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    Artífice de la legendaria guerrilla urbana, legalizador de la marihuana y ministro acusado de síndrome de Estocolmo

    Eleuterio Fernández Huidobro falleció el viernes 5

    Cuatro capones manipulados con destreza por militantes cañeros, para alimentarse durante un largo fin de semana. Una camioneta vieja, un auto Saab de dos carburadores para trasladar a los delegados a un rancho en un terreno comprado con nombre falso en el balneario San Cristóbal, cerca de El Pinar, y una división que redujo el número de militantes a apenas 50, la mitad en cinco células de Montevideo y el resto en el interior.

    Así describió Eleuterio Fernández Huidobro —el ministro de Defensa fallecido el viernes 5 en el Hospital Militar— a la primera convención nacional del MLN-Tupamaros, realizada durante el verano de 1966 en la clandestinidad.

    El relato construido por Fernández Huidobro en su libro “Historia de los tupamaros”, fue publicado luego de la dictadura, cuando la organización armada que cofundó había llegado a tener fama mundial y también había sido derrotada por las Fuerzas Conjuntas en el invierno de 1972.

    Nacido el 14 de marzo de 1942 en la breve calle Nimes del barrio La Mondiola, próximo a la Facultad de Veterinaria, Fernández Huidobro fue un díscolo niño mimado por sus dos hermanas, que se hizo bancario y militante de izquierda gracias a la influencia de un tío, que hablaba poco de política pero que le abrió su biblioteca, según contó años después el periodista Gerardo Tagliaferro.

    La vida del ex alumno de los hermanos maristas, relatada en una veintena de libros que formaron parte de la mitología tupamara de la cual fue arquitecto, tuvo varios mojones fuertes: cayó dos veces bajo fuego, primero en Pando (octubre de 1969) y luego en Malvín (abril de 1972), después de fugarse de la cárcel de Punta Carretas junto a otros 110 presos. Cuando en octubre de 1998 accedió al Senado, como suplente de Helios Sarthou, comenzó una nueva etapa, sin el acre olor a pólvora quemada, aunque entonces tuvo que vencer, primero los prejuicios del sistema político y luego las críticas de sus propios ex compañeros, muchos de los cuales lo consideran un traidor por sus vínculos “carnales” con los militares, en especial el sector nacionalista de la logia Tenientes de Artigas con quienes, entre otras cosas, se había reunido para buscar un alto el fuego de ETA con el Estado español.

    Al mango.

    “El Ñato era un hombre nervudo y curtido, un lejano empleado de banco, que estaba entre los fundadores del MLN y entre los primeros en sufrir la represión. (...) Cayó herido en Pando (...) (y) salvó la vida gracias a que no se pusieron de acuerdo los partidarios y opositores a su ejecución inmediata”, relató el periodista Ernesto González Bermejo en su libro “Las manos en el fuego”, que cuenta la vida del contador y también tupamaro David Cámpora.

    “No bajamos si no viene el comisario Campos Hermida”, habría dicho Fernández Huidobro, ya herido, desde un berretín que ocupaba con Cámpora, al que ordenó no usar los dos revólveres de que disponían en esa pequeña habitación pegada al techo en la que vivían agachados y con muebles petisos al modo japonés.

    “El Ñato está gris y tiembla”, recordó Cámpora cuando al final bajaron por una escotilla disimulada en el baño.

    Ese 14 de abril, el MLN había matado a cuatro supuestos integrantes de los comandos paramilitares conocidos como Escuadrón de la Muerte y la reacción produjo ocho muertos en la organización.

    “¡A este habría que llevarlo caminando, para que reviente!”, habría dicho, metra en mano, el segundo al mando, pero el comisario Campos, que estaba en la lista del escuadrón aportada por el fotógrafo Nelson Bardesio, se opuso, quizás porque al salvar a Fernández Huidobro en el sangriento operativo de la calle Amazonas también protegía su propia vida.

    En todo caso, con esa cruenta jornada comenzó la contraofensiva y la derrota de una de las guerrillas urbanas más prestigiosas del mundo, a pesar de un período ambiguo de tregua armada en la que se negoció, sobre todo en el batallón Florida, con fuerte protagonismo de los generales Esteban Cristi, Gregorio Álvarez y el propio Fernández Huidobro, que llegó a salir con un oficial, armado, a buscar contactos para negociar.

