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    Arismendi dice que está perdiendo “la batalla” cultural contra el “desprecio” que hay hacia los pobres, pero seguirá “peleando”

    Su cuenta de Twitter explota de comentarios. Algunos son mensajes de apoyo, pero la mayoría son críticas e insultos. Que “toma por boluda” a la ciudadanía; que desde temprano “arranca a chupar” alcohol; que se dedique “menos a versear y más laburo”; que está consumiendo drogas “y se encaja de la buena”; que la Real Academia Española debería incrementar la lista de calificativos para poder criticarla con mayor facilidad y de forma más ajustada. “Me pegan por todos lados”, dice la ministra de Desarrollo Social, Marina Arismendi, pero agrega que no tiene ninguna intención de bajar los brazos. La integrante del Partido Comunista reconoce que el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) está “perdiendo la batalla” en su intento de evitar que se discrimine a los pobres, asegura que darán esa pelea para que la sociedad cambie su visión aunque se armen “los tales escandaletes”.

    A continuación un resumen de la entrevista que Arismendi concedió a Búsqueda.

    —Más de una vez usted dijo que no quiere que se identifique al Mides como el Ministerio de los pobres, sin embargo esa es la marca de este organismo. ¿Cree que fallaron en ese trabajo?

    —Antes de que decidiéramos que existiera un Ministerio de Desarrollo Social, lo que estaba planteado era el Plan de Atención Nacional a la Emergencia Social (Panes). Cuando Tabaré (Vázquez) medita y piensa un poco sobre el tema y dice “vamos a hacer un Ministerio de Desarrollo Social”, muchos de nosotros no estábamos de acuerdo. Para el Panes no necesitábamos un Ministerio, el Ministerio nace como una necesidad de articulación, coordinación y diseño de las políticas sociales: vivienda, educación, salud, medio ambiente, la previsión social, el trabajo, la economía. Hoy tenemos tres ejes estratégicos: uno es descentralización, el otro el Sistema Nacional Integrado de Cuidados y el tercero es la pobreza que nos queda o la vulneración de derechos que nos queda. Hay una batalla que hemos perdido, por ahora, que es que los derechos vulnerados no son solo derechos vulnerados por pobreza. Cuando me dicen que la gente no quiere trabajar, digo que hay 25.000 personas que se anotaron para Uruguay Trabaja para 3.000 cupos. Nosotros estamos en una pinza entre los que nos dicen que la gente es vaga, no quiere trabajar; dicen que viven del Estado, que son pichis y después son delincuentes. Ahora, el problema es que tenemos situaciones en una sociedad cada vez más fragmentada. Cuando la gente tiene problemas, no tiene para comer, no tiene trabajo, cuando no tiene donde dormir, cuando tiene niños en riesgo socio-sanitario, ¿a dónde recurre? Al Mides. Y adonde lo mandan es al Mides, a veces nosotros miramos y decimos: “¿Qué tenemos que ver con esto en realidad?”.

    —Usted lo que dice es que siempre están a la defensiva, resolviendo problemas sin poder trabajar para que a determinadas personas se les garantice un derecho. ¿Cuál es esa batalla perdida de la que habla?

    —La batalla perdida es que el común de la gente ve al Mides como el almacén de ramos generales. Porque siempre damos una respuesta. La respuesta puede ser acompañarlo a vivienda, acompañarlo a la policlínica a sacar la cédula y vamos a la casa. Los niños y niñas que Primaria identificó que tienen problemas de aprendizaje y que corren el riesgo de perder el año en primero, nosotros los vamos a buscar, vamos a la casa, hacemos entrevistas, miramos todos los problemas socioculturales, económicos y los datos se los pasamos a Primaria. Esto lo hacemos en trabajo con la ANEP. Nos pasa con la cohorte 2015, los chicos que terminaron sexto en 2015 y en 2016 no aparecieron en la pantalla de Secundaria o de la UTU, los fuimos a buscar.

    —¿Qué se encontraron en esas recorridas?

    —Encontramos que el 48% de esa cohorte estaba en liceos privados, pero no aparecían en pantalla como que están en la enseñanza media. Nos quedamos contentos. En el 52% restante hay de todo: problemas de aprendizaje, la madre dice que la cabeza no le da y que “para qué lo voy a mandar”. Entonces el tema es convencer. En otros casos, y esto fue mal interpretado y tengo una cadena en Twitter pegándome, es que las niñas y adolescentes trabajan en la casa. Lo que pasa que en Uruguay, por más que decimos que reconocemos el tema de género y bla bla bla, el trabajo no remunerado en el hogar, no se considera trabajo. Y esa chiquilina es la que se queda aguantando la casa.

