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Melena lacia, bandana en la frente, pollera escocesa hasta las rodillas, calzas bien ajustadas, jeans desflecados, blusas de red transparentes, camisetas de fútbol americano con números bien grandes, championes de correr, botas de cowboy, camisa leñadora atada a la cintura, remeras con imágenes y leyendas tildadas de blasfemia de Jesucristo o de anticristos como Charles Manson.
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Hace exactamente 30 años esta rocambolesca lista de vestuario y utilería dominaba el planeta. Axl Rose tenía 30 años y podía vestir todo eso en una sola noche, en un recital de Guns N’ Roses para 50.000 personas de una ciudad cualquiera. Nueva York, París, Tokio o Buenos Aires. Podía cambiar de vestuario cada dos temas o, por supuesto, también podía ponerse todo junto. En todos lados aparecía la inefable silueta bamboleante del cantante nacido en 1962 en Indiana como William Bruce Bailey. Una calesita de íconos que mientras cantaba no paraba de correr y girar sobre sí mismo: camperas de cuero con la bandera de Estados Unidos (ojo, el pabellón estrellado también podía estar en las calzas), cinturones con tachas y chaquetas mohicanas con flecos en las mangas o abrigos de piel si la noche estaba muy fría.
En 2010, con 48 años recién cumplidos, el señor Rose actuó por primera vez en Montevideo. Decían que era Guns N’ Roses pero él era su único miembro fundador. El resto lo había abandonado hacía mucho. En los hechos era una banda de covers de la banda. Fue una noche lamentable. El concierto empezó cuatro horas después de lo previsto y las condiciones vocales y físicas de Axl fueron deplorables. Seguía empecinado en cantar corriendo como un imbécil de una punta a otra del escenario. Le faltaba el aire, no metía una nota. Boqueaba como un pescado en un balde. Lo único bueno fue que Montevideo albergó por primera vez un show internacional de gran porte, de estadio completo. Y abrió la puerta por la que entraron McCartney, los Stones, Roger Waters y muchos más.
El domingo 2 de octubre Guns N’ Roses, que en 2016 recuperó a Slash en la guitarra solista y al bajista Duff McKagan (ambos fundadores), volverá a tocar en el Centenario. Será la primera vez que los uruguayos los podremos ver con el núcleo de su formación histórica. Ahora con 60 años, con un rostro todo operado y lleno de bótox —cuesta reconocerlo—, con una buena barriga y abundantes kilos más, Rose ha dejado de correr. Se dio cuenta. ¡Oh, vaya casualidad! En los últimos años se lo ve y se lo oye mucho mejor. No en vano durante un buen tiempo sustituyó a Brian Johnson al frente de AC/DC. Entonces, hay esperanzas de, al menos, un concierto digno.
Guns N’ Roses ocupó el trono del rock entre 1987 y 1993. Como Maradona en México, Axl Rose salió campeón del mundo a los 25 años. Como aún era la norma, el cantante y principal compositor de la banda construyó su carrera con base en talento y controversia. Appetite for destruction (1987), el disco debut del grupo formado en la periferia de Los Ángeles en 1985, pateó un tablero de mediocres bandas de peluquería y músicos que gastaban más dinero en crema de enjuague que en drogas. La escena glam mostraba sus falencias y se ahogaba en cera, maquillaje y tinturas capilares. Con solo dos tremendas muestras de poder —Welcome to the jungle y Paradise City— Guns N’ Roses dejó en ridículo a toda una camada de rockeritos inofensivos. Y encima, con Sweet Child O’ Mine, —clásico instantáneo del pop-rock— se quedó con sus novias.
