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    157 minutos de tedio

    Con varias nominaciones de la Academia de Hollywood se estrenó el musical “Los miserables”

    La famosa novela de Víctor Hugo de 1.300 páginas editada en 1862 transcurre en la Francia de la restauración monárquica (1815-1830) y es el vehículo a través del cual el autor volcó sus numerosas inquietudes políticas, éticas, morales y religiosas. Hay en sus páginas lugar abundante para el odio, el perdón, la redención por el amor, la purificación por el sufrimiento, la injusticia social, las ambigüedades de las conductas humanas, en fin, para el bien y para el mal. Y como corresponde a una obra del período romántico, hay lugar también para el romance.

    La obra fue adaptada como un musical para el teatro por Alain Boublil (letra) y Claude-Michel Schönberg (música), de casi tres horas de duración donde puede verse la interminable peripecia de Jean Valjean (Hugh Jackman), un pobre desgraciado que se ha pasado diecinueve años preso y sometido a trabajos forzados por robar una rebanada de pan. Es dejado en libertad condicional pero desde el vamos su carcelero Javert (Russell Crowe) le jura que no le perderá pisada. Para el espectador de hoy son inverosímiles la desproporcionalidad del castigo sufrido y el odio del carcelero, que se constituye en la sombra de Valjean persiguiéndolo por toda Francia, como si no tuviera otra cosa que hacer. En su huida Valjean roba y el damnificado, que es un obispo, no solo le perdona su pecado sino que le regala todo lo que le robó. Conmovido y convertido por ese acto de perdón y de amor, Valjean querrá hacer con el prójimo el mismo bien que hicieron con él. Ese prójimo será Fantine (Anne Hathaway), otra joven desgraciada y madre soltera, que para poder mantener a su hija Cosette se ve obligada a prostituirse, a vender su pelo y sus dientes. Valjean prometerá solemnemente a la moribunda Fantine que se ocupará de Cosette, próxima a quedar huérfana de madre. Quitará entonces a Cosette de las garras de dos posaderos canallas, el matrimonio Thénardier (Sacha Baron Cohen y Helena Bonham Carter), que explotan a la niña haciéndola limpiar la enorme posada. Valjean criará a Cosette y se transformará en su padre. Cada tanto deberá seguir huyendo de Javert, que aparece detrás de cada puerta con mirada amenazante. La odisea de Valjean se hará agotadora entre el cumplimiento de la crianza de la niña y la huida permanente. La niña crece y se enamora a primera vista de Marius (Eddie Redmayne), joven revolucionari o que sobrevive a la masacre de los alzamientos de 1830 en París. Valjean sufre porque ve que su hija se enamora y la va a perder, entretanto tiene un par de cruces más con Javert que lo sigue persiguiendo. Pudiéndolo matar y librarse de él, Valjean perdona a Javert y lo deja irse. Este acto de clemencia de Valjean lo enloquece a Javert de tal forma que termina suicidándose. Mientras tanto el revolucionario Marius ha reconsiderado su vida, y de la mano de su amada Cosette ha regresado en un periquete de su arriesgada militancia política a la cómoda seguridad de su familia burguesa. Y justo ahora que Valjean podría disfrutar de su hija bien casada y de un yerno bien acomodado, se muere de tristeza, arrastrado por el espíritu y la memoria de Fantine que, desde el más allá, le agradece el haberse ocupado de Cosette.

    Este cronista es consciente de que “contar la película” no es una buena práctica para una reseña periodística. Pero lo hace adrede, para que el lector tenga una idea del folletín que lo espera al trasponer la puerta del cine. Folletín puro y duro sin sutilezas, sin sugerencias, de discurso rimbombante, donde cada gesto de tragedia se enfatiza y se duplica. Si a esto le agregamos una estructura de ópera donde los actores no hablan sino que cantan (siendo actores y no cantantes), y si a esto le agregamos una música impersonal, sin ninguna riqueza armónica, sin ninguna sorpresa, sin ninguna melodía que nos conquiste con solo oírla y con un persistente tono triste y lúgubre, entonces estamos sencillamente frente a un plomazo.

    Veamos el vaso medio lleno: hay cuatro actores que se salvan. Jackman hace un Valjean convincente en sus sufrimientos, lo que debe considerarse hazañoso de su parte, con un personaje cuya desgracia permanente arriesga en transformarlo en ridículo. Los primeros planos de Anne Hathaway (Fantine) cantando son una delicia por lo que es la belleza de su rostro y por lo bien que canta. Otra buena voz es el Marius de Eddie Redmayne. Un disfrute aparte lo constituye el matrimonio de Baron Cohen y Bonham Carter, que brinda los escasos momentos de desenfado y picardía. No pasa nada con Russell Crowe; últimamente está con la misma expresión pétrea.

    El musical fue estrenado en París en 1980, con una acogida poco entusiasta de público y crítica. Luego fue traducido al inglés y estrenado en Londres en 1985, con una muy negativa noche de estreno. Más tarde se llevó a Broadway en 1987. En su estreno neoyorquino la obra arrasó con ocho de los 12 premios Tony a los que fue nominada. Ahora en pocos días más disputará varios premios Oscar: mejor película, director, actor, actriz de reparto banda musical y vestuario, entre otros. Es por lo menos curioso que en la cuna de los musicales que es los EEUU de América, esta obra haya tenido ese éxito hace 25 años y nos amenace nuevamente con tenerlo en la próxima fiesta de los Oscar. Si eso ocurre, Alan Jay Lerner y Frederick Loewe (“My Fair Lady”), Richard Rodgers y Oscar Hammerstein (“La novicia rebelde”), John Kander y Fred Ebb (“Chicago”) y Leonard Bernstein (“West Side Story”), entre varios otros, se estarán removiendo en sus respectivas tumbas.

    “Los miserables” (Les misérables). EEUU, 2012 Dirección: Tom Hooper. Guión: William Nicholson, Alain Boublil y Claude-Michel Schönberg. Con Hugh Jackman, Russell Crowe, Anne Hathaway, Amanda Seyfried. Duración: 157 minutos.