“Transformar el Sodre en un teatro de varieté me parece una vulgaridad”

escribe Javier Alfonso 
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Tocó con la Filarmónica de Viena, la London Symphony, la Filarmónica de Berlín y las principales orquestas del mundo, en los teatros más importantes desde Nueva York a Sydney, desde la Philharmonie de Berlín al Colón de Buenos Aires. Fue dirigido por grandes batutas como Leonard Bernstein, a quien consideró su amigo, Witold Rowicki, Colin Davis, Kurt Masur y Riccardo Chailly. Grabó una treintena de discos, entre ellos toda la obra pianística de Mozart. Este montevideano nacido hace 72 años creció en el Parque Rodó, fue a la escuela Artigas, hizo inglés en el Anglo, francés en la Alianza y jugó al básquetbol en Sporting. Cuando tenía seis años sus padres contrataron a Santiago Baranda Reyes, uno de los principales pianistas uruguayos, su único maestro, hasta que en 1967 viajó a Alemania para continuar sus estudios en la Universidad de Munich. Se graduó a mediados de los 70 y a la semana siguiente ya tocaba en Viena. Durante los 70, 80 y 90 peinó Alemania sentado al piano: tocó en sus grandes ciudades y pueblos pequeños, en todos los teatros y canales de televisión. “Pasé del estudio a la carrera”, dijo Homero Francesch a Búsqueda en su apartamento en Punta Carretas, donde reina, en medio del living, un majestuoso piano de cola Steinway.

La contundencia de su currícula hace de Francesch el principal pianista uruguayo en el último medio siglo. Sin embargo, pasó 25 años sin tocar en Uruguay. “No me llamó nadie”, dice. Durante 33 años fue titular de la cátedra de piano en uno de los más importantes conservatorios europeos, en Zurich, donde vive la mitad del año. Intérpretes por él formados, como la letona Arta Anicane y el suizo Oliver Schnyder, han venido a tocar a Montevideo.

Instalado en Montevideo a causa del parate pandémico, Francesch tiene ganas de decir lo que siente. “Me llama la atención, porque lo veo de afuera y tengo amigos de todos los partidos e ideologías, que aún haya gente que piensa: ‘Nosotros somos los buenos porque pensamos esto y los otros son los malos que quieren que todo esté mal’. No, señor. Los otros también quieren hacer las cosas bien, pero son distintos. Punto. Es un gran problema que existe acá. Los partidos Nacional y Colorado no son solo derecha, hay y hubo gente muy social allí. Así como en el Frente Amplio ves brutos autos y señores apartamentos en Pocitos. ¡El Frente Amplio nació del Partido Colorado de Batlle y Ordóñez! Yo soy viejo, vengo de esa época”.

Pese a que desde hace dos décadas pasa todos los veranos en Uruguay, ninguna institución pública ni privada lo ha convocado a dar clases. “Nunca en mi país”, asegura con la voz quebrada, sin ocultar su amargura.

A continuación, una síntesis de la charla.

—Se fue de Uruguay en 1967. ¿Ya tenía claro que se quedaría en Europa?

—Se fue dando. En Uruguay había estupendos maestros, como el mío. Ahora, si uno quería tener una carrera profesional internacional, había que irse a Europa. La cultura uruguaya apuntaba hacia Europa. No me fui pensando en volver o quedarme. Me quedé porque me quedé. Di el examen final y una semana después toqué en el festival de Viena, porque me habían visto tocando con una orquesta en televisión. En seguida me salieron una cantidad de conciertos. Pasé directamente del estudio a la carrera, algo muy extraño y poco frecuente. Fue una casualidad: hice un concurso para la orquesta de la televisión de Frankfurt y lo gané. Lo pasaron en televisión en horario central en el canal más importante de Alemania: de la noche a la mañana pasé a tocar para 50 millones de habitantes.

—En Alemania la música clásica es erudita, pero también es música popular… 

—¡No hay canal de TV que no pase música clásica! Pasan todo lo demás, pero la música culta es central. Esos países son el epicentro de la música en Occidente. Hay radios y canales de TV exclusivos de clásica. Aquí, la radio del Sodre (la vieja CX 6, hoy Radio Clásica) era ejemplar. No creo que eso deba perderse. La gente tiene derecho a escuchar lo que se le antoje, pero todo tiene que estar presente.

Foto: Nicolás Der Agopián / Búsqueda

—¿Por qué sigue siendo importante la divulgación de la música sinfónica, de cámara, antigua, barroca y todas sus variantes?

—¿Por qué es importante conservar las obras de arte del pasado? ¿Por qué las guardamos en museos y va tanta gente a verlas? ¿Cómo no se va a conservar esa música? Y la mejor forma es tocándola. No somos gente antigua: ¡hay gente joven tocando Bach por todos lados! ¡Se sigue componiendo música pop basada en Bach! Para algunos puristas eso puede ser un sacrilegio, yo no lo creo. La música es de todos, es la historia y es un tesoro. Un político puede salir muy preocupado porque no se hará el Carnaval en el próximo verano en Uruguay, pero nadie dice que las orquestas sinfónicas están casi paradas, reducidas a la mitad de músicos, haciendo conciertitos para muy poca gente. En Uruguay la cultura está volviendo a cuentagotas con respecto a otras actividades. En Europa la situación es mucho más crítica que aquí, pero el aforo permitido es mucho mayor. En Uruguay podríamos animarnos a hacer espectáculos con media sala llena. Todo viene cuando se siente la presión. Los actores padecieron mucho la parálisis. Ahora fui a El Galpón a ver La incapaz y vi que estaba muy bien cuidado todo en lo sanitario.

—Pasa varios meses al año en Uruguay. ¿Cómo ve el país?

