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Parece que Artigas fue trentin-dopin (quiere decir que lo nombraron mucho en el Twitter y se hizo pop) en su natalicio. El problema con esto de Internet es que a lo mejor el botija de uno termina leyendo en las redes morales cosas inconvenientes de Artigas, algún vivo mete un tuiti diciendo que Artigas no quería a Uruguay porque es la materialización de su derrota, y se negó a venir, y por qué —pregunta el vivo del tuiti con sarcasmo y perspicacia— les hacemos jurar una bandera que Él no quería a nuestros niños, y así; la gente en las redes morales no se come ninguna, nunca, van a morir todos invictos esos. Y lo confunden al botija, se entera de cosas que no está preparado para saber.
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Entonces, la pregunta que en algún momento nos hace nuestro hijo, desde esa plena ignorancia que lo caracteriza —por más que maneje el celular mejor que nosotros—, es: “Si era tan cra Artigas, ¿por qué perdió? ¿Eh, padre madre o tutor?”.
Bueno, para empezar, te tengo que decir, gurí, que en Internet está llenito de feiknius, noticias falsas, no creas nada de lo que aparece en Internet a menos que lo diga yo, la maestra o Blanca Rodríguez. Pero papá te va a responder igual (pueden leerle esta columna al suyo, no va a aparecer Agadu ni nada, se los prometo). Yo no he escuchado de alguien que estuviera más salado que Artigas (funciona hablarles con sus términos), sacando a Superman y Jesucristo, puede ser Aquiles si se pone unas tobilleras que le tapen el talón de nenita ese que tenía, y pará de contar. Artigas es claramente más que Espaiderman o el Hombre Araña, por ejemplo, que son el mismo, pero como estoy para esto de la diversidad lo llamo de las dos formas para que después la maestra de mi hijo Hipotético, así se llama, no me denuncie con el INAU por irrespetar la diversidad. O a lo mejor es un reflejo del periodista deportivo que todos llevamos dentro y no llama de la misma manera dos veces a Nacional o Peñarol, Peñarol o Nacional (otro reflejo del periodista deportivo interior) y te dice “el bolso” o “el carbonero”, “el mirasol” o “el tricolor”. Te lo firmo que Artigas lo pasa por arriba a Espaiderman; ni hablar Acuamán, que tiene limitado su campo de batalla al fondo del mar, si un día se pelea una independencia en la isla Martín García o en la piscina del Neptuno, capaz que Acuamán sirve, pero te juego pelo a pelo el Artigas nuestro que hemos creado con el Hombre Araña y estoy seguro de que se lo come en un pan chico untado con manteca por el negro Ansina. Ansina era otro despegado de la vida, andá sabiéndolo, era el Alfred de Artigas. ¿Lo tenés al viejo que le plancha los trajes a Batman? Bueno, pero mucho más que Alfred, Ansina era estratega militar según estudios de Mundo Afro, y era ingeniero nuclear y sabía cuatro idiomas y era cinturón negro de Capoeira, y le lavaba las medias a Artigas y nunca se le perdió una, siempre mantenía el par Ansina, y no le cuidaba a los hijos por la sencilla razón de que Artigas los había desparramado por toda la Banda Oriental y era humanamente imposible.
Artigas era más que J.K. Rowling y Stephen King juntos, y tenía más aforismos que Lao-Tse. Escuchá y aprendé:
“Los más infelices serán los más privilegiados”.
Es un poco plagio de “Los últimos serán los primeros”, de Jesús, pero muy bien hecho. Solo que Jesús era menos pretencioso que Artigas en ese sentido y lo prometía para después de la vida: por ahora arréglense con estos panes y estos pescados de la Semana de Pescados y Panes Dobles de Jesús, es una promoción a cuenta para lo que viene después de que se mueran, cuando vayan a lo de mi padre, ahí la van a pasar fenomenal.
“Nada podemos esperar que no sea de nosotros mismos”.
Está entre una consigna liberal y un manual de autoayuda. Con 30 más de esas, sacaba un libro de autoayuda, se hacía rico y en vez de andar perdiendo revoluciones ya le compraba las Provincias Unidas a Buenos Aires al contado.
“No venderé el rico patrimonio al bajo precio de la necesidad”.
Acá la pifió, hay que admitirlo, era humano y se equivocaba Gervasio. Es de una ignorancia supina en cuanto a lo comercial ese aforismo. Es parecido a otro (que no es de él), que dice: “La necesidad nunca hizo buenos negocios”. Pero al menos hizo negocios. Igual, el problema fue nuestra interpretación al pie de la letra. El ejemplo más claro es el mercado inmobiliario uruguayo, con precios que no representan la oferta y la demanda, básicamente porque el mercado inmobiliario uruguayo se caga en la oferta y la demanda. Es el único en el que el vendedor NO QUIERE VENDER y el comprador no se mosquea si al final no compra. Hay casas que tienen 100.000 dólares de sobreprecio y hace cuatro años que están a la venta y nadie oferta nada, pero el dueño no le baja el precio porque “no venderé”… ¿Me estás escuchando? Ahí no estuvo tan fino el prócer, el comercio no era lo de él, era más del contrabando.
¡Pero las Instrucciones del Año XIII están buenísimas! Y se las hizo él, solo, se le ocurrieron en un rapto de inspiración que tuvo, una epifanía que le vino así de la nada, leyendo casualmente La historia resumida de la independencia de los Estados Unidos y su Constitución, y recordando algunas charlas con Félix de Azara, mientras disecaban pajaritos y convenían los límites de la Banda Oriental y el Imperio de Brasil. Otro día leyó a Thomas Paine y se le ocurrió el reparto de tierras. Un distinto, Artigas.
“¿Y entonces por qué perdió?”, preguntará el botija, que no se conforma con nada. Ligó mal, nene. Artigas era un genio que no lo entendían y ligaba mal, un iluminado, un adelantado a su tiempo, y esos siempre pierden, como le pasó a Copérnico, a Galileo, a Van Gogh, a J.R. Carrasco, a Fernando Espuelas y a Dani Umpi; y además, era demasiado bueno, y estaba lleno de soretes que lo traicionaron, si no, no perdía ni loco. Después de Jesucristo, lo más justo y heroico que ha dado este mundo. No se hizo crucificar para volver en luz, ni murió de cáncer para volver en forma de pantalla táctil, como Steve Jobs. No le gustaban los golpes de efecto: se fue a envejecer triste y solo a Paraguay como un viejo necio, renegando de todo y de todos, con la única compañía de Alfred Ansina. Eso no es perder: eso es perder a lo grande. Es ser un ganador en la derrota.