—Para nosotros, que venimos monitoreando esto regularmente, te diría que no fue una medición que nos generara una sorpresa o un cambio. De hecho, habíamos publicado por setiembre otra encuesta y los resultados eran relativamente parecidos. Ahí hay dos dinámicas. La elección de 2019 dejó una pregunta en el aire sobre cuál era la verdadera magnitud o el peso de los dos bloques políticos que están compitiendo en Uruguay. Con un mes de diferencia hubo dos resultados contrastantes. En la primera vuelta, con 15 puntos de ventaja a favor de la coalición multicolor, hubo un mensaje muy fuerte de cambio. Y sin embargo, un mes después hubo una diferencia de un punto y medio, dos puntos. Y esa era una pregunta significativa para entender dónde estamos parados desde el punto de vista político-electoral en términos del peso de los dos bloques. Después tuvimos el referéndum del 2022 y más bien la foto fue la de la segunda vuelta. El referéndum permitió terminar de responder esa pregunta dos años después. Y el resultado es muy parecido al de la segunda vuelta. Entonces el territorio de fondo, evidentemente, sigue siendo el territorio de dos bloques muy parejos entre sí, si bien hay un bloque que predomina sobre el otro, y es el bloque gobernante. Esta encuesta lo que muestra es que se reafirma la idea de dos bloques con mucha paridad. O sea, no es una encuesta a partir de la cual uno pueda deducir si va a volver a repetirse una diferencia de 15 puntos a favor de la coalición multicolor. Con los datos de hoy eso sería muy improbable, pero no estoy haciendo pronósticos para 2024. Después, dentro de la coalición multicolor, una situación fuertemente predominante del Partido Nacional, más aguda que la que había sido en la elección de 2019. Pero donde hay una cuestión relativamente paradójica es que en la medida que se empieza a consolidar el electorado del bloque multicolor, las barreras que separan a un partido de otro, que antes eran muros de un tamaño enorme y que a la gente le costaba saltarlos, empiezan a ser más bajitos. La gente los puede saltar con más comodidad. Se transforma en algo más a corto plazo, no identitaria de fondo, y eso puede estar mucho más influido por las campañas y las candidaturas. A lo que voy es que si esto se continúa reconociendo como una comunidad, como un bloque con identidad común, puede haber oportunidades de crecimiento para el Partido Colorado y Cabildo, que hoy aparecen como muy debilitados. Son fenómenos de corto plazo que tienen que ver con las candidaturas y las campañas. Entonces, no necesariamente los malos registros actuales de los colorados y de Cabildo significan que dentro de la coalición no puedan encontrar vías de crecimiento hacia adelante.
—Sin embargo, hasta ahora el Partido Nacional es el que se está llevando todo el pedazo de la torta.
—Sí, con cierto desgaste. Como ha sido así desde 2004 en adelante. Tampoco es una novedad que el Partido Nacional sea el segundo partido del sistema. Tenemos ya una persistencia histórica de dos décadas donde tenemos al Partido Nacional electoralmente en un segundo plano y en el orden de un 30%.
—¿Por qué hizo alusión a un “cierto desgaste” del Partido Nacional?
—Bueno, porque eso lo muestra la encuesta.
—¿Y a qué lo atribuye?
—Voy a abrir un paréntesis sobre el desgaste. En realidad lo que ocurrió fue que durante 2020 y 2021 el Partido Nacional estuvo en encuestas de intención de voto en registros por encima del 30%. Eso era muy alto comparado con registros anteriores. Y ahora hay una especie de pequeña caída.
—¿Un desgaste lógico del gobierno?
—No estoy tan seguro de que haya una traslación directa del gobierno hacia la competencia electoral. Pero, sobre todo con los datos del 2020 y 2021, sí pudo estar más influido por la potencia de la figura de Lacalle Pou, que tenía y sigue teniendo hasta hoy registros muy altos de popularidad, pero en esos años eran impresionantemente altos. Puede haber habido un efecto positivo de ese fenómeno hacia el Partido Nacional. Y ahora que ya entramos en la segunda mitad del ciclo y ya estamos más cerca de la elección siguiente que de la elección pasada, en la medida que en esa elección el presidente no va a ser candidato, eso puede empezar a causar alguna incertidumbre. Pero, reitero, los movimientos no son tan abruptos, grandes, como para generar hipótesis a partir de esto. Son apenas detalles.

