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“La leyenda del suicida/ Y la del bala perdida/ La del santo beodo/ Si me cuentas mi vida/ Lo niego todo”. Este estribillo pertenece a la canción que da nombre al último disco de Joaquín Sabina, Lo niego todo. Es, además, un pequeño resumen de su vida o de lo que se ha construido acerca de su vida. Porque Sabina es el cantante de la voz cascada por la nicotina, el artista provocador y reventado de la bohemia madrileña, el hombre de las mujeres por pocas noches, el de las aventuras y desengaños amorosos, y también es un personaje creado a partir de sus canciones.
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Por sus características de poeta-cantante lo han llamado el Dylan español. Y tal vez la comparación es exagerada, pero lo cierto es que Bob Dylan es uno de los cantautores más admirados por Sabina, incluso en sus primeras épocas llegó a vestirse como él, tan admirado como Georges Brassens y Leonard Cohen.
Con algo de trovador y de narrador urbano, Sabina incorporó a sus canciones ritmos hispanoamericanos poco explorados en el rock y pop español. “Hasta que él llegó nadie había osado empaparse de cumbia, corrido o vallenato, tango o ranchera. (…) Sabina ha creado un ritmo propio. (…) Mezcló en sus letras la alta cultura y la calle, (…) la demagogia del bolero y la geometría sentimental de César Vallejo”, afirma el periodista y escritor Julio Valdeón en su libro Sabina. Sol y sombra (Efe Eme, 2017). El trabajo, de más de 500 páginas, atraviesa la trayectoria musical del cantante, con muy buena información a partir de más de 40 testimonios de músicos y allegados, notas críticas de época y análisis de sus letras. Valdeón lo define como una biografía musical, que nació por la “anemia de materiales críticos” que percibe en España sobre un cantante que tiene 40 años de carrera y ha vendido más de 10 millones de discos.
“Las canciones de Joaquín Sabina ofrecen, como muy pocas antes o después, la crónica sentimental, intelectual y poética de España”, dice Valdeón. En esa esencia radica su éxito, que cruzó el océano porque el cantante siempre tuvo una relación estrecha con Argentina, México, Venezuela y Uruguay, donde sus temas se cantan a coro en sus recitales.
Nació con el nombre de Joaquín Ramón Martínez Sabina en 1949 en Úbeda, Jaén. Obviamente adoptar el apellido de su madre fue acertado para su nombre artístico. En Granada estudió Filología y participó de protestas contra el franquismo. Después huyó del servicio militar y, amparado por una novia inglesa, se refugió en Londres a comienzos de los años 70.
Allí fue “okupa”, tuvo trabajos ocasionales y comenzó su itinerario como cantante de bares y como joven bohemio de vida nocturna. “Me costó la hostia hacerme el moderno, aunque pretendía disimular. Me ‘jipiaron’ en un cursillo acelerado. Me daba cuenta de que en España vivíamos en el paleolítico”, recordó Sabina en una entrevista. En sus años londinenses también tomó contacto con exiliados españoles, argentinos y chilenos, y comenzó a hacerse conocer entre ellos como cantante. “Yo tenía un problema, y es que los comunistas me consideraban demasiado anarquista y los anarquistas demasiado comunista”. De aquella experiencia surgió su libro de poemas Memoria del exilio, que publicó en 1976.
Su primer disco es de 1978 y se llamó Inventario. Muy pocos los conocen porque Sabina renegó de él y se encargó de destruir toda copia que encontraba. Después llegó Malas compañías (1980), donde aparece el poeta ácido y desprejuiciado, y algunos de sus éxitos: Calle melancolía o Pongamos que hablo de Madrid. El disco se gestó en La Mandrágora, bar madrileño del barrio La Latina, en cuyo sótano actuaron varios cantautores. Posteriormente sacaría un álbum con el nombre del bar, junto con Javier Krahe y Alberto Pérez, cantautores y amigos del sótano.
La producción discográfica de Sabina fue imparable. Lleva publicados 17 discos de estudio, cinco en vivo y tres recopilaciones. Además colaboró con varios artistas en discos y recitales como Andrés Calamaro, Ana Belén o Fito Páez, con quien grabó un disco, Enemigos íntimos (1998), un título adecuado para las peleas entre ambos divos. Con Joan Manuel Serrat grabó el álbum Dos pájaros de un tiro (2007), producto de sus giras. En el libro de Valdeón se incluyen algunas críticas de esos recitales que los califican como “lo más penoso que hayan hecho nunca artistas importantes” o como un “festejo museístico”.
Sabina llegó a la cima en 1990 con Mentiras piadosas, que incluye canciones para corear en los estadios: Eclipse de mar, El muro de Berlín, Con la frente marchita. En ese momento Sabina ya era una personalidad que había llenado cuatro veces el Teatro Ópera en Buenos Aires y que algunos lo consideraban un “Almodóvar sin bata”, por lo zafado y por sus celebraciones del exceso. En los 90 llegó a desplazar en popularidad a Serrat, el cantautor español por excelencia.
Con Física y química (1992) llegaron otras canciones para coro de estadio: Y nos dieron las diez, Yo quiero ser una chica Almodóvar, Peor para el sol, Pastillas para no soñar. Los 90 siguieron con otros éxitos como Yo, mi, me contigo o 19 días y 500 noches. Pero en 2001 Sabina tuvo un infarto cerebral y peligró su vida. Ya recuperado y sin consecuencias, publicó en 2005 Alivio de luto, que tiene canciones más reflexivas donde muestra sus actuales miedos. “Cuando juego mi muerte al verso que no escribo/ Cuando solo recibo noticias de la muerte”, dice en su canción Nube negra.
Así llega Sabina al 2017 con Lo niego todo. Según escribió el poeta Benjamín Prado en el texto que promociona el disco, es la obra de un hombre “que sabe que la mejor forma de seguir adelante es volver a empezar de cero, como si hasta entonces su historia le hubiera pasado a otro”.