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    A seis años de su llegada a Uruguay, la mayoría de los refugiados de Siria y Guantánamo estudian o trabajan

    Algunos de los exprisioneros todavía mantienen un apoyo económico, que en febrero la Cancillería prorrogó por un año

    La calma del campo en Salto era algo impensado seis años atrás para la numerosa familia siria de los Al Shebli. En 2014 sus 16 integrantes acampaban en el Líbano luego de huir de la guerra civil que destrozaba su país hasta que les llegó la noticia de que podrían viajar a Uruguay como refugiados. Atrás quedó el temor de las bombas. La vida rural les dio un nuevo comienzo. Cosechan sus verduras y en el horizonte cercano tienen pensado abrir un mercado en la ciudad de Salto para vender. Una de sus hijas, como muchos estudiantes del interior del país, se instaló en Montevideo para cursar la UTU, trabajó en un hotel y piensa en volver para ayudar a su familia.

    El plan de reasentamiento impulsado por el expresidente José Mujica tenía previsto el arribo de 120 refugiados que llegarían en dos etapas. Finalmente, solo se concretó la llegada de las primeras cinco familias y en octubre de 2014 aterrizaron en Uruguay 42 refugiados —33 de ellos menores de edad— de nacionalidad siria. Seis años más tarde solo una de las familias abandonó el país y las restantes cuatro han podido, aún con dificultades, insertarse en la sociedad uruguaya, de acuerdo a las consultas realizadas por Búsqueda a personas allegadas a los refugiados y al Ministerio de Relaciones Exteriores.

    En agosto de 2018 la familia de Maher Addis resolvió volver a Siria por considerar que en Uruguay “no se puede vivir”, según contó el padre a El País. Mariana Viñoles, directora del documental El gran viaje al país pequeño, que relata la vida de dos de las familias refugiadas, los conoció y dijo que desde su llegada estaban “molestos”. La realizadora agregó a Búsqueda que Maher era “musulmán cerrado” y que no permitían a sus hijas asistir a la escuela.

    Otra de las familias se instaló primero en Juan Lacaze y luego en Salto, donde sus 16 integrantes viven y cultivan en una chacra. El objetivo es que algunos de sus hijos abran un mercado en la ciudad para comercializar lo que cultivan. Una de las hijas vive en Montevideo hace cuatro años y tiene previsto retornar a Salto si su familia abre el local.

    Las restantes tres familias viven en Montevideo. Una de ellas, de cinco miembros, se instaló en El Prado. En un primer momento los padres no les permitieron a las hijas estudiar, pero con el paso del tiempo lo autorizaron y hoy una de ellas cursa Enfermería.

    Los otros dos grupos familiares se adaptaron más rápido. En uno de los casos, tanto el padre como la madre trabajan en La Española y tuvieron un hijo que nació en Uruguay. Y en el otro grupo, compuesto por una madre viuda y sus hijas, las menores asisten a los centros educativos.

    Según información brindada por Cancillería a Búsqueda, ninguna de las familias sirias recibe actualmente apoyo económico y únicamente se les brinda asesoramiento a través de la Comisión de Refugiados para la tramitación de documentos necesarios para obtener la ciudadanía o posibles capacitaciones. “Todas ellas lograron la autonomía financiera y su inserción en la comunidad”, destacó la Cancillería en su respuesta.

    Por su parte, Viñoles evaluó que “la dificultad más grande que hubo y eso duró entre dos y tres años fue que los varones jefes de familia aceptaran el país en el que estaban viviendo, las reglas de convivencia y los derechos de las niñas y las mujeres”.

    “Eso tal vez no se piensa. Se ve al varón como el opresor y la mujer quitándose el velo, pero los varones debieron tener acompañamiento para lidiar con el cambio cultural de dejar de ser jefes. Algunos se adaptaron más fácil y otros no tanto”, contó.

