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    Ali Shabaan, el ex preso de Guantánamo que no quiere ser reconocido

    El refugiado sirio dice que al buscar trabajo “hay discriminación” en las empresas por ser un ex detenido y que pensó hasta en cambiarse el nombre

    No es sencillo ser reconocido por la calle sin haberlo buscado. Menos aún si lo distinto al resto es ser un ex preso de Guantánamo. El sirio Ali Shabaan lo vive a diario y por eso se niega a que le tomen fotos o que lo filmen los medios de comunicación. “No quiero que me reconozcan”, repite una y otra vez.

    Shabaan llegó a Montevideo el 8 de diciembre de 2014. Hasta ese día era un preso de la mítica prisión norteamericana en territorio cubano, pero gracias a un acuerdo entre los entonces presidentes José Mujica y Barack Obama fue liberado junto a otros cinco reclusos.

    Dos años después, el sirio intenta iniciar su tercera vida, como él dice: ya dejó por el camino su juventud en Siria, también la década en prisión y ahora planea su futuro en Uruguay. La gente lo saluda constantemente. Le pregunta si es quien es. Así ha sido desde que llegó a Montevideo, pero eso no le molesta, al contrario, está “muy contento” con los uruguayos. Su problema es que también lo reconocen cuando intenta buscar trabajo.

    Desde que llegó, Shabaan adoptó un perfil bajo. Mientras su compañero Jihad Diyab ocupaba los medios con sus protestas y huelgas de hambre él se casó con una uruguaya convertida al Islam con la que vive, se apoyó en su conocimiento del idioma inglés y dio clases de árabe sin saber español. Completó también un curso de Comercio Exterior en la Escuela Francesa. Aun así ha tenido entrevistas de trabajo, pero aún no lo contratan.

    ¿Piensa seguir dando clases o le gustaría trabajar en otra cosa?

    —Mi idea es cambiar y por eso estudio. Uruguay tiene muchas relaciones con el mundo árabe y pensé que puedo hacer eso y trabajar en una empresa con vínculos árabes.

    ¿Por qué piensa que no lo contrataron?

    —Fui a una empresa y me rechazaron por ser de Guantánamo. No es que yo quiera vivir de vacaciones, como dicen por ahí. Hice dos semanas de entrenamiento, pasé las pruebas y cuando se dieron cuenta de quién era me dijeron que no tenía lugar. Y en otro caso hablé con el Servicio Ecuménico para la Dignidad Humana (Sedhu), me dijeron que había un trabajo como cadete, les dije que me interesaba. A la noche me llamaron de Sedhu para preguntarme si tenía algún problema con decir que era de Guantánamo, les dije que no. Hablé con alguien de la empresa por Whatsapp, estaba todo bien, y a los dos días me llamó para decirme que él no sabía pero lamentablemente su jefe había entrevistado a mucha gente y ya había elegido a otra persona.

    ¿Siente que lo discriminaron?

    —De las empresas, sí, me discriminan. Yo no creía que fuera a pasar. Le dije a la jefa de la empresa que no lo podía creer. Estoy buscando hace mucho tiempo, y ellos fueron los primeros en darme la entrevista. Creí que era mi oportunidad y tampoco era para un trabajo de alto nivel, iba a ser cadete por $ 13.000.

    La preocupación lo llevó a pensar en cambiar su nombre para evitar que lo reconocieran. Finalmente no lo hizo, pero le reclama al gobierno que le dé una mano para conseguir trabajo y así poder estar tranquilo de que puede mantenerse por sus propios medios. Hasta este mes el Sedhu pagaba su alquiler y le daba una partida de $ 15.000 para su manutención, pero a lo largo de este año se irá reduciendo el aporte mes a mes.

    “Tengo miedo de que cuando el programa termine me quede en la calle. Para mí es algo muy frustrante porque tengo un trabajo y el sueldo no va a ser más de $ 20.000. ¿Cómo puedo alquilar una casa y vivir? Es imposible”.

    Los miedos.

    Shabaan ansiaba su libertad, rezó por ella, la soñó y finalmente la consiguió. Al salir se encontró con que el mundo no era el mismo que 12 años atrás y que Uruguay no se parecía nada a Siria. Hoy recuerda que “al principio estaba confundido” y que cuestiones cotidianas eran un gran problema para él. Después de una década enfundado en su traje naranja no sabía cómo vestirse. Los semáforos, dice, eran difícil de entender porque “en la calle hay muchos”. Y cómo usar un celular o una computadora fueron un dolor de cabeza para el sirio.

    Poco a poco fue aprendiendo. Su esposa, con la que llevan juntos desde febrero de 2015, lo ayudó a adaptarse, y gracias a ella ya habla español sin mayores problemas. Pero hay algo a lo que no logró acostumbrarse y duda que pueda llegar a compartirlo.

