Lars von Trier empezó a hacer cine porque veía imágenes en su mente. “Tenía esas visiones y me sentí obligado a traducirlas mediante una cámara”, dijo. Con el tiempo, las visiones desaparecieron y hacer películas se convirtió en la forma de crear nuevas imágenes. Que son impactantes, colosales, chocantes, emocionantes. También bellísimas, pesadillescas, horripilantes.
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—No me debo a la audiencia, sino a mí mismo. Hago las películas para mí —respondió con su sonrisa de bromista—. Ustedes son solo mis invitados.
Los límites del control
En sus primeras obras, todo estaba bajo control. Todo previsto y planificado minuciosamente en el storyboard. En Europa, que cierra la trilogía iniciada con El elemento del crimen y Epidemic, no hubo un solo plano que no estuviera antes detallado. “Era el apogeo de mi período como maniático del control”, diría después. Sus películas, por entonces, eran rigurosamente técnicas. “A pesar de esto, y lo digo por mí, el cine siempre ha consistido en emociones”.
Con el movimiento Dogma 95 buscó presentar esas emociones a través de un cine desnudo. Filmando con cámara al hombro, en escenarios reales, con sonido directo e iluminación natural, sin efectos especiales ni acciones artificiales. Fue una manera de provocarse nuevos retos. De ahí salió Los idiotas, una delirante provocación (sexo explícito incluido) hecha a partir de improvisaciones con los actores.
Demoler las reglas e inventar otras para luego demolerlas también. Restricciones para potenciar la creatividad y encontrar la libertad. Esa es la cuestión. El siguiente paso, Bailarina en la oscuridad, un musical insólito, ganó la Palma de Oro en Cannes, y su protagonista, la cantante y compositora islandesa Björk, fue distinguida como mejor actriz. Fue entonces cuando le tomó el gusto a contar historias sobre (y ambientadas en) Estados Unidos. Y, siempre pensando en trilogías, preparó América: Tierra de oportunidades, compuesta por Dogville, Manderlay y Wasington (sic), que todavía no llegó a filmar. El camino despojado trazado por el Dogma 95 le proporcionó un desvío interesante: Dogville y Manderlay se filmaron en un hangar de Suecia, los pueblos del título (las casas, las calles, los jardines, las flores) fueron representados con líneas blancas sobre un piso negro. Las dos primeras películas, protagonizadas por un mismo personaje, Grace, interpretado por dos actrices diferentes (Nicole Kidman en Dogville, Bryce Dallas Howard en Mardelay), son alegorías sobre la doble moral de la sociedad, más específicamente, la estadounidense. Lo criticaron por el sadismo con el que trata a sus personajes femeninos y por hablar de un país que nunca visitó. Él respondió simplemente que los estadounidenses han hecho películas sobre países que jamás han pisado. Listo, a lo que sigue.
Y esto es: la Trilogía de la depresión. Anticristo, un relato violento e infernal sobre duelo y culpa, con detalles siniestros y escenas de una crudeza gore. Melancolía, una obra visualmente deslumbrante, la versión del Apocalipsis según Von Trier, el retrato de una familia y de su propia aniquilación. Nymphomaniac, presentada en dos volúmenes, es la historia de una obsesión/adicción al sexo. La protagonista, Joe, le narra a un confesor, detalles de su odisea sexual. Y el director no escatima en escenas de sexo y violencia y primeros planos de genitales.
Con su último trabajo, La casa de Jack, volvió a Cannes, siete años después de haber sido declarado “Persona non grata” por la organización del festival. Es que, en 2011, durante la presentación de Melancolía, había afirmado que simpatizaba “un poquito” con Hitler y que, además, lo entendía. Con el tiempo, lo perdonaron.
Por supuesto, la polémica acompañó a la película antes, durante y después de su proyección. Y, más que en ninguna otra oportunidad dentro de la obra del realizador, en La casa de Jack se suceden y contraponen distintas impresiones. Porque, en buena medida, es la filmografía que Von Trier construyó, condensada en una sola película.
Orden y limpieza
Esta es la historia de Jack (Matt Dillon como jamás se lo vio), un ingeniero con un fuerte TOC por el orden y la limpieza que se convierte en asesino. Compró un terreno cerca de un lago y allí va a construir su casa. En la mitad del camino nace su adicción. La película se presenta como una conversación fuera de cuadro entre Jack y un tal Verge (Bruno Ganz), que pronto se descubrirá como una nueva encarnación de Virgilio, de la Divina Comedia. El asesino se ve a sí mismo como un artista y relata los cinco episodios clave de su carrera. Verge cuestiona su relato. Apunta, por ejemplo, que le llama la atención que las mujeres sean descritas como estúpidas o demasiado ingenuas.
La palabra ‘Jack’ también es gato hidráulico en inglés. Y es con un gato hidráulico que el asesino inicia su raid de tortura y muerte. La mayoría de las víctimas son mujeres caucásicas. Luego aparecerán niños, ancianos, negros, asiáticos. Seres humanos a los que tortura y mata. Cuerpos que mutila y congela. Primero un maniático del control, luego dueño de su propio tiempo, se vuelve cada vez más ambicioso y, cuanto más ambicioso, más sádico y autodestructivo. Porque esta es, también, la historia de una obsesión/adicción irrefrenable. Jack construye su casa y Von Trier varios momentos truculentos, de un humor macabro y una negrura abismal. Y se da el gusto de recrear una célebre pintura de Delacroix, componer atmósferas propias de Gustavo Doré, incluir guiños al clip de Subterranean Homesick Blues, insertar imágenes de Glenn Gould tocando el piano y usar Fame, de David Bowie, como leitmotiv. Además de incluir imágenes de sus anteriores películas. Y todo mientras Jack insiste en comparar los asesinatos con las catedrales y constantemente conducir su discurso hacia una analogía entre el artista y el asesino.
Parece una analogía demasiado superficial, nada novedosa, pero pronto Von Trier se encargará de mostrar que está hablando de ciertos artistas y, más precisamente, de un artista en particular. Un artista ególatra, sádico, que empezó siendo un perfeccionista obsesivo del control y que acabó creando y rompiendo sus propias reglas. Un artista obsesivo que habla de obsesiones y adicciones y que estructura sus películas en capítulos. Un artista criticado y cuestionado. Acusado de sádico y macabro. De misógino y misántropo. De antisemita y nazi. Un artista provocador, incendiario, al que se le presentaron algunas oportunidades insólitas para concretar sus obras y al que insólitas circunstancias le permitieron salirse con la suya.
A los cinco episodios Von Trier le suma un epílogo que es lisa y llanamente colosal. Espectacular a nivel visual. Audaz, emocionante. Épico a extremos delirantes. Al mismo tiempo: pomposo y amargo y serio y cómico y macabro. Coherente con la película. Y, sobre todo, fiel a la filmografía de este demente.