    Refugiados sirios a su llegada a Montevideo. Foto: AFP

    Su lugar en el mundo

    Poco tiempo después de la llegada de las familias sirias se concretó otro proyecto de Mujica: la liberación y el traslado a Uruguay de seis presos de origen árabe que se encontraban hacía más de una década recluidos en la cárcel de Estados Unidos en Guantánamo sin condena ni juicio. Los reclusos viajaron engrilletados y con capuchas en los primeros días de diciembre de 2014 para ser liberados en Montevideo. La noticia causó gran expectativa y los medios de comunicación se interesaron durante semanas por reportar cada uno de sus movimientos.

    Sus idas a la playa, sus primeras recorridas por Barrio Sur, sus peleas internas, sus manifestaciones frente a la embajada norteamericana, la huelga de hambre de uno de ellos, las denuncias por violencia doméstica contra otros dos. Tiempo después no se supo mucho más. Hoy los cinco que siguen viviendo en el país hablan español y la mayoría trabaja y realizó alguna capacitación para poder conseguir empleo.

    El sirio Jihad Diyab no pudo adaptarse y en 2018 abandonó el país. Luego de varias huelgas de hambre, de denuncias públicas a Estados Unidos y de intentos frustrados por viajar a Turquía, el exprisionero logró emigrar, aunque su destino es un misterio.

    Christian Mirza acompañó el proceso de adaptación como el interlocutor designado entre los refugiados y el gobierno. Hoy dialoga periódicamente con ellos. Sobre Diyab dice que solo escuchó “rumores” de que había sido detenido en el extranjero, pero no lo pudo confirmar.

    Mohammed Tahamatan mantuvo bajo perfil. A excepción de cuando se estrenó un documental sobre él o cuando en 2018 viajó por turismo a Mendoza y el Departamento de Investigación Antiterrorista argentino emitió una alerta. El palestino se casó con una uruguaya y tuvo dos hijos que nacieron en el país. En 2019 intentaron emigrar a Jordania y aunque su familia pudo viajar, a él le fue negado el ingreso. Entonces decidieron volver todos a Uruguay.

    El sirio Ahmed Ahjman fue quien se integró primero al mercado laboral, creando su propio emprendimiento gastronómico llamado Nur Dulces, que ofrecía comida árabe. Se instaló en el Mercado Agrícola de Montevideo pero actualmente no está funcionando. El sirio Ali Shabaan tramitó la ciudadanía uruguaya y rápidamente comenzó a trabajar como profesor de Inglés y Árabe. Está en pareja con una uruguaya y vive en Montevideo. Pese a que hizo varias capacitaciones, hoy no tiene trabajo.

    El tunecino Adel Bin Mohammed El Ouerghi se casó con una uruguaya convertida al Islam, pero al poco tiempo fue denunciado por violencia doméstica. Su primer trabajo fue en un parking del Centro de Montevideo. Se separó y luego se volvió a casar con quien era su novia tiempo atrás en Túnez, que viajó desde allí. Tuvieron un hijo y actualmente el exrecluso consiguió trabajo en un hotel.

    Una suerte similar corrió el sirio Omar Mahmoud Faraj, quien trabajó en el mismo parking. También se casó con una uruguaya, quien lo denunció por agresión y finalmente se separó. Ahora trabaja en mantenimiento en un hotel.

    Hoy, de acuerdo a la información proporcionada por la Cancillería, se continúa brindando “una asistencia económica” a quienes “no han logrado aún insertarse en el mercado laboral”.

    En febrero de 2020 la Cancillería resolvió extender por un año el convenio con el Servicio Ecuménico para la Dignidad Humana, organización que apoya a los refugiados, por un monto de $ 1.700.000. Y aclaró que “en contrapartida las personas asumen una serie de obligaciones a los efectos de efectivizar su real inserción social y laboral”.

    En tanto, para Mirza el resultado a casi seis años de su llegada, “más allá de lo generado con su traslado, da la certeza de que fue una decisión acertada”. Y añadió: “Que podía planificarse mejor, sin dudas, pero hoy están plenamente integrados, con trabajo y con familias uruguayas. Ellos están buscando un lugar en el mundo y estoy convencido de que lo encontraron”.

    Información Nacional
    2020-09-24T00:44:00