    “Cuando se saludan se besan mutuamente y para los musulmanes es algo increíble. A veces saludo, pero si puedo no hacerlo es mejor porque para mí es algo religioso, yo no puedo tocar a las mujeres si no tienen algún tipo de relación conmigo, mi esposa o mi familiar. Sé que cae mal, pero trato de no hacerlo”.

    Al hablar de la situación de Siria el buen humor cambia por silencio y angustia. Él es el mayor de 12 hermanos, dos de ellos están en Siria junto a sus familias, el resto vive con sus padres en un campo de refugiados en Jordania. Shabaan no pudo reunirse con ellos y habla por Skype y whatsapp cuando puede ya que en el campo perdieron la electricidad y el Internet.

    Lugar y momento equivocado.

    Un año antes de ser trasladado a Montevideo Shabaan recibió una visita inesperada en la prisión. Su abogado le dijo que una delegación del gobierno uruguayo quería hablar con él porque estaban entrevistando detenidos. Le mostraron a nivel general cómo sería vivir en Uruguay y preguntaron si quería viajar. El sirio aceptó y firmó tres documentos con seis exigencias a las que se comprometía (Ver recuadro).

    Al principio no lo creyó porque hubo compañeros a los que se los llevaron de Guantánamo con la intención de liberarlos y a los dos días los devolvieron. En los primeros días de diciembre lo trasladaron al llamado Campo Iguana, un lugar con habitaciones con cama y televisión donde estaban más cómodos, para luego ser trasladados a Montevideo. Shabaan recuerda que el viaje “fue horrible”, todos encadenados entre sí, de grilletes en pies y brazos y encapuchados. “Igual que como me llevaron a Guantánamo, lo único que me dio tranquilidad era pensar que iba a terminar y sería libre”.

    ¿Qué vivió en la cárcel? ¿Fue torturado? ¿Cómo era el día a día allí? ¿Si podía salir? Y otras tantas preguntas se toparon con la misma respuesta del sirio: “Prefiero no contestar”.

    Ya en Montevideo vio su ficha en Internet. Allí conoció qué era lo que Estados Unidos pensaba de él y cómo lo veía: un sospechoso de ser miembro de una “célula terrorista siria”, que “recibió entrenamiento en el rifle AK 47” y de “cometer hostilidades” contra Estados Unidos “en coalición” con las fuerzas de Osama Bin Laden.

    El Departamento de Estado norteamericano lo capturó con acusaciones que lo ligan hasta con Bin Laden. ¿Es así?

    —Si tengo esas cosas, ¿por qué no me enviaron a la Corte? Deben decir algo para justificar nuestra vida en prisión, no pueden decir “Ah, lo siento, cometimos un error”. Por algo cuando salimos nos dieron un papel que decía que no tenían pruebas de que somos peligrosos.

    —¿Ni fue detenido por terrorista, ni aprendió a usar el rifle?

    —Es todo mentira, porque si eso es verdad ¿por qué estoy libre? Los oficiales de Guantánamo dicen hasta el día de hoy que de los casi 1.000 prisioneros no pueden decir que sean peligrosos más de diez. Yo caí en Guantánamo por estar en el lugar y el momento equivocado.

    Después de estar encerrado 12 años, ¿qué piensa de Estados Unidos?

    Se queda pensando unos segundos, se ríe.

    —Prefiero no contestar.

    Los diez años en la cárcel dejaron huella en él y aunque insiste en que quiere dejarlo atrás y pensar en su vida de liberado, tiene claro que “si existe la posibilidad”, va a demandar a los Estados Unidos.

    “Mr.

    Bean” y “House of Cards”. Shabaan recibió su primer control médico ni bien bajó del avión. Lo llevaron al Hospital Militar y mientras revisaban su salud le preguntaron datos generales para elaborar su cédula y su carta de viaje. El sirio se ríe porque, como dice, desde ese día tiene dos cumpleaños ya que nació el 3 de junio, pero confundieron el día con el mes y en su cédula figura el 6 de marzo.

    Su vida en libertad la pasa “en casa todo el tiempo”, sale cuando tiene que dar clases, hace las compras en el supermercado y cada tanto va al cine. Desde sus años en Guantánamo lee libros en inglés, le encanta John Grisham y Agatha Christie, y ahora intenta hacerlo con obras en español. No siempre tenía libros en la cárcel.

    Aunque vive cerca de la rambla prefiere correr en un caminador que tiene en el living y la mayoría de sus horas las destina a mirar películas y series, como “House of Cards”, “Homeland”, “Bones”, “Dr. House” y “Good Wife”. Así pasa el día hasta que llega su esposa, la ayuda a cocinar y vuelve a ver Netflix con ella.

    ¿No es aburrido estar en la casa todo el día?

    Se vuelve a reír.

    —Después de 12 años encerrado ya estoy acostumbrado.

    Información Nacional
    2017-02-02T00:00:00