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Nueve años atrás un enjambre de criaturas humanas forradas con vestidos estrambóticos y las máscaras más grotescas que se hayan visto en el Solís, dio vida en clave de cómic a La resistible ascensión de Arturo Ui, la historia de un gánster como tantos que se vuelve capo mafioso. El mismo dramaturgo, el alemán Bertolt Brecht, y el mismo director, el uruguayo Alberto “Coco” Rivero, están nuevamente juntos en la misma sala y con la misma compañía, cuyo elenco, claro, ya no es el mismo. Rivero tiene bien ganada su condición de ser uno de los más talentosos creadores de la escena uruguaya, con una larga experiencia en teatro (desde los grandes montajes al monólogo), carnaval (arriba y abajo del tablado, como murguista, puestista, letrista y director de conjunto), televisión y radio. Es responsable de hitos de la escena montevideana del siglo XXI como La misión, de Heiner Müller, Caníbales, de George Tabori, y Calibre 45, de Sergio Blanco, todas ganadoras del Florencio al Espectáculo, al igual que aquel recordado montaje de Arturo Ui. Después de superar un cáncer hizo catarsis el año pasado en Temporada amarilla, unipersonal en el que volvió a actuar después de 13 años para narrar el durísimo trance oncológico. Este año asumió la dirección de la Escuela de Comedia Musical fundada por Luis Trochón en el viejo Teatro Don Bosco, volvió a subirse a las tablas en el musical El violinista en el tejado (ver nota en la página 37) y estrenó esta nueva versión de Galileo Galilei con la Comedia Nacional, la cuarta que se hace en el teatro uruguayo y la segunda del elenco oficial. Se trata de un tanque de las tablas locales, un cometa que pasa cada 15 o 20 años y se transforma en un verdadero acontecimiento: Rubén Yáñez en los 60 con la Comedia, Héctor Manuel Vidal en 1982 con Berto Fontana en el protagónico y Héctor Guido en 2004 con El Galpón firmaron las anteriores.
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Brecht ambienta la obra en Italia durante la vida adulta del astrónomo, filósofo, ingeniero, matemático y físico italiano (1564-1642) que puso sobre la mesa la idea de que la Tierra y los demás planetas giran en torno al Sol, tesis contraria al planteo geocentrista que imperaba desde los tiempos de Aristóteles —y desde antes también— defendido a capa y espada por una Iglesia católica, encaramada en el poder en buena parte de Europa. Brecht pinta al Galileo de carne y hueso, tan amigo de la ciencia como del buen comer y beber, y empeñado en formar al hijo de su criada como su discípulo. La anécdota es archiconocida: la Iglesia romana e inquisidora fuerza a Galilei, bajo tortura, a retractarse de sus postulados negadores de la Tierra como centro del universo, y este cede, doblegado, pero antes de morir entrega sus escritos a su discípulo, quien inicia la propagación de sus descubrimientos.
Brecht, un autor nítidamente identificado con el ideario marxista que edificó una obra de profundo sentido político, aquí apunta al poder eclesiástico que se impone sobre el individuo portador de un discurso inconveniente para sus intereses. Y en su segunda y definitiva versión, actualizada luego de la II Guerra Mundial, el énfasis cae sobre las implicancias —buenas y malas— del avance científico, en un mundo de posguerra shockeado por la bomba atómica. El enorme poder metafórico de la obra la convirtió en el vehículo perfecto para escenificar el conflicto entre ciencia y religión y para denunciar cualquier tipo de totalitarismo. Esa potencia simbólica rápidamente la convirtió en un clásico del teatro del siglo XX. Y según declaró Coco Rivero días atrás en una entrevista concedida a La Diaria, su intención en esta versión alejó el foco de la tortura y el poder de los gobiernos para centrarlo en la censura, y más específicamente en el nuevo fenómeno de poder autocensurador que emergió con el auge de las redes sociales.
Su montaje de Galileo Galilei resulta por demás entretenido, funciona perfectamente y se precipita sobre el espectador como una bomba de teatro, en todos los rubros. La declarada estética Harry Potter es un impacto visual irresistible. Peinados voluminosos y multicolores, un vestuario que combina pasado, presente y futuro —Galileo está de championes—, lentes raros, maquillajes y otros ornamentos, acercan la narración a un estilo cinematográfico de gran identificación con el público adolescente y juvenil, que se aprecia en buena cantidad en la platea.
La sorprendente transfiguración de actores como Diego Arbelo y Fernando Dianesi en esas caricaturas andantes es un gran atractivo de esta puesta. Leandro Núñez es otra persona: de pelo lacio está irreconocible. Como Fernando Vannet con atavíos religiosos. Así como la ambiciosa planta escénica, dominada por una gran escalera de madera ensamblada en una estructura móvil que, al cambiar de posición, define el ambiente: la casa del astrónomo, un ámbito cortesano o el imponente interior del Vaticano donde el nuevo Papa sube los escalones desnudo y fumando, en un gesto que puede interpretarse como un guiño sutil a la serie El joven Papa, la de Jude Law. La potente iluminación, las proyecciones de video y mapping y la banda sonora rockera suman dinamismo, actualidad y cercanía emocional, cuando suenan los acordes de guitarra distorsionada de Caída libre, de La Trampa, durante la investidura papal.
Si el teatro en general pide a gritos ser “el arte del presente”, como dice Ariane Mnouchkine, el teatro de Brecht está hecho por definición para ser desarticulado y desmenuzado sin miramientos. El famoso distanciamiento que propuso el alemán habilita y estimula su constante intervención por parte de los realizadores. Así, Rivero incorpora un falso intervalo con tres clowns muy darkies (trío invitado en el que destaca Martín Bonilla), maquillados de negro, nariz de payaso incluidas, que bromean con el público sobre la relación entre el avance tecnológico y la vida cotidiana, como por ejemplo, los celulares. Y por sobre todo, la Comedia demuestra que hoy es un elenco de excepción, con un caudal interpretativo como pocas veces tuvo: Juan Worobiov entrega un Galileo redondo, convincente de cabo a rabo. El niño Renzo Lima está muy bien como Andrea, el aprendiz. Daniel Espino Lara, Isabel Legarra, Jimena Pérez, Gabriel Hermano, Luis Martínez, Andrés Papaleo y Fabricio Galbiati completan un coro bien afiatado para entonar los múltiples acordes que demanda esta verdadera sinfonía teatral. Y Levón, con su enorme silencio que se impone sobre sus tres o cuatro líneas de texto, demuestra que está más allá del bien y del mal. La ocasión invita a despojarse de todo lo que leímos o vimos sobre este personaje, y redescubrirlo de la mano de este notable espectáculo.
Galileo Galilei, de Bertolt Brecht, por la Comedia Nacional. Dirección: Alberto Rivero. Escenografía: Gustavo Petkoff. Iluminación: Pablo Caballero. Vestuario: Mercedes Lalanne. Maquillaje: Paula Gómez. Peluquería: Heber Vera. Mapping: Gustavo Carrozzini. Música: Eder Fructos. Viernes y sábado, 20 h; domingo, 18 h (hasta el 30 de julio). Entradas: $150, en Tickantel y boletería. Duración: 2 horas y 20 minutos.