    Ahora que la situación económica ha cambiado, ¿recibe más reclamos de más trabajo o críticas por el desgaste de años en el gobierno?

    —Lo que se nota es que en 2015 tuvimos 17.000 personas que se anotaron para tres mil cupos en Uruguay Trabaja y este año se anotaron 25.000. Es una capacitación por medio del trabajo, son siete mil y pico de pesos, tienen salud bucal, los lentes. Hay toda una serie de cosas, pero sigue siendo una situación terrible. El año pasado fueron 17.000 y nos asustamos…

    —¿Lo que usted dice es que se está ante una situación de luz amarilla, pero no en una situación crítica?

    —No. Seguimos con los emprendimientos productivos, estamos trabajando con ruralidad con el Ministerio de Ganadería. Claro, tuvimos Dolores, las inundaciones; eso es terrible. Estamos en la primera línea, estamos en el Sistema de Emergencia, empieza a llover y salimos corriendo. Somos una especie de CTI móvil, pero el tema es que la coordinación es clave.

    —En los últimos días hubo advertencias de que hay muchas madres dejando a niños en el Pereira Rossell. ¿Qué opina al respecto?

    —No hay muchas madres dejando niños. Venimos hablando desde el año pasado, niños judicializados y que están en el Pereira mirando el techo. Los queremos sacar de ahí y llevarlos para donde está el Cachón. Y entonces me dicen que no contraponga a los niños con los ciegos. Habíamos ido a verlo con el INAU, era un lugar estupendo.

    —¿La idea es que el Cachón sea un centro para los niños?

    —Sería un centro de los niños que están hospitalizados y no deberían estarlo porque no tienen ningún problema de salud, tienen un problema de judicialización.

    —¿Es un problema de la burocracia?

    No es la burocracia. Necesito una casa para poner a esos niños y además precisamos lo que el INAU señala: que en 45 días se pueda conseguir una familia amiga, una casa de acogimiento, que no va a ser la adoptante.

    —La pobreza bajó, la indigencia también, pero los problemas de pobreza siguen. Pareciera que el crecimiento económico no alcanzó. ¿Cómo piensan atacar ese núcleo duro?

    —No derrama solo, hay que agarrar el cucharón y repartir. Por eso tenemos cuatro programas de cercanías con la gente. Por ejemplo, tenemos un programa de ruralidad donde llegamos con todo lo que se puede. Hicimos un buen convenio con Mevir porque llegaron a la conclusión de que la población con la que ellos trabajan y la nuestra es bien parecida. Entonces, en vez de que ellos hagan trabajo social y nosotros les alquilemos una vivienda, que cada uno haga lo que sabe hacer: ellos hacen las casas y nosotros hacemos el trabajo social con el conjunto de la familia. El Uruguay tiene un problema, los seres humanos tienen ese problema: que ese que vino, viene del Mides y no es lo mismo. ¿Entienden? Por eso yo decía: “que vayan con algo abajo del brazo: con el jardincito o ponemos un dispositivo de violencia basado en género”.

    —¿Usted dice que hay discriminación por ser atendido por el Mides?

    —Te dicen: los “niños Fonasa. Se nos llenó de niños Fonasa la mutualista”. Sí. A mí Dolores me reconcilió un poco con la sociedad uruguaya...

    —¿Venía con una visión negativa de la sociedad?

    —Esa es la batalla que vamos perdiendo. En este momento, tenemos una pinza clarísima. A mí me pegan por todos lados, pero me pegan a dos puntas: me pegan por izquierda, cuando dicen que soy inhumana, insensible, que los pobres cieguitos que los abandoné, les cerré, les hice de todo. Y por otro lado dicen: “mirá esta que está de acuerdo con los pichis, dice que los ni-ni no existen”. Y bueno, tenemos que vivir con eso, pero también tenemos muchísimas gratificaciones. Ahora un grupo de emprendedoras, que era gente de refugios, va a presentar productos de una gran calidad en la Rural.

    —El relato que usted hace es que por un lado tiene muchas gratificaciones y por el otro tiene eso que la atacan por izquierda y por derecha...

    —Conceptualmente, ¿no? Hablo de ideas de izquierda e ideas de derecha que no siempre están dentro de la cabeza de alguien de izquierda o de derecha. Son concepciones. La concepción nuestra es que todos tienen derechos, la Constitución dice que todos tienen derecho y el Estado tiene la obligación de darte las herramientas para que tú ejerzas tus derechos y que tú aprendas a defenderte.

