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En Reino Unido, la radio BBC 2 retiró las composiciones de Michael Jackson de su programación. Lo mismo ocurrió, más o menos al mismo tiempo, en radios de Canadá y Nueva Zelanda. En Francia, Louis Vuitton retiró la colección otoño-invierno 2019 inspirada en la figura del cantante y bailarín estadounidense y anunció que no comercializará ningún producto que “comporte referencias directas a Michael Jackson”.
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En Estados Unidos, el llamado Museo de los Niños, en Indianápolis, retirará el sombrero y los guantes blancos que pertenecieron a Jackson y un póster autografiado por el cantante de una exhibición titulada The Power of Children. El rapero Drake eliminó del setlist de sus conciertos Don’t Matter to Me, que incluye una intervención de Jackson grabada en 1983. A su vez, los productores de Los Simpson levantaron Papá está loco (Stark Raving Dad), capítulo que incluía la participación del músico a través de un personaje, Leon Kompowsky, que decía ser (y hablar y cantar y bailar igual a) Michael Jackson. El episodio fue emitido por primera vez en 1991 y es uno de los clásicos de la serie.
La cadena expendedora de café Starbucks fue cuestionada vía Twitter por seguir reproduciendo la música del creador de Thriller en uno de sus locales. La firma anunció a través de sus redes sociales: “Actualmente no hay canciones de Michael Jackson en las listas de reproducción de Spotify oficiales de Starbucks”.
Son solo algunas de las reacciones que ha desatado el estreno de Leaving Neverland, documental dirigido por el cineasta británico Dan Reed que fue presentado en el pasado festival de cine de Sundance y posteriormente emitido por Channel 4 en Reino Unido. Con 236 minutos de duración y sabiamente dividido en dos partes, el filme actualmente puede verse en diferentes horarios por HBO y a través de la plataforma de streaming HBO GO, aunque también ya ha sido subido a sitios piratas y a YouTube.
Leaving Neverland se sostiene básicamente en los testimonios de Wade Robson y James Safechuck, quienes aseguran que el cantante abusó sexualmente de ellos cuando eran niños, a principios de la década de 1990. Esos abusos, explican, fueron sistemáticos y se prolongaron a lo largo de varios años. Safechuck conoció a Jackson en 1987, cuando grabaron juntos un comercial de Pepsi. Asegura haber tenido su primer contacto sexual con la estrella cuando él tenía diez años. Llegaron a “contraer matrimonio” en secreto. Robson, bailarín profesional y reconocido coreógrafo de estrellas como Britney Spears y N’Sync, nació en Australia, donde ganó un concurso de baile donde imitó a la perfección la complejidad de los movimientos de Jackson en Thriller. Junto con su madre y su hermana se mudó a Estados Unidos siguiendo el sueño de convertirse en bailarín bajo la tutela de quien era su Dios, Jackson. Tenía siete años cuando comenzó a tener relaciones con el artista.
No es la primera vez que se acusa al cantante de cometer abusos sexuales a menores. En 1993 fue denunciado por Jordan Chandler, de 13 años, uno de los tantos niños que solían pasar en Neverland, el rancho ubicado en Santa Bárbara, California, donde el artista vivió durante años. (Neverland era una mansión y parque de diversiones privado que tomaba su nombre de la isla que aparece en Peter Pan. Existe un documental, Living with Michael Jackson, de 2003, que recorre parte del lugar y en el que el cantante justifica su debilidad y su particular cariño por los niños varones asegurando, entre otras cosas, que él es Peter Pan, el niño que nunca creció). En 1994 Jackson y la familia de Chandler llegaron a un acuerdo financiero por 23 millones de dólares y la investigación fue cerrada.
En 2005, otro niño, Gavin Arvizo, llevó a Jackson a juicio. Entonces testificaron, entre otros, la exestrella infantil Macaulay Culkin, protagonista de Mi pobre angelito, uno de los pequeños amigos de Jackson, e incluso Robson, para entonces ya un destacado coreógrafo. El músico fue declarado inocente, gracias, en buena medida, a declaraciones como la de Robson, que negó haber tenido algún tipo de contacto inapropiado con su ídolo durante sus estancias en Neverland o en hoteles durante las giras.
Ahora, en el documental de Reed, el coreógrafo afirma que mintió en ambas oportunidades. Y que lo hizo para defender a Jackson: “Quiero que me dejen contar mi verdad del mismo modo que pude hacerlo con mi mentira”.
Ahí está la clave. Este no es un documental sobre Jackson. Mucho menos un juicio en el que se presentan acusaciones y argumentos en su defensa. Tampoco es un estudio o un cuestionamiento de su faceta como artista. Este es un largometraje testimonial sobre dos víctimas de abuso sexual. Los testimonios de Robson y Safechuck son tan gráficos y tienen tal nivel de detalle que resultan demoledores. Lo que realmente tiene peso y potencia aquí son los testimonios de estos dos hombres, y lo que aportan también sus familiares: sus madres, sus hermanos, sus esposas.
Las imágenes y grabaciones de archivo, que no son tantas pero sí son significativas, aportan un nivel extra de horror, asco y perplejidad.
En el documental se explica por qué tardaron tanto tiempo en revelar los secretos que mantuvieron ocultos. El haber sido padres es lo que les hace cambiar de parecer. Es lo determinante para que por fin se hayan atrevido a hablar. Y lo que dicen es terrible y escalofriante. Después de años de silencio, poco a poco se revela una siniestra maquinaria de manipulación a varios niveles (emocional, psicológico, económico) que ejerció una figura vista como un Dios (“Todo el mundo quería conocer a Michael o estar con él. Y se fijó en mí”, recuerda uno de los hombres), una estrella que estaba en la cima de su carrera, alguien con un grado de fama y poder que no solo deslumbraba a los niños sino también a sus familias, que estaban encantadísimas (una de las madres llegó a considerarlo “un hijo más”).
En la década de 1980, la discográfica de Jackson insistió, con esa particular forma de insistencia que en gacetillas y comunicados aparece vestida de sugerencia, que cada vez que se hablara del artista o se proyectara un clip suyo los medios debían referirse a él como “Michael Jackson, el Rey del pop”. Si bien sus éxitos, sus innovaciones y sus contribuciones a la industria musical son evidentes, fue gracias a la constante repetición de esa expresión que desde hace años que “Michael Jackson” y “Rey del pop” son usados como sinónimos. La fuerza de la repetición constante también está detrás de otra representación asociada al cantante: la noción de que él no tuvo infancia y que por eso mismo era un niño eterno, alguien incomprendido a quien incluso sus víctimas sintieron la necesidad de ayudar.
El visionado de Leaving Neverland es realmente duro. Y deja dos opciones: o era un demente de cuidado que construyó un mundo aparte y una vida de Peter Pan donde tener relaciones sexuales con niños no era otra cosa que una manifestación de amor verdadero que los demás, todos esos seres desagradables y tan poco espirituales y tan poco luminosos y tan adultos, no lograban comprender y aceptar. O era lisa y llanamente un depredador sexual frío y calculador. O tal vez una combinación de ambos. Por eso este documental es, además, necesario.