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    Bolero para Clarice

    Contigo en la distancia, de la escritora chilena Carla Guelfenbein, Premio Alfaguara de Novela

    Tiene el título de un famoso bolero, pero Contigo en la distancia no es una novela sobre amores románticos y desgarrados, aunque el amor, o el desamor, es parte sustancial de su trama. Para entender la elección de este título hay que poner el énfasis en las distancias: en las que provoca el tiempo y también en las que surgen desde el cuerpo. Es esta la quinta novela de la escritora chilena Carla Guelfenbein, ganadora del Premio Alfaguara de Novela. Exiliada con sus padres en Inglaterra en 1976 durante la dictadura chilena, Guelfenbein tuvo una trayectoria poco usual para una escritora. Estudió Biología y se especializó en Genética de Población; luego aprendió diseño y tuvo varios trabajos en el área, hasta que de regreso a su país en 1987 fue directora de moda de la revista Elle. La literatura vino después, aunque ella afirma que escribió siempre, desde niña. Hoy es una de las escritoras más leídas en su país y sus novelas (El revés del alma, La mujer de mi vida, El resto es silencio, Nadar desnudas) han sido traducidas a varios idiomas. En el origen de Contigo en la distancia está la figura de la escritora brasileña Clarice Lispector, simbolizada a través del personaje de Vera Sigall, una mujer misteriosa y genial, y una escritora de culto en su país. Su historia aparece contada a través de tres personajes: Emilia, una estudiante de Literatura, tímida y fóbica; Daniel, un vecino de Vera con quien mantiene una peculiar relación espiritual, y Horacio, poeta y amor de juventud de Vera. Con estos tres puntos de vista, surge una trama que combina creación literaria con un misterio que viene desde otro tiempo y otras distancias. Sobre su última novela, Guelfenbein conversó con Búsqueda.

    —Comenzó siendo científica y después diseñadora. ¿Cómo se conjugan esas áreas con la literatura?

    —Somos la suma de las experiencias que hemos tenido y en ese sentido todo lo que he vivido ha determinado la escritora que soy hoy día. He llegado a creer que mi rigurosidad en la escritura, la búsqueda de precisión al usar las palabras y la forma minuciosa y ordenada de trabajar a diario tiene que ver con mi formación científica. Me tomo muy en serio el proceso de escritura de la misma forma que un científico lo hace con sus experimentos. Además, tengo una forma de ver el mundo, una percepción estética, que me la dio el diseño, aunque pude tenerla desde antes.

    —Fue directora de moda en una revista. ¿Abandonó ese mundo?

    —Ya no tengo nada que ver. Escribo en una revista de mujeres pero no de moda, hago columnas sobre diferentes aspectos de la vida. Lo que sí me interesa es el lenguaje de la vestimenta, cómo se usa, lo que queremos mostrarle o no al mundo con la ropa que escogemos, lo que queremos transmitirle. Además tengo una sensibilidad especial por las texturas y los colores, eso viene del diseño, es parte de mi ser.

    —En la novela, el personaje de Emilia dice: “Si el cuerpo cambia, ¿cambiaría lo que está adentro?”. ¿Cuánto tiene de usted este personaje?

    —No fue una idea preconcebida tratar sobre el cuerpo en esta novela, pero el personaje de Emilia me dio esa posibilidad. En un momento ella se pregunta de qué forma la existencia física determina nuestro ser. No me cabe duda de que sí lo determina, porque tiene que ver con lo que los demás ven en nosotros. Todos los personajes tienen algo mío. Emilia tiene cierta fragilidad, no permite que la toquen para defenderse del mundo, de la agresividad. Además se viste con faldas largas y tableadas, fuera de tiempo, y esa vestimenta tiene que ver con su psicología. Yo resguardo mi ser de otra manera, tengo un tiempo para afuera, pero otro en la intimidad. Si no defiendo eso, no existo.

    —Sus personajes se definen a través de la mirada de otros, pero también con manuscritos y cartas que quedaron ocultos. ¿Fue una manera de reivindicar la palabra escrita?

    —En toda mi obra lo que no se dice resulta ser siempre más potente que lo que sí se dice. De hecho, esta novela está basada en un secreto. La cantidad de cosas que quedan sin decirse en las relaciones interpersonales es gigantesca. En cuanto a los diferentes registros de escritura, lo difícil fue crear una obra para estos personajes. En la novela se habla de lo particular de la voz de Vera Sigall, y para mí fue superdifícil crear esa voz. Por lo tanto, encontré la forma de que Emilia cuente sobre sus textos, pero solo tomando fragmentos para no tener que crear una obra genial como la de Vera, algo imposible para mí.

    —Empezó a publicar a los 40 años. ¿Le fue difícil entrar en el mundo editorial?

    —A todos los escritores les cuesta entrar en el mundo editorial. Pero yo no tuve dificultades cuando escribí mi segunda novela, El revés del alma. La llevé a tres editoriales y recuerdo que en una de ellas la entregué a la secretaria y me hizo anotar en una lista larguísima el ingreso, y allí había anotados decenas de manuscritos. La secretaría me miró con cara de “otra más”. A las dos semanas tenía la respuesta de las tres editoriales que querían publicarla. Entonces, no me costó entrar, pero yo sabía que tenía una novela que funcionaba. Había escrito otra antes que nunca la presenté porque sabía que era muy mala. Fue una novela de aprendizaje, estudié las estructuras, la construcción de personajes, todo lo que hoy es parte de mi bagaje fue el resultado de años de trabajo. Tenía una libreta y anotaba las diferentes formas en que los autores que admiraba comenzaban las frases. Anotaba todas las palabras que no entendía, cómo se construían los diálogos, qué es lo que hacía que un diálogo fuera ágil.

    —En Contigo en la distancia Vera Sigall tiene mucho de la escritora brasileña Clarice Lispector. ¿Por qué esa elección?

    —Para empezar, por la literatura. Cuando leí por primera vez a Clarice Lispector, más o menos a los 21 años, quedé totalmente fascinada. Sentía que detrás de cada palabra había un misterio difícil de entender, pero que se podía sentir por la belleza de sus imágenes y metáforas, y por el tipo de observaciones que hacía del mundo. La escritura de Lispector es extraña, pero conecta con algo muy propio de quien lee, le abre un mundo. Siempre ha sido una lectura que me ha acompañado y de la que me he nutrido. No es que la vaya a emular ni mucho menos, pero el espíritu de su prosa siempre me acompaña. Cuando me encontré con su biografía vi que tenía muchos parecidos con la historia de mi familia y también me encontré con un personaje particular. Esta esposa de diplomático que viajaba a todas partes del mundo, que era un ama de casa con dos hijos, uno de ellos esquizofrénico, tenía que estar en esa vida, lidiar con ella y a su vez con su mundo interior gigantesco y raro. Su biografía me estimuló para crear el personaje de Vera Sigall.

    —Roberto Bolaño es uno de los escritores chilenos contemporáneos más reconocidos. ¿Dejó algún legado en los nuevos narradores?

    —Dejó el legado de poner una vara muy alta y de contar desde ciertos lugares, pero no creo que haya ningún Bolaño hoy en la literatura chilena. Creo que hay algo interesante que está pasando y tiene que ver más que con los escritores con la forma en que se está editando. Los grandes conglomerados editoriales se están uniendo y están dejando el espacio para que surjan un montón de editoriales independientes muy cuidadas que les están dando oportunidad a escritores que de otra forma no podrían publicar. De esas voces que se están editando, seguro que van a surgir autores espectaculares.