    —Ustedes hacen ese trabajo, de sacar una familia adelante, incluir a un niño en la Mutualista, pero llega con el cartelito Mides. ¿Esa es la batalla que vienen perdiendo? ¿Cómo cambiar esa situación?

    —Y seguimos dándola, y se arman los tales escandaletes. Digo en un seminario algo sobre los ni-ni y fue fantástica la lluvia de comentarios, pero vamos a seguir peleando.

    —Usted y su equipo dijeron que van a dar la discusión sobre si tienen que haber condiciones para dar dinero. ¿Cómo lo haría?

    —La primera cosa que hay que demostrar, y es fácil de demostrar, es que no surte ningún efecto, el único efecto es punitivo. Es como les digo, que la madre dice que para qué lo voy a mandar al liceo si no le da, y si recibe $ 800 menos tampoco le cambia la vida. La otra es cómo les ganamos la batalla a los narcos. No es con plata. Es en la otra, es en el cuerpo a cuerpo, es en las oportunidades.

    —¿Y cómo harán?

    —Ahí estamos todos. Por ejemplo, el Marconi. Cuando salí a decir que el Estado no se va y el Estado sigue ahí, es porque estamos ahí y seguimos ahí.

    —El presidente les encomendó una tarea fuerte para entrar ahí. ¿En que etapa está esa decisión?

    —Entrar no, él sabe que estamos adentro. Por ejemplo, cuando empezamos con el intendente (Ricardo) Ehrlich a trabajar sobre el barrio Boix y Merino, las primeras casitas que entregamos, era una felicidad enorme. Ana (Olivera) lo completó después. En la vida real, ¿qué hicimos? Agarramos las relaciones sociales interpersonales de Boix y Merino y las trasladamos a otro lado, a las casas lindas, con water, con baño, con todo. Pero los problemas y las relaciones de poder que tenía acá me las llevé para acá. ¿Cuál fue la mejor experiencia que tuvimos? Teníamos un asentamiento famoso en Fray Bentos y Pernas, con problemas en la zona, que era escondite de cosas robadas. En el primer gobierno, como el terreno era de INAU, hicimos un trabajo conjunto: INAU, nosotros, Vivienda, el Banco Hipotecario y la Intendencia. Bueno, realojemos Fray Bentos y Pernas, habíamos trabajado con las familias, vimos que hay un montón de viviendas vacías en Euskal Erría; vamos a llevar estas familias. ¡Se nos armó un lío en el Euskal Erría! ¡Esos no entran! Yo estaba furiosa y quería ir a discutir y me dijeron del banco que no. Perdimos. Entonces empezamos a conseguir viviendas por separado. Los empezamos a realojar por separado, fantástico. Ahí aprendimos que es mejor que en vez de trasladarlos todos juntos, hay que hacerlo por separado.

    —¿Eso puede ser una solución para el Marconi?

    —No solo para el Marconi. Estamos en Tres Ombúes, en Casavalle, en todos los lugares donde hicimos unos preciosos centros ciudadanos y tenemos canchas, anfiteatros, y ahí estamos nosotros. 

    —¿Qué es lo que más le molesta de las críticas que recibe?

    —Me molesta cómo se estigmatiza a la gente. El desprecio, esa cosa que no es uruguaya. Esto de que estos son los pobres, los no se qué, es lo que más me duele. Es lo que quiero pelear para cambiar en la cabeza de la gente. Nosotros reivindicamos que todas las personas tienen derechos y que, por lo tanto, hay que actuar para que esa persona pueda valerse por sí misma. Y si mañana viene otro le puede decir: “Disculpame, tengo derecho a esto, no me lo saques”.

    —¿Cree que el Frente Amplio puede perder el gobierno?

    —Pueden pasar tantas cosas. En la campaña miren cómo nos daban las encuestas y la vida real dio otra cosa. Yo disfruté como loca; a todos lados que íbamos y venía a Montevideo y me decían que íbamos a perder, porque las encuestas, las capas medias, que no digas esto. No era lo que palpábamos nosotros. En un momento nos dio 39 y fue una tragedia griega.

    —¿Y ahora qué palpa en la calle?

    —Ando en ómnibus, camino, voy a la feria, al súper, a la gimnasia; yo no palpo eso. Ahora, que pueden subir o bajar, no me cabe la menor duda.