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Río de Janeiro. (Gerardo Lissardy, corresponsal para América Latina). El presidente estadounidense, Barack Obama, tomó el teléfono a las 18.30h del lunes 16 para convencer a su homóloga brasileña, Dilma Rousseff, sobre la conveniencia de que mantuviera en su agenda un viaje a Washington previsto para el mes próximo, pese a reportes de espionaje norteamericano a su país y a ella misma. Tenía argumentos para esgrimir, como que esa visita de Estado, la única que haría este año un líder extranjero a la Casa Blanca y la primera de un brasileño en casi dos décadas, fue pensada para mostrarle a la región y al mundo la creciente afinidad entre sus naciones, y su anulación podría tener el efecto opuesto. Los mandatarios conversaron durante 20 minutos, pero al momento de despedirse Obama sabía que las cartas estaban echadas: Rousseff se disponía a anunciar al día siguiente la suspensión del viaje, abriendo con ello un gran signo de interrogación sobre el futuro inmediato de las relaciones entre las dos grandes potencias políticas y económicas del continente.
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La forma en que la noticia fue transmitida oficialmente indica que ambas presidencias buscaron limitar el impacto del desplante, eligiendo cuidadosamente las palabras a emplear. El Palacio del Planalto y la Casa Blanca emitieron comunicados por separado pero casi simultáneos en la tarde del martes 17, en los que indicaron que la visita de Estado marcada para el 23 de octubre fue “postergada” (en vez de cancelada) por acuerdo mutuo entre los presidentes. Los textos también coincidieron en afirmar que ambos gobiernos esperan volver a agendar el viaje en el futuro, aunque sin fecha ni plazos previstos. Y destacaron la importancia de avanzar en una “asociación estratégica” de sus países, una calificación que los norteamericanos aplican en forma selecta.
De cualquier forma, el mero aplazamiento del viaje es una clara señal de cómo la relación entre Washington y Brasilia se ha visto complicada por las revelaciones de espionaje estadounidense, basadas en material filtrado por el ex analista de inteligencia norteamericana Edward Snowden. Una visita de Estado es la mayor recepción oficial que un presidente extranjero puede recibir en Estados Unidos, y la de Rousseff debía coronar el esfuerzo que su gobierno y el de Obama realizan desde hace tiempo para entenderse, confiarse y ayudarse mejor. Por eso mismo, la suspensión del viaje sugiere que los potenciales costos políticos del evento superaban esos beneficios, al menos para Rousseff, que el año que viene buscará la reelección en un Brasil irritado con su clase política y celoso de su soberanía nacional.
Más allá del lenguaje diplomático, el comunicado brasileño exhibió el enojo que causaron los recientes reportes de espionaje de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA por sus siglas en inglés) estadounidense a Rousseff y la petrolera Petrobras. El texto negó que estuvieran dadas las condiciones para el viaje presidencial, citando la falta de una investigación oportuna de lo ocurrido, con explicaciones y un compromiso de Washington de acabar con esas actividades. Agregó, en claro tono de reproche, que “las prácticas ilegales de interceptación de las comunicaciones y datos de ciudadanos, empresas y miembros del gobierno brasileño constituyen un hecho grave, atentatorio a la soberanía nacional y a los derechos individuales, e incompatible con la convivencia democrática entre países amigos”.
“En el corto plazo, esto va a tener un impacto negativo en los más altos niveles de la relación”, aseguró a Búsqueda Riordan Roett, director del programa América Latina en la universidad Johns Hopkins, con sede en Washington, y especialista en Brasil. Sin embargo, ¿hasta qué punto está en riesgo el vínculo entre los dos gigantes hemisféricos?
“Fuente de tensión”
Desde que el grupo de medios brasileños Globo emitió sus primeros informes periodísticos sobre espionaje de la NSA, Washington procuró contener el daño diplomático de las denuncias. Esos esfuerzos incluyeron conversaciones del vicepresidente estadounidense, Joseph Biden, y del secretario de Estado, John Kerry, con altos funcionarios del gobierno brasileño, incluida la presidenta. Obama también habló personalmente sobre el tema con Rousseff al margen de la cumbre del G-20 en Rusia este mes. Pero las explicaciones iniciales de que las actividades de inteligencia respondieron a motivos de seguridad comenzaron a perder peso ante reportes de que habían incluido el monitoreo de comunicaciones de la presidenta brasileña y sus colaboradores más estrechos. Y las sospechas de que también hubo razones económicas para el espionaje cobraron fuerza cuando se informó que Petrobras fue uno de los blancos de la NSA.
