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    Bowie en la pantalla

    La música de David Bowie ha poblado la cinematografía de las últimas cuatro décadas, y sus colaboraciones en bandas sonoras se cuentan por cientos. Pero Bowie es mucho más que una voz en el cine. La carrera como actor de este intérprete que en su juventud se formó como mimo y en el teatro de vanguardia, presenta algunos momentos muy atendibles. De hecho comenzó a actuar en escenarios londinenses bastante antes de su éxito como músico. IMDB devuelve 39 créditos, buena parte de ellos por cortometrajes, intervenciones vocales y participaciones como invitado en series como Extras o El lado salvaje del deseo.

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    Pero varios años después de protagonizar un corto llamado The Image, en el que interpretaba a un niño fantasma que emergía desde dentro de un cuadro, el muchacho irrumpió en la gran pantalla con singular potencia y personalidad, como una mezcla de humanoide y alienígena llamado Jerome Newton, el personaje protagónico de El hombre que cayó a la tierra (1976, dirigida por Nicolas Roeg), un individuo que funda una compañía de tecnología vanguardista para construir una nave que lo devuelva a su hogar, junto a su amada terrícola. Ese personaje cimentó el prestigio de Bowie como actor. Al ver ese rostro inexpresivo y esa cabellera rubia engominada es imposible no pensar en la saga de Ziggy Stardust, o en ese hombrecito pelirrojo ataviado con traje verde agua, rostro blanco, aureolas azules en los ojos que canta Life On Mars. Es imposible no pensar en el propio David Bowie como prototipo del artista extraño, alienado y andrógino.

    En 1978 encarnó a Paul Ambrosius von Przygodski en Gigolo, de David Hemmings, la historia de un militar alemán de la I Guerra que vuelve a Berlín y no encuentra el lugar ni el reconocimiento esperado y termina como amante a sueldo para solteras adineradas. De extraterrestre y héroe despreciado pasó a ser el vampiro amante de la vampiresa Catherine Deneuve en El ansia (The Hunger, 1983, de Tony Scott), otro de sus papeles más recordados, envuelto en un bizarro triángulo vampiresco con Susan Sarandon.

    Los años 80 son como un agujero negro en la carrera musical de Bowie, pero fueron muy prolíficos en su faceta cinematográfica. Poco después de El ansia protagonizó Furyo (Merry Christmas Mr. Lawrence, 1982), drama bélico del japonés Nagisa Oshima), actuó en la comedia Cuando llega la noche (Into the Night, 1985), en el musical Principiantes (Absolute Beginners, 1986), protagonizó la entretenida aventura adolescente Laberinto (1985), de Jim Henson, y encarnó a Poncio Pilato en La última tentación de Cristo (1989), de Martin Scorsese.

    El último gran trabajo de Bowie en celuloide quizá sea Basquiat (1996), sobre el multiartista estadounidense Jean-Michel Basquiat, en el que el papel de Andy Warhol parece hecho a su medida. En esa década también actuó en Twin Peaks (la película), en el spaghetti-western-revival Il mio West (1998), junto a Harvey Keitel, y en el policial Everybody Loves Sunshine (1999, Andrew Goth). Los memoriosos lo recordarán en papeles menores en Zoolander (2001, de Ben Stiller) y The Prestige (2006, de Christopher Nolan), y en el drama de ciencia ficción El secreto del señor Rice (2000), su último protagónico, otro trabajo emparentado con la fantasía y la magia.

    Vida Cultural
    2016-01-14T00:00:00