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    “Ya te he dado la vida, llorona”

    Chavela Vargas (1919-2012)

    “Silencio, Silencio: A partir de hoy las amarguras volverán a ser amargas... se ha ido la gran dama Chavela Vargas”. Así, a través de su cuenta oficial de Twitter, el mundo se enteró de la muerte de Chavela Vargas.

    Nacida en Costa Rica y mexicana por adopción desde su adolescencia, la mujer que despojó a la ranchera del mariachi y la transformó en un género hondo, profundamente humano y mundialmente conocido, un género que para muchos debería llevar su nombre, murió el domingo 5 a los 93 años en un hospital de Cuernavaca, México.

    “Aquí termina mi historia, que comenzó de la nada, dame la mano llorona que vengo muy lastimada”, fue el siguiente mensaje. Es que en México, los muertos tuitean desde el inframundo. Y Vargas ya estaba en camino.  

    Cuando alguien muere a los 93 años, poco queda para lamentar, y lo que se impone es un último tributo de cuerpo presente, una despedida emocionada, una oleada popular. Precisamente eso fue lo que ocurrió en México durante esta semana. Cientos de miles fueron a saludarla al Palacio de Bellas Artes. Tal era la multitud que cada persona tuvo apenas cinco segundos para detenerse frente al ataúd, cubierto por uno de sus ponchos.

    En la enorme fila, la gente recitaba y cantaba sus canciones al son de los macorinos y mariachis. Mientras unos reían, otros lloraban. Casi todos tomaban. Un auténtico funeral mexicano.

    “Nosotras nos vamos a ir a emborrachar saliendo de aquí a (la plaza) Garibaldi, ya pedimos dos días de descanso en el trabajo. ¿De qué otra forma se le puede despedir a un mujerrón de esa talla?”, dijo una devota de Chavela a la agencia de noticias AFP.

    Las lágrimas vertidas por la muerte de alguien como Chavela Vargas tienen muchos más ingredientes que la mera tristeza. Las de Lila Downs, una de sus principales herederas, que caían junto al mezcal que arrojaba sobre su féretro, simbolizaron ese cóctel de emociones que los mexicanos preparan para celebrar y acompañar a sus muertos.  

    “Ella se fue con mucha paz, ella no se quejó”, dijo su amiga y biógrafa María Cortina en la puerta del hospital. Vargas había estado en España días atrás, y ante la complicación de su cuadro pulmonar pidió fallecer tranquila, con el medallón chamánico que usaba en sus conciertos en su pecho, su jorongo rojo puesto, y —por su expresa voluntad— sin asistencia artificial. Mientras oía la serenata mariachi que le dedicaban desde la calle, quería estar lúcida para trascender a la muerte, a la que tanto le había cantado. “Chavela Vargas no muere, trasciende”, opinó el presidente mexicano Felipe Calderón. Sus cenizas serán esparcidas entre Tepoztlán, el pueblito donde vivió en los últimos años, y una comunidad de originarios zacatecas.

    Nacida en San Joaquín de Flores en 1919 como Isabel Vargas Lizano, se radicó en México en su adolescencia y estrenó su icónico vozarrón cantando, guitara en mano, por las calles del D.F., donde llamó la atención del compositor José Alfredo Jiménez.

    Desde la década de los 40 en adelante, su vida fue un torbellino. Redimensionó y universalizó la ranchera, realzó el valor poético de la música y la palabra, transformó tonadas como “La Llorona” y “Paloma Negra” en himnos populares mexicanos, cimentó una leyenda de alcohol, armas de fuego, mentiras y verdades a medias, amores con mujeres y hombres, algún muerto —literal— en el ropero, y amistades con otros dioses del olimpo mexicano como Agustín Lara, Pedro Infante, Diego Rivera y Frida Kahlo.

    Durante las últimas décadas se dedicó a ser una deidad, un mito viviente habituado a recibir tributos hasta cuando estornudaba. Pero nunca dejó de crear, hasta este mismo año.

    Joaquín Sabina bien supo retratar su esencia en “Por el bulevar de los sueños rotos”, canción que, extrañamente, tiene poco y nada de México, pero que inmortalizó su don de endulzar la hiel.

    Para cientos de miles de personas, también fue clave gracias a su reivindicación de la libertad sexual. Pero la imponencia de su voz visceral y su arte para cantar y decir opacaron siempre lo demás, como suele suceder con los grandes artistas.

    “Chavela Vargas ha sabido expresar la desolación de las rancheras con la radical desnudez del blues”, dijo el escritor mexicano Carlos Monsiváis, citado esta semana por Pedro Almodóvar. “Al prescindir del mariachi, eliminó el carácter festivo de las rancheras, mostrando en toda su desnudez el dolor y la derrota de sus letras”, escribió el cineasta español esta semana en una despedida titulada “Adiós volcán”.

    Decenas de artistas de España y Latinoamérica expresaron en las últimas horas su tributo a Vargas: sus principales herederas y sucesoras, Lila Downs la afroespañola Concha Buika, y Liliana Felipe, Julieta Venegas, Paulina Rubio, Carlos Vives, Alejandro Sanz e Ismael Serrano, entre tantos.

    Fiel a su estilo, Jorge Drexler habló en octosílabos: “Vibró experto el fogonazo/ Entre tus brazos abiertos/ Lo cierto es que hiciste escuela!/ Mi semiespinela brinda/ Por la más linda: Chavela!”.

    Aunque el cineasta manchego fue el autor de la evocación definitiva: “Ningún ser vivo cantó con el debido desgarro al genial José Alfredo Jiménez como lo hizo Chavela. (...) Creó con el énfasis de los finales de sus canciones un nuevo género que debería llevar su nombre. (…) Chavela añadía una amargura irónica que se sobreponía a la hipocresía del mundo que le había tocado vivir y al que le cantó siempre desafiante. Se regodeaba en los finales, convertía el lamento en himno, te escupía el final a la cara. Como espectador era una experiencia que me desbordaba, uno no está acostumbrado a que te pongan un espejo tan cerca de los ojos, el desgarro con tirón final, literalmente me desgarraba. No exagero”.

    Almodóvar remató: “Abordaba la canción con un murmullo, y en ese tono continuaba, recitando palabra por palabra, hasta llegar al épico final. Cantar, lo que se dice cantar, solo cantaba la última estrofa, de un modo ascendente hasta gritar su última y breve palabra. ‘Si como te quiero quieres llorona, quieres que te quiera más. Si ya te he dado la vida, llorona, qué más quieres. ¡Quieres MÁS!’. Estremecía escuchar la palabra ‘más’ gritada por Chavela”.