    Para Fernández Huidobro y cientos de tupamaros, la cárcel duraría 13 largos años, que él pasó aislado y verdugueado en cuarteles cerca de José Mujica y Mauricio Rosencof.

    A la salida, no por casualidad, el redactor de la mayoría de los documentos de la organización fue elegido por sus compañeros para leer una carta de Raúl Sendic y contestar las preguntas de los periodistas en Conventuales, local del que “fugó” por la puerta del costado para festejar su cumpleaños 43 en su casa natal, donde lo esperaba la familia y su compañera Graciela Jorge, que también había estado presa.

    Un Fernández Huidobro aún delgado retomó la militancia en el MLN-T y se convirtió en columnista del quincenario tupamaro “Mate Amargo” desde donde se reveló como mordaz polemista.

    En 1989, los tupamaros ingresaron formalmente al Frente Amplio, pero Fernández Huidobro no moderó su lenguaje.

    Del ex dirigente comunista Jaime Perez dijo que era “un bulto con ojos, traidor de la izquierda y el pueblo uruguayo”, al entonces senador blanco Jorge Gandini lo calificó de “pichón de oligarca” y recordó que el líder del Nuevo Espacio, Rafael Michelini, “recibió un sobre gordo” del empresario en equipos militares Igor Svetogorsky.

    “En este país, en realidad no hay burgueses de pelo en pecho. Apenas capitaloides cipayos, eunucos, especuladores con bajísima capacidad de gloria y aspiraciones ‘máximas’ muy pero muy módicas, (...) un capitalismo ordinario como bosta de preso”, escribió en su columna en diciembre de 1995.

    En esas y en otras apariciones públicas libró una tenaz batalla dialéctica contra la burocracia, que centró en los gerentes de UTE y Ancap.

    Al presidir la comisión de Defensa del Senado, retomó el estudio de los temas militares.

    En coincidencia con los sectores nacionalistas estuvo en contra de la creación de una guardia nacional promovida desde Washington en sustitución de las Fuerzas Armadas, de modo que pasó a ser aliado de aquellos con los que se había enfrentado en el pasado.

    “A nuestro juicio, (...) los viejos ejércitos latinoamericanos son para los yankees, un preservativo usado. No le sirven más, entre otras cosas, porque además están sucios”, sostuvo en una columna que puso en tela de juicio la autocrítica del ex comandante en jefe del Ejército argentino Martín Balza.

    Chumbitos y “comemierdas”.

    Fernández Huidobro y Mujica, alejado el “horizonte insurreccional” recibieron fuertes críticas, entre otros, de su ex compañero Jorge Zabalza, aunque no renunciaron al socialismo.

    Fernández Huidobro chocó también con su viejo compañero Rosencof cuando este se embarcó, junto a Danilo Astori, Hugo Batalla y el ex comandante del Ejército Hugo Medina en un proyecto para servir almuerzos en escuelas pobres. “Cuidate, Ruso. Tené cuidado. Que no te vayan a joder. Pedí traslado, Ruso”, escribió.

    En su respuesta, Rosencof le pidió que se informara bien. “Te están embagayando, Ñato”, dijo, y advirtió que “lo que quiero tirar son chumbitos con aire comprimido. Pero si me apedrean el rancho, te diré, como aquella murga, ‘¡Nos obligan a salir!’ Y otros serán los calibres”, apuntando al vínculo cada vez más notorio del aún dirigente tupamaro con los Tenientes de Artigas.

    Cuando en octubre de 1998 Fernández Huidobro entró, vistiendo saco y camisa sin corbata, como senador por primera vez, para “redoblar la apuesta a favor de la convivencia pacifica”, los herreristas José Andújar y Luis Alberto Heber, a quien los tupamaros habían tiroteado la casa paterna en 1966, se negaron a estrecharle la mano. El colorado Pablo Millor ingresó tarde a sala para evitar el encuentro.

    “Entre mis dichos y sus hechos me sigo quedando con mis dichos”, dijo el senador colorado Yamandú Fau en un debate al que aludió al pasado. “Estoy orgulloso”, respondió el tupamaro desde su banca.

