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    Asesino con móvil literario

    “Humores que matan”, de Woody Allen, dirigida por Mario Morgan “El cuervo”, o Edgar Allan Poe como detective

    El tipo hace destrozos, pero no de cualquier modo. Para llevar a cabo su carnicería emplea un sistema claramente diferenciado: puede cortar a sus víctimas al medio con una sierra circular, les puede cercenar la lengua o las puede enterrar vivas, pero en rigor se trata siempre de asesinatos literarios en el sentido más puro, porque el asesino es un admirador confeso de Edgar Allan Poe y de sus cuentos, y cada intervención suya tiene una secreta relación con “Los crímenes de la calle Morgue”, “La máscara de la Muerte Roja”, “El entierro prematuro” o “La verdad sobre el caso del señor Valdemar”.

    Estamos en la oscura y maldita Baltimore en la mitad del siglo XIX. Nadie le vende alcohol a Poe. El poeta, escritor, ensayista y crítico camina a los tumbos por las calles y las plazas, sin un peso, enamorado de una mujer inalcanzable, aquejado de melancolía y perseguido por sus demonios. Son sus días finales, donde el reconocimiento literario le llega como una lejana brisa y el dinero, en cuentagotas. Pero antes de morir se le impone una enorme tarea: ayudar a la Policía en la captura de un asesino serial que azota a los habitantes escenificando las fantasías que él ha plasmado en papel y tinta.

    La idea del escritor como detective de sus propios relatos y perseguidor de sus peores fantasmas funciona muy bien en primera instancia gracias a la estupenda actuación de John Cusack. Con la levita negra, su perita haciendo juego y un andar nervioso y desesperado, Cusack se luce borracho en un pub, donde les espeta a los parroquianos “El cuervo”, su poema más célebre, o contemplando en silencio y con ojos tristes a su amada recitar “Annabel Lee”, su poema más romántico y desesperado.

    Pero las virtudes de esta película, dirigida por James McTeigue (“V de venganza”), no terminan ahí. La acertada ambientación de época, que hace juego con el alma sombría del escritor, es el justo correlato para las correrías policiales, que dosifican con criterio la violencia descarnada de los asesinatos con toques sutiles de misterio y pesadilla. Es que el horror gótico de criptas, cuervos que salen de ataúdes y luces mortecinas que apenas alumbran las alcantarillas, también habla de la pasión y la resignación de Poe por las mujeres moribundas.

    Es una excelente idea mirar hacia los grandes escritores y volverlos héroes cinematográficos de una aventura policial. Para empezar, podríamos reunir en la barra de un pub a Rudyard Kipling, a Julio Verne, a Herman Melville, a Guy de Maupassant, a Arthur Machen y a Jorge Luis Borges.

    Kipling propondría seguir el extraño caso de un soldado romano que en una de sus guardias nocturnas, aquejado por el cansancio y los embates alucinógenos del duermevela, se convertiría poco a poco en Cristo.

    Verne preferiría diseñar una nave de bronce y helio que, al dirigirse al centro de la Tierra, perdería paulatinamente a todos sus tripulantes, asesinados del mismo modo: con una pequeña flecha de plata en el corazón.

    Luego de beber un buen trago de cerveza y de limpiarse toscamente la boca con la manga de su pesado, frío y húmedo abrigo, Melville diría que lo suyo es descubrir en un barco ballenero al artífice de un asqueroso motín, aunque lo realmente importante pasaría por las condiciones climáticas en alta mar: la niebla, las asimétricas olas, la calma chicha, los fuegos de San Telmo.

    Maupassant, detrás del humo de su pipa, optaría por demostrar que la noche parisina posee un costado siniestro capaz de convertir en homicida al más puro de corazón.

    Forzado a develar su proyecto (“¡Dale, dale, no rompas las pelotas!”), Machen no tendría más remedio que balbucear algo acerca de impostores y falsas identidades.

    Finalmente, cuando todas las miradas tuviesen a Borges en la mira, el viejo respondería con un vaso de agua en la mano: “Sigan ustedes que yo después levanto un poquito de cada uno”.

    “El cuervo” (“The Raven”). EEUU-Hungría-España, 2012. Dirección: James McTeigue. Guión: Ben Livingston y Hannah Shakespeare. Con John Cusack, Alice Eve, Brendan Gleeson y Luke Evans. Duración: 110 minutos.