"La pandemia generó un escenario en el que el gobierno encontró un vínculo de confianza con los ciudadanos. Las decisiones que se tomaron y la forma en que se comunicaron terminaron construyendo un vínculo de confianza con Lacalle Pou, que era un dirigente político que había transcurrido buena parte de su carrera política con una carga de imagen negativa e incluso hasta en el momento que fue electo"
—¿Y con la izquierda qué pasa? ¿Cuál es su recorrido? ¿El Frente Amplio está creciendo o no crece demasiado?
—Desde el punto de vista de las encuestas de opinión, el Frente Amplio ha estado estable en todo este período en torno al 35%. Todo este ciclo, que desde la propia interna del Frente Amplio ha sido muy contrastante, entre lo que fue un 2020 muy difícil y donde le costó mucho encontrar los tonos, los modos, las formas, los liderazgos, las referencias, hasta un 2021 con el proceso de recolección de firmas y un 2022 con el referéndum y con el recambio de autoridades en la presidencia que lo encuentra con cierto trabajo más armónico. Cuando uno lo mira desde el punto de vista de la opinión pública, uno ve estabilidad. Una estabilidad que está, ahora, en un nivel un poco por encima de las elecciones en las que el Frente Amplio perdió en 1999 y 2019. En 1997 y 2017 el Frente estaba en torno al 30% en las encuestas. Ahora está en 35%, un poquito por arriba. Pero está por debajo de lo que el Frente Amplio marcaba en las tres elecciones que ganó, en torno al 40%. Está en un punto intermedio: ni tan alto como en las elecciones que ganó ni tan bajo como en las que perdió. Muestra cierta recuperación a pesar de estar en la oposición, o quizás por estar en la oposición.
—La pandemia y la discusión por la Ley de Urgente Consideración (LUC) ya quedaron atrás. ¿Cuál sería la agenda que debe encarar el gobierno en esta etapa?
—Esto tiene dos grandes formas de leerse. Por un lado efectivamente hay menos restricciones internas y, más allá de las consecuencias de la guerra en Ucrania, hay menos restricciones externas para ejercer una agenda de gobierno. Pero por otro lado también es cierto que el mantenimiento de la LUC genera que la mayor parte, la columna vertebral de la agenda de gobierno, queda legitimada e implementada. Esa agenda era el mínimo común denominador, en términos textuales del presidente, de la coalición, y en última instancia el compromiso electoral. Y en Uruguay seguimos manteniendo eso, que es maravilloso y lo han tenido todos los partidos políticos, y es que los gobiernos intentan implementar efectivamente lo que prometieron en campaña. Eso es espectacular. A su vez el gobierno tenía dos mandatos simbólicos: uno que tenía que ver con el énfasis en materia de seguridad pública y otro con el control de las cuentas públicas, la austeridad y el manejo de los recursos. El gobierno ha intentado tener avances en estas dos áreas. No se puede decir que ha estado omiso. Después los resultados mandarán. Hacia adelante es un gobierno que está ingresando en su segunda mitad del período, y es sabido que los años electorales son relativamente difíciles para implementar grandes transformaciones, entonces el tiempo se acorta y en esta instancia los gobiernos lo que suelen hacer es elegir. A esta altura hay que elegir entre lo que sienten que queda pendiente, tienen que elegir cuáles son sus batallas, una, dos, tres o cuatro batallas relevantes e intentar avanzar por ese camino.
—¿Una de esas batallas puede ser la reforma de la seguridad social?
—Entre las señales que aparentemente están en el entorno del gobierno es avanzar con un proyecto de ley, que es lo que prometió, y el presidente dijo en estos días que lo hará. Luego la política mandará. Hay dos planos: la negociación con la coalición y con la oposición. En una reforma de este tipo, de largo plazo, lo deseable, sin duda, es que haya acuerdos entre los dos bloques.
—Este tema de la seguridad social, sumado al fin de la emergencia sanitaria, ¿puede poner en riesgo la alta aprobación del presidente?