—Desde hace unos 20 años vengo todos los veranos, cuando todo era dorado, con la actividad política parada, la gente feliz. Veía un país próspero. Muchos me decían que mi visión era muy optimista. Y tenían razón. Ahora he visto que hay deberes pendientes. No solo del gobierno, del país entero. Uno es separar la cultura de la educación. Es absurdo que estén juntas. Tiene que haber dos personas idóneas: una para la educación y otra para la cultura.

—La cultura tiene rango de dirección, dentro del MEC...

—Pero necesitamos un Ministerio de Cultura, con un equipo que cambie toda la estructura de los teatros, que no sean puestos por un partido. Que dirigir el Sodre no sea un cargo del partido político que gana, sino que retomemos aquella vieja dirección artística que tenía autonomía total para tomar decisiones. Necesitamos un director como Hugo Balzo, que era tan fuerte que sabía todo, y tenía todo el apoyo. ¡El representante del gobierno no cortaba ni pinchaba!

—Pero el Sodre actual es más grande que aquel, con cinco salas, más cuerpos estables, más funcionarios y más presupuesto.

—Sí, bueno. ¿Pero qué pasa en sus cinco salas? ¿Hay una temporada de ópera relevante? No la hay. ¿Hay una buena temporada de conciertos? No. Creo que el alma de un teatro debe ser la orquesta sinfónica y todo lo demás debe ir alrededor. La orquesta debe tocar los ciclos sinfónicos, acompañar a la ópera y el ballet. Así tendría que ser.

—El ballet ha crecido mucho en este período...

—Bueno, sí, el ballet hizo grandes progresos, pero para darle la relevancia que se le dio se destituyó buena parte del alma de ese teatro. Usted no puede tener un teatro como el Sodre con un ballet superdimensionado y las otras actividades como un remarco de todo eso. No digo no fomentar el ballet, pero no puede ser la cara del Sodre.

—Se ha aplicado el criterio de que “al Sodre hay que darle de comer”, con abundante programación privada, además de los cuerpos estables y complementar el financiamiento estatal. ¿Cómo lo ve?

—Ese teatro, como todas las óperas del mundo, necesita un financiamiento del gobierno. Y transformar el Sodre en un teatro de varieté me parece una vulgaridad. Lo siento mucho. Creo que habría lugar en ese teatro, y hay público en este país, porque lo hubo siempre, para volver a un ciclo sinfónico con dos conciertos semanales de la Ossodre, como antes, los sábados y domingos. Y podrían haber más conciertos de cámara en la Goitiño y recitales en la Vaz Ferreira. Durante estos años me moría de ganas de escuchar buena música de cámara. Si se podía hacer del otro lado del Río de la Plata, aquí también. Entiendo que en el Sodre no se pueda hacer una temporada de ópera del tamaño de la del Colón porque lógicamente ellos tienen más público.

—Aquí la ópera se reparte: el Solís hace dos o tres y el Sodre hace solo una por año...

—Entonces, estamos repartiendo, para que todo sea visible, sin tomar determinaciones. Realmente, ¿es necesario que haya dos orquestas (Ossodre y Filarmónica) en esta ciudad con casi todos los mismos integrantes (dos tercios aproximadamente)? ¿Es necesario que escapen casi corriendo de un ensayo al otro?

—Siete años atrás, Gerardo Grieco reclamaba en Búsqueda una solución del sistema político a ese problema...

—¡Pero claro! Estoy de acuerdo con ese reclamo, yo lo haría también. Pero no nos olvidemos que él eliminó la dirección artística del Sodre y no inició esas reformas. Eso no estuvo bien. Ahora, ¿por qué siempre la gente de la cultura tiene que estar yendo a concientizar a la clase política? ¿Por qué la gente en los partidos no tiene quienes los asesoren en temas culturales? Así como en el Frente Amplio hay muchos militantes que forman parte de la cultura, en los otros partidos también. ¿Y por qué los políticos nunca miran al costado y piden ayuda en temas de cultura?

—Sin embargo, cuando viajamos a Europa casi todo lo que hacemos es turismo cultural...

—Claro, vamos a museos, pagamos por música, teatro, tradiciones, artesanías, gastronomía. Todo eso mueve mucho dinero, pero acá parece que acá nadie se da cuenta. ¿Por qué pasa esto? Creo que tienen toda la razón en pedir un 6% para la educación. ¡Pero no nos podemos olvidar de la cultura!

Foto: Nicolás Der Agopián / Búsqueda

—Desde su recital en 1991 estuvo 25 años sin tocar en casa. ¿Por qué pasó tanto tiempo?

—Porque no me llamó nadie. ¡Nadie! Ni para tocar ni para dar clases. ¡Nada! Ni con el gobierno blanco ni con los colorados ni con los del Frente Amplio. No fue por razones políticas; nunca me identifiqué con ningún partido. La primera que me volvió a invitar fue la Intendencia de Montevideo, por iniciativa de una persona: Augusto Techera, actualmente programador del Colón. Después se despertó el Sodre y me llamaron. Ahora me volvió a llamar el Solís.

—¿A qué atribuye que teniendo una carrera rutilante nadie lo haya llamado por tanto tiempo?

—No lo sé. Solo sé que tocaba con todas las orquestas de Alemania, Europa y Estados Unidos, con los mejores directores del mundo, pero acá no existía. Es algo típico del Uruguay. Me encontraba con colegas que me decían: “Qué malo que sos, no tocás más acá” (ríe). Durante 33 años di clases como titular en la cátedra de piano en una de las principales universidades de música de Europa, la de Zurich, con 2.000 estudiantes, y el Uruguay nunca me pidió hacer un curso.

—¿Estaría dispuesto aún a darlo si lo llaman?

—Por supuesto que sí.

Vida Cultural
2020-10-21T22:25:00