América Latina y eso influyó para mi regreso.
—Cuénteme sobre la programación que propondrá para el 2021 en la Ossodre.
—Bueno, estoy llegando con 75 programas para los próximos cinco años. Quince por temporada, dos óperas y los ballets. No sé si lograremos esa meta, pero es mi ideal. Lo importante es llegar con unas páginas de programación y repensar todo muy bien por la pandemia. Porque no puedo hacer la 11° de Shostakovich, la 2° de Rachmaninoff o Mahler, que precisan orquestas enormes. Afortunadamente tenemos un año Mozart (230 años de su muerte) y se cumplen los 50 años de la muerte de Stravisnki, que tiene muchas obras para cuerdas y orquesta chica. Y de Mozart pienso hacer sus sinfonías tardías, de la 34 a la 41, incluida Júpiter. Me gustaría hacer la Haffner Serenade esta temporada y voy a proponer Las bodas de Fígaro, que se presta para una orquesta y un coro pequeños. También haremos mucho Beethoven y Haydn. Hay que aclimatarnos a estos tiempos hasta que la vacuna haga lo suyo.
—¿A qué lugares de Montevideo volverá?
—En mis años viví en la Ciudad Vieja, en la calle Colón cerca del mercado y ahora espero estar en el Centro, cerca del teatro, para poder ir a casa entre el ensayo y el concierto, dormir una siesta, practicar piano, tomar unos mates. Por ahí andaré, volveré a comer en Oro del Rhin y Viejo Sancho al mediodía y Es Mercat y Danubio Azul de noche. Me hice buenos amigos en esas calles.