—La pandemia generó un escenario en el que el gobierno encontró un vínculo de confianza con los ciudadanos. Las decisiones que se tomaron y la forma en que se comunicaron terminaron construyendo un vínculo de confianza con Lacalle Pou, que era un dirigente político que había transcurrido buena parte de su carrera política con una carga de imagen negativa e incluso hasta en el momento que fue electo. Eso disminuyó un poco después de que ganó la elección pero el cambio significativo fue su desempeño como presidente durante la pandemia. Eso fue y es un activo importante. Ese vínculo de confianza y credibilidad en una parte importante del electorado permanece, con algunos vaivenes pero permanece en su sustancia. Los gobiernos logran buenos resultados y credibilidad y confianza en la opinión pública cuando logran hacer sentir a la población que les resuelven satisfactoriamente sus principales problemas y preocupaciones. Y está claro que en 2020 y en algunos meses de 2021 eso ocurrió en la pandemia. Ya la pandemia es casi parte del pasado en el sentir de hoy de los uruguayos, y hoy las demandas tienen más que ver con la economía y con la inseguridad. Si el gobierno y el presidente logran encontrar respuestas a los ciudadanos en estas dos áreas centrales, entonces el gobierno podrá seguir manteniendo los altos niveles de apoyo, y si no lo logra, probablemente tendrá una amenaza para la sustentabilidad. Adicionalmente, desde que tenemos encuestas de opinión pública en el Uruguay a mediados de los 80, con la recuperación democrática, los presidentes casi siempre han tenido una forma de U en su aprobación. Arrancan muy bien, lo que en general es más corto que lo que tuvimos ahora; hay una caída en los años del medio, que son los más difíciles para los gobernantes; y al final, en la salida, la gente empieza a descomprimir malhumores y enojos y los presidentes suelen terminar mejor.
—¿Se trata de un gobierno hiperpresidencialista? ¿La figura del presidente sobresale demasiado en desmedro de los ministros?
—No encuentro una diferencia significativa. No creo que tenga tanto que ver con la oferta sino con la demanda. No tiene tanto que ver con la característica de los líderes sino con cómo el público lo ve. Los uruguayos tenemos, a pesar de que somos de identidades partidarias fuertes, una evidente matriz caudillista. En Uruguay los presidentes son las figuras centrales de los gobiernos. Este gobierno no escapa a esta lógica. Después sí es cierto que hay un presidente muy activo, con una intensidad muy importante en su quehacer cotidiano, con apariciones recurrentes en la prensa. Pero también ocurrió durante los gobiernos de Tabaré Vázquez, que tenía un modo diferente de vínculo con los medios y la opinión pública, con una cuestión más parsimoniosa y más pausada, estaba claro que la figura central era la del presidente. A su modo, desde ese punto de vista, se parece más a Mujica, en el sentido de la intensidad y la presencia diaria. En cambio, un modo más parecido al de Vázquez era el de Sanguinetti, y quizás Jorge Batlle en algunos sentidos podía parecerse más a Mujica y a Lacalle. En definitiva, las figuras centrales en el Uruguay, histórica y recientemente, siempre son los presidentes, y la diferencia desde el punto de vista simbólico de lo que representan para el público entre los presidentes y los ministros es amplísima. Desde ese punto de vista no creo que este gobierno sea una excepción a lo que siempre vimos.

"La elección de 2024 va a ser de profundo recambio de liderazgo. Muchos de los líderes que compitieron en la elección anterior no van a estar, y esa es una situación desafiante para todos los partidos y también para el sistema. Los recambios de liderazgo suelen ser graduales y parsimoniosos, y en este momento es abrupto"
—¿Los partidos tienen un gran desafío de liderazgos para el próximo período?
—Sin duda. La elección de 2024 va a ser de profundo recambio de liderazgo. Muchos de los líderes que compitieron en la elección anterior no van a estar, y esa es una situación desafiante para todos los partidos y también para el sistema. Los recambios de liderazgo suelen ser graduales y parsimoniosos, y en este momento es abrupto. En el Frente Amplio es difícil imaginarse que Daniel Martínez vaya a ser candidato en 2024. Sí pueden estar en el menú algunos que fueron precandidatos en la interna y agregar algún otro. Fue precandidata Carolina Cosse, (fueron candidatos) Óscar Andrade y Mario Bergara, y posiblemente Yamandú Orsi esté también en esa lista. Va a ser una elección de cierta renovación. En el Partido Nacional Lacalle Pou no va a ser (candidato) y Jorge Larrañaga falleció. Sartori no sabemos si lo va a ser. Hay también una situación de renovación. En el Partido Colorado Talvi aparentemente no va a volver a la actividad política y no se sabe qué va a hacer Sanguinetti, si puede volver o si va a haber un retorno de Bordaberry, que no fue candidato en 2019. Evidentemente, en los tres partidos principales hay desafíos fuertes. En Cabildo parece que sería más difícil que hubiera alternancia. Ahí hay una figura consolidada, que es la de Manini Ríos. Y en el Partido Independiente, con Pablo Mieres, también.