“Estados Unidos no manejó esto muy bien”, evaluó Roett, y sostuvo que el reporte sobre espionaje a Petrobras causó un malestar especial en Brasil. La petrolera bajo control estatal es una suerte de orgullo nacional de los brasileños, especialmente después del descubrimiento de grandes reservas de crudo en la costa atlántica, y las sospechas de que la inteligencia estadounidense pudo haber accedido a su red informática tocó una fibra sensible para muchos, aunque se desconoce exactamente qué información fue captada.
Brasil anunció diversas medidas frente a las noticias de espionaje, desde la creación de un sistema nacional de e-mail para competir con los norteamericanos Gmail o Hotmail, hasta la posibilidad de obligar por ley a empresas como Google o Faceboook a almacenar en el país los datos sobre usuarios locales. El gobierno de Rousseff exigió una explicación por escrito a Washington y el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva sostuvo que era necesario un pedido de disculpas del propio Obama.
Pero Washington evitó disculparse y Kerry llegó a sugerir en un reciente viaje a Brasil que las actividades de la NSA podían continuar. La Casa Blanca indicó el martes que Obama pidió una amplia revisión de las actividades de inteligencia de su gobierno, pero advirtió que eso llevará varios meses. También expresó que el presidente “entiende y lamenta” las preocupaciones de Brasil y está comprometido a usar la vía diplomática para superar esta “fuente de tensión”. Y sostuvo que la amplia relación entre ambos países “no debe ser eclipsada por un solo asunto bilateral, por más importante o difícil que sea”.
Medios brasileños habían indicado que Obama podía llegar a endosar la aspiración de Brasil de tener una silla permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, como hizo con India en 2010, para apaciguar la molestia de su aliado sudamericano. Pero la suspensión de la visita de Rousseff sugiere que esa opción fue descartada, al menos inmediatamente. Roett consideró improbable que tal apoyo ocurra incluso a mediano plazo, entre otras cosas por la desconfianza que generó en Washington un esfuerzo de Lula para lograr al final de su mandato, junto con Turquía, un acuerdo sobre el programa nuclear de Irán sin el aval de la Casa Blanca.
¿Efectos colaterales?
Rousseff tenía resuelto evitar su visita a Washington desde antes de la llamada de Obama. De hecho, la presidenta brasileña anticipó esa decisión durante una reunión especial que tuvo la noche del viernes anterior en la residencia oficial Granja do Torto, una casona en Brasilia en un gran parque arbolado. A ese encuentro asistieron Lula, colaboradores de confianza de la presidenta, miembros del gobernante Partido de los Trabajadores (PT) e integrantes del comando de campaña para la reelección de Rousseff. La conversación fue reservada, pero la noticia de que allí se trató la suspensión del viaje a Estados Unidos apareció la mañana siguiente en los principales diarios de Brasil.
Para varios analistas es evidente que la decisión respondió también a presiones del PT y a consideraciones de política doméstica. El índice de popularidad de la presidenta se desmoronó durante las manifestaciones callejeras masivas que Brasil tuvo en junio contra la baja calidad de los servicios públicos, la corrupción política y los gastos gigantescos en el Mundial de fútbol 2014. Rousseff consiguió mejorar sus índices de aprobación en las últimas semanas, pero las encuestas señalan que para lograr su reelección aún debería tener que ir a una segunda vuelta. En este escenario, postergar el viaje a Washington le permitió mostrar firmeza en defensa de la soberanía nacional (algo que muchos brasileños creen que le faltó a la hora de negociar con la FIFA) y posiblemente mejorar en popularidad.
“Ella tenía muy poco para ganar yendo a Estados Unidos”, evaluó Solange Reis, una experta en Washington y profesora de la Fundación Escuela de Sociología y Política de São Paulo (FESPSP). A su juicio, Rousseff podía incluso verse perjudicada desde el punto de vista electoral si mientras visitaba las sedes del gobierno norteamericano y se fotografiaba en una cena de gala con Obama surgían nuevas revelaciones de espionaje a su país o a ella misma.
Pero la postergación del viaje de Rousseff a Washington también demuestra que ambos gobiernos tenían poco y nada para mostrar como resultado concreto de la visita, más allá de la pompa protocolar y del intenso comercio bilateral. “No hay mucha cosa en la relación bilateral: los acuerdos que están para ser negociados no están listos todavía”, explicó Rubens Barbosa, un ex embajador brasileño en Estados Unidos y actual asesor del poderoso lobby industrial de São Paulo.
Pese a este diferendo, ambos países mantienen vínculos diplomáticos normales y siguen siendo importantes socios comerciales. Pero muchos al norte y al sur ya se preguntan si las diferencias políticas comenzarán también a complicar los negocios bilaterales, incluida la posible venta de aviones militares brasileños a Estados Unidos o de jets caza norteamericanos a Brasil, así como la participación de empresas estadounidenses en la próxima licitación de un gran campo petrolífero brasileño.