Porque además de ser lindo y musculoso, junto con los revólveres, rosas y tantos otros lugares comunes que imperaban en aquel tiempo, Axl también había desenfundado toda la misoginia que estaba a su alcance, gran tópico del rock. Ya desde el vamos, la tapa (censurada en algunos países) del disco mostraba una mujer en harapos, tirada en la calle, con la bombacha por las rodillas, tras haber sido violada por un monstruo. Y ni que hablar de Mr. Brownstone, que le cantaba con mucho cariño a la heroína. Y One in a Million, tema por el que se los acusó de racismo y homofobia. Axl hizo la clásica: dijo que no pensaba eso, que era un personaje. Y listo. El nombre Guns N’ Roses en todos los titulares y las ventas por el cielo.
De la mano de su carisma y fiereza vocal, su despliegue en escena, del virtuosismo de Slash en las seis cuerdas, el oficio de Izzy Stradlin, un gran compositor y guitarrista que se marcharía al estallar el éxito mundial del grupo, y sobre todo de buenas canciones como It’s So Easy, Nightrain, My Michelle, Crazy y Rocket Queen, GNR combinó la musicalidad sinfónica del heavy metal y el pragmatismo desprolijo del punk para ir al grano, sin olvidar el negocio. Por eso, su ópera prima vendió más de 35 millones de placas y se transformó en el debut más exitoso de la historia del rock. A puro motherfucker y son of a bitch, puso sobre la mesa el plato que el rock estaba pidiendo.
En 1988 publicaron Lies, un gran disco de rock clásico, con un par de exitazos acústicos —I Used to Love Her y Patience— que apuntalaron el camino al éxito sideral, que llegaría en 1991, con la publicación de Use Your Illusion, un extremadamente ambicioso álbum doble con 30 temas que incluyó hits estrenados en bandas sonoras mainstream como la versión del clásico de Dylan Knocking on Heaven’s Door (Días de trueno) y You Could Be Mine (Terminator II) y copó la MTV con clips que eran millonarias superproducciones cinematográficas como los de las baladas Don’t Cry y November Rain, apoteósica canción de desamor que cuenta con Axl al piano y una orquesta sinfónica.
En el amanecer de los 90 la imagen de Rose y —muy detrás— del resto de sus compañeros ocupaba el sitial de la-banda-más-popular-del-mundo. Su voz chirriante, hiperhistriónica —insoportable para muchos— y con una evidente impronta lírica, era omnipresente en tiempos en que la omnipresencia mediática consistía en acaparar el póquer televisión-radio-diarios-revistas.
La primera visita de los Guns a Buenos Aires, en diciembre de 1992, enmarcada en la gira Use Your Illusion, inauguraba la gran ola porteña de conciertos de primera línea mundial, de la mano de Cavallo y el uno a uno. La expectativa era inaudita: se había viralizado (por TV, pero viralizado al fin) la falsa noticia de que Axl Rose había dicho que “no ensuciaría” sus botas con el suelo argentino, lo que provocó que el presidente Menem los calificara de forajidos y amenazara con prohibir los dos conciertos en el Monumental de Núñez, por la supuesta amenaza a la seguridad pública que implicaban. Mientras tanto, los discos, las entradas y el merchandising se vendían a granel. También de este lado.
Por más que pocos años antes habían venido astros como Dylan, Clapton y Sting, Uruguay no figuraba en el mapa de las grandes giras como la de GNR, la fiebre gunner fue tan grande aquí que viajaron unas 5.000 personas a ver los shows y —atención— el primer concierto, el 5 de diciembre, con tres horas de duración, fue transmitido en directo por televisión abierta (Canal 12) y los principales medios escritos enviaron cronistas especializados a cubrir el recital. Al final, dentro del estadio solo hubo música y todos se dieron cuenta de que nacía una industria a la que había que tratar entre algodones: la de los grandes conciertos.
Tres décadas después, miles de uruguayos presenciarán el regreso de los Guns. Se acaba de habilitar un nuevo sector en el campo a $ 2.700 (en Acceso Ya). Solo esperamos que Axl salga en hora y que consiga el aire suficiente para estar a la altura de sus canciones.