No me animaría a decir hoy si hay ventajas o desventajas claras de alguno, porque al final es muy difícil hacer futurología con respecto a los candidatos. Siempre trato de tener presente qué nos imaginábamos a la misma altura del ciclo anterior. Si nos paramos ahora en 2017 nadie se iba a imaginar que Bordaberry no iba a ser candidato y que Ernesto Talvi, que por entonces dirigía Ceres, sí iba a ser candidato del Partido Colorado. Y que Sanguinetti, que estaba fuera de la política, también iba a ser candidato a presidente del Partido Colorado. Nadie iba a imaginar que iba a aparecer un joven empresario, Juan Sartori, a revolucionar la interna del Partido Nacional, y por supuesto que nadie iba a imaginar que el comandante en jefe del Ejército, Manini Ríos, iba a fundar un partido a principios de 2019 que iba a tener el 11% de los votos. Si bien el Uruguay es un ejemplo de estabilidad y parsimonia de cambio a nivel mundial, eso no significa que las cosas estén grabadas en piedra, y efectivamente hay mucho margen para la sorpresa todavía en materia de candidaturas.
—Y en este esquema de coalición, ¿al Partido Nacional no le conviene darles más visibilidad a sus socios?
—No sé qué implicaría eso. ¿Cómo se concretaría eso? No sé. ¿Se le podría dar superpoderes a un ministro? Los ministros de los partidos de coalición participan. No veo que tengan restricciones significativas. Creo que hay ministros de distintos partidos en las conferencias de prensa, que se han transformado como un hito comunicacional de este gobierno, participan sin problema desde el primer momento.
—¿Y no se ven opacados por ese perfil presidencialista?
—Reitero, eso no sé si es de oferta o de demanda. Creo que la gente mira al presidente, efectivamente. Y después, si hay un ministro que la rompe, la rompe, eso será evidente.
—En este caso la pandemia le dio mucha visibilidad al ministro de Salud, Daniel Salinas. ¿Podría romper ese esquema?
—Por supuesto. El presidente de la República, el secretario de Presidencia y el ministro de Salud Pública fueron tres protagonistas con crecimiento de imagen significativo en la pandemia. A partir de ahí la construcción de un liderazgo político y de una eventual candidatura requieren otros componentes y elementos. El primero son las ganas y proponérselo, y desconozco si Salinas tiene aspiraciones en ese sentido. Más bien las noticias que uno lee en prensa tienen que ver con que lo que se propone ser es presidente de la OPS y se imagina más en esa línea. Tiene altos niveles de popularidad y de exposición pública, pero para la construcción de un espacio de candidatura que salga a pelear por los votos no basta con la popularidad, con ser conocido y ser apreciado, sino que requiere dar otros pasos. Y si se propone dar otros pasos contará con un activo muy importante que otros no tienen, pero necesita dar otros pasos.
—¿Cuáles cree que son los debes de este gobierno?
—(Hace un largo silencio antes de contestar). ¿Los debes de este gobierno? No recuerdo si la inserción internacional estaba entre los cometidos principales. Creo que tenemos un mandato fuerte del gobierno que tendría que estar, más allá de las cosas contenidas en la LUC, con un cambio de énfasis en materia de seguridad pública, que era uno de los principales puntos de insatisfacción con el estado de las cosas durante el período anterior. Creo que ese es un desafío importante. Porque durante los primeros años de administración hubo pandemia, y hubo todo ese debate que tuvimos sobre cuánto peso, pero hoy la situación está comenzando a cambiar, y con la normalización hay hechos delictivos que llaman la atención al público. Tiendo a pensar que no sé si es un debe, pero sí un desafío significativo, más allá de los desafíos vinculados a la agenda económica, que también están presentes sobre el tablero.
Contratapa
2022-05-24T23:48:00
2022-05-24T23:48:00