Espacio tecnológico de la CNN. El periodista siempre está alegre. Representa el rostro sonriente de la ciencia y nos informa que Google compró HTC y con esa compra se apodera de más de 2.000 ingenieros y personal técnico, así como de los derechos de propiedad intelectual de los teléfonos inteligentes. Con la misma sonrisa dibujada en el rostro pasa al siguiente tema: el legado digital. Las redes sociales, dice el periodista, son parte muy importante de nuestras vidas, pero ¿qué pasa en el momento de la muerte? Sigue la sonrisa en sus labios. Y nos presenta el informe: así como las redes sirven para enviar mensajes en vida, ¿por qué no hacerlo después de la muerte? Sonrisa amplia, de alguien que supera ese temita complicado de la muerte. Ha llegado el testamento digital, dice sonrisal, esto es, una aplicación para que los mensajes de Twitter no terminen más, nunca más. Así, Pepito podrá seguir mandando un Feliz Cumpleaños a sus amigos aunque esté enterrado seis pies bajo tierra. Y Calcachin seguirá enviando sus chistes graciosos. Y Gilencio nos seguirá aplanando las partes blandas con sus canciones favoritas o con los videos del gordo que se cae a la piscina porque se le trancó una chancleta o del perro que salta sobre la barbacoa y se come el chorizo. Es una alegría tremenda: siempre habrá algo para decirles a nuestros seres queridos, algo para mandarles o recordarles aunque ya no respiremos, dice sonrisal, aunque seamos polvo cósmico, aunque los gusanos nos salgan por los ojos de la calavera. Pero sonrisal se detiene, su risa de pronto se ha transformado en una mueca de horror. Ve un planeta devastado, un infierno humeante de campos de ceniza que solo siembran cadáveres. Y los celulares que siguen enviado mensajes. Un cementerio digital. Sonrisal ha visto la Matriz. Y él es el gordo que cae a la piscina en todas las pantallitas, hasta que la batería dice basta y la luz se apaga.