    Luego de que Fernández Huidobro dijera en un libro que la CNT había alentado al general Liber Seregni a dar un golpe en 1969, el ex dirigente Vladimir Turiansky contestó con estilo caribeño: “Fernández Huidobro dice que lo que dicen que dijo no es cierto. Debemos creerle, ciudadanos y amigos, porque Fernández Huidobro no es un comemierda”.

    En 2011, Fernández Huidobro renunció al Senado, al que había accedido con su “hermano del alma” Mujica, ahora presidente de la República. La renuncia fue para expresar su desacuerdo con la derogación de los efectos de la ley de caducidad sin consulta popular.

    Fue criticado luego de que su esposa obtuviera la licencia para la limpieza del hospital Maciel.

    Luego de un breve período en “La República”, en el que retomó el periodismo de opinión, reemplazó a Luis Rosadilla en Defensa.

    Junto a Rosadilla y a un grupo de integrantes del Movimiento de Participación Popular (MPP) que había fundado en 1989, creo la Corriente de Acción y Pensamiento-Libertad (CAP-L) como expresión de las discrepancias metodológicas, aunque no pocos vieron también una jugada táctica.

    El Che en el living.

    Las polémicas más recientes fueron con las organizaciones de derechos humanos que lo acusaron de entorpecer —desde su cargo como ministro de Defensa— las investigaciones sobre violaciones de los derechos humanos durante la dictadura y la búsqueda de los desaparecidos.

    Tabaré Vázquez, en virtual acuerdo con Mujica, dejó a Fernández Huidobro al frente de Defensa y eso provocó fuertes reacciones desde organizaciones de derechos humanos.

    Subiendo la apuesta de un estilo consolidado con los años, Fernández Huidobro acusó a Serpaj de “imbéciles” y “cercanos a grupos nazis” y retomó su viejo discurso contra las ONG.

    Para las Redes Frenteamplistas, el enfrentamiento con las organizaciones de derechos humanos marcó un límite: el 1º de junio de 2015 entregaron una carta a Vázquez pidiendo que sacara al ministro, pero el aparato del Frente Amplio respaldó de hecho al jerarca.

    Durante un tiempo Fernández Huidobro hizo silencio pero siguió en el cargo y mantuvo el prestigio entre las Fuerzas Armadas, a las que defendió desde el punto de vista profesional.

    Con el ministro del Interior, Eduardo Bonomi, polemizó respecto a la tenencia de armas por los civiles.

    Bonomi, opinó, “usa siempre el mismo ejemplo: un caso, una tragedia de un señor que confundió a una hija con un delincuente, pero cuénteme todos los demás casos”. Y puso como ejemplo a Suiza, donde “todo el mundo está armado hasta los dientes” y hay ocho veces menos asesinatos que en Uruguay. Entonces sostuvo que no se entiende que “una izquierda que, salvo el Partido Demócrata Cristiano, llamó a las armas, tuvo armas y las usó, (...) que tiene al Che en el living y las camisetas, respecto a este tema, se hagan las ranas”.

    Durante el gobierno de Mujica, Fernández Huidobro había jugado un papel importante al tomar la reivindicación del movimiento juvenil para legalizar la marihuana, un asunto que colocó a Uruguay en el centro de una polémica internacional.

    Banderas.

    Durante una entrevista con Búsqueda en 1993, Fernández Huidobro había sostenido que el Ejército “es realmente la primera fuerza política desde 1972”, año en que derrotó a los tupamaros. Ya entonces comenzó a ser acusado de tener el síndrome de Estocolmo, que identifica a la víctima con los captores.

    En todo caso, el viernes 5, no sin algunas críticas, la bandera del MLN-T permaneció junto al féretro en el Salón de Honor del Ministerio en el que compartieron duelo militantes tupamaros con militares de las tres fuerzas.

    Allí, muy cerca de la que fue su casa en los últimos meses, Fernández Huidobro recibió el homenaje del presidente Vázquez, de los agregados militares presentes en el país y de la embajadora de Estados Unidos, entre otros.

    Luego se sumó la bandera de Peñarol, que ingresó al panteón junto a la tupamara.

    “Kafkiano”, resumió muy conmovido Mujica, antes de dar un breve discurso.

    Información Nacional
    2016-08-11T00:00:00